Los
resultados del GREC
En 2010, cuando
comenzaron las discusiones doctrinales en Roma, entre la Santa Sede y la
Fraternidad San Pio X, el GREC cesó sus actividades, por lo menos las
conferencias-debates[1].
Correos, conversaciones telefónicas, ¿continuaron para avanzar la “necesaria
reconciliación”? Es muy posible. Cuando se comparte el mismo objetivo, no es de
la noche a la mañana que se cortan las relaciones y las amistades entabladas en
el paso de los años. Por otra parte, es muy peligroso mantener contactos con
los herejes, y la herejía modernista es la más peligrosa a este respecto, pues
ella no afirma claramente sus errores. Encontrándose frecuentemente, se termina
por ligarse con amistad, relativizar lo que nos opone, ya no hablar de ello,
hasta que se abandona el combate.
Cuántos sacerdotes de la Tradición cayeron por haber jugado este juego
imprudente, con buenas intenciones al principio. Para un tal apostolado, es
necesario hombres fuertes como lo fue Mons. Lefebvre. Habiendo conocido a la
Roma de Pio XI y Pio XII, no se dejó impresionar por la Roma de Paulo VI o de
Juan Pablo II. Incluso un obispo de la envergadura de Mons. Lefebvre estuvo a
punto de caer en la trampa, firmando un protocolo de acuerdo el 5 de mayo de
1988. Pero se recobró heroicamente durante la noche y nos salvó.
Es tiempo de dar un
balance de las actividades de esta agrupación entre 1998 y 2010.
El
fracaso de las conferencias-debates.
Es impresionante ver,
leyendo la obra del P. Lelong, que después de doce años de discusiones, no hubo
cambio del lado de los “conciliares”, sabiendo todas las tendencias que existen
en aquellos que reivindican el Vaticano II: “cada uno mantuvo sus posiciones[2]”.
Dom de Lesquen todavía
está persuadido de que las consagraciones episcopales de 1988 fueron “un acto
cismático”, pudiendo conducir a un “cisma real” (pág. 13).
El P. Lelong es tan entusiasta
por el último concilio, que consagró un capítulo entero de la obra a defenderlo
sin ninguna reserva (Cap. IV, págs. 71-87).
Incluso los prejuicios
más groseros respecto a los tradicionalistas se mantuvieron intactos. Así,
relatando una entrevista de marzo de 2003 con el Cardenal Castrillón Hoyos, el
P. Lelong escribe:
Observamos que, en
nuestro país, las incomprensiones y tensiones entre el episcopado y la FSSPX,
tenían frecuentemente motivaciones políticas, mucho más que razones
verdaderamente teológicas. Esta observación me pareció muy justa pues, en los
años 70, frecuentemente escuché de los obispos franceses reprochar a los
católicos apegados a la misa en latín el ser de “extrema derecha” (págs.
44-45).
Estar allí después de
doce años de reuniones, discusiones, conferencias-debates, tiene algo de
desesperante.
El P. Lelong replicará
que la finalidad del GREC no era arreglar la cuestión doctrinal, cosa que solo
puede hacer la autoridad. Cierto, pero sin tener la pretensión de resolver los
problemas actuales con toda la técnica de los teólogos, es difícil comprender
que los sacerdotes, obispos, hablando de doctrina durante doce años, no hayan
avanzado ni un paso. Y ¿cómo explicar que las discusiones que tuvieron lugar en
2010 y 2011 entre los teólogos romanos y los de la FSSPX, dirigidos
notablemente por éstos últimos, resultaran en el mismo fracaso?
¿De dónde viene la
imposibilidad de discutir sobre la crisis en la Iglesia?
La primera causa, en el
clero actual es, de manera general, una concepción subjetiva y evolutiva de la
verdad, proveniente de una formación filosófica falseada.
Cuando ya no se busca la
verdad, no queda más que el “diálogo”, para encontrar un modo de vivir juntos
sin hacerse la guerra, llegar a cierta unidad respetuosa de nuestras
divergencias. La palabra diálogo
vuelve sin cesar en toda la obra:
Cuando estamos en
amistad, dice el P. Lelong, pienso frecuentemente en Gilbert Pérol que, al
participar activamente en el diálogo islámico-cristiano,
tuvo la idea de este diálogo entre católicos
(pág. 27).
Desde el Vaticano II, se
habla mucho en la Iglesia del diálogo
con los protestantes, los judíos, los musulmanes, el Dalai Lama, y también con
los ateos. Con los que no había diálogo,
eran los fieles apegados a la misa de San Pio V, etiquetados como integristas
(pág. 60)[3].
La finalidad misma del
coloquio parece lograda: los católicos franceses, de sensibilidades diversas e
incluso opuestas, han aceptado libremente el comprometerse con un diálogo que no prejuzga en nada una
total reconciliación –dominio reservado a los superiores competentes- pero que
abre la posibilidad, cuando llegue el día, que las instancias del diálogo se encuentren ante compañeros
capaces de comprensión y respeto mutuo, ya no acantonados en oposiciones
radicales[4].
En su obra magistral Iota Unum, Romano Amerio dedica todo un
capítulo al diálogo (capítulo XVI)[5]:
Este
término es totalmente desconocido e inusitado en la doctrina antes del concilio
Vaticano II (pág. 296). (…) El diálogo, dicen ahora,
no tiene como finalidad la refutación del error ni la conversión del
interlocutor[6].
El papa Benedicto XVI, en
su último discurso de Navidad a la Curia, antes de su lamentable dimisión, dijo
claramente cuál es la concepción del diálogo para la iglesia conciliar:
-El diálogo no tiene como
finalidad la conversión sino la comprensión. En esto se distingue de la
Evangelización, de la misión.
-En este diálogo, las dos
partes permanecen conscientemente en el interior de su identidad, que no
cuestionan ni para ellas mismas ni para los otros[7].
El GREC se sitúa
resueltamente en esta perspectiva. El P. Lelong, hablando de la fundación de
este grupo de reflexión, escribe:
Quedaba por precisar la
mejor manera de realizar este hermoso proyecto, asociando a él a católicos
pertenecientes a corrientes de pensamiento muy diversas pero que comparten
nuestra preocupación de contribuir a la unidad de la Iglesia en el respeto de
las legítimas diversidades (pág. 25).
¿Hasta dónde es legítima
la diversidad? El P. Lelong da la solución:
Después del motu proprio
del Santo Padre de julio de 2007, se puede esperar que el antiguo y el nuevo
rito no solamente van a cohabitar, sino a enriquecerse mutuamente, como lo
desea Benedicto XVI (pág. 82).
Es necesario que la FSSPX
comprenda que, si ella tiene mucho que aportar a la Iglesia de Roma, ella
también tiene mucho que recibir. Por lo tanto es necesario que ella cese de
rechazar en bloque el Vaticano II y que ella acepte sus grandes orientaciones
interpretándolas como lo propone hoy el Santo Padre (pág. 85).
El P. Barthe piensa que
esta cohabitación de los contrarios puede hacer regresar poco a poco las
autoridades de la Iglesia a la Tradición:
Igualmente que, desde el
punto de vista litúrgico, el motu proprio dice: la misa tradicional jamás fue
abolida, llegaremos a una situación en donde se dirá: la doctrina anterior al
Concilio, sobre los puntos controvertidos, jamás fue abolida. Se puede seguir
la “doctrina extraordinaria”. Y así como la liturgia extraordinaria atrae hacia
ella la liturgia ordinaria, así se puede desear que la “doctrina
extraordinaria” atraerá a la “doctrina ordinaria” (pág. 121).
Queremos gritar ¡sufficit!
¿Cuál es la parte
respectiva de las presiones romanas y del GREC en la evolución del pensamiento
de Mons. Fellay? Es difícil de decir. Ambos tuvieron ciertamente su influencia.
En todo caso, el espíritu del GREC se encuentra perfectamente en la Declaración Doctrinal de Monseñor Fellay enviada al Cardenal Levada el 15 de abril de 2012
para comprometer a todos los católicos fieles (que lo ignoraban) en un acuerdo
práctico con la Roma conciliar:
"La completa
Tradición de la fe católica debe ser el criterio y la guía para la
comprensión de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el cual a su vez,
ilumina -es decir profundiza y explica ulteriormente- ciertos aspectos de la
vida y de la doctrina de la Iglesia,
implícitamente presentes en ella, y aún no formulados conceptualmente" (n° 4).
"Nosotros declaramos
reconocer la validez del sacrificio de la Misa y de los Sacramentos celebrados
con la intención de hacer lo que hace la Iglesia según los ritos indicados en
las ediciones típicas del Misal romano y de los Rituales de los Sacramentos legítimamente promulgados por los papas
Paulo VI y Juan Pablo II" (n° 7).
Esta Declaración
Doctrinal jamás fue retractada por Monseñor Fellay. Fue simplemente “retirada”
con motivo de que “desgraciadamente, en
el contexto actual de la Fraternidad, ella no pasará[8]”.
Monseñor Fellay debería
saber que el compromiso con el error jamás hará la unidad.
Para la Iglesia, el
primer principio de unidad es la fe:
Jesús quiso que la unidad
de la fe existiese en su Iglesia; pues la fe es el primero de todos los
vínculos que unen al hombre con Dios, y a ella es a la que debemos el nombre
de fieles. (…) La Iglesia nada ha deseado con tanto ardor ni
procurado con tanto esfuerzo cómo conservar del modo más perfecto la integridad
de la fe[9].
Un “diálogo”, donde una
parte de los interlocutores no busca la verdad sino al contrario, una unión
fuera de la enseñanza infalible de la Iglesia, no puede ser más que un fracaso.
Y quien pierde es la Iglesia y la Fe.
En estas condiciones, se
comprende que después de doce años de discusiones -a veces mensuales- los
interlocutores conciliares de los representantes oficiosos de la Fraternidad,
permanecieron en sus posiciones.
Una
diplomacia peligrosa, y una fragilización de la Tradición.
Si el GREC se limitó a
las discusiones que no obtuvieron resultados, podremos decir con mucha razón
que se perdió el tiempo, y que la hora de la restauración de la Iglesia no ha
llegado.
Pero poner en movimiento
a todas las autoridades de la Iglesia haciéndoles pensar que la FSSPX desea una
regularización canónica y estar en plena comunión con la Santa Sede, ¿hay algo
más peligroso en una hora en que la iglesia conciliar continúa su caída en la
apostasía?
Esto fue completamente
opuesto a las resoluciones que la misma Fraternidad tomó en su capítulo general
de 2006:
Los contactos que la
Fraternidad mantiene episódicamente con las autoridades romanas, tienen como
único objeto ayudarlas a recuperar la Tradición que la Iglesia no puede renegar
sin perder su identidad, y no la búsqueda de una ventaja para ella misma, o de
llegar a un imposible “acuerdo” puramente práctico. El día en que la Tradición
recupere todos sus derechos, el problema de la reconciliación no tendrá razón
de ser y la Iglesia encontrará una nueva juventud[10]”.
Esta firme resolución
debió, normalmente, detener las tratativas diplomáticas del GREC a partir del
2006. No lo hizo.
Entonces, mientras que en
el mundo entero la Tradición continuaba viviendo y desarrollándose en la paz,
creyéndose protegida por las decisiones de las más altas instancias de la Fraternidad,
un grupo informal compuesto de personalidades tradicionalistas y conciliares,
continuaba discretamente a preparar la vía a un acuerdo práctico con “la Roma
de tendencia neo-modernista y neo-protestante[11]”.
El resultado es la
Tradición ha estado al borde de la catástrofe en junio de 2012: el
levantamiento de las “excomuniones” en 2009, que puso en marcha “un proceso
inevitable de acercamiento en vista de acuerdos entre la Santa Sede y la
FSSPX”, como lo predijeron los animadores del GREC en su carta al papa[12].
Mons. Tissier de Mallerais comentará:
Tengamos confianza en la
Santísima Virgen que nos ha preservado de un muy mal paso, es verdad. Este año,
Ella nos preservó de este mal paso, Ella no quiso esta historia de los
acuerdos: a saber, que fuéramos a Roma a someternos a las autoridades
conciliares. Ciertamente que ellos son la autoridad en la Iglesia, el papa es
papa, sucesor de Pedro, pero también es el representante de este sistema de
Iglesia que cubre la Iglesia, que paraliza la Iglesia, que envenena la Iglesia,
es lo que llamamos la iglesia conciliar por comodidad de lenguaje. No es otra
Iglesia, es otro tipo de Iglesia, es una nueva religión que ha penetrado en la
Iglesia católica, sostenida por el papa y toda la jerarquía, todos los obispos,
salvo excepciones rarísimas.
¿Cómo quieren, queridos
fieles, que nos sometamos a tal jerarquía? Hubiera sido imposible colaborar,
hubiera sido una colaboración de pacotilla, una mentira. Jamás hubiéramos
colaborado y hubiéramos sido perseguidos sin cesar, amenazados por los obispos
y por Roma. ¿Cómo quieren sobrevivir bajo tales condiciones?[13]
Sin embargo, la Tradición
terminó debilitada.
Es difícil decir qué
parte exacta tuvo el GREC en la evolución de la Tradición desde 1998. En todo
caso, no podemos dejar de relacionar los llamados reiterados de esta agrupación
a cesar los ataques contra Roma, y el hecho -constatado por todos- de la
pérdida del espíritu de combate de la Tradición. Por lo menos de manera
general. El ejemplo emblemático es el boletín de DICI, órgano oficial de la
Casa General de la Fraternidad. Dirigido por el P. Lorans, uno de los
principales animadores del GREC, DICI se aplica en mostrar siempre lo que es
menos malo en el papa y se calla los escándalos que hacen perder la fe. Las
quejas y reclamaciones continuas a Monseñor Fellay, provenientes de las
autoridades de la Fraternidad, sacerdotes, fieles, jamás han tenido efecto
alguno. Tal pertinacia nos da la evidencia de un cambio de orientación.
En la conferencia citada
más arriba, Mons. Tissier lanzó la señal de alarma:
Mons. Lefebvre transmitió
lo que recibió. Toda la herencia del P. Le Floch[14],
del Seminario, toda su experiencia, las transmitió en la Fraternidad, y esto
seguirá con la condición de que continuemos con el mismo espíritu de combate.
No se trata de bajar las armas en plena batalla; no iremos a buscar un
armisticio cuando la guerra está en su peor momento, con Asís III o IV, con la
beatificación de un falso beato –el papa Juan Pablo II- una cosa falsa, una
falsa beatificación y la exigencia recordada sin cesar por Benedicto XVI de
aceptar el concilio y las reformas, y el magisterio posterior del concilio.
La voz de Mons. Tissier,
eco de la de Mons. Lefebvre, parece haberse perdido en el desierto. No pensemos
que sin consecuencias.
Las primeras generaciones
construyeron la Tradición a punta de espada. Las nuevas generaciones recibieron
todo sin tener que combatir: capillas, escuelas, seminarios, casas religiosas,
etc. Están dormidas en un confort burgués. Como recién lo escribió un
editorialista:
La inmensa mayoría de los
fieles de nuestras capillas no se forman, no leen, no se preocupan más que
episódicamente del provenir de su familia y de sus hijos. La asistencia a misa
-a la cual llegan tarde muy frecuentemente- constituye para ellos el máximo que
pueden consentir para su salvación. Algunos agregan el rezo del Rosario diario,
los más fervorosos el Rosario completo. Algunos liberarán su consciencia
firmando una petición o arriesgándose en alguna “manifestación”, pero es todo.
No les hable de un trabajo de fondo, del estudio –por ejemplo- de la masonería
y su papel en el estado actual de una sociedad que se descristianiza. Evoque
con ellos las raíces de la descomposición de la Iglesia convertida en
conciliar, o de la crisis que afecta gravemente a la Tradición ahora mismo, y
les importa muy poco, los tiene sin cuidado.
Habría que agregar la
inmodestia en el vestir cada vez mayor en numerosas capillas, la disminución de
fieles que asisten a los ejercicios espirituales, y, como consecuencia, la
insuficiencia del número de vocaciones, etc.
Hay por supuesto, felices
y edificantes excepciones, pero no numerosas para dar un soplo de fervor al
conjunto.
A la hora que escribimos
este artículo, no sabemos si un acuerdo práctico de la FSSPX con la Roma
modernista se hará en un futuro más o menos próximo. Pero el simple hecho de ya
no denunciar los escándalos de Roma, o de hacerlo tímidamente y bajo la presión
de los fieles y de sacerdotes inquietos, evitando atacar nominalmente al papa,
hace que la Fraternidad se parezca cada vez más a las comunidades Ecclesia Dei que han abandonado el
combate de la fe. Cuando el espíritu de estas comunidades se adquiera
plenamente, un acuerdo práctico con la Roma actual no planteará ningún problema
a nadie. La nueva orientación de la Casa general de la Fraternidad habrá
destruido la obra de Mons. Lefebvre. El enemigo habrá vencido.
La Providencia,
¿suscitará un pequeño resto para continuar el combate y salvar lo que puede ser
salvado?
Fin.
[1] Es lo que la
señora Pérol afirmó en su entrevista en Radio Courtoisie (13 de abril de 2012)
[2] P. Lelong,
entrevista sobre el GREC en Radio Courtoisie.
[3] Intervención de
la señora Huguette Pérol durante la conferencia-debate del 26 de abril de 2007.
[4] Carta del P. de
la Brosse O.P. al Cardenal Castrillón Hoyos, del 6 de enero de 2004.
[5] Romano Amerio, Iota Unum, París, NEL, 1987, pág. 301.
[6] Esto lo dice La instrucción para el diálogo,
publicada el 28 de agosto de 1968 por el Secretariado para los no-creyentes
(Nota 7, pág. 301, del libro Iota Unum).
[7] Benedicto XVI, Discurso a la Curia, 21 de diciembre de
2012, La Documentation Catholique, 20
de enero de 2013, n° 2504, pág. 55.
[8] Carta de Mons.
Fellay al papa Benedicto XVI, de fecha 17 de junio de 2012.
[9] León XIII,
encíclica Satis Cognitum del 29 de
junio de 1896.
[10] El capítulo
general retomó aquí los términos de la carta de Mons. Lefebvre al papa Juan
Pablo II, del 2 de junio de 1988.
[11] Mons. Lefebvre, Declaración del 21 de noviembre de 1974.
[12] Carta del 20 de
octubre de 2008, citada más arriba.
[13] Mons. Tissier de
Mallerais, Conferencia en Gastines,
16 de septiembre de 2012.
[14] El P. Le Floch
fue el director del Seminario Francés de Roma donde Mons. Lefebvre realizó sus
estudios sacerdotales y donde se nutrió de la enseñanza de los papas,
especialmente contra los errores modernos.