domingo, 30 de enero de 2022
SERMÓN DEL DOMINGO CUARTO DESPUÉS DE EPIFANÍA - R.P. Trincado
viernes, 28 de enero de 2022
domingo, 23 de enero de 2022
SERMÓN PARA EL TERCER DOMINGO DE EPIFANÍA - P. Trincado
En la Epístola de hoy se nos enseña cómo se debe guardar la caridad para con los enemigos. Explicaremos algunos versículos siguiendo los comentarios de Santo Tomás de Aquino.
Empieza diciendo San Pablo: no os tengáis a vosotros mismos por sabios, porque si presumimos orgullosamente de sabios o prudentes, muchas veces nos opondremos a la voluntad de aquellos con quienes debemos estar en paz, y así causaremos discordias.
Sigue diciendo a nadie volváis mal por mal. Se prohíbe acá la venganza, es decir, devolver mal por mal. ¿Significa esto que no hay que castigar? No, porque, como enseña Santo Tomás, si por el mal de culpa que alguien comete le devuelve el juez [o cualquier autoridad legítima] el mal de pena conforme a justicia, materialmente se le hace un mal, pero formalmente y en sí se le hace un bien. De aquí que cuando el juez cuelga al homicida no vuelve mal por mal, sino, al contrario, bien por mal. Esto destruye una objeción contra la pena de muerte: “los católicos incurren en contradicción al oponerse al aborto y aprobar la pena de muerte, porque en ambos casos se mata a un hombre.” Matar al inocente es siempre malo, pero matar al criminal que ha sido justamente condenado a pena de muerte es hacer una acción formalmente buena, esto es, buena desde el punto de vista moral.
Vivid en paz con todos los hombres -sigue diciendo San pablo, pero agrega- si es posible y en lo que de vosotros depende. Porque a veces la maldad de algunos impide que podamos tener paz con ellos, a no ser que consintamos en su maldad. Pero una paz así es ilícita, dice Santo Tomás. Hay, entonces, una paz buena, querida por Dios y una paz mala, detestada por Dios. Y por eso dice el Señor (Mt 10, 34): No he venido a traer paz sino espada, he venido a dividir a los que están unidos por una paz carnal, mundana o diabólica.
Más importante que la paz es que el bien y la verdad, pero en estos tiempos de terrible confusión, sobre todo después del fatídico concilio Vaticano II, se considera que la paz es el “valor supremo”, algo absolutamente bueno. Pensar así es cobardía. Y es sentimentalismo, ignorancia e ilusión promover la paz a ultranza o a costa del bien y la verdad. Hacerlo es, además, una gran impiedad. Es una traición a Cristo, pues nuestra obligación, en cuanto Iglesia militante (es decir, combatiente), es defendernos combatiendo sin tregua contra los enemigos de Cristo, que sin tregua nos atacarán hasta el fin del mundo.
Dios no manda que se haga la paz y la unidad entre nosotros y sus enemigos, y no lo mandará jamás. ¿Por qué? Simplemente porque un ángel no se puede arrepentir, y así el odio diabólico que mueve a los enemigos de la Iglesia es definitivo, irrevocable. Y, entonces, hasta el fin del mundo los hijos del diablo tratarán de destruir la Iglesia y los hijos de Dios deberán defenderla combatiendo.
Ahora bien, por obra del satánico liberalismo imperante, este falso ideal pacifista pasa hoy por noble bandera católica. ¿Idea católica? La Biblia se empezó a escribir hace unos 3500 años y en ella nunca se menciona, como no sea para condenarla, la idea de la pacífica unión de buenos y malos. Sólo desde la época de Juan XXIII, el primer Papa liberal, comienza a verse como algo deseable, entre el clero contaminado con el veneno masónico de la “fraternidad universal”, la inaceptable idea de hacer la paz entre todos los grupos antagónicos que existen entre los hombres, incluyendo a católicos y anticatólicos, trigo y cizaña, ovejas y lobos, gente de Dios y gente del demonio. Por eso es que las autoridades de la FSSPX buscan la paz (aunque no a cualquier precio) con los liberales y se han mostrado dispuestas a ponerse pacíficamente bajo el poder de los destructores de la Iglesia. ¡Dios nos libre de esa falsa paz, que no es la Paz de Cristo sino una paz contra Cristo, la Paz del demonio y del Anticristo! Paz liberal causada por la “caridad liberal”, sobre la que dice el P. Sardá y Salvany, "La caridad liberal que hoy está de moda es en la forma de halago y condescendencia y afecto; pero en el fondo es desprecio de los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de Dios... la suma intransigencia católica es la suma caridad católica. Y porque hay pocos intransigentes, hay hoy día pocos caritativos de verdad" (El Liberalismo es Pecado). Estas palabras han sido olvidadas por los traidores acuerdistas, si es que alguna vez las leyeron.
Volvamos al texto de la Epístola. Cuando dice San Pablo no os defendáis vosotros mismos, muestra que no hay que hacer el mal a los prójimos bajo pretexto de defensa. Por eso el mismo Señor ordenó: Si alguien te abofetea la mejilla derecha, preséntale también la otra (Mt 5, 39). ¿Quiere decir esto que nos debemos dejar robar y matar?, ¿que la llamada “legítima defensa” es un pecado?, ¿que somos hipócritas los católicos cuando defendemos la patria en la guerra? Cuidado: hay una ignorancia generalizada sobre el real sentido de este pasaje evangélico. Enseña Santo Tomás de Aquino que “el hombre debe estar dispuesto a obrar así si fuese necesario, pero no siempre está obligado a proceder de tal manera, puesto que ni el mismo Señor lo hizo, sino que, después de haber recibido una bofetada, preguntó: ¿por qué me hieres? (Jn 18, 23)... Estamos obligados a tener el ánimo dispuesto a tolerar las afrentas si conviene. Pero a veces conviene que repelamos el ultraje recibido… por el bien del que nos infiere la afrenta, a fin de reprimir su audacia e impedir que repita tales cosas en el futuro… y por el bien de muchas otras personas, cuyo progreso espiritual pudiera ser impedido precisamente por los ultrajes que nos hayan inferido” (Suma Teol. II-II c.72, a. 3). Así, por ejemplo, una buen jefe religioso o civil que con mentira es acusado públicamente de haber cometido determina falta grave, está obligado a defenderse por el bien de sus súbditos, pues de no hacerlo, éstos, escandalizados, se alejarán del bien que ese jefe les hace. El ofrecimiento de la otra mejilla, entonces, debe ser una disposición habitual del corazón. Se trata de aceptar con paciencia la voluntad de Dios que permite que se nos haga el mal. Es algo que siempre se debe cumplir en lo interior pero no siempre en la obras. El precepto de no volver mal por mal, en cambio, se debe cumplir siempre en lo interior y en lo exterior.
Luego San Pablo indica la razón de esto, diciendo: sino dad lugar a la ira (divina), porque escrito está: mía es la venganza, Yo haré justicia, dice el Señor. Es decir, encomendémonos a Dios, que puede defendernos y vengarnos. Descarguemos sobre Él todas nuestras preocupaciones, porque El se ocupa de nosotros. Pero esto se entiende para el caso en que no nos asista la facultad de hacer otra cosa conforme a justicia; pues cuando alguien legítimamente castiga para reprimir la maldad (no por odio), se entiende que da lugar al juicio divino.
No sólo no debemos vengarnos, sino que debemos socorrer a los enemigos en caso de necesidad. Por eso sigue diciendo la Epístola: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Y en Lc 6, 27: Haced bien a los que os odian. Porque haciendo esto -sigue-, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza. Lo cual se puede entender así: socorriendo al enemigo en su necesidad, amontonaremos sobre su cabeza (es decir, en su mente) las brasas o carbones encendidos del amor de caridad porque, como dice San Agustín, no hay mejor modo de hacerse amar que amar primero.
La Epístola termina diciendo: No te dejes vencer del mal, sino vence el mal con el bien. Si por el mal que un hombre malo causa a uno bueno, éste es arrastrado a responder haciendo también el mal, el bueno es vencido por el mal. Pero si, al revés, por el bien que el bueno hace al malo, éste es atraído al bien, el bien vence al mal.
Que por el santo Rosario, la Santísima Virgen María nos alcance de Dios vencer siempre el mal en nuestros corazones.
sábado, 22 de enero de 2022
jueves, 20 de enero de 2022
domingo, 16 de enero de 2022
SERMÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE EPIFANÍA - R.P. Trincado
Sea el amor sin hipocresía, dice la Epístola de hoy.
La mentira que se ejecuta no con palabras, sino con hechos, se llama simulación. Por ejemplo, miente el obrero que, ante la mirada del capataz, simula estar trabajando. En cuanto a pecar contra la verdad, lo mismo da mentir con palabras que con hechos.
La hipocresía es una simulación especial, que consiste en aparentar exteriormente lo que no se es por dentro o en la realidad. Como explica San Isidoro, el nombre de hipocresía se tomó de los cómicos que trabajan salían al escenario cubiertos con una careta para aparentar lo que no son. «Así también -añade San Agustín- en la vida religiosa y civil, quien pretende aparentar lo que no es, es un hipócrita que finge obrar el bien». La hipocresía es, junto con el orgullo, el pecado típico de los fariseos, duramente fustigados por el Señor en el Evangelio.
La hipocresía se opone directamente a la virtud de la veracidad, y puede ser mortal o venial.
Enseña Santo Tomás en su Suma Teológica (II-II c. 111) que es propio de la virtud de la veracidad el que uno se manifieste, por medio de signos exteriores, tal cual es. Pero signos exteriores son no sólo las palabras, sino también las acciones. Luego así como se opone a la verdad el que uno diga una cosa y piense otra -que es lo que constituye la mentira- así también se opone a la verdad el que uno dé a entender acerca de su persona, mediante acciones u otras cosas, lo contrario de lo que hay en la realidad.
San Gregorio, por su parte, dice (XXXI Moral) que los hipócritas en lo religioso, aparentando servir a Dios, sirven realmente al mundo, porque incluso con las obras con que dan a entender que actúan santamente, ellos no buscan la conversión de los hombres, sino el favor popular. Esto que dice San Gregorio nos hacer recordar al Papa Francisco, para quien la popularidad parece ser algo sumamente importante…
El libro la Imitación de Cristo nos anima a vivir en la verdad, mediante estas palabras:
Hijo, anda delante de Mí en la verdad, y búscame siempre con sencillo corazón. El que camina delante de mí en la verdad, será defendido de malos sucesos, y la verdad le librará de los malvados. Si la verdad te librase serás verdaderamente libre, y no cuidarás de las palabras vanas de los hombres.
El corazón puro y veraz penetra en el cielo y en el infierno. Si hay gozo en el mundo, el hombre puro de corazón lo posee; y si en algún lugar hay tribulación y congojas, es en la mala conciencia.
Queridos fieles: en el Corazón de la Santísima Virgen, durante su vida terrena, era todo iluminado por la verdad, de modo que nunca hubo en él ni la más pequeña sombra de una mentira o de una simulación. Que por su intercesión Dios nos libre de la hipocresía.
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El Espíritu santo... huye de las ficciones. Crampón pone mas expresivamente: huye de la astucia. Es la solemne condenación de lo que el mundo llama "vivezas". Las almas "llenas del Espíritu Santo" han sido siempre las sencillas. Estas han comprendido por divina iluminación (Luc. 10, 21) el misterio de la sabiduría (I Cor. 2, 7; 3, 18), la cual consiste, como señala San Agustín, en la contemplación de la verdad y en la expresi6n de un animo lleno de fe, esperanza y caridad. La astucia es propia de la serpiente (Gen.3,1). "No habita el Espíritu Santo en el corazón fingido y doble. No hay finura mejor y más apreciable que la sencillez. La prudencia del mundo y el artificio de la carne son propios de los hijos del siglo. Los hijos de Dios no andan con rodeos ni tienen dobleces en el corazón, como dice el Sabio (Prov. 10, 9). El que camina con sencillez, camina con confianza. El alma que usa de mentira, doblez y simulación, muestra debilidad y vileza (S. Francisco de Sales, Filotea III, 30). Ecli. 1, 36. (STRAUBINGER, comentario a Sab. 1,5)
sábado, 15 de enero de 2022
HA MUERTO EL P. EPINEY, AMIGO DE MONS. LEFEBVRE Y DE LA RESISTENCIA
El Padre Pierre Épiney murió la mañana de este 15 de enero de 2022 alrededor de las 7 a.m. Ya llevaba mucho tiempo enfermo y parece que el Covid aceleró su fin. Ya había estado en oxígeno y perfusión durante unos días. Murió en paz, no en el hospital, sino en su casa de la Parroquia de Riddes, donde había sido Párroco durante casi 50 años (fue nombrado en 1967 por el obispo Adam).
Un gran hombre que nos acaba de dejar, inexistente para los medios pero grande para la historia. Fue roca inquebrantable en la fidelidad a su bautismo, amigo fiel de Monseñor Lefebvre y sostén invencible de la tradición católica.
Pasó y soportó todas las tormentas, vejaciones, vicisitudes y traiciones. También se negó a guardar silencio ante los vergonzosos intentos acuerdistas de 2012 a 2019 y el espíritu de compromiso.
El 3 de junio de 2021 había celebrado su Jubileo de Diamante en Riddes.
¡Invitamos a todos los lectores de MPI a orar por el descanso del alma de este gran soldado de la Fe, el Padre Epiney, implorando al cielo que se levante una nueva generación de resistentes y combatientes!
Aquí está el sermón que Monseñor Lefebvre pronunció el 29 de mayo de 1986 con motivo de sus 25 años de sacerdocio:
Querido padre,
A usted, en primer lugar, irán mis primeras palabras, para felicitarlo y hacerme intérprete de todos los que aquí han venido, sin duda para el Corpus Christi y para honrar hoy a Nuestro Señor Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía, pero también, por una delicadeza de la Providencia, al mismo tiempo festejar con usted, durante la Santa Misa, dando gracias a Dios por su sacerdocio, por todas las gracias que usted ha recibido y todas las gracias que usted ha dado.
Le correspondería a usted, querido Padre, expresar todas estas gracias que ha recibido durante su vida, desde su nacimiento hasta el día de hoy, que usted conoce mejor que yo. Entonces usted podría hacerlo con mucha más precisión que yo; y, sin embargo, quisiera decir brevemente, decir lo que el Buen Dios ha hecho por usted y por nosotros ya que está usted muy cerca y muy unido a nosotros: Sed ego elegi vos (Jn 15,16): “Pero yo os elegí a vosotros”. Elegit Deus sacerdotem suum. “Dios ha elegido a su sacerdote”. Creo que podemos decir esto de manera muy especial de usted, querido Padre: verdaderamente el Buen Dios lo ha elegido. Todo nos lo prueba, todo nos lo indica. Él lo eligió haciéndolo nacer en una familia profundamente cristiana. Su madre, aquí presente, le dio, con su padre ahora en el Cielo, una verdadera formación católica, una profunda formación cristiana, en un entorno montañoso que expresa también, de manera muy particular, la grandeza del Buen Dios, la belleza de Dios, y que os dio la oportunidad de ser formado duramente en las verdaderas virtudes cristianas, en este país de clima difícil. Qué recuerdos te debe traer todo esto. Y entonces, el Buen Dios lo eligió para ser su sacerdote.
Ese año sacerdotal de 1961, fue el año de la víspera del concilio que preparaba conmociones, grandes cambios en nuestra Santa Iglesia. Y por una gracia particular del Buen Dios, usted supo conservar el sentido de la fe, el sentido de lo que os fue dado en el seminario. Y, todavía joven vicario, luego joven párroco; con motivo de las reuniones sacerdotales, no vacilaba usted en manifestar su desaprobación por los cambios que veía venir y que le parecían -con razón- contrarios al bien de la Iglesia, contrario al bien de las almas. Así que lo dijo sin rodeos. Y, para mostrar como siempre su vinculación a la Iglesia, conservó usted también su sotana, su hábito eclesiástico, convencido de que esto era una manifestación de su vínculo con la fe y el sacerdocio.
Y entonces, la Providencia quiso que su obispo lo nombrara en Riddes, sabiendo perfectamente que se trataba de un ministerio particularmente difícil: Riddes no era conocida por su fervor cristiano, y por lo tanto fue a un un ambiente donde había mucho que hacer y donde su celo podría ser ejercido, donde su obispo lo envió. Y no sólo para evangelizar, sino también para construir una nueva iglesia: así como había que construir, en última instancia, la Iglesia espiritual, también había que construir la iglesia material. Y eso es lo que hizo usted: ha hecho ambas cosas, querido Padre, dando a Riddes su fe de antaño, le ha dado a Riddes una iglesia, una nueva iglesia. Pero, estando en Riddes, erais al mismo tiempo el párroco de Écône. Y de nuevo por una gracia particular de la Santa Providencia, Écône se convirtió en lo que conocemos hoy: el seminario de Écône, con la autorización del obispo de Sion. Y por tanto no era difícil, al contrario, en que el seminario estuviera muy unido a la parroquia de Riddes, que era nuestra Parroquia. Y encontramos precisamente al sacerdote que el Buen Dios nos había preparado. Firme en la fe, apegado a la Tradición, dispuesto a luchar si es necesario para conservar su fe, para conservar su sacerdocio de manera integral.
Así, en adelante, Ecône y el párroco de Riddes han establecerían lazos que se han mantenido con una fidelidad admirable. Y aquí es donde usted tuvo que hacer una elección, querido Padre: a pesar del dolor de la aparente ruptura con la diócesis, prefirió mantener la Tradición, mantener la fe, en lugar de ver el desastre en su parroquia así como otras parroquias, ver las parroquias desiertas como el Seminario de Sion, que cerró sus puertas para enviar a Friburgo a los pocos alumnos que quedaban. Prefirió usted continuar tu ministerio sacerdotal como lo había recibido de manos de su obispo y como le habían enseñado en el seminario.
No quería usted cambiar y seguía siendo el sacerdote, el sacerdote católico para siempre. Por ello, lo felicitamos de todo corazón. A pesar de las pruebas que tuvo que soportar, se mantuvo fiel.
Y ahora han pasado veinticinco años de sacerdocio. Y gracias a usted, querido Padre, el Valais sigue siendo católico. Creo que podemos decirlo y debemos decirlo. Sin duda me dirán: pero Écône se ha convertido también en el símbolo de la catolicidad, el símbolo de la fidelidad a la Iglesia de todos los tiempos. Pero no fue Écône quien mantuvo la fe en el querido Valais, fue usted, querido Padre, fue a través de usted. Si no hubierais estado allí, no habríamos experimentado esta afluencia de habitantes de Valais. No habríamos sabido de este mantenimiento de la fe católica en los corazones de los Valaisanos.
También pienso que las personas aquí presentes, que además son un pequeño número entre los representados por todos los centros católicos del Valais, os agradecen mucho por haberles ayudado a mantener la fe, por haber sido el sacerdote, el sacerdote católico que mantiene la educación cristiana de los niños; que mantiene la santificación de las familias; que mantiene el Santo Sacrificio de la Misa de siempre. Qué gracias para los fieles del Valais. Y si podemos decir que si Écône también está rodeada de estos queridos fieles, pues se lo debemos a usted, querido Padre.
Y si esta fidelidad a Ecône, a pesar de las penalidades que también nosotros hemos atravesado durante los últimos quince años, se manifiesta siempre de manera permanente e impecable, es precisamente a usted a quien también nosotros se lo debemos, porque, en medio de estos pruebas, siempre ha estado usted presente. Usted nunca ha cambiado; nunca dudó. Ha permanecido como una roca, fiel a Écône y fiel a la fe, fiel a la Iglesia. Eso es lo que queremos ser, eso es lo que tenemos que ser.
Así que por todo esto damos gracias a Dios y damos gracias a usted, querido Padre, deseándole con motivo de estos veinticinco años de sacerdocio, muchos años más de ministerio, que siga manteniendo y desarrollando la verdadera fe, la fe católica en este país que ha sido fuente de tantas vocaciones, vocaciones en la diócesis, vocaciones fuera de la diócesis; tantos misioneros, tantos religiosos y religiosas han venido de estas familias Valais. ¿Qué familia no contaba entre sus miembros o parientes, monjes, monjas, sacerdotes? Así que con su acción, con su celo, está usted reconstruyendo y manteniendo lo que todavía se puede mantener en las familias cristianas. Y de allí vienen también las vocaciones.
Este año tendremos la alegría de ordenar cinco nuevos sacerdotes suizos. Esta es verdaderamente una gran gracia. Y precisamente a su ejemplo ya su oración debemos estas vocaciones, querido Padre.
Que el Buen Dios os bendiga, que el Buen Dios siga dando a usted salud y todas las gracias que necesite, para continuar su magnífico apostolado para gloria del Buen Dios y para la salvación de las almas.
Mis muy queridos hermanos, no quisiera alargar mucho este sermón ya que hoy tenemos una ceremonia bastante larga con la procesión del Santísimo Sacramento que seguirá a esta misa, pero gracias a Dios, mis muy queridos hermanos, que esta fiesta del el sacerdocio tiene lugar precisamente el día del Corpus Christi, el día de la Eucaristía, el día de la Misa al fin, ya que la Eucaristía es el fruto maravilloso, milagroso de la Santa Misa, del Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, es también la fiesta del sacerdocio y la fiesta de la Eucaristía.
Demos gracias al Buen Dios y comprendamos, mantengamos esta convicción de que sin el sacerdocio ya no hay vida cristiana. Sin sacerdocio no hay más familias cristianas, sin sacerdocio no hay ciudad cristiana. Todo está unido al sacerdote. El Buen Dios lo quiso así. Nuestro Señor lo ha querido: Haced esto en memoria mía. Dijo a sus sacerdotes: Haced esto en memoria mía. A ellos les confió el Sacrificio de la Misa. A ellos les confió la Eucaristía. A ellos les encomendó la enseñanza de la doctrina cristiana; que le encomendó la santificación de las almas y la guía de las almas. Aquí está el sacerdote. ¡Qué don tan extraordinario! Un sacerdote santo es un don maravilloso.
Estoy seguro de que oráis, mis carísimos hermanos, con todo el corazón, con toda el alma, para que el Buen Dios multiplique a los santos Sacerdotes. Santos Sacerdotes como el querido Cura de Riddes, enteramente devotos, celosos, por el bien de las almas, por el bien de las familias, por el bien de la sociedad.
El sacerdote está en el origen de toda la civilización cristiana, con el Santo Sacrificio de la Misa, por el Santo Sacrificio de la Misa, por Nuestro Señor Jesucristo, para el reinado de Nuestro Señor Jesucristo.
Vamos a cantar, luego, las alabanzas a Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. No podemos hacerlo mejor; que Jesús reine sobre nosotros; que Él reine en nosotros, en nuestras almas; que Él reine en nuestras familias; que reine en nuestros pueblos; que reine en nuestro Valais. Que este Valais vuelva a ser un Valais católico, honrando a Nuestro Señor Jesucristo, respetando las leyes de Nuestro Señor Jesucristo; no poniendo nada por encima de Nuestro Señor Jesucristo.
San Benito dio como lema a sus monjes: Christo omninum nihi preponant : Que los monjes no pongan nada por encima de Nuestro Señor Jesucristo; que Nuestro Señor sea verdaderamente el primero en ser servido, el primero en ser honrado, el primero en ser amado.
Pues que sea también aquí hoy, con motivo de la fiesta del sacerdocio del Padre y de la fiesta de la Sagrada Eucaristía, nuestro lema: No poner nada por encima de Nuestro Señor Jesucristo. Que Jesús reine en nosotros, en nuestros hogares, en nuestras ciudades, por mediación e intercesión de la Santísima Virgen María.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Fuente: Médias-Presse-Info
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MONS. VIGANÒ: CUANDO TEMÍA POR MI VIDA, REDESCUBRÍ EL RITO TRADICIONAL
DILECTA MEA
Los que permitís que se prohíba la Misa Tradicional, ¿la habéis celebrado alguna vez? Los que desde lo alto de vuestras cátedras de liturgia dictáis amargas sentencias sobre la Misa de antes, ¿habéis meditado alguna vez en sus oraciones, sus ritos y sus sagrados gestos ancestrales? Me lo he preguntado muchas veces en estos últimos años. Porque yo mismo, que he conocido esa Misa desde pequeño, que cuando todavía llevaba pantalón corto aprendí a acolitarla, prácticamente la tenía olvidada y perdida. Introibo ad altare Dei. Me arrodillaba en invierno sobre las gradas heladas del presbiterio antes de ir al colegio. Sudaba bajo la ropa de monaguillo en algunos días de canícula. Me había olvidado de esta Misa, que fue precisamente aquella con la que me ordené sacerdote el 24 de marzo de 1968, en una época en la que ya se oteaban en el horizonte los primeros indicios de aquella revolución que en poco tiempo despojaría a la Iglesia de su más valioso tesoro para imponer en su lugar un rito adulterado.
Pues bien, aquella Misa que las reformas conciliares suprimieron y prohibieron en mis primeros años de sacerdocio permanecía como un lejano recuerdo, como la sonrisa de una persona querida lejana, la mirada de un pariente difunto y el amable tañido de las campanas en los domingos. Era algo relacionado con la nostalgia, la juventud, el entusiasmo de una época en que las obligaciones eclesiásticas aún estaban por venir, en la que todos creíamos que el mundo podía recuperarse de la posguerra y del peligro del comunismo con un renacimiento espiritual. Queríamos creer que el bienestar económico vendría acompañado de un renacimiento moral y religioso de nuestro país. A pesar del 68, las huelgas, el terrorismo, las Brigadas Rojas y la crisis de Oriente Próximo. Entre mil y un cometidos eclesiásticos, se consolidó en mi memoria el recuerdo de algo que en realidad había quedado sin resolver y que por el momento se había dejado de lado durante años. Algo que esperaba pacientemente, con la paciencia que sólo Dios tiene con nosotros.
Mi decisión de denunciar los escándalos de los prelados estadounidenses y la Curia Romana me brindó la oportunidad de ver desde otra perspectiva no sólo mi misión como arzobispo y nuncio apostólico, sino también el alma de aquel sacerdocio que mi servicio, primero en el Vaticano y más tarde en Estados Unidos, había dejado incompleto; más para mi sacerdocio que para el ministerio. Lo que hasta aquel momento no había entendido me resultó diáfano debido a una circunstancia inesperada, cuando mi seguridad personal pareció peligrar y, de mala gana, me vi obligado a vivir prácticamente en la clandestinidad, lejos de los palacios de la Curia. Entonces, gracias a aquella bendita separación, que actualmente considero una especie de vocación monástica, me llevó a redescubrir la Misa Tridentina. Recuerdo bien el día en que en lugar de la casulla me revestí con las vestiduras tradicionales, gorjal ambrosiano y manípulo. Recuerdo el temor que experimenté al pronunciar, al cabo de casi cincuenta años, aquellas oraciones del Misal que afloraban a mis labios como si las hubiese recitado hacía poco tiempo. Confitemi, Dominus, quoniam bonus en lugar del salmo Judica me, Deus del Rito Romano. Munda cor meum ac labia mea. Estas palabras ya no eran las del acólito o el joven seminarista, sino las del celebrante. De mí que, me atrevo a decir por primera vez, celebraba ante la Santísima Trinidad. Pues si bien es cierto que el sacerdote es una persona que vive esencialmente para los demás –para Dios y para el prójimo–, también es verdad que si no es consciente de su propia identidad y no cultiva la santidad su apostolado será estéril como címbalo que retiñe.
Sé bien que estas reflexiones pueden dejar indiferente, o incluso despertar compasión, en quien jamás haya tenido la gracia de celebrar la Misa de siempre. Pero supongo que pasará igual con quien nunca se haya enamorado y no entienda el casto éxtasis del amado ante la amada, para quien no conozca la dicha de perderse en la mirada de ella. El adusto liturgista, el prelado de clergyman con el pectoral en el bolsillo, el consultor de una congregación romana que va por ahí con el último número de Concilium o de Civiltà Cattolica bajo el brazo, observan la Misa de San Pío V con la atención que pone un entomólogo en el estudio de los insectos, o como un naturalista mira las venas de una hoja o las alas de una mariposa. Es más, a veces me pregunto si lo hacen con la asepsia del cirujano que corta con el bisturí un cuerpo vivo. Pero si un sacerdote con un mínimo de vida interior se acerca a la Misa antigua, independientemente de que la hubiera conocido antes o la acabe de descubrir, quedará hondamente impresionado por la majestuosidad del rito, como si saliera del tiempo y se adentrara en la eternidad de Dios.
viernes, 14 de enero de 2022
domingo, 2 de enero de 2022
BOLETÍN Nº 12 DEL SEMINARIO DE LA SAJM (extracto)
18 de diciembre de 2021, Sábado de las Cuatro Témporas de Adviento
Queridos amigos y benefactores,
Esta carta sustituye al boletín n° 12 del Seminario que debería haber aparecido antes de Navidad. De hecho, nuestro querido Seminario está bastante probado en este momento: probablemente ustedes ya supieron que Monseñor Faure, contagiado con el virus, está hospitalizado desde el 24 de noviembre. [Ya salió del hospital. Nota de NP] Un seminarista, un laico que ayuda en el seminario y el P. Trincado también se contagiaron, pero ya están curados. Una religiosa alemana que se unió a nuestras hermanas oblatas tuvo que ser hospitalizada durante unos días. Una de las personas que ayuda con el boletín también está hospitalizada.
A principios de junio, Monseñor fue a Suiza para unirse a la alegría de nuestros amigos suizos que celebración de los 60 años de sacerdocio del P. Pierre Epiney, párroco de Riddes - Ecône desde 1967. Él apoyó y animó mucho a monseñor Lefebvre desde los inicios del seminario de Ecône.
En julio, nuestras hermanas oblatas fueron a ayudar al padre Grenon, de Riddes, en un campamento de niñas de diez días en los Alpes.
A principios de septiembre, el P. Bruno OSB predicó el retiro de inicio del año escolar.
Dimos la bienvenida a tres nuevos seminaristas franceses. Varios otros querían venir de en el extranjero, pero no fue posible debido a las actuales limitaciones.
A finales de septiembre, Mons. Faure visitó la República Checa y Austria, a petición de P. Fuchs, para administrar el sacramento de la confirmación y bendecir una nueva capilla.
Debido a las restricciones a la libertad de viajar generadas por el Covid, un nuevo seminario ha debido ser abierto cerca del monasterio benedictino del Monseñor Tomás de Aquino y bajo su dirección. Cuenta ahora con seis candidatos. Sus seminaristas serán incardinados en el SAJM. Por el bien de estos seminaristas, Mons. Faure hizo el sacrificio de enviar al diácono D. Nass a Brasil. Él ayuda a que la regularidad y la piedad reinen en el nuevo seminario. El diácono Nass será ordenado, si Dios quiere, el 19 de Marzo.
Este año, Monseñor Faure decidió que, para la formación de nuevos los seminaristas, el año de espiritualidad tuviera lugar en Morannes. Los cursos los imparten los Padres Trincado, Chirico y el seminarista Perez. Los demás seminaristas continúan recibiendo los cursos de filosofía y teología en el Convento de Avrillé, con nuestros amigos dominicos.
Por desgracia, la ordenación de dos subdiáconos, programada para el 24 de diciembre, fue aplazada a la espera de la recuperación de Monseñor Faure, a quien encomendamos de nuevo a vuestras oraciones.
En Nazaret (este es el nombre de la casa de nuestras hermanas oblatas, situada a pocos metros del seminario) se han hecho varios trabajos durante el verano. Un pequeño pero muy hermoso oratorio todo en piedra y madera fue el fruto de su arduo trabajo, y, el 15 de septiembre, en la fiesta de Nuestra Señora de los Siete Dolores, fiesta patronal de los Oblatos de la SAJM, Monseñor Faure pudo celebrar allí la primera misa, dejando el Santísimo Sacramento de modo permanente con las Hermanas. Gracias nuevamente a todos ustedes que han contribuido tan generosamente a la compra y rehabilitación de este pequeño convento.
El 23 de septiembre, una monja alemana llamó a la puerta de Nazaret para pida compartir la vida de nuestras hermanas oblatas. Recibirá el hábito de los Oblatos de la SAJM al regreso de Su Excelencia.
Luego, a fines de octubre, dos jóvenes se presentaron para discernir su vocación lejos del mundo. Siguen una regla de vida estricta que les permita evaluar las exigencias de la vida religiosa. Son por tanto cinco, ahora, Nazaret. ¡Bendito sea Dios! Las oblatas recurren confiadamente a San José para conseguir su pan de cada día y ayudarles con los gastos esenciales.
Queridos amigos, contamos mucho con vuestro apoyo espiritual y material para que La obra del Seminario surja de esta prueba más ferviente y con todavía mayor confianza en la divina Providencia.
Se celebrará la Misa del Gallo en el Seminario por las intenciones de todos nuestros Amigos y Benefactores. Que nuestro divino Salvador los bendiga abundantemente a todos en esta noche santa, así como a sus familias y a todos sus seres queridos.
Fuente: sitio oficial de la SAJM