domingo, 28 de febrero de 2021
MEDITACIÓN DE CUARESMA ACERCA DE LOS BENEFICIOS INMENSOS DE LA PASIÓN DE CRISTO
sábado, 27 de febrero de 2021
domingo, 21 de febrero de 2021
SERMÓN PARA EL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA - P. Trincado
Celebramos hoy el primer domingo de Cuaresma. Para cumplir la voluntad de Dios en la Cuaresma, hay que hacer 4 cosas:
1ª Luchar más
esforzadamente contra el pecado.
2ª Orar más.
3ª Hacer penitencia.
4ª Hacer obras de misericordia o caridad fraterna.
Primero: Luchar más esforzadamente contra el pecado. Debemos odiar el pecado porque debemos amar a Dios. Dios da gracias especiales de conversión en todas las Cuaresmas. Lo que Dios quiere de nosotros es una conversión profunda a Él, es decir, la firme resolución de amarlo, de cumplir su voluntad, de obedecer a sus mandamientos. Entonces, el que peca mortalmente rompa de una vez con el pecado mortal, el que habitualmente comete pecados veniales rompa con todo pecado deliberado. Eso es convertirse realmente a Dios. Eso es amar verdadero y profundo a Dios.
Segundo: Orar más. El que reza una corona del Rosario, rece dos; el que reza dos, comience en esta Cuaresma a rezar los 15 misterios; o recen el Vía Crucis, o lean la Biblia, o lean libros piadosos, etc.
Tercero: Hacer penitencia. Todo el que ha pecado está obligado a hacer penitencia. Las penitencias más comunes en la Iglesia son (o eran, mejor dicho) el ayuno y la abstinencia de carne, y ambas se deben intensificar notablemente en la Cuaresma. El que quiera vivir como verdadero católico debe hacer mucho más de lo que en esta materia es obligatorio según la desastrosa reforma hecha por Pablo VI a la práctica cuaresmal.
El ayuno que dispone la Iglesia consiste en tomar una sola comida fuerte al día, normalmente al medio día. De ser necesario, se permite comer algo en la mañana y en la noche. Otras formas de mortificación, para los que por causa de enfermedad o deberes no pueden ayunar, o para agregar a los ayunos: moderar las recreaciones, por ejemplo, viendo menos películas y teniendo más cuidado en la selección de éstas. Lo mismo con la música. Jugar menos, no asistir a fiestas, no ir a restaurantes ni a espectáculos, tener conversaciones más serias. Otras penitencias posibles: soportar algo de frío o de calor, privarnos de algunas de las comidas agradables, usar menos azúcar o menos sal, suprimir o disminuir determinadas comodidades; etcétera.
Sobre las mortificaciones o penitencias y particularmente sobre el ayuno, tengan en cuenta que son cosas que dan más fuerza a la oración. Dice Cristo: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que dan con ella" (Mt 7, 13-14); Y “si no hacéis penitencia, todos igualmente pereceréis” (Lc 13, 5).
Cuarto: Hacer obras de
misericordia o caridad fraterna. En la explicación del
Juicio Final que hace Nuestro señor en el Evangelio de San Mateo, todos los que
se salvan, van al Cielo por haber hecho obras de misericordia: Entonces el Rey dirá a los de su derecha:
venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la
fundación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me
disteis de beber; fui peregrino y me recibisteis; estaba desnudo y me
vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme…; y
todos los que se condenan, van al Infierno por no haber hecho obras de
misericordia: Entonces dirá también a los
de su izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido
preparado para el diablo y sus ángeles; porque tuve hambre y no me disteis de
comer, tuve sed y no me disteis de beber; fui peregrino y no me recibisteis;
estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis…
Al inicio de la Cuaresma la Iglesia impone la sagrada Ceniza con el fin de recordarnos que somos compuestos de polvo y a polvo quedaremos reducidos con la muerte, y así nos humillemos y hagamos penitencia de nuestros pecados mientras tenemos tiempo. Las disposiciones espirituales con que debemos recibir la sagrada Ceniza son dos: un corazón arrepentido y humillado, y la santa resolución de pasar la Cuaresma en obras de penitencia.
Queridos fieles: que por la intercesión de nuestra Madre, Dios nos conceda una Cuaresma santa, esto es, vivida en espíritu de profunda conversión a Cristo mediante el arrepentimiento, el ayuno, la mortificación, la oración y las obras de misericordia.
viernes, 19 de febrero de 2021
miércoles, 17 de febrero de 2021
lunes, 15 de febrero de 2021
AYUNO Y ABSTINENCIA DURANTE LA CUARESMA: LA SAJM HA ABANDONADO LA OBSERVANCIA CUARESMAL MODERNISTA
“La observancia de la Cuaresma es el lazo de nuestra milicia; por ella nos diferenciamos de los enemigos de la Cruz de Jesucristo; por ella esquivamos los azotes de la cólera divi- divina; por ella, amparados con la ayuda celestial durante el día, nos fortalecemos contra los príncipes de las tinieblas. Si esta observancia se relaja, cede en desdoro de la gloria de de Dios, deshonra de la religión católica y peligro de las almas cristianas; y no hay duda que este descuido sea fuente de desgracias para los pueblos, desastres en los negocios públicos e infortunios para los individuos.” (Benedicto XIV, Breve Non Ambigimus, 30-05-1741).
PabloVI, mediante la Constitución Apostólica Pӕnitemini, de 17 de febrero de 1966, destruyó la observancia cuaresmal tradicional del ayuno y la abstinencia.
- Ayuno obligatorio todos los días de la Cuaresma (excepto los Domingos), los días de las Témporas y en muchas vigilias;
- Abstinencia todos los Viernes del año, los Sábados de Cuaresma y, en numerosas diócesis, todos los Sábados del año.
sábado, 13 de febrero de 2021
SERMÓN PARA EL DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA - P. TRINCADO
Nos hallamos en los umbrales de la Cuaresma y la iglesia quiere que practiquemos, durante el tiempo cuaresmal, el ayuno y la limosna, es decir, la mortificación y la caridad. Por eso el Evangelio de hoy nos presenta dos escenas relativas a esas dos virtudes: en la primera Cristo anuncia su pasión y muerte y en la segunda se compadece y cura a un ciego.
Tomando aparte a los doce, Jesús les dijo: mirad que subimos a Jerusalén y que se cumplirán todas las cosas que están escritas por medio de los profetas acerca del Hijo del Hombre, pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burla, afrentado y escupido; y después de azotarlo, lo matarán, y al tercer día resucitará. Pero ellos -dice el Evangelio- no comprendieron nada de esto.
Muchas veces Nuestro Señor Jesucristo dijo a los Apóstoles que debía ir a Jerusalén para tres cosas: padecer, morir y resucitar. Las dos primeras cosas (padecer y morir) son la cruz, es decir, el misterio de los sufrimientos de Cristo, y nada hay menos comprendido que la cruz. Si los Apóstoles que vivían con Cristo no entendían el misterio de la cruz, ¿qué queda para nosotros? ¿Y por qué no entendemos las verdades divinas? ¿Por qué no entendemos lo que más nos conviene, lo que es realmente bueno para nuestras almas, para nuestra salvación; aquello que nos conduce a nuestra verdadera felicidad?
La cruz está en las paredes de nuestras casas, adorna nuestros misales, la llevamos al cuello, hacemos el signo de la cruz; la cruz está constantemente con nosotros, y, sin embargo, no comprendemos la cruz porque no la tenemos en nuestros corazones. "Pero ellos no comprendieron nada de esto."
Los Apóstoles no podían admitir la pasión y
muerte de Jesús porque su mente estaba llena de ilusiones sobre un Mesías triunfal, conquistador y guerrero. Juzgaban las cosas de Dios con criterios demasiado
humanos, y exactamente lo mismo nos sucede a nosotros. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos y mis caminos no
son vuestros caminos, dice el Señor. Cuanto están los cielos de la tierra,
tanto distan mis caminos que vuestros caminos (Is. 55 8-9). Por eso muchas
veces nos toca oír quejas como esta: “¿por
qué Dios me ha hecho esto? ¿Por qué Dios ha permitido que me suceda este mal
tan grande? No he hecho nada tan terrible como para merecer esto. Dios me ha
abandonado. Dios no oye mis oraciones. Dios no me ama”. "
Vemos las cosas con ojos demasiado humanos, es decir, estamos bastante ciegos. Como los Apóstoles, estamos llenos de ilusiones acerca de lo que debe ser nuestra vida. Y la primera de esas ilusiones -extendidísima entre los hombres de nuestro tiempo, también entre los católicos, también entre los tradicionalistas- es pensar que Dios quiere que seamos felices en esta tierra. ¡No!: luego de una limitada e inestable felicidad en esta breve y accidentada vida, Dios nos quiere dar la verdadera felicidad en la otra vida, y Él sabe mediante qué cruces y mediante qué alegrías nos hará llegar a esa felicidad. Nosotros no sabemos.
Notemos que hay dos cegueras en el Evangelio de este domingo: la ceguera física del ciego que fue sanado y la ceguera espiritual de los Apóstoles, que también es la nuestra. La ceguera del alma es mucho más triste y peligrosa que la ceguera física. Pese a que generalmente pasa inadvertida, es más peligrosa porque priva de ver las más grandes bellezas, las de las realidades más profundas: las verdades divinas que enseña la Iglesia; y los que no ven esas grandes bellezas, se van tras de las pequeñas bellezas de las cosas terrenas, centran si vida en ellas, y cuando mueren va al lugar de oscuridad eterna, porque la Luz resplandece en las tinieblas (de nuestras almas), pero las tinieblas… no la recibieron… más a todos los que la recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, dice el Cap. 1 del Ev. de San Juan.
Para ser curados de su
ceguera, los Apóstoles tuvieron que ver
la resurrección del señor. Sólo entonces entendieron todo. En ese momento por
fin abrieron los ojos, comprendiendo que Cristo,
para llegar a la victoria de su
resurrección, antes tuvo que pasar por las amarguras de la cruz.
Para que nosotros seamos curados de nuestra ceguera, debemos comprender
y amar, entonces, esta verdad: “que para
entrar en el Reino de Dios, es necesario pasar por muchos sufrimientos” (Hc 14,
22). Si entendemos y amamos esta verdad fundamental de nuestra fe, tendremos la paz de Cristo en esta vida y
alcanzaremos la felicidad eterna.
Así que, queridos fieles: cuando alguno se dé cuenta de que está tan ciego como los Apóstoles, tenga ánimo, pues ellos pasaron por tres etapas: 1ª durante los años en que acompañaron a Cristo, anduvieron ignorantes de las más elevadas verdades divinas; 2ª durante la pasión, estuvieron a punto de perder la fe débil que tenían; 3ª pero en Pentecostés se llenaron de luz, de la verdadera sabiduría que sólo Dios puede dar. Tres etapas, entonces: una mala, otra peor y la última excelente. ¡Ánimo, entonces!, porque el ciego que, como el del Evangelio de hoy, pida de corazón a Dios ser curado, tarde o temprano verá todo lo que Dios quiere que vea.
Que por la intercesión de
la Madre de Cristo nuestra Luz, Dios nos conceda su Luz.
domingo, 7 de febrero de 2021
SERMÓN PARA EL DOMINGO DE SEXAGÉSIMA - P. Trincado
Cada uno de nosotros es la tierra en la que es sembrada la semilla, y cada uno elige qué clase de tierra ser: la buena o la mala. La tierra mala es de tres clases y dice San Remigio que en estas tres clases de tierra mala están comprendidos todos los que pueden oír la palabra de Dios, pero sin embargo no pueden alcanzar la salvación.
martes, 2 de febrero de 2021
RESPUESTA DEL ARZOBISPO VIGANÒ A UN SACERDOTE ESCRUPULOSO
..."como nadie querría asaltar los sacros palacios para expulsar a su indigno inquilino, hay con todo formas legítimas y proporcionadas de ejercer una auténtica oposición, incluido presionarlo para que dimita del cargo. Precisamente para defender el Papado y la sagrada autoridad que el pontífice recibe del Sumo y Eterno Sacerdote, es necesario apartar del cargo a quien lo humilla, socava y abusa de él. Me atrevería a añadir que también la renuncia arbitraria al ejercicio de la autoridad sagrada del Romano Pontífice es una gravísima ofensa al Papado, y de ello deberíamos considerar más culpable a Benedicto XVI que a Bergoglio."
"Si bien se mira, precisamente para defender la comunión jerárquica con el Romano Pontífice se hace necesario desobedecerle, denunciar sus errores y pedirle que dimita. Y pedirle a Dios que se lo lleve con Él cuanto antes, si de ello puede resultar en un bien para la Iglesia."
"Nuestra obediencia no tiene nada que ver con el servilismo cobarde ni con la insubordinación; al contrario, nos permite suspender todo juicio sobre quien sea o no sea papa y seguir comportándonos como buenos católicos aunque el Papa nos desprecie, insulte o excomulgue. Porque la paradoja no está en la desobediencia de los buenos a la autoridad del Papa, sino en el absurdo de tener que desobedecer a una persona que es al mismo tiempo papa y heresiarca, Atanasio y Arrio, luz de iure y tinieblas de facto. La paradoja está en que para seguir en comunión con la Sede Apostólica tenemos que apartarnos de aquel que debería representarla y vernos burocráticamente excomulgados por quien se encuentra en estado objetivo de cisma consigo mismo."