FUENTE: SACRIFICIUM
23
de junio de 2013.
Hoy
es el Quinto Domingo después de Pentecostés. Es muy interesante, como les he
dicho muchas veces, cuando se lee el Evangelio, hay que poner atención en cada
palabra, porque indicará algo que quizá no se ha reconocido o no se ha
entendido en la primera lectura si no se tuvo cuidado en analizar cada palabra.
Y hoy voy a hablar un poco sobre la Epístola de San Pedro.
Lo
interesante es que San Pedro dice que hemos sido llamados a una bendición.
Hemos sido llamados a la herencia de una bendición. En Latín, se dice
“benediction”, que viene de “benedicere”, que significa “bene” –bien, bueno, y
“dicere”, decir, hablar. Entonces “benedicere” significa hablar bien a alguien.
En otras palabras, desearle el bien, hablarle
el bien. Esa es la traducción exacta de “benedicere”, y de esa palabra, el
verbo “benedicere”, desear el bien, hablar el bien a alguien viene la palabra
bendición.
Y
tenemos que analizar cada palabra: Primero, hemos sido llamados a una herencia
de bendición. Si analizamos estas tres expresiones, estas tres palabras,
entendemos por la palabra herencia, que
se supone que debemos heredar una bendición, ser herederos de una bendición de
Dios. Pero hemos sido llamados a ella. Ahora, ¡esto es una diferencia! Es
decir: no tenemos derecho a esa bendición. No somos, hablando propiamente,
hijos de Dios en ese sentido. Lo somos, porque somos creaturas, pero para tener
esa herencia de la bendición de Dios, hemos sido llamados para ello. Dios nos
llama, no tenemos derecho pero hemos sido llamados para ello, por lo tanto
somos hijos de Dios por adopción.
Nos ha llamado para ser Sus hijos, para que lo
seamos, para que estemos dispuestos a convertirnos en Sus hijos adoptivos. Es
un llamado. No tenemos derecho a ello. Hablando propiamente, solamente el Verbo
de Dios, Nuestro Señor –porque Él está unido con la Unión Hipostática- es el
Hijo. Solo a Él, a Nuestro Señor, se le ha dado tal herencia. Pero nosotros
hemos sido llamados a ella. Por misericordia, por la bondad de Dios, Él quiere
que recibamos, que heredemos Su bendición.
Ahora
¿Qué entendemos por bendición de Dios? Entendemos la mayor bienaventuranza, el
mayor bien, porque todo lo que Dios dice, sucede. Esta es la diferencia entre
nosotros y Dios. Decimos muchas cosas, hablamos mucho, pero a veces no nos
damos cuenta de lo que hemos prometido. Pero cuando Dios dice: “hágase la luz”,
la luz es creada de la nada. Cuando dice: “Este es mi Cuerpo, esta es mi
Sangre”, el pan ya no es pan, el vino ya no es vino, cambiaron su substancia
por la palabra de Dios puesta en la boca de Su Sacerdote. Lo que Dios dice, sucede,
entonces cuando Dios dice el bien,
cuando Dios dice buenas cosas a
nosotros, suceden. Esto es lo que entendemos por bendición de Dios, Dios dice buenas cosas para nosotros, y estas
sucederán.
Ya
aquí en la tierra, nos damos cuenta de esta bendición de Dios porque, por este
llamado a la bendición eterna, estamos siendo bendecidos por Dios. En nuestras
vidas, cuando aceptamos este llamado, experimentamos esta bendición,
experimentamos el cambio para el bien. Experimentamos que Dios realice lo que
nos dice. El hace bien por nosotros
por Su Palabra, y esta es una preparación para la bendición final, la mayor
bendición. La que estará por toda la eternidad, nuestra bienaventuranza en el
cielo. Dios, como dice San Pablo, tiene preparadas cosas que no podemos
imaginar para aquellos a quienes ama. Tratemos de imaginar, no podemos pero
intentémoslo, si Él es tan bueno con nosotros ahora, ¿Qué hará en el cielo por
sus amigos? Eso será un eterno, un maravilloso proceso de Dios hablando cosas buenas para nosotros, realizando cosas buenas para nosotros.
Como dijo Nuestro Señor: en el Juicio final, llamará a sus amigos: “Venid, benditos de mi Padre, venid y gozad por
toda la eternidad”
Es
por eso que nosotros somos hijos de la bendición. Es por eso que San Pedro
dice: A cambio debemos hacer lo mismo hacia nuestros hermanos. Nosotros también
debemos bendecir a la gente, no maldecirlos, no enojarse, no decir cosas malas
en su contra, sino tratemos de imitar a Dios en Su paciencia, tratemos de
imitar a Dios en Su bondad hacia la gente. Y en efecto, Dios quiere que no
solamente bendigamos, no solamente
que bendigamos a los otros, sino hacer el bien. Esto viene de benefacere: bene-bien, facere-hacer. En
Dios, es la misma cosa. Decir el bien,
decir buenas cosas a la gente y hacer
buenas cosas, en Dios es la misma cosa. En cuanto a nosotros, debemos
“benedicere” y “benefacere”. Debemos desear
el bien y hacer el bien. Nuestro Señor, en el último Juicio, vendrá y
dirá: “Venid, benditos de mi Padre, a recibir la bendición”. Si preguntamos
¿por qué? El no dirá “Porque fuisteis un doctor en teología”, o “porque
hicisteis milagros” o cualquier cosa. Él les dirá: “Porque estuve enfermo y me
visitasteis, estuve en prisión y me visitasteis, estaba sufriendo y me
consolasteis, tuve hambre y me disteis de comer”. En otras palabras, no
solamente es desear el bien a
nuestros hermanos, sino hacerles el bien.
Y
si nosotros queremos hacer el bien a todo
el mundo, entonces queremos salvar tantas almas como sea posible, este es el
más grande bien que nosotros podemos desearles, esta es la mayor bendición que
podamos desearles, su salvación –que salven sus almas. Una de las primeras
acciones que podemos hacer para ayudarlas, es de darles los medios de
salvación. Tratar de instruirlos, de hacerlos descubrir nuestra fe, darles
medallas, darles un pequeño folleto, un pequeño libro sobre religión. No tengan
miedo de mostrar su Fe. Y algunas veces no toma mucho ayudar a alguien, porque
quien hará verdaderamente la transformación no seremos nosotros, por nuestras
palabras o nuestras acciones. Será Dios quien lo haga, pero Él quiere que
nosotros participemos, Él quiere que tengamos una participación en su bondad,
en su llamado a la bendición.
Él
quiere que haya la mayor cantidad de gente posible recibiendo y aceptando este
llamado. Y entonces la mayor caridad, a veces, es que con mucha paciencia y
bondad en nuestros corazones, decirle a alguien que él o ella no hace lo que
está bien. Decir la verdad, no actuar como si fuera normal, no actuar como si
lo que hace esta persona es aceptable. Es como con un niño al cual no se le
hacen reprimendas, jamás podrá mejorar. Y es lo mismo con nuestro vecino, a
veces una pequeña conversación, deben de ser prudentes con las circunstancias,
pero puede llegar un momento que es el mejor para hablar. Además hay que rezar
siempre por esas personas, evidentemente.
Y
desgraciadamente, con el concilio Vaticano II, esto cambió. Ellos comenzaron a
dar un amor falso, una apariencia de amor a sus hermanos, tratando de
aceptarlos como ellos son. Este no es el verdadero amor, ¡es inducirlos al
error! Y ellos serán responsables. Ellos serán responsables en el último
Juicio. Ellos deberán responder a esto: « ¿Por qué dejasteis de predicar
la verdad? ¿Por qué dejaste de reprobar a los malvados?” El papel de la Iglesia
es realizar los dos. Predicar la luz y luchar contra la oscuridad.
Tenemos
un ejemplo de ese cambio en el nuevo ritual de la Iglesia conciliar. Por
supuesto, es el de la iglesia conciliar, no de la Iglesia católica. El padre
Gabriel Amorth habló de este nuevo ritual del cual ha estudiado cada página,
cada una de las 1200 páginas de este nuevo ritual que llegó en 1995 aproximadamente.
Y dijo que en las diferentes oraciones y bendiciones, cada mención de un
combate contra el diablo, cada oración para que Dios repela a los demonios, ha
sido suprimida. ¡Todas estas bendiciones! Y así ya no se puede encontrar una
bendición para las casas, ya no se puede encontrar una bendición para los
colegios. Han quitado lo que necesitábamos, han suprimido el ejercicio de este
poder al sacerdote, ¡porque el sacerdote tiene el poder! Es una lástima, pero
si se suprimen de su libro las bendiciones, todas estas oraciones poderosas en
contra del diablo, ¡el sacerdote no puede ejercer su poder! No suprimen el
poder en sí mismo, sino que el sacerdote no puede ejercerlo porque ya no hay
ninguna oración en contra del diablo. Pero nosotros deberíamos de bendecir,
nosotros hemos sido llamados a una herencia de bendición. Nosotros tenemos que
hacer como lo hace Dios, debemos desear
el bien y hacer el bien a nuestro prójimo, pero la nueva iglesia lo ha
suprimido.
Además,
muchas veces también tememos que la nueva iglesia haya no solamente suprimido
las oraciones del ritual, sino también
el poder mismo del sacerdocio. Les daré un ejemplo… Cuando estuve en
Winnipeg, Monseñor Weisgerber, en su sitio web, enuncia su misión (como lo
hemos hecho nosotros en este sitio web. Es una misión muy diferente,
¡créanlo!). Entonces él dice que está absolutamente convencido, que no cabe
ninguna duda, que no hay diferencia alguna entre el clero y los laicos. Es a lo
que él llama su visión pastoral, y yo cito: “No hay ninguna diferencia alguna entre
el clero y los laicos”. Y él explica por qué él hace esta estimación y dice:
Porque todos hemos sido bautizados con el mismo bautismo y que todos tenemos el
mismo sacerdocio en virtud de nuestro bautismo. Y dice que la única diferencia
que hay entre el clero y los laicos, es que el clero ha recibido un cierto
poder de autoridad sobre los fieles, de suerte que el obispo dice: “Yo los voy
a ordenar y recibirán una autoridad sobre esta parroquia”. Pero no hay poder
sacramental, ¡no hay diferencia sacramental entre el clero y los laicos!
Ahora,
el grave problema con eso, es que ahora está claro que lo que él cree, es una
herejía, por lo que este hombre es probablemente un hereje, el grave problema
es cuando él celebra una ordenación (de vez en cuando lo hace, en el curso de
sus 10 últimos años, no sé, probablemente alrededor de 5 ordenaciones). Yo no
sé si le han pedido consagrar otro obispo, es posible, él es un arzobispo pero
debo verificar ese dato. En todo caso, el que haya consagrado obispos o que
haya ordenado sacerdotes, existe una duda positiva grave en cuanto a la validez
de estas consagraciones y de estas ordenaciones. Porque si él mismo no cree que
por el sacerdocio, por su ordenación, ha recibido el carácter sacerdotal; si él
no cree que ha recibido el poder de perdonar los pecados, si no cree que
recibió el poder de consagrar el cuerpo y sangre de Nuestro Señor; si no cree
que tiene el poder de bendecir a la gente y a las cosas, podemos temer que
cuando efectúa estas ceremonias, puede rehusarse a dar tales poderes.
En
efecto, podemos creer, podemos temer que él diría: “Antes, (en el tiempo de su
crecimiento, pues ahora tiene alrededor de 70 años), se tenía la costumbre de
decir que como sacerdote se reciben estos poderes, pero éstos son como de la
magia, cosas de la Edad Media, es como en sentido figurado, una especie de
superstición. Yo no voy a dar eso, ¡eso no existe”. Este es el gran, gran
problema. Es por eso que nosotros tenemos verdaderamente una duda positiva
sobre la validez de estas ordenaciones. En razón de la posibilidad, pues él no
daría estos poderes puesto que no cree en ellos.
Ahora,
¿cuántos de estos obispos en el mundo comparten esta misma incredulidad? ¿Por
qué no creen? Porque es lo que recibieron en sus estudios, en el seminario, por
supuesto. Esto es lo que aprendieron en los nuevos seminarios. Este obispo no
es el único que cree lo que le enseñaron. Y aunque él dijo estas cosas en el
2005, hace 8 años, no ha sido sancionado por Roma. Pues esta es la nueva
iglesia a la que Monseñor Fellay y los que lo siguen, quieren que nos unamos.
Que nos mezclemos con herejes, que nos mezclemos con personas que efectúan
ordenaciones que son dudosas.
¿Cuántas
personas hoy en día en la Iglesia creen que recibieron los sacramentos pero no
los reciben porque su sacerdote no fue ordenado válidamente, o su obispo? Es
difícil de saberlo, sin duda muchas. Esta es la obra maestra de Satanás: Tener
una iglesia que parece tener un sacerdocio pero que no lo tiene, ¡y no hay
ningún medio de saberlo con certitud! Y ahora ellos quieren que regresemos a esa
iglesia. Y quieren que nos unamos y nos mezclemos con ellos. Y ya no dicen esto
que yo les digo, ya no lo dicen en nuestros días. La Fraternidad no debería
buscar ser reconocida por la iglesia conciliar. Debemos levantarnos y decirles:
“Mire lo que dijo este arzobispo. Es un hereje. ¿Qué hace usted a este
respecto? Usted debe re-consagrar, usted debe re-ordenar a vuestros sacerdotes ».
Porque
para los fieles sería un pecado grave recibir un sacramento dudoso. Sería un
pecado grave contra el Primer Mandamiento ir a la iglesia teniendo una duda: “¿Está
válidamente ordenado este sacerdote? ¿Está verdaderamente consagrada esta Santa
Hostia?” Ir y recibir la comunión allí sería un pecado mortal. Si usted tiene
esta duda, si usted se dice: “Podría no ser válido, pero igual la voy a recibir”,
es un pecado grave contra el Primer Mandamiento. Un pecado grave contra el
honor y el culto debido a Dios. Porque usted acepta recibir y dar adoración a
algo que podría no ser Dios. Esto lo dice la teología moral.
Entonces,
lo que la Fraternidad debería decirle a la nueva Roma es: “¡Mirad lo que habéis
hecho a vuestro pueblo! En lugar de hacerle
el bien, en lugar de bendecirlo,
de desearle el bien, habéis retirado
las bendiciones, retirado la protección de las medallas, los sacramentos
válidos, vosotros, por este hecho, estás en el camino del infierno”. Esto es lo
que la Fraternidad debería decir.
Debemos
orar por la Fraternidad, a fin de que sus dirigentes, en el momento de su
muerte, no sean acusados por Dios de haber participado, por su silencio, en los
pecados de la iglesia conciliar.