PÁGINAS

domingo, 28 de febrero de 2021

MEDITACIÓN DE CUARESMA ACERCA DE LOS BENEFICIOS INMENSOS DE LA PASIÓN DE CRISTO

Ecce Homo, Reni

Los beneficios inmensos que hemos recibido de la pasión de Cristo:

1) El primero de todos, haber sido redimidos del pecado. Nos amó y nos absolvió de nuestros pecados por la virtud de su sangre (Apoc 1,5). Y San Pablo: Os vivificó con Él, perdonándoos todos vuestros delitos, borrando el acta de las decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz (Col 2,13-14).

2) En segundo lugar, nos rescató de la esclavitud del demonio. El mismo Jesús afirma en el Evangelio de San Juan: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a Mí (Jn 12,31-32).

3) Además, pagó el débito que habíamos contraído por nuestros pecados, ofreciendo el sacrificio más aceptable y grato a Dios; nos reconcilió con su Padre, volviéndonosle aplacado y propicio.

4) Por último, borrado el pecado, nos abrió las puertas del cielo que la culpa de nuestros primeros padres había cerrado. El Apóstol lo afirma explícitamente: Tenemos, pues, hermanos, en virtud de la sangre de Cristo, firme confianza de entrar en el santuario (He 10,19).

Todos estos frutos habían sido ya preanunciados en el Antiguo Testamento con diversos símbolos y figuras. Cuando, por ejemplo, se dice en el libro de los Números que nadie podía volver a la patria antes de la muerte del sumo sacerdote, quería significarse que a ninguno - por justo y santo que fuere - le era posible entrar en el cielo antes que hubiera muerto el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo (84). Después de su muerte, en cambio, quedaron abiertas las puertas del cielo para todos aquellos que, purificados por los sacramentos y adornados por las tres virtudes teologales, participen de los frutos de su pasión.

Todos estos preciosos y divinos dones fueron fruto maduro de la muerte dolorosa de Jesucristo:

a) Ante todo, porque Cristo satisfizo ínteqra v perfectamente a su Eterno Padre por nuestros pecados. El precio que paqó por ellos no sólo igualó, sino que sobrepasó cumplidamente el débito contraído.

b) Además, fue muy del agrado del Padre aquel sacrificio. Al ofrecerse el Hijo sobre el ara de la cruz, quedaron aplacadas su ira e indignación divinas. San Pablo escribe: Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave (Ep 5,2). Y el Príncipe de los Apóstoles hablando de la redención: Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro. corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto ni mancha (1P 1,18-19 Ap 5,9). Y de nuevo San Pablo: Cristo nos redimió de la maldición de la ley haciéndose por nosotros maldición (Ga 3,13).

sábado, 27 de febrero de 2021

domingo, 21 de febrero de 2021

SERMÓN PARA EL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA - P. Trincado

"Calvario", anónimo, s. XV, Museo del Prado

 

Celebramos hoy el primer domingo de Cuaresma. Para cumplir la voluntad de Dios en la Cuaresma, hay que hacer 4 cosas: 

1ª Luchar más esforzadamente contra el pecado.

2ª Orar más.

3ª Hacer penitencia.

4ª Hacer obras de misericordia o caridad fraterna. 

Primero: Luchar más esforzadamente contra el pecado. Debemos odiar el pecado porque debemos amar a Dios. Dios da gracias especiales de conversión en todas las Cuaresmas. Lo que Dios quiere de nosotros es una conversión profunda a Él, es decir, la firme resolución de amarlo, de cumplir su voluntad, de obedecer a sus mandamientos. Entonces, el que peca mortalmente rompa de una vez con el pecado mortal, el que habitualmente comete pecados veniales rompa con todo pecado deliberado. Eso es convertirse realmente a Dios. Eso es amar verdadero y profundo a Dios.

Segundo: Orar más. El que reza una corona del Rosario, rece dos; el que reza dos, comience en esta Cuaresma a rezar los 15 misterios; o recen el Vía Crucis, o lean la Biblia, o lean libros piadosos, etc.

Tercero: Hacer penitencia. Todo el que ha pecado está obligado a hacer penitencia. Las penitencias más comunes en la Iglesia son (o eran, mejor dicho) el ayuno y la abstinencia de carne, y ambas se deben intensificar notablemente en la Cuaresma. El que quiera vivir como verdadero católico debe hacer mucho más de lo que en esta materia es obligatorio según la desastrosa reforma hecha por Pablo VI a la práctica cuaresmal.

El ayuno que dispone la Iglesia consiste en tomar una sola comida fuerte al día, normalmente al medio día. De ser necesario, se permite comer algo en la mañana y en la noche. Otras formas de mortificación, para los que por causa de enfermedad o deberes no pueden ayunar, o para agregar a los ayunos: moderar las recreaciones, por ejemplo, viendo menos películas y teniendo más cuidado en la selección de éstas. Lo mismo con la música. Jugar menos, no asistir a fiestas, no ir a restaurantes ni a espectáculos, tener conversaciones más serias. Otras penitencias posibles: soportar algo de frío o de calor, privarnos de algunas de las comidas agradables, usar menos azúcar o menos sal, suprimir o disminuir determinadas comodidades; etcétera.

Sobre las mortificaciones o penitencias y particularmente sobre el ayuno, tengan en cuenta que son cosas que dan más fuerza a la oración. Dice Cristo: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que dan con ella" (Mt 7, 13-14); Y “si no hacéis penitencia, todos igualmente pereceréis” (Lc 13, 5).

Cuarto: Hacer obras de misericordia o caridad fraterna. En la explicación del Juicio Final que hace Nuestro señor en el Evangelio de San Mateo, todos los que se salvan, van al Cielo por haber hecho obras de misericordia: Entonces el Rey dirá a los de su derecha: venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui peregrino y me recibisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme…; y todos los que se condenan, van al Infierno por no haber hecho obras de misericordia: Entonces dirá también a los de su izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles; porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber; fui peregrino y no me recibisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis… 

Al inicio de la Cuaresma la Iglesia impone la sagrada Ceniza con el fin de recordarnos que somos compuestos de polvo y a polvo quedaremos reducidos con la muerte, y así nos humillemos y hagamos penitencia de nuestros pecados mientras tenemos tiempo. Las disposiciones espirituales con que debemos recibir la sagrada Ceniza son dos: un corazón arrepentido y humillado, y la santa resolución de pasar la Cuaresma en obras de penitencia.

Queridos fieles: que por la intercesión de nuestra Madre, Dios nos conceda una Cuaresma santa, esto es, vivida en espíritu de profunda conversión a Cristo mediante el arrepentimiento, el ayuno, la mortificación, la oración y las obras de misericordia.

miércoles, 17 de febrero de 2021

lunes, 15 de febrero de 2021

AYUNO Y ABSTINENCIA DURANTE LA CUARESMA: LA SAJM HA ABANDONADO LA OBSERVANCIA CUARESMAL MODERNISTA

Velázquez, Cristo Crucificado (detalle).


“La observancia de la Cuaresma es el lazo de nuestra milicia; por ella nos diferenciamos de los enemigos de la Cruz de Jesucristo; por ella esquivamos los azotes de la cólera divi- divina; por ella, amparados con la ayuda celestial durante el día, nos fortalecemos contra los príncipes de las tinieblas. Si esta observancia se relaja, cede en desdoro de la gloria de de Dios, deshonra de la religión católica y peligro de las almas cristianas; y no hay duda que este descuido sea fuente de desgracias para los pueblos, desastres en los negocios públicos e infortunios para los individuos.” (Benedicto XIV, Breve Non Ambigimus, 30-05-1741).


PabloVI, mediante la Constitución Apostólica Pӕnitemini, de 17 de febrero de 1966, destruyó la observancia cuaresmal tradicional del ayuno y la abstinencia.

El año 2018, el Monseñor Faure, Superior general de la SAJM, dispuso que la congregación abandone para siempre la observancia cuaresmal modernista, y se rija por lo que prescribe el Código de Derecho Canónico de 1917:

Canon 1250. La ley de la abstinencia prohíbe comer carne y caldo de carne, pero no prohíbe comer huevos, lacticinios y cualesquiera condimentos, aunque sean de grasa de animales.

Canon 1251.  §1. La ley del ayuno prescribe que no se haga sino una sola comida al día; pero no prohíbe tomar algún alimento por la mañana y por la tarde, con tal que se observe, respecto de la cantidad y la calidad, la costumbre aprobada en cada lugar.
§2. Tampoco está prohibido mezclar carne y pescado en la misma comida; ni cambiar la colación de la noche con la comida del mediodía.

Canon 1252.  §1. La ley de sola la abstinencia se ha de observar todos los viernes del año.
§2. Obliga la ley de la abstinencia con ayuno el miércoles de Ceniza, los viernes y sábados de Cuaresma y los tres días de las Cuatro Témporas, las vigilias de Pentecostés, de la Inmaculada Concepción, de la fiesta de Todos los Santos y de la Natividad del Señor.
§3. La ley de solo el ayuno se ha de observar todos los restantes días de Cuaresma.
§4. Cesa la ley de la abstinencia, o de la abstinencia y del ayuno, o del ayuno solo, en los domingos o fiestas de precepto, exceptuadas las fiestas que caigan en Cuaresma, y no se anticipan las vigilias; cesa también dicha ley el Sábado Santo después de mediodía.

Canon 1254.  §1. Están obligados a guardar abstinencia cuantos hayan cumplido los siete años de edad.
§2. Obliga la ley del ayuno a todos desde que han cumplido veintiún años de edad hasta que hayan comenzado el sexagésimo.


DE UN SERMÓN DE MONS. LEFEBVRE:

Nuestro Señor nos dio el ejemplo durante Su vida, aquí en la tierra: orar y hacer penitencia. Nuestro Señor, siendo libre de la concupiscencia y el pecado, hizo penitencia y ofreció reparación por nuestros pecados, mostrándonos así que nuestra penitencia puede ser beneficiosa no sólo para nosotros mismos, sino también para otros. 
Orad y haced penitencia. Haced penitencia con el fin de orar mejor, con el fin de estar más cerca de Dios Todopoderoso. Eso es lo que todos los santos hicieron, y es lo que nos recuerdan todos los mensajes de la Santísima Virgen.
¿Osaríamos decir que esta necesidad es menos importante en nuestros días que lo que fue en tiempos pasados? Por el contrario, podemos y debemos afirmar que hoy, más que nunca, la oración y la penitencia son necesarias porque se ha hecho todo lo posible para disminuir y denigrar estos dos elementos fundamentales de la vida cristiana.
Nunca antes se había visto que el mundo buscase satisfacer, sin ningún límite, los desordenados instintos de la carne, incluso hasta el punto de asesinar a millones de inocentes niños no nacidos. 
En estos tiempos, cuando incluso los hombres de Iglesia se alinean con el espíritu del mundo, somos testigos de la desaparición de la oración y la penitencia, particularmente en su carácter de reparación de pecados y para obtener el perdón de las culpas. 
En el Concilio los obispos pidieron una disminución del ayuno y la abstinencia en tal manera que las prescripciones prácticamente han desaparecido. Debemos reconocer el hecho de que esta desaparición es consecuencia del espíritu ecumenista y protestante que niega la necesidad de nuestra participación para la aplicación de los méritos de Nuestro Señor para cada uno de nosotros en la remisión de nuestros pecados y la restauración de nuestra filiación divina, esto es, nuestro carácter de hijos adoptivos de Dios.
En el pasado los mandamientos de la Iglesia preveían:
  • Ayuno obligatorio todos los días de la Cuaresma (excepto los Domingos), los días de las Témporas y en muchas vigilias;
  • Abstinencia todos los Viernes del año, los Sábados de Cuaresma y, en numerosas diócesis, todos los Sábados del año.
Lo que quedó de esas prescripciones fue el ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y la abstinencia para el Miércoles de Ceniza y los Viernes de Cuaresma.
Uno se sorprende ante los motivos de tan drástica disminución. 
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de santidad, pues serán saciados. La santidad se obtiene por medio de la Cruz, la penitencia y el sacrificio. Si verdaderamente buscamos la perfección, debemos seguir el Camino de la Cruz.
Escuchemos, durante este tiempo de Cuaresma, el llamado de Jesús y María, y comprometámonos a seguirlos en esta Cruzada de Oración y Penitencia.
Que nuestras oraciones, nuestras súplicas y nuestros sacrificios nos alcancen del Cielo la gracia para aquellos que están en lugares de responsabilidad en la Iglesia retornen a la verdadera y santa tradición, que es la única solución para revivir y florecer nuevamente las instituciones de la Iglesia.

sábado, 13 de febrero de 2021

SERMÓN PARA EL DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA - P. TRINCADO

Zurbarán: El Cristo de la Cruz (detalle).

Nos hallamos en los umbrales de la Cuaresma y la iglesia quiere que practiquemos, durante el tiempo cuaresmal, el ayuno y la limosna, es decir, la mortificación y la caridad. Por eso el Evangelio de hoy nos presenta dos escenas relativas a esas dos virtudes: en la primera Cristo anuncia su pasión y muerte y en la segunda se compadece y cura a un ciego. 

Tomando aparte a los doce, Jesús les dijo: mirad que subimos a Jerusalén y que se cumplirán todas las cosas que están escritas por medio de los profetas acerca del Hijo del Hombre, pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burla, afrentado y escupido; y después de azotarlo, lo matarán, y al tercer día resucitará. Pero ellos -dice el Evangelio- no comprendieron nada de esto.  

Muchas veces Nuestro Señor Jesucristo dijo a los Apóstoles que debía ir a Jerusalén para tres cosas: padecer, morir y resucitar. Las dos primeras cosas (padecer y morir) son la cruz, es decir, el misterio de los sufrimientos de Cristo, y nada hay menos comprendido que la cruz. Si los Apóstoles que vivían con Cristo no entendían el misterio de la cruz, ¿qué queda para nosotros? ¿Y por qué no entendemos las verdades divinas? ¿Por qué no entendemos lo que más nos conviene, lo que es realmente bueno para nuestras almas, para nuestra salvación; aquello que nos conduce a nuestra verdadera felicidad? 

La cruz está en las paredes de nuestras casas, adorna nuestros misales, la llevamos al cuello, hacemos el signo de la cruz; la cruz está constantemente con nosotros, y, sin embargo, no comprendemos la cruz porque no la tenemos en nuestros corazones. "Pero ellos no comprendieron nada de esto."  

Los Apóstoles no podían admitir la pasión y muerte de Jesús porque su mente estaba llena de ilusiones sobre un Mesías triunfal, conquistador y guerrero. Juzgaban las cosas de Dios con criterios demasiado humanos, y exactamente lo mismo nos sucede a nosotros. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos y mis caminos no son vuestros caminos, dice el Señor. Cuanto están los cielos de la tierra, tanto distan mis caminos que vuestros caminos (Is. 55 8-9). Por eso muchas veces nos toca oír  quejas como esta: “¿por qué Dios me ha hecho esto? ¿Por qué Dios ha permitido que me suceda este mal tan grande? No he hecho nada tan terrible como para merecer esto. Dios me ha abandonado. Dios no oye mis oraciones. Dios no me ama”. "Pero ellos no comprendieron nada de esto."  

Vemos las cosas con ojos demasiado humanos, es decir, estamos bastante ciegos. Como los Apóstoles, estamos llenos de ilusiones acerca de lo que debe ser nuestra vida. Y la primera de esas ilusiones -extendidísima entre los hombres de nuestro tiempo, también entre los católicos, también entre los tradicionalistas-  es pensar que Dios quiere que seamos felices en esta tierra. ¡No!: luego de una limitada e inestable felicidad en esta breve y accidentada vida, Dios nos quiere dar la verdadera felicidad en la otra vida, y Él sabe mediante qué cruces y mediante qué alegrías nos hará llegar a esa felicidad. Nosotros no sabemos. 

Notemos que hay dos cegueras en el Evangelio de este domingo: la ceguera física del ciego que fue sanado y la ceguera espiritual de los Apóstoles, que también es la nuestra. La ceguera del alma es mucho más triste y peligrosa que la ceguera física. Pese a que generalmente pasa inadvertida, es más peligrosa porque priva de ver las más grandes bellezas, las de las realidades más profundas: las verdades divinas que enseña la Iglesia; y los que no ven esas grandes bellezas, se van tras de las pequeñas bellezas de las cosas terrenas, centran si vida en ellas, y cuando mueren va al lugar de oscuridad eterna, porque la Luz resplandece en las tinieblas (de nuestras almas), pero las tinieblas… no la recibieron… más a todos los que la recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, dice el Cap. 1 del Ev. de San Juan. 

Para ser curados de su ceguera, los Apóstoles tuvieron que ver la resurrección del señor. Sólo entonces entendieron todo. En ese momento por fin abrieron los ojos, comprendiendo que Cristo, para llegar a la victoria de su resurrección, antes tuvo que pasar por las amarguras de la cruz. 

Para que nosotros seamos curados de nuestra ceguera, debemos comprender y amar, entonces, esta verdad: “que para entrar en el Reino de Dios, es necesario pasar por muchos sufrimientos” (Hc 14, 22). Si entendemos y amamos esta verdad fundamental de nuestra fe, tendremos la paz de Cristo en esta vida y alcanzaremos la felicidad eterna. 

Así que, queridos fieles: cuando alguno se dé cuenta de que está tan ciego como los Apóstoles, tenga ánimo, pues ellos pasaron por tres etapas: 1ª durante los años en que acompañaron a Cristo, anduvieron ignorantes de las más elevadas verdades divinas; 2ª durante la pasión, estuvieron a punto de perder la fe débil que tenían; 3ª pero en Pentecostés se llenaron de luz, de la verdadera sabiduría que sólo Dios puede dar. Tres etapas, entonces: una mala, otra peor y la última excelente. ¡Ánimo, entonces!, porque el ciego que, como el del Evangelio de hoy, pida de corazón a Dios ser curado, tarde o temprano verá todo lo que Dios quiere que vea.  

Que por la intercesión de la Madre de Cristo nuestra Luz, Dios nos conceda su Luz.


domingo, 7 de febrero de 2021

SERMÓN PARA EL DOMINGO DE SEXAGÉSIMA - P. Trincado

   

Acabamos de oír la parábola del sembrador, que se encuentra en todos los Evangelios, salvo en el de San Juan. En este sermón las citas de la Escritura están tomadas de los tres primeros Evangelios y las citas de los santos están tomadas de la Catena Áurea de Santo Tomás de Aquino. 

La parábola comienza diciendo Salió el sembrador a sembrar su semilla. Dice el Evangelio que la semilla es la palabra de Dios. El sembrador es Cristo. ¿Y qué resultó de la siembra? Se perdieron tres partes y una sola se salvó. ¡Cuántos son los malos y cuán pocos son los buenos, puesto que sólo se salva la cuarta parte de la semilla!, dice Teofilacto. Y San Juan Crisóstomo comenta: no es culpable el sembrador -que es bueno, ni la semilla, que es buena- de que se pierda la mayor parte de la siembra, sino la tierra que la recibe, es decir, el alma, porque el sembrador, al cumplir su misión, no distingue al rico ni al pobre, ni al sabio ni al ignorante, sino que habla indistintamente a todos.

Cada uno de nosotros es la tierra en la que es sembrada la semilla, y cada uno elige qué clase de tierra ser: la buena o la mala. La tierra mala es de tres clases y dice San Remigio que en estas tres clases de tierra mala están comprendidos todos los que pueden oír la palabra de Dios, pero sin embargo no pueden alcanzar la salvación.

RESPUESTA DEL ARZOBISPO VIGANÒ A UN SACERDOTE ESCRUPULOSO


 ..."como nadie querría asaltar los sacros palacios para expulsar a su indigno inquilino, hay con todo formas legítimas y proporcionadas de ejercer una auténtica oposición, incluido presionarlo para que dimita del cargo. Precisamente para defender el Papado y la sagrada autoridad que el pontífice recibe del Sumo y Eterno Sacerdote, es necesario apartar del cargo a quien lo humilla, socava y abusa de él. Me atrevería a añadir que también la renuncia arbitraria al ejercicio de la autoridad sagrada del Romano Pontífice es una gravísima ofensa al Papado, y de ello deberíamos considerar más culpable a Benedicto XVI que a Bergoglio."

"Si bien se mira, precisamente para defender la comunión jerárquica con el Romano Pontífice se hace necesario desobedecerle, denunciar sus errores y pedirle que dimita. Y pedirle a Dios que se lo lleve con Él cuanto antes, si de ello puede resultar en un bien para la Iglesia."

"Nuestra obediencia no tiene nada que ver con el servilismo cobarde ni con la insubordinación; al contrario, nos permite suspender todo juicio sobre quien sea o no sea papa y seguir comportándonos como buenos católicos aunque el Papa nos desprecie, insulte o excomulgue. Porque la paradoja no está en la desobediencia de los buenos a la autoridad del Papa, sino en el absurdo de tener que desobedecer a una persona que es al mismo tiempo papa y heresiarca, Atanasio y Arrio, luz de iure y tinieblas de facto. La paradoja está en que para seguir en comunión con la Sede Apostólica tenemos que apartarnos de aquel que debería representarla y vernos burocráticamente excomulgados por quien se encuentra en estado objetivo de cisma consigo mismo."


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