DECLARACIÓN DE LOS OBISPOS DE LA RESISTENCIA CATÓLICA CON OCASIÓN DE LA CONSAGRACIÓN DE DOM TOMÁS DE AQUINO EN LA FIESTA DE SAN JOSÉ, AÑO 2016.
Nuestro Señor Jesucristo, habiéndonos
advertido que en su segunda venida, la fe habrá casi desaparecido del mundo
(Luc. XVIII, 8); de lo que se deduce que a partir del triunfo de su Iglesia en la Edad
Media, ella sólo podía conocer un gran descenso hasta el fin del mundo. Tres
explosiones en particular han marcado este descenso: la del protestantismo que rechazó a
la Iglesia en el siglo XVI; la del liberalismo que ha rechazado a Jesucristo en
el siglo XVIII; y la del comunismo que ha rechazado a Dios completamente en el
siglo XX. Pero lo peor de todo es cuando esta Revolución por etapas ha logrado
finalmente penetrar en el interior de la Iglesia con el Vaticano II
(1962-1965). Queriendo acercar a la Iglesia al mundo moderno que tanto se
había alejado de ella, el Papa Paulo VI supo hacer adoptar por los Padres del Concilio
“los valores de dos siglos de cultura liberal”. Ellos asimilaron notablemente
la libertad, la igualdad y la fraternidad Revolucionarias bajo la forma
respectivamente de la libertad religiosa, que realzando la dignidad
humana, implica la elevación del hombre por encima de Dios; de la colegialidad, que promoviendo la democracia nivela y subvierte toda autoridad en la Iglesia;
y del ecumenismo, que al alabar a las falsas religiones, implica la
negación de la divinidad de NSJC. Y en el medio siglo transcurrido desde el fin
del Vaticano II, las consecuencias mortales para la Iglesia de esta adopción de
los “valores” Revolucionarios se han hecho cada vez más evidentes, culminando
en los gravísimos escándalos casi cotidianos que manchan el pontificado del
Papa reinante.
Sin embargo, lo más grave de todo en el siglo XXI, es tal vez esta masa de Católicos, clérigos y laicos, que todavía siguen mansamente a los destructores. En efecto, ¿cómo es que muchos de los destructores no ven lo que hacen? Por una “desorientación diabólica” evocada ya antes del concilio por Sor Lucía de Fátima. ¿Y cómo muchos de los laicos todavía no ven que la autoridad católica no existe más que para establecer la Verdad católica, y desde que ella la traicionó, pierde su derecho a ser obedecida? Por la misma desorientación. ¿Y en qué consiste ésta, exactamente? En la pérdida de la Verdad, en la pérdida progresiva de todo sentido de la existencia misma de una Verdad objetiva, porque quisieron liberarse de la realidad de Dios y de sus criaturas, para reemplazarla por la fantasía de los hombres, con el fin de poder hacer lo que les da la gana. Siempre la falsa libertad.
Pero Dios no abandona a su Iglesia, y por lo eso en los años 1970 suscitó a Mons. Lefebvre para venir en su ayuda. Éste supo reconocer que los Papas y sus cofrades en el concilio abandonaron la Tradición de la Iglesia en el nombre de la modernidad, y, haciendo esto, terminarían por destruir la Iglesia. Y entonces supo constituir en el interior de la Iglesia, como por milagro, una sólida resistencia a la obra de destrucción bajo la forma de una Fraternidad Sacerdotal que dedicó a San Pio X, Papa perfectamente perspicaz en cuanto a la corrupción de los tiempos modernos. No obstante, las Autoridades romanas no soportaron que se les negara su supuesta “renovación” conciliar, y ellos hicieron todo para que esta resistencia desapareciera, pero Mons. Lefebvre los enfrentó. Para asegurar la supervivencia de su obra, de una importancia única para la defensa de la Tradición católica, en 1988 Mons. Lefebvre procedió a consagrar cuatro obispos contra la voluntad explícita de las Autoridades romanas extraviadas, pero implícitamente de acuerdo con la voluntad de los Papas de toda la historia de la Iglesia, salvo los últimos cuatro, todos ganados por el concilio. Esta decisión heroica de Mons. Lefebvre fue luego justificada ampliamente por la decadencia ininterrumpida de las autoridades de la Iglesia, que no hicieron más que conformarla al siglo podrido. De estos cuatro obispos, el que hablara español debía instalarse en América del Sur para ocuparse de los fieles que querían conservar la Fe de siempre en todo este continente antes tan católico, pero donde ya no había obispos seguros para llevarlos al Cielo.
Desgraciadamente, la decadencia no cesó desde entonces, sino que ahora es la FSSPX que cae, a su vez, víctima de la putrefacción universal. Durante su Capítulo General de 2012, sus jefes, bajo su Superior General, la hicieron volverse hacia el concilio. En lugar de insistir sobre la primacía de la doctrina católica de siempre, de la Tradición, ellos abrieron la puerta a un acuerdo con la Roma oficial, consagrada al concilio. Y por lo tanto, desde el 2012, la misma desorientación se abre paso en el interior de la Fraternidad, y, al menos por el momento, ya no podemos contar con sus obispos. Es muy triste, pero es normal en el estado actual de la Iglesia y el mundo. Por lo tanto, de nuevo es necesario consagrar un obispo para asegurar la supervivencia de la Fe de siempre, sobretodo en todo un continente de almas que necesitan un verdadero pastor para salvarse por la eternidad.
¡Que Dios esté con él! Rogamos a la Santísima Virgen para que Ella lo guarde bajo su manto, fiel hasta la muerte.
Sin embargo, lo más grave de todo en el siglo XXI, es tal vez esta masa de Católicos, clérigos y laicos, que todavía siguen mansamente a los destructores. En efecto, ¿cómo es que muchos de los destructores no ven lo que hacen? Por una “desorientación diabólica” evocada ya antes del concilio por Sor Lucía de Fátima. ¿Y cómo muchos de los laicos todavía no ven que la autoridad católica no existe más que para establecer la Verdad católica, y desde que ella la traicionó, pierde su derecho a ser obedecida? Por la misma desorientación. ¿Y en qué consiste ésta, exactamente? En la pérdida de la Verdad, en la pérdida progresiva de todo sentido de la existencia misma de una Verdad objetiva, porque quisieron liberarse de la realidad de Dios y de sus criaturas, para reemplazarla por la fantasía de los hombres, con el fin de poder hacer lo que les da la gana. Siempre la falsa libertad.
Pero Dios no abandona a su Iglesia, y por lo eso en los años 1970 suscitó a Mons. Lefebvre para venir en su ayuda. Éste supo reconocer que los Papas y sus cofrades en el concilio abandonaron la Tradición de la Iglesia en el nombre de la modernidad, y, haciendo esto, terminarían por destruir la Iglesia. Y entonces supo constituir en el interior de la Iglesia, como por milagro, una sólida resistencia a la obra de destrucción bajo la forma de una Fraternidad Sacerdotal que dedicó a San Pio X, Papa perfectamente perspicaz en cuanto a la corrupción de los tiempos modernos. No obstante, las Autoridades romanas no soportaron que se les negara su supuesta “renovación” conciliar, y ellos hicieron todo para que esta resistencia desapareciera, pero Mons. Lefebvre los enfrentó. Para asegurar la supervivencia de su obra, de una importancia única para la defensa de la Tradición católica, en 1988 Mons. Lefebvre procedió a consagrar cuatro obispos contra la voluntad explícita de las Autoridades romanas extraviadas, pero implícitamente de acuerdo con la voluntad de los Papas de toda la historia de la Iglesia, salvo los últimos cuatro, todos ganados por el concilio. Esta decisión heroica de Mons. Lefebvre fue luego justificada ampliamente por la decadencia ininterrumpida de las autoridades de la Iglesia, que no hicieron más que conformarla al siglo podrido. De estos cuatro obispos, el que hablara español debía instalarse en América del Sur para ocuparse de los fieles que querían conservar la Fe de siempre en todo este continente antes tan católico, pero donde ya no había obispos seguros para llevarlos al Cielo.
Desgraciadamente, la decadencia no cesó desde entonces, sino que ahora es la FSSPX que cae, a su vez, víctima de la putrefacción universal. Durante su Capítulo General de 2012, sus jefes, bajo su Superior General, la hicieron volverse hacia el concilio. En lugar de insistir sobre la primacía de la doctrina católica de siempre, de la Tradición, ellos abrieron la puerta a un acuerdo con la Roma oficial, consagrada al concilio. Y por lo tanto, desde el 2012, la misma desorientación se abre paso en el interior de la Fraternidad, y, al menos por el momento, ya no podemos contar con sus obispos. Es muy triste, pero es normal en el estado actual de la Iglesia y el mundo. Por lo tanto, de nuevo es necesario consagrar un obispo para asegurar la supervivencia de la Fe de siempre, sobretodo en todo un continente de almas que necesitan un verdadero pastor para salvarse por la eternidad.
¡Que Dios esté con él! Rogamos a la Santísima Virgen para que Ella lo guarde bajo su manto, fiel hasta la muerte.
Mons. Richard WILLIAMSON
Mons. Jean-Michel FAURE
Mons. Thomas d’Aquin