Mons.
De Castro Mayer nació el 20 de junio de 1904 en la ciudad paulista de Campinas.
Fue ordenado sacerdote el 30 de octubre de 1927. El Papa Pio XIII lo nombro, el
6 de marzo de 1948, obispo titular de Priene, recibiendo la consagración
episcopal el 23 de mayo. El 3 de enero de 1949, el mismo Sumo Pontífice le
confió la diócesis de Campos, en el Estado de Rio de Janeiro. Rigió a su grey
con espíritu sobrenatural, gran sabiduría y encendido celo apostólico durante
casi 40 años. Al final de su vida reunió a sus sacerdotes fieles a la
Tradición, transformando Campos en un bastión del Catolicismo íntegro,
obediente al magisterio pontificio de los veinte siglos cristianos, pero
resistente a los errores conciliares, e hizo de su casa un seminario.
Dotado
de una clarividencia notable, su mirada de águila descubre, ya una década antes
de la inauguración del concilio Vaticano II, el rumbo del modernismo redivivo,
revestido con ropajes de un falso progreso, que se denominó progresismo. Con
fecha de la fiesta de la Epifanía de 1953 sale a la luz su carta pastoral sobre
“Los problemas del apostolado moderno”,
seguido de un compendio de “Verdades
oportunas que se oponen a los errores contemporáneos”, un clásico sobre la
crisis religiosa de nuestro tiempo. Allí el Obispo de Campos condena las
novedades envenenadas que iban a enseñorearse del mundo católico a resultas del
concilio anti-Mariano de 1962-1965, y expone la recta doctrina que es el
antídoto de los errores señalados. Es uno de los pocos que dan importancia a
los errores anti-litúrgicos –ya en enero de 1953- pues empieza la exposición
con el enunciado y la refutación de los yerros que atentan contra el culto
católico. También da enseñanzas certeras sobre la estructura de la Iglesia,
métodos de apostolado, vida espiritual, Estado Católico, etc.
No
transó con la apostasía, ni con los errores, ni con el mal. La intransigencia es a la virtud lo que el
instinto de conservación es a la vida. Una virtud sin intransigencia o que odia
la intransigencia no existe, o conserva apenas la exterioridad. Una fe sin
intransigencia, o está muerta, o solo vive exteriormente, porque perdió el
espíritu” (Carta Pastoral citada). Es evidente que un obispo tan fiel al
Evangelio, tan consecuente con la enseñanza del Divino Maestro de “El que no está por Mí, contra Mí está y el
que conmigo no recoge, desparrama” (Mat 12,30), no podía aprobar el
ecumenismo de Juan Pablo II.
Tampoco
excusó a los laicos del buen combate: “Cualquier
fiel, en presencia de una doctrina ya condenada, tiene el derecho y a veces el
deber de combatirla. Si se encuentra con una doctrina no condenada
explícitamente, pero incompatible con las enseñanzas de la Iglesia, puede, y a
veces debe, bajo su responsabilidad personal, señalar tal incompatibilidad y
oponerse en la medida de lo posible a la propagación de esta doctrina” (Ídem).
No
son muchos los que ven la peligrosidad de la “línea media”. El Obispo de Campos
la consignó en su pastoral: “Esta
tendencia a conciliar extremos inconciliables, de encontrar una línea media
entre la verdad y el error, se manifestó desde los principios de la Iglesia. Ya
el Divino Salvador advirtió contra ella a los Apóstoles: Nadie puede servir a
dos señores. Y luego cita a Pio XII: “Un
hecho que siempre se repite en la historia de la Iglesia es el siguiente: que cuando
la fe y la moral cristianas chocan contra fuertes corrientes de errores o
apetitos viciados, surgen tentativas de vencer las dificultades mediante algún
compromiso cómodo o de apartarse de
ellas o de cerrar los ojos”.
Participó
en la consagración de los obispos con Mons. Lefebvre en Ecône, el 30 de junio
de 1988. Allí declaró: “Mi presencia
aquí, en esta ceremonia, tiene como causa un deber de conciencia, el de hacer
una profesión de Fe Católica, delante de toda la Iglesia. (…) Quiero manifestar aquí mi adhesión sincera y
profunda a la posición de S.E. Mons. Marcel Lefebvre, dictada por su fidelidad
a la Iglesia de todos los siglos. Nosotros hemos bebido de la misma fuente que
es la Santa Iglesia Apostólica y Romana.
Monseñor Williamson y Monseñor Faure: Continuando el buen combate de la Fe. |
¡Deo Gratias!
(Tomado parcialmente de la Revista Roma AEterna 118, de abril de 1991).