Tensión máxima en los sacerdotes de
la FSSPX: el fondo del asunto de los matrimonios.
El
asunto de los matrimonios en el seno de la FSSPX es reveladora de una
problemática mucho más profunda: la divergencia cada vez mayor entre la cabeza
y el cuerpo de la FSSPX. En cuestión, un cambio de actitud de la Casa General
de la FSSPX, que una gran parte de su base no tiene intención de asumir. El
asunto de los matrimonios ha encontrado allí su primera aplicación efectiva, de
allí la oposición masiva que encontró por parte de los decanos y de la
totalidad de los superiores de las comunidades religiosas tradicionales.
La
tensión, por lo tanto, es fuerte en la FSSPX. Mientras la Casa General,
adjudicándose un derecho que parece no tener [1], impone la delegación del
Ordinario para todos los matrimonios, la mayoría de los sacerdotes se opone y
se niega a pedir tal delegación. Ante este rechazo masivo, la Casa General impuso
que los distritos pasen por arriba de sus sacerdotes. En Francia, es el P.
André el que a partir de ahora está encargado de hacer la petición de delegación
para cada uno de los matrimonios a celebrar.
Volvemos a lo que está en juego en
la celebración del matrimonio
Esta
“imposición por la fuerza” oculta la verdadera problemática planteada por esta
petición de delegación al Ordinario, mientras que la crisis de la Iglesia va
creciendo. Uno de los sacerdotes lo explicó muy bien en una carta dirigida a
sus fieles, con el fin de explicar por qué no podía en conciencia obedecer la
orden de sus superiores.
“En
nuestros días, el asalto principal del infierno contra la pobre humanidad es
sobre el matrimonio. Nadie puede ignorar este ataque pues la familia es la
célula de base de la sociedad. Todos tienen el deber de defender la unión
matrimonial en su naturaleza, su fin y sus propiedades. Además los bautizados
que confiesan el carácter sacramental del matrimonio cristiano, deben proteger
la profesión de fe que comporta todo consentimiento matrimonial. Los futuros
esposos que serán los ministros de este sacramento (un sacerdote no “casa”) no
tienen el derecho de celebrarlo de una manera equívoca. Los sacerdotes tienen
el deber de recordarles eso y de ayudarlos a protegerse de las astucias del
clero modernista.
El
4 de abril de 2017, el cardenal Müller dio a conocer la autorización otorgada
por el Santo Padre a los obispos de todo el mundo de delegar un sacerdote
diocesano para bendecir el matrimonio de los fieles de la Fraternidad, o, en
caso de imposibilidad, de conceder a los sacerdotes de la Fraternidad las
facultades necesarias. Entonces fue anunciado que esta decisión del Santo Padre
iba a cambiar nuestra práctica actual. Ustedes saben que esta práctica consiste
en incitar a los fieles a aprovechar las disposiciones del canon 1098. Éste
permite casarse sin recurrir al clero conciliar en razón del grave peligro para
la fe que eso comporta. De ahora en adelante habrá que recurrir a los obispos y
actuar en función de sus respuestas. Algunos sacerdotes proponen una
cooperación mínima a esta nueva práctica contentándose con informarse cerca de
los obispos (sin hablar de ello a los fieles…) de lo que piensan hacer en la
línea o en el marco de la carta del cardenal Müller.
Pues
es allí que se plantea un verdadero problema de conciencia. ¿Está permitido alinearse
o entrar en ese marco? Es suficiente
contemplar las diferentes respuestas posibles -respuestas que habremos
provocado nosotros mismos- para darse cuenta de la inmensa dificultad.
La
posibilidad de hacer intervenir por principio un sacerdote modernista durante
una ceremonia de matrimonio es ciertamente imposible. Yo no pienso extenderme en este punto.
Ahora, si el obispo quiere enviar a un sacerdote de
su diócesis (o venir él mismo), ¿cómo reprochar el hacer exactamente lo que el
papa lo invita a hacer? ¿Cómo podemos agradecer
profundamente al papa por su decisión, escribir al obispo en el marco de esta
decisión, y luego rechazar la respuesta positiva del obispo? ¿Cómo podemos
alabar una decisión y ver un “grave inconveniente” cuando ésta es aplicada? Por
otro lado, es imposible recurrir a falsos argumentos, como por ejemplo decir
que es la pareja la que rechaza esta presencia de un sacerdote conciliar, o que
es la perplejidad que engendraría en nuestros fieles lo que nos obligarían a
rechazar la proposición del obispo. El pastor debe preceder al rebaño. Los
sacerdotes de la Fraternidad no se esconden detrás de la perplejidad de los
fieles, sino que la iluminan.
Si
el obispo rechaza toda delegación, ¿cómo podemos decir entonces que el recurso
al canon 1098 se vería reforzado mientras que el grave inconveniente sería
rebajado a una cuestión personal? Ya no son los futuros esposos los que se
negarían a recurrir a una autoridad peligrosa para la fe, sino que es tal
obispo que le niega a tal sacerdote en tal lugar y en tal momento una
delegación que éste se creyó obligado de pedir. La lógica de este planteamiento
no permite ni siquiera ver allí una injusticia, que por otra parte nunca ha
sido el problema fundamental.
Finalmente,
si el obispo da la delegación sin ninguna condición pero siempre en el marco de
la carta del cardenal Müller, ¿cómo proclamarlo gozosamente sin provocar
“escrúpulos de conciencia de algunos fieles unidos a la FSSPX” y sin perjuicio
en contra de todos los otros matrimonios que han sido o serán celebrados en
nuestras capillas? Al entrar en las disposiciones pontificales, se admitiría
que serían celebrados, con nosotros, dos clases de matrimonio y se establecería
entre ellos una jerarquía injusta. En lugar de honrar a los fieles valientes
que han recurrido al ministerio de los sacerdotes de la Tradición, se los verá,
sea con compasión porque ellos no tuvieron la dicha de encontrar un obispo
complaciente, sea con hostilidad porque ellos no quisieron entrar en las
disposiciones explícitamente establecidas para alcanzar una ilusoria
“plena comunión”.
Finalmente,
este sello conciliar que debe “asegurar” los matrimonios de nuestros fieles ¿no
es una invitación a volverse hacia las oficialidades diocesanas que pronuncias
por millares verdaderos “divorcios católicos” en nombre del código de 1983,
revisado de manera aún más laxista por Francisco? Los pobres esposos que están
dispuestos a poner su fe en peligro, a violar sus compromisos matrimoniales y a
entregarse al adulterio, desgraciadamente siempre encontrarán un sacerdote para
bendecirlos, incluso en el rito tradicional. ¿Es justo entonces debilitar las
convicciones de todos los fieles a fin de “volver menos fácil la traición de
algunos?” [2]
El cambio de actitud de la Casa
General
Nosotros
decíamos que esta fuerte tensión se deriva de un cambio de actitud de las más
altas autoridades de la FSSPX frente a la crisis que atraviesa la Iglesia.
Vemos de su parte un triple reposicionamiento:
-Relativización
de la nocividad del concilio Vaticano II
-Silencio
sobre los errores y escándalos de la iglesia conciliar
-Relativización
del estado de necesidad.
1. La relativización de la
nocividad del concilio Vaticano II
Esta
relativización, en curso desde hace algunos años, no es enunciada claramente
sino que es insinuada, destilada a través de discursos, entrevistas o cartas.
“La libertad religiosa es utilizada de muchas maneras,
y viendo de cerca yo realmente tengo la impresión que no muchos conocen lo que
el Concilio dijo al respecto. El Concilio presenta una libertad religiosa de
hecho muy, muy limitada. Muy limitada”. (Entrevista a “Catholic News Services”, 11 de Mayo
de 2012, min. 1:28 a 1:44)
“En la Fraternidad se está haciendo de los errores del
Concilio unas súperherejías, eso se vuelve como el mal absoluto, peor que
todo, de la misma manera que los liberales han dogmatizado ese concilio
pastoral. Los males ya son lo suficientemente dramáticos para exagerarlos más”. (Carta respuesta a los 3 Obispos, 14 de Abril de
2012).
Los ejemplos podrían multiplicarse. Lo que se ve en
ello es que en estos momentos de irenismo, el concilio sólo es visto en su
materialidad, independientemente de su espíritu liberal omnipresente y
peligrosísimo, ya que el liberalismo, con su sucedáneo que es el modernismo,
son la cloaca de todas las herejías. Estas intervenciones por parte de los
superiores no suceden sin crear tensiones en el seno de la FSSPX. Visto que el
combate liberal está inscrito en los mismos genes de la obra de Mons. Lefebvre,
aparecen entonces los “sacerdotes OGM” [Organismos Genéticamente modificados,
nota de NP] frente a los “sacerdotes BIO” [sin contaminación genética, nota de
NP].
2.
El silencio sobre los errores y escándalos de la iglesia conciliar
Es desde el 2011 que pueden ser observados silencios
cuasi sistemáticos cuando debían ser denunciados los actos escandalosos (que
llevan al pecado) planteados por el mismo papa, al parecer convertido en
intocable. Esto se observa en la comunicación oficial de la FSSPX durante la
reunión interreligiosa de 2011 en Asís, durante la canonización de Juan Pablo
II (2014), antes, durante y después del Sínodo de la familia. Esto es verdad
también durante la instauración de un “divorcio católico” o la reforma de los
procedimientos de nulidad de matrimonio, en el caso de Amoris Laetitia o de la
rehabilitación de Lutero. Tampoco una palabra sobre la recepción solemne de su
estatua en el Vaticano el pasado 13 de octubre, mientras que ese día, también
en el Vaticano, “se” negociaba en la sala de al lado una eventual prelatura
para la FSSPX; “se” quijoteó con un comunicado a este respecto, sin hacer
alusión alguna al terrible escándalo por el que fue manchado este día de
aniversario de las apariciones de Fátima.
Este silencio tiene su importancia. En abril de 2011
se beatificó al papa Juan Pablo II. La FSSPX hizo aparecer poco antes sus dubia
relativas a esta beatificación, publicación que hubiera precipitado la
terminación de las discusiones doctrinales entonces en curso entre la Santa
Sede y la FSSPX. No se puede continuar disparando sobre aquél con quien se
negocia, hay que escoger. Entonces la FSSPX escogió en el curso de este año
2011, cuando relanzó el proceso de negociación en septiembre, con miras a un
acuerdo puramente práctico. Este silencio es por lo tanto un prerequisito a
todo acuerdo. Un prerequisito: no una concesión para el futuro, a partir del
día que la reconciliación sea un hecho, sino un prerequisito para vivir hoy, y
de hecho vivido desde septiembre de 2011. Este prerrequisito no se dice, pero
está en vigor desde hace años. Y es mucho más peligroso que no esté por
escrito, pero condiciona toda una actitud, que el tiempo no ha dejado de hacer
cada vez más ambigua.
Encontramos allí una de las causas profundas de las
tensiones existentes en el seno de la FSSPX. Pues si las autoridades de la
FSSPX quisieron hacer pasar este cambio de actitud por una simple modernización
de su comunicación para volverla más positiva y más atractiva (el famoso “branding”),
muchos sacerdotes de esta sociedad no han sido engañados. Muchos sienten
incluso el deber de gritar tan fuerte para que se callen sus superiores, y
hemos asistido así a una verdadera guerra de comunicación, oponiendo a aquellos
que anteriormente estaban unidos en un mismo combate.
3.
La relativización del estado de necesidad
De manera consecuente a estos primeros puntos de
tensión, un tercero aparece hoy abiertamente con el asunto de los matrimonios.
Éste consiste en relativizar el estado de necesidad en el cual nos encontramos
hoy en día, dicho de otro modo, a relativizar la cuasi universalidad de la
crisis que atraviesa la Iglesia. Desde hace ya años, la comunicación oficial de
la Casa General le gusta hacer hincapié en cómo se multiplican los prelados,
obispos y cardenales que supuestamente se apegan cada vez más a la Tradición
auténtica de la Iglesia, hecho verdaderamente nuevo a sus ojos; como si Mons.
Lefebvre no hubiera conocido a los cardenales Oddi, Stickler, u otros…
Pero con el asunto de los matrimonios, esta
relativización del estado de necesidad es por primera vez asumida abiertamente
como tal. Cierto que su existencia es recordada por los “comentarios
autorizados” y las “aclaraciones” sucesivas publicadas por la Casa General,
pero con un límite del cual importa tomar conciencia. Por principio, ya no es
presentada como una crisis general de la fe tocando a la cuasi universalidad de
los obispos (¿cómo recurrir entonces a ellos de manera habitual?) sino
solamente en razón de las carencias relativas al matrimonio, que es lo único
que importa preservar en el presente caso.
Además, cuando jamás la actitud del papa ha sido tan
escandalosa, la comunicación oficial de la FSSPX afirma por su parte que el
caso de necesidad disminuye hoy en día. Esto es en efecto lo que leemos bajo la
pluma del P. Knittel, en la revista oficial de la Casa General “Nouvelles de
Chrétienté”:
“Este estado de necesidad ha comenzado a dar marcha
atrás con el Motu Proprio del 7 de julio de 2007, donde Benedicto XVI reconoció
que la misa tradicional jamás ha sido abrogada. Las decisiones del papa
Francisco relativas al apostolado de la FSSPX acentúan este movimiento”.
Desde un punto de vista práctico, tal discurso
condiciona el estado de necesidad a la obtención o no de ventajas personales
concretas, dicho de otro modo, a subjetivarlo, y esto independientemente de la
situación objetiva cada vez más grave, la cual es olvidada. De allí que hay una
nueva tensión entre los sacerdotes de la FSSPX, y los decanos que recuerdan por
su parte la verdadera naturaleza de este estado de necesidad:
“Como ustedes saben, desgraciadamente no
existe duda alguna sobre la situación extraordinariamente dramática que
atraviesa la Iglesia [3]. Ésta sufre todavía hoy y ahora en mayor intensidad,
lo que Mons. Lefebvre llamaba “el golpe maestro de Satanás”: “Difundir los
principios revolucionaros por la misma autoridad de la Iglesia [4]”. Vemos en
efecto a las autoridades de la Iglesia, desde la sede de Pedro hasta el
párroco, atentar directamente contra la fe católica mediante un humanismo
corrompido que, llevando al pináculo el culto de la conciencia, destrona a
Nuestro Señor Jesucristo. Así, la realeza de Cristo sobre las sociedades
humanas es simplemente ignorada o combatida, y la Iglesia está tomada por este
espíritu liberal que se manifiesta especialmente en la libertad religiosa, el
ecumenismo y la colegialidad. A través de este espíritu, es la misma naturaleza
de la Redención realizada por Cristo la que es cuestionada, es la Iglesia
católica, única arca de salvación, que es negada en los hechos. La misma moral
católica, ya estremecida en sus fundamentos, es derribada por el papa
Francisco, por ejemplo cuando abre explícitamente el camino a la comunión de
los divorciados vueltos a “casar” que hacen vida marital”.
Esta actitud dramática de las
autoridades eclesiales conlleva sin duda alguna un estado de necesidad para el
fiel. En efecto, hay no solamente un grave inconveniente sino un peligro real
al poner su salvación entre las manos de pastores imbuidos de este espíritu
“adúltero [5]” […] Para aquellos que
sostienen que tal práctica sería ahora inválida debido a que las autoridades
eclesiásticas ofrecen una posible delegación por parte del Ordinario,
contestamos que el estado de necesidad que justifica nuestro actuar es más
dogmático que canónico y que la imposibilidad de recurrir a las autoridades existentes
no es física sino moral”.
Comprendemos
entonces el último y supremo punto de tensión entre los sacerdotes de la FSSPX:
unos, teniendo en cuenta la situación cada vez más grave que atraviesa la cuasi
universalidad de la Iglesia, se protegen con cada vez más prudencia. Los otros,
porque el peligro va disminuyendo a sus ojos, no aspiran más que a una
regularización total de su situación y a un reconocimiento canónico. Llevada al
extremo, esta tensión ha llevado y llevará sin duda a todavía más salidas de
sacerdotes, sea hacia la resistencia, el sedevacantismo o con los conciliares.
Conclusión
La
distancia recorrida por las autoridades de la FSSPX en algunos años se vuelve
manifiesta si escuchamos el sermón dado por Mons. Fellay el 4 de agosto de 2009
en San Nicolás de Chardonnet:
“Estimados hermanos, no se asombren si la
Fraternidad prácticamente no se mueve cuando vengan las invitaciones de Roma a
una nueva reconciliación después de la aparición de este motu proprio. Pues
esto tomará tiempo. Es todo un estado de espíritu en la Iglesia que es
necesario cambiar, y más que un estado de espíritu, son los principios. Es
necesario que la autoridad en la Iglesia reconozca estos principios mortíferos
que paralizan la Iglesia desde hace cuarenta años. Mientras esto no se haga, es
bastante difícil pensar en un acuerdo práctico. ¿Y por qué? Porque cuando son
estos principios los que rigen la vida de la Iglesia, cuando haya el mínimo
diferendo, será arreglado en nombre de estos principios malos. Esto quiere
decir que un acuerdo práctico en estas circunstancias está perdido por
anticipado. Es cuestionar todo este combate que celebramos nosotros hoy, sería
una contradicción verdaderamente total con lo que hemos dicho hasta ahora. No
es eso lo que nosotros queremos, evidentemente queremos un estado normal de las
cosas, pero eso no depende de nosotros. Si nos encontramos en esta situación no
es porque lo hayamos querido. De nuevo, es por necesidad. Y esta necesidad continúa”.
Fuerza
es de constatar que los principios malos denunciados así por Mons. Fellay en
2009 no han cambiado en Roma, y que su aplicación se hace cada vez más mala
bajo el gobierno del papa Francisco. Pero también hay que constatar que si Roma
no ha cambiado, Menzingen ha realizado su revolución. Pero no todos sus
sacerdotes, de allí las tensiones presentes.
En
esta tormenta que atraviesa la FSSPX, el momento decisivo vendrá sin duda en el
capítulo general de esta sociedad religiosa, previsto en sus estatutos para
julio de 2018. En primer lugar deberá pronunciarse sobre este triple
reposicionamiento de las autoridades de la FSSPX para validarlos o revocarlos.
De allí saldrá la continuación o la implosión de la FSSPX.
Christian
Lassale
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[1] –
Cf. artículo "El asunto de los matrimonios, ¿de qué se trata?” en MPI.
[2] –
Cf. Artículo del P. Camper : « Exceptionnel »
[3] Incluso
cuando hay duda en cuanto a la existencia de esta situación excepcional que
autoriza el uso de la forma extraordinaria del matrimonio, hay que subrayar
que, en virtud de la ley, la iglesia supliría la falta de jurisdicción ( Código
de 1917, canon 209; Código de 1983, canon 144), manteniendo así el acto
totalmente válido.
[5] Mons
Lefebvre, Declaración pública con motivo de la consagración episcopal, Fideliter ,
29 y 30 de junio de 1988.