Los que conocen aunque
sea un poco a la revolución francesa, recuerdan que esta última era devoradora
de hombres. Ella comenzó por devorar a aquellos que se opusieron a sus
principios fundamentales por medio de los terrores sucesivos. La primera fase
consistió en eliminar a los más fieles a Dios y al Rey. Pero la revolución es
satánica en su origen y en sus medios: no tuvo escrúpulos para enseguida
eliminar a los suyos. Así, los Girondinos moderados fueron eliminados
progresivamente por los Montañeses. Hasta el sanguinario Robespierre a quien sus amigos más cercanos temían. Así sucede con toda revolución: ella tiene un
progreso implacable. La de 1917, la de Mao y sobre todo la del concilio
Vaticano II. Esta última (la revolución conciliar), eliminó en un primer tiempo
a los verdaderos sostenedores de la doctrina católica: del cardenal Ottaviani
hasta Monseñor Lefebvre. Hoy llegamos a Francisco… ¿será él la cumbre de la
iniquidad? El futuro nos lo dirá. Pero es muy probable que los progresistas de
hoy sean devorados mañana.
¿Y la FSSPX? Sabemos que esta última también tuvo su revolución en 2012. El capítulo de 2012, obra maestra de Monseñor Fellay ha saboteado sus propios fundamentos doctrinales. La revolución pudo entonces tomar su ritmo de crucero. Los partidarios de la nueva línea han eliminado entonces la sólida guardia doctrinal en la persona de Monseñor Williamson, han hecho procesos, han usado una tiranía que se parece a los métodos conciliares y un terror para paralizar toda reacción.
Y vemos ahora, apenas sorprendidos, la continuación del escenario revolucionario desarrollarse. La revolución no teme eliminar a los que estuvieron inicialmente a su servicio, bajo su sueldo. Es así que el Padre Waillez, que se “divirtió” pirateando los correos electrónicos de sus cofrades, se encuentra ahora literalmente abandonado por aquellos que lo hicieron realizar el “trabajo sucio”: ¡el “pobre padre” ha sido nombrado para un pequeño priorato! La revolución jamás hace un regalo.
¿Y la FSSPX? Sabemos que esta última también tuvo su revolución en 2012. El capítulo de 2012, obra maestra de Monseñor Fellay ha saboteado sus propios fundamentos doctrinales. La revolución pudo entonces tomar su ritmo de crucero. Los partidarios de la nueva línea han eliminado entonces la sólida guardia doctrinal en la persona de Monseñor Williamson, han hecho procesos, han usado una tiranía que se parece a los métodos conciliares y un terror para paralizar toda reacción.
Y vemos ahora, apenas sorprendidos, la continuación del escenario revolucionario desarrollarse. La revolución no teme eliminar a los que estuvieron inicialmente a su servicio, bajo su sueldo. Es así que el Padre Waillez, que se “divirtió” pirateando los correos electrónicos de sus cofrades, se encuentra ahora literalmente abandonado por aquellos que lo hicieron realizar el “trabajo sucio”: ¡el “pobre padre” ha sido nombrado para un pequeño priorato! La revolución jamás hace un regalo.
Esta será probablemente
la suerte del padre Wuilloud o del padre Quilton cuyo negro trabajo será, para
su vida sacerdotal, una mancha indeleble: sus amos revolucionarios los
abandonarán como a vulgares instrumentos. Ellos hicieron el trabajo de un
Judas: ellos entregaron a sus cofrades, pero el sanedrín no tendrá en cuenta
sus “buenos servicios”.
Por otra parte, detengámonos en el caso del Padre de Cacqueray. Valiente en un primer tiempo, él comenzó a resistir a los decretos de Menzingen (es necesario, en efecto, recalcar que no hay mayor sectario que un liberal, dixit Louis Veuillot). El habrá tenido el triste privilegio de seducir a numerosos sacerdotes valientes del distrito de Francia, diciéndoles que sobre todo no había que reaccionar (entre otras cosas, no firmar la Carta a los fieles), pues él llevaría a cabo una acción memorable que arreglaría todos los problemas antes de enero de 2014. Muchos le creyeron y no hicieron nada. Y nada sucedió, solo el anuncio de su salida triunfal con los Capuchinos. Los cofrades que no firmaron y que estaban inquietos, ahora están paralizados. Para ellos no hay más que la espera de una muerte cierta: el veneno liberal de Menzingen va a ahogarlos progresivamente (el Padre Rostand ha sido nombrado responsable de la comunicación de la FSSPX) y ya no tendrán ningún recurso interno.
Por otra parte, detengámonos en el caso del Padre de Cacqueray. Valiente en un primer tiempo, él comenzó a resistir a los decretos de Menzingen (es necesario, en efecto, recalcar que no hay mayor sectario que un liberal, dixit Louis Veuillot). El habrá tenido el triste privilegio de seducir a numerosos sacerdotes valientes del distrito de Francia, diciéndoles que sobre todo no había que reaccionar (entre otras cosas, no firmar la Carta a los fieles), pues él llevaría a cabo una acción memorable que arreglaría todos los problemas antes de enero de 2014. Muchos le creyeron y no hicieron nada. Y nada sucedió, solo el anuncio de su salida triunfal con los Capuchinos. Los cofrades que no firmaron y que estaban inquietos, ahora están paralizados. Para ellos no hay más que la espera de una muerte cierta: el veneno liberal de Menzingen va a ahogarlos progresivamente (el Padre Rostand ha sido nombrado responsable de la comunicación de la FSSPX) y ya no tendrán ningún recurso interno.
El Padre de Cacqueray hubiera podido ser aquél ante el cual la revolución temblara, si hubiera llevado a cabo acciones valientes como el corte del distrito de Francia con Menzingen: él estaba dispuesto a cortar con Menzingen pero su lealtad respecto a una autoridad tiránica y liberal le impidió realizar este acto que hubiera salvado a toda la Tradición: habiendo cortado el Distrito de Francia con Menzingen, la caída de estos últimos hubiera sido inevitable y todo se hubiera podido recuperar. Hubiera hecho falta para esto un alma más fuerte para realizar este acto; pero seguirá siendo el que frenó la mayor parte de la reacción católica. Su partida con los Capuchinos no cambiará nada en este análisis histórico.
No habiendo realizado
este acto, todo se encadena. La revolución lo recupera en su provecho y utiliza
sus últimos días de mandato para convencer a los últimos combatientes valerosos
de entregar las armas, manteniendo la ilusión de que Menzingen recuperó sus
buenos sentimientos y todo está en orden.
No, la revolución no tiene piedad. Lástima por quienes la creen sincera…
¿Hay que espantarnos al ver que aquellos que pensamos ser los mejores, se convierten en agentes y en las víctimas de la revolución? Hay que temer no convertirnos en uno de ellos. El buen Dios no quiere una virtud o una santidad fingida. Quiere almas entregadas completamente a la Verdad y dispuestas a morir por Ella.
No, la revolución no tiene piedad. Lástima por quienes la creen sincera…
¿Hay que espantarnos al ver que aquellos que pensamos ser los mejores, se convierten en agentes y en las víctimas de la revolución? Hay que temer no convertirnos en uno de ellos. El buen Dios no quiere una virtud o una santidad fingida. Quiere almas entregadas completamente a la Verdad y dispuestas a morir por Ella.