Segunda parte:
TODA
JURISDICCIÓN DEBE PERMANECER
SOMETIDA A LA
MORAL
LÍMITES DE LA JURISDICCIÓN QUE SE DERIVAN DE LA MISMA
MORAL
¿De qué valen
las amenazas o las prohibiciones que la FSSPX parece querer multiplicar? ¿Es
posible una evaluación moral?
1.- En cuanto al
fondo.
El espíritu de la Iglesia, su
moral, su disciplina, son de otra naturaleza. La teología moral está siempre
impregnada de justicia y de caridad. Para convencerse, es suficiente consultar
buenos autores. Planteamos la pregunta: ¿Estimar que no se debe hacer acuerdos
con Roma, en qué sería un pecado público que merece la negación de los
sacramentos, cuando el mismo Monseñor Fellay dijo en una conferencia en Kansas
City que hubiera sido malo obtener este reconocimiento? “Nosotros agradecemos a la Santísima Virgen, dijo, de
habernos preservado de toda clase de acuerdo el año pasado”. Querer cambiar
de orientación era, por lo menos, una opción muy dudosa. Por lo tanto, no es
pecado rechazar los acuerdos. Escuchemos a Frassinetti:
Para definir que
una cosa es pecado, hay que aportar en apoyo de su aserción, un texto evidente
de la Sagrada Escritura o una definición de la Iglesia, o el consentimiento
universal de los teólogos. (Págs. 26-27).
2. ¿Hay pecado
contra el principio de autoridad?
Podemos examinar no el objeto
material de la nueva orientación de la Fraternidad, sino el hecho que ésta
nueva orientación es exigida por el Superior General. ¿Se le debe obedecer?
Esta cuestión nos lleva a preguntarnos si una jerarquía tiene el poder de volver
obligatorio lo que es dudoso.
(…) En las cuestiones controvertidas, los predicadores y los confesores
deben evitar definir que una cosa es pecado, y sobre todo pecado mortal,
sobre la autoridad de los teólogos o incluso de muchos teólogos; una decisión
semejante requiere el consentimiento universal de los autores. Igualmente, un
confesor no podría, sin injusticia, negar la absolución a un penitente decidido
a actuar de manera contraria a una opinión sostenida por uno o varios teólogos,
pero cuestionada por otros teólogos católicos (pág. 27).
Frassinetti todavía es más
explícito en el Tomo II, pues él da la razón por la cual negar la absolución
sería un abuso de poder sagrado. Tal abuso provoca ciertamente la
injusticia.
Tomo II n° 448, p. 123:
« Si un penitente capaz de formar por sí mismo su conciencia quiere
seguir una opinión benigna que él tiene por probable, aunque no sea tal a los
ojos del confesor, tiene derecho a que se le dé la absolución, a menos que el
confesor tenga la seguridad que esta opinión se apoya sobre un fundamento
falso. “La razón de esto es que el confesor no es, como el Papa, juez de
controversias, sino únicamente de la penitencia que merecen los pecados y de la
disposición de los penitentes.
Cuando el penitente ha confesado sus faltas teniendo la convicción de
seguir lícitamente una opinión apoyada sobre un fundamento suficientemente
sólido para ser verdadero, una opinión ya reputada probable por autores serios,
y si este penitente está ciertamente bien dispuesto; tiene el derecho a la
absolución y el confesor no puede negársela sin injusticia grave”.
Este párrafo es completado por
una nota que va en el mismo sentido:
Nota 141 del n. 448:
Como los
confesores no tienen ninguna autoridad para decidir de cuestiones teológicas,
encuentro como De Lugo y otros autores citados por San Alfonso, que el
penitente tiene evidentemente el poder de poner su opinión en práctica, desde
el momento que esta opinión es sostenida por buenos teólogos y que tiene por
consecuencia una sólida probabilidad, al menos extrínseca; y esto, aunque el
penitente sea el hombre más ignorante del mundo y aunque la opinión le parezca
absolutamente falsa al confesor. En efecto, ¿qué fuerza tiene el juicio del
confesor sobre la probabilidad de una opinión? Si la opinión es sólidamente
probable, sea en virtud de motivos intrínsecos, sea por la razón de la
autoridad extrínseca de los buenos teólogos, ¿qué puede contra ella el juicio
de un confesor? Aunque ella hubiera sido juzgada falsa por cien confesores, por
un concilio diocesano provincial o nacional, ella conservaría su probabilidad
hasta que sea condenada por la Iglesia.
El texto nos deja comprender que en
ausencia del juicio calificado de la Iglesia, ningún obispo, aunque sea Superior General de la FSSPX, no tiene el
derecho de imponer su punto de vista a un penitente que defiende la opinión que
sostienen otros teólogos calificados. ¡Muy bien! Pero debemos citar algunos de
estos teólogos calificados que sostienen un punto de vista diferente del de
Menzingen. Citemos al Padre Chazal, al Padre Girouard, al Padre Pinaud, Padre
Rioult y tantos otros que, por el momento, no manifiestan públicamente su
desacuerdo pero que no tardarán en hacerlo; sin olvidar a Monseñor Williamson,
antiguo Director de seminario, antiguo profesor del padre Bernard Fellay.
El pretexto del bien común, la
calificación de “subversivos” impuesta a los que sostienen opiniones contrarias
a Menzingen no tienen ningún valor en este caso, pues el verdadero bien común jamás va en
contra de la moral y cuando quieren cambiar de manera disimulada la finalidad
de un organismo, es absurdo calificar de subversivos
a los que resisten esta subversión insidiosa. La verdad es que la Fraternidad
quiere extender su poder. Ella ya no tiene en cuenta la particularidad de su
jurisdicción. Ella se cree con derecho de decidir todo en el interior del
pequeño mundo que constituyen los fieles y las congregaciones unidas a la
Tradición. Perpetuar el sacerdocio, conservar la santa Misa y la doctrina de la
Fe, asegurar el apostolado a los fieles, llevarles los sacramentos de Nuestro
Señor Jesucristo, son objetivos que ya no satisfacen a algunos. Sueñan en
constituir una especie de mini-iglesia beneficiándose de la protección papal,
una suerte de diócesis sin fronteras sobre la cual, a ejemplo del imperio de
Carlos V, el sol jamás se pone. Estamos lejos, muy lejos de los fundamentos que
puso Monseñor Lefebvre. Es por ello que la Fraternidad transgrede los límites
de su poder y comete injusticias.
Además, no se trata únicamente de
una injusticia hacia los laicos. Negar los sacramentos, no es igual a negar
injustamente un seguro financiero o una sala de reuniones. Decidir el uso o la
negación de los sacramentos sin jurisdicción específica ni motivo proporcionado
¿no es disponer a su voluntad de un poder divino?
Por lo tanto, planteamos la
siguiente pregunta: La obligación creada por la necesidad del fiel, ¿debe ser
respetada por el sacerdote? Si la petición del fiel es sin engaño, sin deseo de
burlarse del sacerdote (lo que sería evidentemente pecado mortal), entonces sí,
el sacerdote debe responder a esta necesidad. Si no lo hace por el motivo de
que el laico debe estar de acuerdo con él, el sacerdote contradice su propio
sacerdocio que es el Sacerdocio de Cristo. El subordina a sus opciones
personales, frágiles y humanas, el Sacerdocio de Cristo.
3. ¿Ha habido desprestigio?
Debemos tratar sobre otro
aspecto. ¿No hay, por parte de los fieles, una falta de respeto, un espíritu de
sedición, una incitación al desprestigio público pudiendo dañar la reputación
de Monseñor Fellay? Pues nadie ignora que todos tienen derecho a su
reputación. Un Superior general más que otros. En consecuencia, los fieles que
han cuestionado la nueva orientación de la FSSPX, ¿han cometido una injusticia
hacia Monseñor Fellay?
Para comprender esta resistencia
y esta inquietud de los laicos, hay que recordar que la obtención de una
prelatura personal haría depender a la Fraternidad directamente del papa. La
declaración firmada por Monseñor Fellay el 15 de abril de 2012 reconoce el
magisterio del Soberano Pontífice, la legitimidad de la misa de Paulo VI, el
nuevo código canónico, etc. Es por eso que muchas personas en el seno de la
tradición, han estimado que Monseñor Fellay, para realizar su quimera, estaba
dispuesto a comprometer la fe de los fieles. El superior de la Fraternidad
llevó a cabo sus negociaciones a escondidas, en el más grande secreto:
había peligro. Como consecuencia, algunos creyeron oportuno advertir a la
mayor cantidad de gente posible. ¿Se comete pecado de injusticia? ¿No es más
bien Menzingen que, abusando de la confianza de los sacerdotes y de los fieles,
comete una injusticia? El engaño continúa hasta ahora, pues se nos dice que no
pasó nada.
Esto es lo que dice Frassinetti
respecto a la denuncia de personas peligrosas:
La enseñanza más
común de los teólogos, es que no se peca mortalmente al revelar en un lugar un
delito conocido públicamente en otro lugar, sobre todo si se trata de una
persona peligrosa que los habitantes del lugar tienen interés de saber. Ni
siquiera se considera que esta revelación sea ni mínimamente culpable, es más
bien un acto de caridad; como cuando se trata de un hombre conocido en otra
parte por ser un seductor de la juventud. (T I, n° 246, p. 458-459).
Escuchemos a Gousset:
« Si se tratara de ciertos crímenes que cometen hombres peligrosos,
pensamos que se podría darlos a conocer y señalar a los autores, incluso en
lugares alejados en donde no son conocidos, pues se hace por el bien público”.
(Nota 86 del n° 246 p. 462).
No hay pecado por parte de los
detractores de la nueva orientación. Las represalias tomadas contra ellos es
una injusticia adicional.
4. ¿Qué pensar
de aquellos que tienen sitios de internet y que se ocultan bajo seudónimos? ¿No
es su acción hipócrita, subversiva y por lo tanto pecaminosa?
No hay ninguna subversión al
utilizar los métodos necesarios para la resistencia ante un peligro grave. La
respuesta a la objeción que critica las precauciones tomadas por los
internautas con el fin de preservar su clandestinidad es de las más simples: estos
blogueros quieren evitar que se les prive de los sacramentos. Pues al mirar las
nuevas orientaciones de la FSSPX, saben que ellos no dejan de ser pecadores. Ser privados de los sacramentos,
es correr el riesgo de permanecer en pecado, incluso mortal. Al recurrir a la
FSSPX, es porque reconocen el poder
sacramental de estos sacerdotes y ponen su Salvación antes de otras
consideraciones. Los laicos protegen su vida sobrenatural. El motivo es suficiente
para que no haya ninguna falta.
Citas del Padre Charles Louis-Richard:
« El temor justo y fundado de cualquier mal considerable, pérdida de
la vida, de los bienes, de la libertad etc. Este temor impide que se incurra en
las censuras impuestas contra los violadores de los cánones y preceptos de la
Iglesia, cuando esta violación se hizo sin desprecio de la ley eclesiástica y
sin escándalo, porque la Iglesia no obliga en estas circunstancias. Pero si se
tratara de la violación de un precepto divino o natural, se incurriría en
censura a pesar del temor, que no impedirá que se peque mortalmente al violar
un precepto de la ley natural o divina y que por esta razón no sería obstáculo
a la censura”.
Los métodos sufridos por los
Padre Rioult y Pinaud (robo del disco duro de su ordenador para leer su
correspondencia privada; la usurpación de identidad para llevar a cabo
una investigación para saber cómo piensa tal o cual) demostraron la ausencia de
escrúpulos de estos sabuesos al servicio de Menzingen. Es comprensible que uno
quiera protegerse de esa gente, a pesar de tener el carácter de sacerdotes de
Jesucristo, el cual perdura a pesar de estas torpezas y a los cuales se debe
respetar.
Conclusión
En conclusión de nuestra primera parte, vimos que
Monseñor Fellay no puede argumentar más que una jurisdicción de suplencia, es
decir, de una jurisdicción caso por caso, personal y temporal. No se puede
imponer censura cuando no se tiene jurisdicción sobre los fieles. Pues las
censuras impuestas, lo son a causa de la resistencia a las maniobras de unión
con Roma. Si hubiera efectivamente poder de jurisdicción para obligar al mundo
de la tradición a aceptar la nueva orientación de Menzingen, Monseñor
Fellay tendría que aportar la prueba. En el caso contrario, si el fiel pide los
sacramentos para nutrir su alma, Monseñor Fellay no puede negarse.
En nuestra segunda parte, vimos
que la moral prohíbe volver obligatorio lo que es dudoso. Pues la obligación de conciencia
de seguir la nueva orientación de la FSSPX es más que dudosa, pues esta
orientación es peligrosa. Por lo tanto, no puede haber censura respecto a las
personas que rechacen esta orientación. No puede convertirse en
condición para la recepción de los sacramentos. Monseñor Fellay y los
sacerdotes de la Fraternidad, no pueden sobrepasar el derecho que les confiere
su jurisdicción.
Cuando no hay pecado, no puede
haber censura. Pues el hecho de denunciar los riesgos reales para la fe, jamás
constituirá un pecado. Por lo tanto, no puede haber censura.
Finalmente, dadas las amenazas de negación de
sacramentos hacia ciertos fieles, los blogueros se refugian en el anonimato. Allí
hay, de su parte, la voluntad de preservar su vida sobrenatural. Este temor
impide que se incurra en las censuras. Querer excomulgarlos es una acción
desmesurada que no toma en cuenta los riesgos de muerte sobrenatural que conlleva
la ausencia de los sacramentos.
Santísima Virgen María, Madre de
los sacerdotes del mundo entero, ruega por los sacerdotes de la FSSPX, por
aquellos que apoyan estos abusos y por aquellos que sufren al ver las
desviaciones de su institución.
Antoine-Marie
Paganelli