Hoy, 27 de
junio de 2013, se llevó a cabo la triste celebración por el 25 aniversario de
las Consagraciones Episcopales realizadas por Monseñor Lefebvre el 30 de junio
de 1988 sin la presencia, evidentemente, de Monseñor Richard Williamson.
Gentiloup, de Un évêque s’est levé, nos hace el siguiente comentario del punto 11
de esta Declaración:
“Hay muy pocas posibilidades que Roma reconozca sinceramente a la Fraternidad, “explícitamente el derecho de profesar de manera íntegra la fe y de rechazar los errores que le son contrarios, con el derecho y el deber de oponernos públicamente a los errores y a sus fautores, sean quienes fueren”, pues esta frase, desgraciadamente, deja la puerta abierta al acuerdo con Roma sin un acuerdo doctrinal previo.
Que Monseñor Tissier haya aprobado este texto es muy decepcionante.
Me he enterado también que hubo bastantes pocos fieles en esta ceremonia, 200 cuando más, me han dicho. Por el contrario, estuvieron unos sesenta sacerdotes, además de religiosos y religiosas… Entre los sacerdotes y religiosos eminentes, algunos mostraron un semblante muy triste, se me dijo también.
Nuestras penas no han terminado”.
A continuación la Declaración:
1- Con ocasión del XXV aniversario de las consagraciones,
los obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X expresan solemnemente su
gratitud a Mons. Marcel Lefebvre y a Mons. Antonio de Castro Mayer por el acto
heroico que realizaron el 30 de junio de 1988. En particular quieren manifestar
su gratitud filial a su venerado fundador, quien, después de tantos años de
servicio a la Iglesia y al Romano Pontífice, no dudó en sufrir la injusta
acusación de desobediencia para salvaguardar la fe y el sacerdocio católicos.
2- En la carta que nos dirigió antes de las consagraciones, escribía: “Os
conjuro a que permanezcáis unidos a la Sede de Pedro, a la Iglesia romana,
Madre y Maestra de todas las Iglesias, en la fe católica íntegra, expresada en
los Símbolos de la fe, en el catecismo del Concilio de Trento, conforme a lo
que os ha sido enseñado en vuestro seminario.Permaneced fieles en la
transmisión de esta fe para que venga a nosotros el Reino de Nuestro Señor.”
Esta frase expresa la razón profunda del acto que habría de realizar: “para que
venga a nosotros el Reino de Nuestro Señor”, adveniat regnum tuum!
3- Siguiendo a Mons. Lefebvre, afirmamos que la causa de los graves errores que
están demoliendo la Iglesia no reside en una mala interpretación de los textos
conciliares – una “hermenéutica de la ruptura” que se opondría a una
“hermenéutica de la reforma en la continuidad” -, sino en los textos mismos, a
causa de la inaudita línea escogida por el concilio Vaticano II. Esta línea se manifiesta
en sus documentos y en su espíritu: frente al “humanismo laico y profano”,
frente a la “religión (pues se trata de una religión) del hombre que se hace
Dios”, la Iglesia, única poseedora de la Revelación “del Dios que se hizo
hombre” quiso manifestar su “nuevo humanismo” diciendo al mundo moderno:
“nosotros también, más que nadie, tenemos el culto del hombre” (Pablo VI,
Discurso de clausura, 7 de diciembre de 1965). Mas esta coexistencia del culto
de Dios y del culto del hombre se opone radicalmente a la fe católica,
que nos enseña a dar el culto supremo y el primado exclusivo al solo Dios
verdadero y a su único Hijo, Jesucristo, en quien “habita corporalmente la
plenitud de la divinidad” (Col. 2, 9).
4- Nos vemos obligados a comprobar que este Concilio atípico, que solo quiso
ser pastoral y no dogmático, ha inaugurado un nuevo tipo de magisterio,
desconocido hasta entonces en la Iglesia, sin raíces en la Tradición; un
magisterio empeñado en conciliar la doctrina católica con las ideas liberales; un
magisterio imbuido de los principios modernistas del subjetivismo, del
inmanentismo y en perpetua evolución según el falso concepto de tradición viva,
viciando la naturaleza, el contenido, la función y el ejercicio del magisterio
eclesiástico.
5- A partir de ahí, el reino de Cristo deja de ser el empeño de las autoridades
eclesiásticas, aunque estas palabras de Jesucristo: “todo poder me ha sido
dado sobre la tierra y en el cielo” (Mt. 28, 18) siguen siendo una verdad
y una realidad absolutas. Negarlas en los hechos significa dejar de reconocer
en la práctica la divinidad de Nuestro Señor. Así, a causa del Concilio, la
realeza de Cristo sobre las sociedades humanas es simplemente ignorada, o
combatida, y la Iglesia es arrastrada por este espíritu liberal que se
manifiesta especialmente en la libertad religiosa, el ecumenismo, la
colegialidad y la nueva misa.
6- La libertad religiosa expuesta por Dignitatis humanae, y su
aplicación práctica desde hace cincuenta años, conducen lógicamente a pedir al
Dios hecho hombre que renuncie a reinar sobre el hombre que se hace Dios, lo
que equivale a disolver a Cristo. En lugar de una conducta inspirada por una fe
sólida en el poder real de Nuestro Señor Jesucristo, vemos a la Iglesia
vergonzosamente guiada por la prudencia humana, y dudando tanto de ella misma
que ya no pide a los Estados sino lo que las logias masónicas han querido
concederle: el derecho común, en el mismo rango y entre las otras religiones
que ya no osa llamar falsas.
7- En nombre de un ecumenismo omnipresente (Unitatis redintegratio) y de
un vano diálogo interreligioso (Nostra Aetate), la verdad sobre la única
Iglesia es silenciada; de igual modo, una gran parte de los pastores y de los
fieles, no viendo más en Nuestro Señor y en la Iglesia católica la única vía de
salvación, han renunciado a convertir a los adeptos de las falsas religiones,
dejándolos en la ignorancia de la única Verdad. Este ecumenismo ha dado muerte,
literalmente, al espíritu misionero con la búsqueda de una falsa unidad,
reduciendo muy a menudo la misión de la Iglesia a la transmisión de un mensaje
de paz puramente terreno y a un papel humanitario de alivio de la miseria en el
mundo, poniéndose así a la zaga de las organizaciones internacionales.
8- El debilitamiento de la fe en la divinidad de Nuestro Señor favorece una
disolución de la unidad de la autoridad en la Iglesia, introduciendo un
espíritu colegial, igualitario y democrático (cf. Lumen Gentium).
Cristo ya no es la cabeza de la cual todo proviene, en particular el ejercicio
de la autoridad. El Romano Pontífice, que ya no ejerce de hecho la plenitud de
su autoridad, así como los obispos, que – contrariamente a las enseñanzas del
Vaticano I – creen poder compartir colegialmente de manera habitual la plenitud
del poder supremo, se colocan en lo sucesivo, con los sacerdotes, a la escucha
y en pos del “pueblo de Dios”, nuevo soberano. Es la destrucción de la
autoridad y en consecuencia la ruina de las instituciones cristianas: familias,
seminarios, institutos religiosos.
9- La nueva misa, promulgada en 1969, debilita la afirmación del reino de
Cristo por la Cruz (“regnavit a ligno Deus”). En efecto, su rito mismo
atenúa y obscurece la naturaleza sacrificial y propiciatoria del sacrificio
eucarístico. Subyace en este nuevo rito la nueva y falsa teología del misterio
pascual. Ambos destruyen la espiritualidad católica fundada sobre el sacrificio
de Nuestro Señor en el Calvario. Esta misa está penetrada de un espíritu
ecuménico y protestante, democrático y humanista que ignora el sacrificio
de la Cruz. Ilustra también la nueva concepción del “sacerdocio común de los
bautizados” en detrimento del sacerdocio sacramental del presbítero.
10- Cincuenta años después del concilio , las causas permanecen y siguen
produciendo los mismos efectos, de suerte que hoy aquellas consagraciones
episcopales conservan toda su razón de ser. El amor por la Iglesia guió a Mons.
Lefebvre y guía a sus hijos. El mismo deseo de “transmitir el sacerdocio
católico en toda su pureza doctrinal y su caridad misionera” (Mons. Lefebvre, Itinerario
espiritual) anima a la Fraternidad San Pío X en el servicio de la Iglesia,
cuando pide con instancia a las autoridades romanas que reasuman el tesoro de
la Tradición doctrinal, moral y litúrgica.
11- Este amor por la Iglesia explica la regla que Mons. Lefebvre siempre
observó: seguir a la Providencia en todo momento, sin jamás pretender
anticiparla. Entendemos que así lo hacemos, sea que Roma regrese de modo rápido
a la Tradición y a la fe de siempre – lo que restablecerá el orden en la
Iglesia – , sea que se nos reconozca explícitamente el derecho de profesar de
manera íntegra la fe y de rechazar los errores que le son contrarios, con el
derecho y el deber de oponernos públicamente a los errores y a sus fautores,
sean quienes fueren – lo que permitirá un comienzo de restablecimiento del
orden. A la espera, y frente a esta crisis que continúa sus estragos en la
Iglesia, perseveramos en la defensa de la Tradición católica y nuestra
esperanza permanece íntegra, pues sabemos con fe cierta que “las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16, 18).
12- Entendemos, así, seguir la exhortación de nuestro querido y venerado padre
en el episcopado: “Queridos amigos, sed mi consuelo en Cristo, permaneced
fuertes en la fe, fieles al verdadero sacrificio de la misa, al verdadero y
santo sacerdocio de Nuestro Señor, para el triunfo y la gloria de Jesús en el
cielo y en la tierra” (Carta a los obispos). Que la Santísima Trinidad, por
intercesión del Inmaculado Corazón de María, nos conceda la gracia de la
fidelidad al episcopado que hemos recibido y que queremos ejercer para honra de
Dios, el triunfo de la Iglesia y la salvación de la almas.
Ecône, 27 de junio de 2013, en la fiesta de Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro
Mons. Bernard Fellay
Mons. Bernard Tissier de Mallerais
Mons. Alfonso
de Galarreta