Un tema clave, absolutamente dejado de lado por todos aquellos que justifican y promueven las buenas relaciones de la Fraternidad San Pío X con la Roma modernista es el siguiente:
Si la Roma modernista -que hoy encabeza Francisco- está beneficiando a la FSSPX, y por ende a la Tradición católica, pues eso dicen cada vez que otorga algo para la Fraternidad (levantamiento de las “excomuniones”, jurisdicción para confesar y para los matrimonios, vía libre para las ordenaciones, apertura de los templos para decir sus misas, etc.) y hasta Mons. Fellay dice que “el Papa está de nuestro lado”, entonces la pregunta es: ¿por qué la Roma modernista hace cosas a favor de la Tradición? Más aún, puesto que estas medidas ahora son directamente dispuestas por Francisco, ¿por qué Francisco el demoledor de todo lo que es de la Tradición –y sus antecesores en la silla petrina- querría beneficiar a la Fraternidad, y con ella a la Tradición?
La Neo-FSSPX jamás da respuesta alguna sobre esa cuestión.
¿Por qué los modernistas estarían beneficiando a los católicos tradicionales?
A lo sumo se trataría de la “simpatía” (sic) que sentiría Francisco por la Fraternidad, como ha dicho Mons. Fellay.
“La Fraternidad es fuerte y está imponiendo sus condiciones a una Roma que advierte el caos en que está envuelta”, diría algún iluso. Sí, francamente sólo un iluso puede penar semejante cosa, viendo en la realidad que está ocurriendo lo contrario, y es Roma quien como quiere y cuando quiere hace lo necesario para reintegrar a la Fraternidad allí donde pueda tenerla controlada, esto es, vuelta inofensiva para con ella. Nada hasta ahora ha impedido o aminorado la destrucción de la fe llevada adelante por los modernistas de Roma.
“Francisco es un loco que no sabe lo que hace, y así hace cosas contradictorias”, podría responder alguien. Bueno, si está “loco” nosotros no vamos a entrar en relaciones y meternos bajo su autoridad, porque ese “loco” que hoy dispone eso “favorable” mañana podría disponer todo lo contrario y destruir la Fraternidad.
“En Roma las cosas están confusas y tenemos buenos amigos”, diría otro. Si en Roma las cosas están confusas y contradictorias, entonces no se debe ser parte de la confusión. Si hay amigos, ellos no tienen el poder de lograr un acuerdo, sin pasar por el Papa. Entonces, Francisco, que es quien dispone las medidas, sería el amigo de la Fraternidad Pero la identidad de Roma actual está bien definida: son modernistas, y por lo tanto están llevando el modernismo hasta sus últimas consecuencias. Catolicismo y modernismo son incompatibles, como lo son la verdad con el error. ¿Entonces por qué entrar en la confusión?
“De acuerdo: Francisco es el Papa de la Iglesia católica y a la vez el Jefe de la iglesia conciliar. Pero si actúa como Papa de la Iglesia católica, con las medidas que benefician a la Fraternidad, ¿no debemos acatarlo?”, preguntará otro, y es un buen punto.
Entonces hay que hacer el siguiente discernimiento: cuando Francisco realiza esas medidas supuestamente para favorecer a la Fraternidad, ¿lo hace en tanto que Jefe de la Iglesia católica o en tanto que Jefe de la iglesia conciliar? ¿El pensamiento que lo mueve es católico o modernista?
No vamos a entrar a juzgar las intenciones, pues no nos compete. Pero cuando Mons. Lefebvre dijo que no se podía confiar en los conciliaristas romanos, lo decía por algo. Y ese algo son sus acciones, derivadas de la doctrina que profesan y el espíritu que la sostiene.
Digamos esto:
El fin de la iglesia conciliar no es el mismo de la Iglesia católica.
El objeto o finalidad de la iglesia conciliar es la unión del género humano obtenida por el diálogo interreligioso.
El objeto o causa final de la Iglesia católica es la Gloria de Dios por la salvación de las almas.
Veámoslo objetivamente: cuando Francisco otorga algo a la Fraternidad, ¿está persiguiendo el fin de la iglesia conciliar o el de la Iglesia católica?
Mejor dicho: ¿está contribuyendo al objetivo de la iglesia conciliar o al de la Iglesia católica?
Mientras que Francisco otorga estas “concesiones” a la FSSPX, en el mismo momento está destruyendo la doctrina y la moral católicas, persiguiendo a otros tradicionalistas, llevando a cabo la agenda de las Naciones Unidas, etc., etc. Entonces, en ese marco, ¿cómo evaluar las medidas “favorables” a la FSSPX? Pues esas medidas entran dentro del pluralismo ecumenista que es capaz de llevar la estatua de Lutero al Vaticano el mismo día que tiene una reunión cordial con el Jefe de los tradicionalistas, Mons. Fellay.
Esas medidas no hacen mella en absoluto en su campaña de demolición de la Iglesia católica.
¿Francisco con su pontificado ha contribuido más al fin de la iglesia conciliar o al fin de la Iglesia católica?
Todo católico de la Tradición, sabe la respuesta.
El Vaticano II inventó una nueva “eclesiología”, dio una nueva definición de “Iglesia”. A eso se atiene Francisco. Sus medidas de gobierno se someten a esa nueva “eclesiología”. Él mismo afirmó que deseaba encarnar el “espíritu del concilio”. ¡Y Mons. Lefebvre dijo que peor que los documentos del concilio era su espíritu, el cual calificó de “espíritu perverso”!
¿Puede de casualidad y sin darse cuenta, ayudar al fin de la Iglesia católica implementando medidas favorables a la FSSPX, o sea a la Tradición?
Tradición y conciliarismo son incompatibles. Ortodoxia católica y modernismo son enemigos. Por lo tanto si Francisco sabe esto, no va a implementar medidas que favorezcan a la Tradición, sino al conciliarismo. Y va a intentar que la Fraternidad forme parte de ese “diálogo interreligioso”.
Francisco no ignora esto, porque él mismo afirmó que deseaba llevar el concilio hasta sus últimas consecuencias. Y el concilio es incompatible con la Tradición. Los modernistas pueden pensar subjetivamente que el Concilio es compatible con la Tradición. Pero objetivamente no lo es. Y cuanto más lejos lleven su aplicación, más lejos se pondrán de la Tradición.
Por lo tanto toda medida que Francisco adopte y que parezca favorecer a la Tradición, está hecha para favorecer a la iglesia conciliar, porque su mentalidad es conciliar, es decir, modernista.
Esto se desprende de los dichos y actos de Francisco y del Cardenal Bergoglio en toda su trayectoria.
Entonces puede uno preguntarse, ¿cómo saber cuándo el Papa Francisco no actúe en tanto que Jefe de la iglesia conciliar? Cuando manifiestamente su voluntad demuestre querer beneficiar los fines de la Iglesia católica, favoreciendo en los hechos ostensible e inequívocamente a la Tradición. Lo dijo Mons. Lefebvre con estas palabras:
“No tenemos la misma manera de concebir la reconciliación. El Cardenal Ratzinger la quiere en el sentido de reducirnos, de llevarnos al Vaticano II. Nosotros la vemos como un regreso de Roma a la Tradición. No nos entendemos. Es un diálogo de sordos. No puedo hablar mucho del futuro, ya que el mío está detrás de mí. Pero si vivo un poco aún y suponiendo que de aquí a un determinado tiempo Roma haga un llamado, que quiera volver a vernos, reanudar el diálogo, en ese momento sería yo quien impondría las condiciones. No aceptaré más estar en la situación en la que nos encontramos durante los coloquios. Esto se terminó. Yo pondría la cuestión en el plano doctrinal: “¿Están de acuerdo con las grandes encíclicas de todos los papas que los precedieron? ¿Están de acuerdo con Quanta Cura de Pio IX, Immortale Dei Libertas de Leon XIII, Pascendi de Pio X, Quas Primas de Pio XI, Humani generis de Pio XII? ¿Están en plena comunión con los papas y con sus afirmaciones? ¿Todavía aceptan el juramento anti-modernista? ¿Están ustedes a favor del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo?
Si ustedes no aceptan la doctrina de sus predecesores es inútil hablar. Mientras que no se acepte reformar el Concilio considerando la doctrina de los papas que los han precedido, no hay diálogo posible. Es inútil”.
“Así las posiciones serían más claras”.
(Mons. Lefebvre, Fideliter, n°66, noviembre-diciembre 1988, p. 12-13)
Como se ve, es absolutamente necesario volver al terreno de lo doctrinal, pues se trata de una guerra de doctrinas, antes que de personas.
Es por esto que Mons. Lefebvre también decía que “no se puede al mismo tiempo dar la mano a los modernistas y querer conservar la tradición” (Fideliter, n°87, septiembre 1990, p. 3).
Dicho de otro modo: “No nos equivoquemos, no se trata de una diferencia entre Mons. Lefebvre y el papa Pablo VI. Se trata de la incompatibilidad radical entre la Iglesia católica y la Iglesia conciliar” (Mons. Lefebvre 12 julio 1976, Itineraires, La condenación salvaje de Mons. Lefebvre, 1977, p. 143.)
Dicho más sintéticamente: “La lucha es principalmente una lucha de doctrinas” (Cardenal Pie, Panegírico de San Emiliano, nov, 1859).
Puede resumirse lo dicho a través de un video de Mons. Lefebvre:
Dice aquí Mons. Lefebvre que aunque Roma nos dé todo lo que pedimos, no podemos aceptar, porque:
1. Trabajan para otro objetivo.
2. No se puede confiar en ellos.
3. Están en la apostasía.
Si Monseñor después firmó el protocolo fue sólo por una caída, en un momento de debilidad, y no por una convicción traicionada porque no cambió su pensamiento, el cual luego no hizo otra cosa que endurecerse respecto del enemigo. retomando aún con más firmeza sus posiciones iniciales.
Aquella caída de la que Mons. Lefebvre se levantó en el acto, demostró que uno no puede pretender caminar firmemente sobre un suelo enjabonado, pues no se ha de llegar muy lejos antes de caer.
Lo que hizo Mons. Lefebvre fue salir de inmediato de ese suelo enjabonado y pisar suelo firme. Ese terreno firme es el de la doctrina católica de siempre. Por el cual uno va siempre llevado de la mano de Dios nuestro Padre, pues por sí mismo el hombre no puede sostenerse en pie.
En cambio lo que hizo Mons. Fellay es volver a caminar por ese suelo enjabonado, dejando a un lado el terreno firme de la doctrina. Igual que los modernistas, que se sintieron muy “adultos” como para soltarse de la mano de su Padre y pretender caminar por su cuenta.
Quizás Mons. Fellay coincida con Francisco porque este repite siempre que prefiere “una Iglesia accidentada a una Iglesia encerrada en sí misma”.
Ahora Mons. Fellay tiene una Fraternidad accidentada.
Ya sabemos por qué: por no afirmarse en la doctrina, ante un enemigo que todo lo vuelve resbaladizo y tramposo.
Si no se sale de inmediato de ese terreno, habrá una caída que será fatal.
Pero los acuerdistas de la FSSPX hacen todo lo posible por meterse en la “Iglesia accidentada” de Francisco. Y la iglesia conciliar no deja de buscar la ocasión de que la Fraternidad tenga sus “accidentes”, invitándola a caminar por un terreno que no es el suyo.
En el año 2012 un sacerdote de la Fraternidad nos dijo gruesamente, en medio de una larga reunión que armó para justificar a Mons. Fellay y la nueva política de la Fraternidad: “Hay que agarrar todo lo que Roma nos da, mientras no nos pida que nos bajemos los pantalones…”
Como una mujer que dice de un conocido seductor y violador: “Aceptaré todos los regalos que me haga, las invitaciones a cenar, las flores, las cajas de bombones…mientras no me lleve a la cama”.
Cuando esa mujer, “reconciliada” y “reconocida” acepte entrar en “comunión plena” a la casa de ese hombre, ya será demasiado tarde.
Si estamos en guerra hay que saber que el enemigo no deja de ser enemigo, mientras no se haya rendido o lo hayamos vencido. Pero la Fraternidad olvidó que estaba en guerra con los modernistas. Pero éstos no lo han olvidado, claro.
Ahora bien, antes que una Iglesia y una Fraternidad accidentadas, por no saber por dónde caminan, Mons. Lefebvre prefería una Iglesia de mártires, y una Fraternidad que supiera confesar la verdad sin “accidentes”.
Esto nos indica el camino que debemos tomar y a quién debemos seguir.
Juan Martínez