jueves, 26 de mayo de 2022

ASCENSIÓN DEL SEÑOR JESUCRISTO A LOS CIELOS


Algunas citas del Catecismo de San Pío X:

En la fiesta de la Ascensión se celebra el glorioso día en que Jesucristo, a vista de sus discípulos, subió por su propia virtud al cielo, cuarenta días después de su Resurrección.

Jesucristo subió al cielo: 1° para tomar posesión del reino eterno que conquistó con su muerte; 2° para prepararnos el lugar y servirnos de mediador y abogado ante el Padre; 3° para enviar el Espíritu Santo a sus Apóstoles.

El día de la Ascensión, Jesucristo no entró solo en el cielo, sino que entraron con Él las almas de los antiguos Padres que había sacado del limbo.

Jesucristo está en el cielo sentado a la diestra de Dios Padre, es decir: como Dios es igual al Padre en la gloria, y como hombre está elevado sobre todos los Ángeles y Santos y hecho Señor de todas las cosas.

Para celebrar dignamente la fiesta de la Ascensión hemos de hacer tres cosas: 1ª adorar a Jesucristo en el cielo como mediador y abogado nuestro; 2ª desapegar enteramente nuestro corazón de este mundo como de lugar de destierro y aspirar únicamente al cielo, nuestra verdadera patria; 3ª determinarnos a imitar a Jesucristo en la humildad, en la mortificación y en los padecimientos, para tener parte en su gloria.

De la fiesta de la Ascensión a Pentecostés, los fieles, a ejemplo de los Apóstoles, han de prepararse a recibir el Espíritu Santo con el retiro, con recogimiento interior y con perseverante y fervorosa oración.

El día de la Ascensión, leído el Evangelio de la Misa solemne, se apaga y después se quita el cirio pascual, para representar que Cristo se partió de junto a los Apóstoles.


domingo, 15 de mayo de 2022

NO HAY DERECHO - Pedro Llera


Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma.

Una persona que no tiene la intención de cambiar su vida y abandonar el pecado público no debe recibir la Sagrada Comunión ni la absolución. No lo digo yo: lo dice Santo Tomás de Aquino, el Doctor Común de la Iglesia.

Y el apóstol San Pablo lo dice con toda claridad en 1 Cor. 11, 27-29:

27. De manera que cualquiera que comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente, reo será del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
28. Por tanto, examínese a sí mismo el hombre, y de esta suerte coma de aquel pan y beba de aquel cáliz.
29. Porque quien lo come, y bebe indignamente, se traga y bebé su propia condenación, no haciendo el debido discernimiento del Cuerpo del Señor.

Como dice el Levítico: «ninguno que tenga mancha ha de acercarse al altar» (21,16). No existe el derecho a comulgar en pecado mortal: comulgar sin estar en gracia de Dios es sacrilegio y blasfemia. Quienes comulgan en pecado mortal «crucifican de nuevo en sí mismos al Hijo de Dios y lo exponen al escarnio» (He 6,6).

La Eucaristía es el sacramento de la caridad y de la unidad de la Iglesia, como dice San Agustín; y estando el pecador sin caridad y separado, con toda razón, de la unidad de la Iglesia, si se llegase a este sacramento, cometería una falsedad, dando a entender que tiene la caridad que no tiene. Por lo que incurre en sacrilegio como violador del sacramento y, consiguientemente, peca mortalmente.

Algunos objetan que la comunión del Cuerpo de Cristo es una medicina espiritual y que la medicina se da a los enfermos para que se curen, según aquello de Mt 9,12: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y como los enfermos o indispuestos espiritualmente son los pecadores, podrían recibir la comunión sacramental sin culpa quienes viven en pecado mortal. Aducen así que la eucaristía no es el premio de los santos, sino el Pan de los pecadores, induciendo de esta manera al sacrilegio y a la perdición de las almas.

Pero ante este error, contesta Santo Tomás de Aquino:

No todas las medicinas son buenas para todas las enfermedades. Porque una medicina que se da a quienes se han librado de la fiebre para fortalecerles, dañaría a los que tienen fiebre todavía. Pues así, el bautismo y la penitencia son como medicinas purgativas, que se suministran para quitar la fiebre del pecado. Mientras que este sacramento (la santa comunión) es una medicina reconfortante que no debe suministrarse más que a los que se han librado del pecado.