Arzobispo, Comentado – II
El Arzobispo deseaba que Roma no a él aprobara,
Sino que por el bien de la Iglesia se moviera.
Antes de dejar las realistas observaciones de 1991 de Monseñor Lefebvre (cf. los últimos dos CE), comentemos algo más, con la esperanza de ayudar a los Católicos a mantener su equilibrio entre despreciar a la autoridad en nombre de la verdad, y deprimir la verdad en aras de la autoridad. Pues, siempre desde que los hombres de Iglesia del Vaticano II (1962–1965) relegaron su total autoridad a respaldar la Revolución en la Iglesia ( libertad religiosa, igualdad colegial y fraternidad ecuménica), los Católicos fueron sacados afuera de su equilibrio: cuando la Autoridad pisotea a la Verdad, ¿cómo de hecho puede uno mantener el respeto por ambas?
Ahora, en las
atormentadas secuelas del Vaticano II, ¿de quien se puede decir que haya
portado frutos comparables a aquella preservación de la doctrina católica, la
Misa y los sacramentos, de la cual Monseñor Lefebvre fue el principal (si bien
no el único) responsable? En cuyo caso, el equilibrio que él mismo estableció
entre la Verdad y la Autoridad debe ser merecedor de especial consideración.
En primer lugar
consideremos una simple observación de Monseñor acerca de la autoridad: “Ahora
tenemos la tiranía de la autoridad porque no hay más ninguna regla del pasado”.
En medio de los seres humanos, todos con el pecado original, la verdad necesita
autoridad que la respalde, porque es una ilusión Jeffersoniana el que la verdad
tirada al mercado de la plaza prevalecerá toda por sí misma, sin que sea
necesario un desastre para restablecer la realidad. La autoridad es a la verdad
como el medio es al fin, no como el fin es al medio. Es la Fe católica la que
salva y esa Fe yace en una serie de verdades, no en la autoridad. Esas verdades
son de tal manera la sustancia y el propósito de la Autoridad católica que
cuando ésta se suelta de aquellas, como por el Vaticano II, entonces flota a la
deriva hasta que el primer tirano que pone manos en ella la tuerce a su
voluntad. La tiranía de Pablo VI fue consecuencia natural del Concilio, tanto
como el liderazgo de la Fraternidad San Pío X, por perseguir la aprobación de
los campeones de ese mismo Concilio, se ha comportado tiránicamente asimismo en
años recientes. Contrasten como es sirviendo a la verdad que Monseñor construyó
su autoridad sobre la Tradición.
Una segunda observación
de Monseñor de 1991 que amerita más comentario es donde él dijo que cuando en
1988 él trató de llegar a un acuerdo con Roma por medio de su Protocolo del 5
de Mayo, “Pienso que puedo decir que fui aún más lejos de lo que habría debido
ir”. Ciertamente ese Protocolo yace en puntos importantes abierto a críticas,
por lo que aquí tenemos al propio Monseñor admitiendo que él perdió
momentáneamente su equilibrio, inclinándose brevemente a favor de la autoridad
de Roma y contra la verdad de la Tradición. Pero se inclinó so lamente
brevemente, porque es bien sabido que a la mañana siguiente él repudió este
Protocolo, y nunca más hasta su muerte él vaciló de nuevo, de tal manera que de
allí en adelante nadie puede decir que, o bien él no había hecho todo lo que él
podía para llegar a un acuerdo con la Autoridad, o bien que sea cosa fácil
mantener siempre ese equilibrio correcto entre la Verdad y la Autoridad.
Una tercera observación
vierte luz sobre su motivación por buscar desde 1975 hasta 1988 algún acuerdo
con la Autoridad Romana. Juzgando los motivos de Monseñor según los propios de
ellos, sus sucesores a la cabeza de la FSPX hablan como si él hubiera estado
siempre buscando la regularización canónica de la FSPX. Pero él explicó el
Protocolo de la siguiente manera: “Yo tenía esperanzas hasta el último minuto
que en Roma presenciaríamos un poquito de lealtad”. En otras palabras, siempre
estaba persiguiendo el bien de la Fe y nunca honró a la Autoridad por alg o más
que no fuese por el bien de la Verdad. ¿Puede decirse lo mismo de sus
sucesores?
Kyrie eleison