Entrevista a Mons. Fellay luego de su encuentro con el Cardenal Müller
3-10-2014
La pastoral debe necesariamente ser el resultado de la doctrina
NOTA SYLLABUS:
Una vez más Mons. Fellay saca a relucir su astucia serpentina, característica de un liberal que sabe qué decir y sobre todo qué no debe decir, haciendo uso de una moderación que con sagacidad envuelve la propia contradicción de su discurso. Esto ya lo había explicado bien don Félix Sardá y Salvany en un artículo que nos ha instruido al respecto (leer acá).
Para que se vea la somnolencia que ha invadido a las huestes gaseadas por el isoflurano (anestesiante) de Mons. Fellay, uno de los obsecuentes escribientes mediáticos ha titulado la entrevista: LA VERDAD SOBRE EL ENCUENTRO CARD. MULLER-MONS. FELLAY. PARA PREVENIR SUSPICACIAS Y MALÉVOLAS ADVERTENCIAS. De manera tal que todo el mundo se quede tranquilo pues todo va muy bien con…Mons. Fellay y su perenne sonrisa.
Pero vayamos a esta nueva entrevista del medio oficial de la FSSPX, es decir, a esta autoentrevista, que comentaremos en este mismo color rojo.
Ud. fue recibido por el Cardenal Müller el 23 de septiembre pasado. El comunicado de la sala de prensa del Vaticano retoma los términos del comunicado de 2005, luego de su encuentro con Benedicto XVI, en el que ya se hablaba de “proceder por etapas y en un plazo razonable”, con “el deseo de llegar a la plena comunión”; – el comunicado de 2014 habla de “plena reconciliación”. ¿Significa esto que se regresa al punto de partida?
Sí y no, según el punto de vista en el que uno se sitúe. (Lo primero que hace Mons. Fellay es contestar con ambigüedad. De esta respuesta –sí y no…depende de… etc- uno puede encontrar abundantes en todas sus entrevistas. Este tipo de respuestas le da pie para desarrollar luego vaguedades sin tener que afirmar nada claramente, diríamos que ya le da el tono. Pero si hay algo que el fiel tiene derecho a reclamar es una respuesta clara, especialmente luego de una entrevista que ha durado tres horas, ¿no hay puntos específicos que se hayan tocado y que puedan dar lugar a conclusiones?) No hay nada nuevo en el sentido que hemos verificado —nuestros interlocutores y nosotros— que permanecen las divergencias doctrinales que se habían manifestado claramente con oportunidad de las discusiones teológicas de 2009-2011, y que, por tanto, no podíamos firmar el Preámbulo doctrinal que nos ha sido propuesto por la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 2011.
Pero, ¿qué hay de nuevo?
Hay un nuevo Papa y un nuevo Prefecto al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Y este encuentro muestra que ni ellos ni nosotros deseamos una ruptura de las relaciones (“¡Horror, pues, a la herejía, que es el mal sobre todo mal! En país apestado lo primero que se procura es aislar. ¡Quién nos diese hoy poder establecer cordón sanitario absoluto entre católicos y sectarios del liberalismo!” decía el P. Sardá y Salvany en “El liberalismo es pecado”. Pero Mons. Fellay es cordial con la herejía, como afirmaron que fue la reunión los dos comunicados; el Card. Müller es -materialmente al menos- un hereje ultraliberal y además el encargado de cuidar y defender la fe en la Iglesia (se supone), es decir, no es un perejil. Por lo tanto, con un tal hereje no se dialoga, sino que se lo corrige y refuta. ¿Ha hecho algo de esto Mons. Fellay? ¿Cómo? ¿Lo dice? De ningún modo): las dos partes insisten sobre la necesidad de esclarecer las cuestiones doctrinales antes de un reconocimiento canónico (Está claro: Mons. Fellay busca un reconocimiento canónico sin la conversión de los modernistas; pide un “esclarecimiento”, pero que alguien sea esclarecido en cuanto a los errores o herejías que profesa, no significa que tenga que convertirse. A esta altura Mons. Fellay sabe muy bien que los modernistas no cambiarán (¿o lo harán ante su testimonio ambiguo? Vamos… los Apóstoles fueron expulsados violentamente de la Sinagoga por decir la verdad con claridad; de haber sido ambiguos seguramente hubieran seguido “conversando”): la “necesidad de esclarecer” es un subterfugio para estirar un poco más la cuerda pues persiste alguna resistencia interna en la FSSPX). Por eso, de parte de ellos, las autoridades romanas reclaman la firma de un Preámbulo doctrinal que, de nuestra parte, no podemos firmar en razón de sus ambigüedades. (Pero Mons. Fellay redactó una declaración doctrinal en parte ambigua, en parte manifiestamente errónea. Si no puede firmar un nuevo Preámbulo doctrinal es en razón no de sus ambigüedades sino de las desmedidas exigencias de éste, que debido a la disidencia interna no ha podido cumplir).
Entre las novedades se encuentra también el agravamiento de la crisis en la Iglesia. En la víspera de un Sínodo sobre la familia se manifiestan críticas serias y justificadas, de parte de varios cardenales, contra las proposiciones del Cardenal Kasper sobre la comunión de los divorciados “vueltos a casar”. Desde las críticas de los cardenales Ottaviani y Bacci en el Breve examen del Novus Ordo Missae, en 1969, esto no se había visto en Roma. Pero lo que no ha cambiado es que las autoridades romanas siguen sin tomar en cuenta nuestras críticas del Concilio porque les parecen secundarias e incluso ilusorias, frente a los graves problemas a los que se enfrenta la Iglesia hoy. Estas autoridades comprueban claramente la crisis que sacude a la Iglesia al más alto nivel —ahora entre cardenales—, pero no conciben que el Concilio mismo pueda ser la causa principal de esta crisis sin precedentes. Se parece a un diálogo de sordos.
¿Podría dar un ejemplo concreto?
Las proposiciones del Cardenal Kasper (Contra Kasper, sí; contra Muller o contra Francisco, no. Acaso alguien podría decir que indirectamente Mons. Fellay está criticando a Francisco al criticar al Card. Kasper, pero lo que hace al criticar a Kasper es lo mismo que hacen los obispos liberales un poco conservadores de la iglesia conciliar, es decir, Mons. Fellay no quiere ir más allá que aquellos. Sigue también una larga parrafada distractiva que hace foco en Kasper “el malo de la película” como si éste fuera el único responsable actual del desastre eclesial.) en favor de la comunión de los divorciados “vueltos a casar” son una muestra de lo que reprochamos al Concilio. En su discurso a los cardenales, en el Consistorio del 20 de febrero pasado, propone hacer nuevamente lo que ya se hizo en el Concilio, a saber: reafirmar la doctrina católica, ofreciendo al mismo tiempo aperturas pastorales. En sus diversas entrevistas con los periodistas, él realiza esta distinción entre la doctrina y al pastoral: recuerda en teoría que al doctrina no puede cambiar, pero introduce la idea que, en la realidad concreta, hay situaciones tales, que la doctrina no puede ser aplicada. Entonces, según él, solamente la pastoral está en condiciones de encontrar soluciones… en detrimento de la doctrina.
Por nuestra parte, reprochamos al Concilio esta distinción artificial entre la doctrina y la pastoral, porque la pastoral debe necesariamente derivarse de la doctrina. Gracias a múltiples aperturas pastorales se introdujeron cambios sustanciales en la Iglesia y la doctrina se vio afectada. Es lo que pasó durante y después del Concilio, y denunciamos la misma estrategia utilizada ahora contra la moral del matrimonio.
¿Acaso no hay en el Concilio sólo cambios pastorales, que habrían indirectamente afectado la doctrina?
No, nos vemos obligados a afirmar que se realizaron cambios graves en la doctrina misma: la libertad religiosa, la colegialidad, el ecumenismo… Pero es cierto que estos cambios aparecen de una manera más clara y más evidente en sus aplicaciones pastorales concretas, pues en los documentos conciliares son presentados como simples aperturas, de manera alusiva y con mucho sobrentendidos… Esto hace de ellos, según la expresión de mi predecesor, el R. P. Schmidberger, “bombas de tiempo”.
En las proposiciones del Cardenal Kasper, ¿dónde ve Ud. una aplicación pastoral que haría más evidente un cambio doctrinal introducido en el Concilio? ¿Dónde ve Ud. una “bomba de tiempo”?
En la entrevista que concede al vaticanista Andrea Tornielli, este 18 de septiembre, el Cardenal declara: “La doctrina de la Iglesia no es un sistema cerrado: el Concilio Vaticano II enseña que hay un desarrollo en el sentido de una posible profundización. Me pregunto si una profundización semejante a la que se dio con la eclesiología no es posible en este caso (de los divorciados vueltos a casar civilmente, ndlr): incluso si la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo, hay elementos de eclesialidad también fuera de las fronteras institucionales de la Iglesia católica. En ciertos casos, ¿no se podría reconocer igualmente en un matrimonio civil elementos del matrimonio sacramental? Por ejemplo, el compromiso definitivo, el amor y el apoyo mutuo, la vida cristiana, el compromiso público, que no existe en las uniones de hecho (i.e. las uniones libres)”
El Cardenal Kasper es muy lógico, perfectamente coherente: propone que los nuevos principios sobre la Iglesia, que el Concilio enunció en nombre del ecumenismo —existen elementos de eclesialidad fuera de la Iglesia—, se apliquen pastoralmente al matrimonio. Pasa lógicamente del ecumenismo eclesial al ecumenismo matrimonial. En este sentido, según él habría elementos del matrimonio cristiano fuera del sacramento. Para ver las cosas concretamente, ¡pregúntese, pues, a los esposos, qué pensarían sobre una fidelidad conyugal “ecuménica” o sobre una fidelidad en la diversidad! Paralelamente, ¿qué debemos pensar de una unidad doctrinal “ecuménica”, diversamente una? Esta es la consecuencia que denunciamos, pero que la Congregación para la Doctrina de la Fe no ve o no quiere ver.
¿Cómo se debe entender la expresión del comunicado del Vaticano “proceder por etapas”?
Como el deseo recíproco, en Roma y en la Fraternidad San Pío X, de mantener conversaciones doctrinales en un marco amplio y menos formal que el de los precedentes intercambios. (Continúa la política dialoguista, que tanto éxito le ha obtenido a la iglesia conciliar para disolver la verdad católica. De la respuesta de Mons. Fellay se interpreta que los herejes que hoy gobiernan en Roma, con Francisco a la cabeza, están interesados en escuchar hablar de la doctrina tradicional. Mons. Fellay ya no de habla de “nuestros amigos en Roma” pero parece que los siguiera teniendo. Mons. Fellay trata de imbéciles a todos en la Neo-FSSPX, pues ni siquiera menciona la posibilidad de un peligro en esos “intercambios” con los tan astutos herejes, apóstatas y fariseos que están en Roma. Tampoco menciona el desguace que está haciendo Francisco con los Franciscanos de la Inmaculada o el obispo semi-conservador de Ciudad del Este, Paraguay, al cual echó a patadas con un “golpe de estado”. Mons. Fellay no tiene hipótesis de conflicto: simplemente unas autoridades quieren intercambiar opiniones doctrinales y él va a satisfacerlos. ¡Qué caritativo este hombre!)
Pero si los intercambios doctrinales de 2009-2011 no aportaron nada, ¿para qué retomarlos, incluso de manera más amplia?
Porque, siguiendo el ejemplo de Mons. Lefebvre, que nunca rechazó aceptar la invitación de las autoridades romanas (Finalmente Mons. Lefebvre terminó entendiendo perfectamente la clase de tramposos que eran las autoridades modernistas romanas, reconociendo que había llegado muy lejos en su diálogo con ellos. Después de las consagraciones episcopales nunca buscó contactar a las autoridades romanas y se limitó a esperar su conversión. Lo de Mons. Fellay parece una obstinación estúpida pues está claro que nada se obtuvo de las previas conversaciones, o sí: la división que causó en la congregación y la crisis en la cual está sumida), nosotros respondemos siempre a quienes nos interrogan sobre las razones de nuestra fidelidad a la Tradición. (Como comprobamos a diario, Francisco está interesadísimo en la Tradición católica) No podemos rehuir esta obligación (Dijo más arriba Mons. Fellay que ese diálogo era “un diálogo de sordos”, acá aparece el “pero” típicamente liberal. Ellos no escuchan y no quieren escuchar, pero igual tenemos que ir a hablar. ¿Es la razón el deber de “responder a quienes lo interrogan sobre su fidelidad a la Tradición”, o más bien la razón es que va porque desea obtener un reconocimiento canónico?), y siempre la cumpliremos en el espíritu y con las obligaciones que han sido definidas por el último Capítulo General.
Puesto que Ud. mencionaba la audiencia que me concedió Benedicto XVI en 2005, recuerdo que entonces decía que queríamos mostrar que la Iglesia sería más fuerte en el mundo de hoy si mantuviera la Tradición, —incluso agregaría: si recordara con orgullo su Tradición bimilenaria. Repito hoy que queremos aportar nuestro testimonio: si la Iglesia quiere salir de la crisis trágica que atraviesa (La iglesia conciliar con el dudoso Papa Francisco a la cabeza quiere ir hacia el Nuevo Orden Mundial del Anticristo, eso se ve claramente. ¿Mons. Fellay se hace el ingenuo con su bonhomía y generoso “testimonio”, como si estuviéramos en los años ’50, o es parte activa del plan masónico de destrucción de toda resistencia a este plan de sincretismo religioso mundial?), la Tradición es la respuesta a esta crisis. De esta manera manifestamos nuestra piedad filial para con la Roma eterna, para con la Iglesia, Madre y Maestra de verdad, a la que estamos profundamente unidos. (Y ¿qué hay de la otra Roma, la secta o iglesia conciliar? Nada. No existe tal cosa. Ya no se habla de ella en la FSSPX, porque para Mons. Fellay, eso que algunos “exagerados” llaman “iglesia conciliar” es sólo una enfermedad o un mal espíritu en la Iglesia, no una realidad concreta de la que es obligación estar “profundamente separados” y en beligerante oposición por amor a la Iglesia Católica, a la Roma eterna)
Ud. dice que se trata de un testimonio; ¿no es más bien una profesión de fe?
Una cosa no excluye la otra. Nuestro fundador gustaba decir que los argumentos teológicos con los cuales profesamos la fe, no siempre son comprendidos por nuestros interlocutores romanos, pero ello no nos dispensa de recordarlos (Hacia el final de su vida dijo lo que a continuación transcribimos y nunca desdijo: “No puedo hablar mucho del futuro, ya que el mío está detrás de mí. Pero si vivo un poco aún y suponiendo que de aquí a un determinado tiempo Roma haga un llamado, que quiera volver a vernos, reanudar el diálogo, en ese momento sería yo quien impondría las condiciones. No aceptaré más estar en la situación en la que nos encontramos durante los coloquios. Esto se terminó.Plantearía la cuestión a nivel doctrinal: “¿Están de acuerdo con las grandes encíclicas de todos los papas que los precedieron? ¿Están de acuerdo con Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei, Libertas de León XIII, Pascendi de Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani Generis de Pío XII? ¿Están en plena comunión con estos papas y con sus afirmaciones? ¿Aceptan aún el juramento antimodernista? ¿Están a favor del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo?” Si no aceptan la doctrina de sus antecesores, es inútil hablar. Mientras no hayan aceptado reformar el Concilio considerando la doctrina de estos papas que los precedieron, no hay diálogo posible. Es inútil.”(Mons. Lefebvre, entrevista, revista Fideliter Nº 66, 1988.). Y, con el realismo sobrenatural que lo caracterizaba, Mons. Lefebvre añadía que las realizaciones concretas de la Tradición: los seminarios, los colegios, los prioratos, el número de sacerdotes, de religiosos y religiosas, de seminaristas y fieles… también tenían un gran valor demostrativo (¿Demostrativo para quién? ¿Para los que de hecho, objetivamente, destruyen todo lo que es católico? Mons. Fellay sigue insistiendo con su fábula optimista de las buenas autoridades romanas un poco confundidas y sordas pero que si se les habla mucho y se les muestra nuestras obras a la larga (muy larga) van a convencerse y dejar de obrar mal. Preguntémonos: ¿Cómo trató Nuestro Señor a los fariseos? ¿Y cómo lo trataron ellos? El testimonio de sus obras, de sus milagros, ¿qué reacción produjo en ellos? Pero Mons. Fellay en su fábula no habla de fariseísmo, claro. Él sigue tratando de idiotas a los miembros de la Neo-FSSPX al recrear en su lenguaje siempre “cordial” y acomodaticio un mundo que se parece más a The Truman Show que a la vida real). Contra estos hechos tangibles, no hay argumento especioso que valga: contra factum non fitargumentum. En el caso presente, se podría traducir este adagio latino con la frase de nuestro Señor: “se juzga al árbol por sus frutos”. En este sentido, al mismo tiempo que profesamos la fe, debemos dar testimonio en favor de la vitalidad de la Tradición. (¿Y para dar testimonio de esa “vitalidad” es que tuvo que contratar una empresa de branding holandesa que publicita a la FSSPX como una marca de shampoo o hamburguesas? Se habla de “profesión de fe”. ¿Está dispuesto a ser mártir, Monseñor? ¿O más bien está pronto para martirizar a quienes se oponen a su política traidora, como ocurrió con un obispo, varios sacerdotes y fieles a quienes persiguió, encarceló, censuró, prohibió los sacramentos y echó a la calle?).
Conclusión: hay varios que han comprado este producto de marketing de Mons. Fellay y se limitan a repetir este argumento: “como católicos, no podemos dejar de ir a Roma”. Uno podría preguntarles: Cuando allí esté sentado el Anticristo, ¿también irán? Está claro hasta para el más ciego que en Roma no quieren la Tradición (“se juzga el árbol por sus frutos” nos recuerda Mons. Fellay). Por lo tanto, si insisten en llamar a la FSSPX no es porque quieran escuchar encantados su “testimonio de fidelidad a la Tradición”, sino, por el contrario, acabar con la última congregación de la Tradición que les falta aplastar. La FSSPX además ya ha dado testimonio largamente en Roma y allí saben perfectamente lo que piensa y lo que es. No ir otra vez a Roma no significa renegar del Papado ni no reconocer al Papa, sino una acción de defensa de la Fe legítima y que puede ofender a ciertas “sensibilidades” o causar una nueva “excomunión”. Pero, ¿no afrontó estas cosas Mons. Lefebvre en el combate por la fe? Ah, he allí el problema: no se entiende que se trata de salvaguardar lo más precioso que es la Fe católica, que es precisamente lo que tratan de destruir las actuales autoridades conciliares romanas. Si Roma realmente está interesada en la Tradición católica, que lo demuestre. ¿Cómo? Ya lo dijo Mons. Lefebvre, en la declaración citada más arriba. No se puede hablar más claramente.