"El liberalismo es pecado, y pecado mayor que el robo, el asesinato y otros, por ser contra la fe, que es el fundamento de todo el orden sobrenatural."
"No entréis jamás en pactos con el liberalismo; rechazad con indignación toda propuesta en ese sentido, y detened y apagad en los fieles toda tendencia a eso mismo que observéis en ellos, repitiéndoles siempre que la Iglesia ha dicho que ni puede ni debe transigir y reconciliarse con la civilización, el liberalismo y progreso modernos."
"Los verdaderos católicos deben negar muy alto y en absoluto que el error y el vicio tengan derecho alguno de ponerse al lado de la verdad, y deben rechazar toda componenda en ese sentido. La responsabilidad alcanzará tremenda y pavorosa a los que busquen esas componendas."
FUENTE (extracto)
Recordamos
aquí las palabras del valiente obispo San Ezequiel Moreno Díaz,
misionero incansable y pastor solícito del bien de las almas puestas bajo su
cuidado, quien se refirió puntualmente a la verdadera paz en circunstancias muy
semejantes a las que hoy protagonizamos.
De
las páginas de su Decimoquinta Carta Pastoral -Cuaresma
de 1933- (Cartas Pastorales, Circulares y Otros Escritos, Madrid, 1908; pp.422
ss.), seleccionamos los párrafos más elocuentes, aconsejando vivamente su
atenta meditación:
————————————————————
"Explica
el Sr Obispo qué es la paz y dónde se puede encontrar
La
Santa Cuaresma, que ya llega, es el tiempo más serio y más interesante del año;
(…) porque ese tiempo lo dedica nuestra Santa Madre la Iglesia, y quiere que lo
dediquen sus hijos, a lo más serio e interesante que hay para ellos, que es
atender a su salvación eterna y procurar conseguirla a todo trance.
(…)
porque ese es su tema único, ese su solo pensamiento, esa su misión,
ese el fin para que fue instituida por Jesucristo, el de salvar a los hombres y
llevarlos a la ciudad del cielo; (…) ¡cuántos de entre los
creyentes viven olvidados del Cielo en que creen!
(…) Ahora,
más que nunca, hace falta el recuerdo de esas verdades, no sólo para la reforma
individual de la vida, sino para el bien de la sociedad. Sin el recuerdo de
esas verdades y práctica de lo que nos enseñan, no es posible el bienestar, ni
el orden, ni la paz.
No;
no habrá paz verdadera, si ésta no se funda en las enseñanzas de Jesucristo y
en su santo servicio. Se gritará ¡paz, paz! y no habrá paz; y ya que la paz es
el asunto del día, de la paz nos vamos a ocupar en la presente Carta Pastoral
para haceros ver qué es la paz, dónde se puede encontrar y cuán inútilmente se
espera de las modernas libertades e instituciones.
Todos
los hombres hablan de la paz con placer; todos la desean con ardor, y todos la
buscan con empeño. Podrán muchos equivocarse en los medios de buscar la paz, o
buscarla donde no es posible hallarla; pero todos la desean y la buscan, como
se desea y se busca la felicidad. Sucede, sin embargo, respecto de la
paz, lo que sucede respecto de la misma Religión; que mientras hay muchas
falsas, sólo hay una verdadera. Por este conviene saber lo que es la
paz, y tener idea precisa y exacta de ella.
I
- ¿QUÉ ES LA PAZ?
Todos
los teólogos, con Santo Tomás, han adoptado y hecho suya la definición que dio
mi Gran Padre San Agustín, de la paz en su monumental obra De
Civitate Dei libro XIX, cap. XIII, donde dice: «La paz es la
tranquilidad del orden.» (…) Orden es, colocación de las cosas en el
lugar que les corresponde, ó concierto, buena
disposición de las cosas entre sí, según el fin que tienen. (…)
No
se puede decir que las cosas ocupan el lugar que les corresponde, ni que estén
ordenadas, por consiguiente, cuando lo que debe estar lo primero está lo último;
cuando lo principal ocupa un lugar secundario; cuando el fin se haga medio, y
el medio fin; cuando se cambien y alteren los oficios propios de las cosas,
según el fin á que estén destinadas. (…) Siendo el orden causa de la paz, es
también claro y evidente que la paz sólo durará lo que dure el orden,
y que, perturbado éste, no habrá ya paz. Entra, pues, en concepto de
paz, no sólo la idea de orden, sino también la idea de resistencia
a todo elemento o agente que intente perturbar el orden.
Debemos,
pues, sentar como principio que es necesario el orden para que haya paz; pero ¿cuál
es el origen y fundamento del orden? Es indudable que es Dios, Creador
de todas las cosas el que señaló sapientísimamente a cada una el lugar que le
corresponde según su divino querer.
(…)
En los seres racionales debe también haber orden, y lo hay, en efecto,
llamado orden moral, que lo constituye la voluntad de Dios,
manifestada a los hombres en los Mandamientos que les ha dado, ya directamente,
ya por medio de su Iglesia Santa.
El
que quebranta ese orden, el que no hace lo que manda Dios, es un perturbador de la paz, e incurre en su indignación divina. (Ps. CXVIII,
165.) No pudiendo haber orden sino en el cumplimiento de la voluntad divina,
manifestada en sus Mandamientos, se deduce que es falsa toda paz que no
se funda en ese cumplimiento.
Falsa
es, pues, la paz que se quiere fundar en una vida exenta de ciertas
privaciones, y abundante en riquezas y medios de evitar sufrimientos.
Falsa
es la paz que se hace consistir en el goce de las delicias y placeres de este
mundo.
Falsa
es la paz que se busca en los puestos elevados, en la fama, en la estimación y
respeto de los hombres.
Falsa,
por último, y funestísima es la paz que nace del endurecimiento en el mal,
efecto de una vil condescendencia con las pasiones, por la que, a fuerza
de vivir en pecado permanece en él sin oír la voz del remordimiento que le
perturbe é inquiete.
La
manera, pues, de conseguir la paz es unir nuestra voluntad con la voluntad de
Dios, pues Dios es la fuente del orden, y la paz es la tranquilidad del orden.
II
- LA VERDADERA PAZ QUE TRAJO JESUCRISTO AL MUNDO Y DIO A LOS HOMBRES
La
paz establecida por Dios entre el cielo y la tierra» la perdió el
hombre con el pecado. (…) pero en el mismo instante de la rebelión» Dios, en su
infinita misericordia, habla al hombre de reconciliación y de paz, y le promete
un Redentor que establecería esa paz.
Los
Profetas vinieron consolando al mundo con la promesa y esperanza del Redentor
(…) Llegada la plenitud de los tiempos vino al mundo el Redentor esperado, y
los ángeles con alegre cántico anuncian al mundo la paz que traía (Lc. 2, 14.)
Jesucristo,
en efecto, nos dio, en primer lugar, la paz con Dios, reconciliándonos con El
mediante su pasión y muerte, y ese beneficio
es el que recuerda con frecuencia el Apóstol en sus cartas. En la que escribió a
los fieles de Éfeso (11, 13, 14), les dice: Vosotros los que en otro
tiempo estabais lejos habéis sido aproximados por la sangre de Jesucristo; Él
es quien constituye nuestra paz» (…)
Esta
paz que trajo Jesucristo, y que se dignó depositarla en sus discípulos (…) se
nos aplicó en el bautismo en el que fuimos recibidos a la amistad de Dios, y si
después llegamos a perderla por el pecado, de nuevo se nos aplica en
el sacramento de la Penitencia, donde se nos repiten las palabras de
Jesús: Vete en paz.
(…)
¡Que la voluntad no se aparte jamás del dictamen de la razón, y que la
razón no se rebele altanera contra el orden del Hacedor Supremo, esto es,
contra su fe revelada y su religión sacrosanta! De este hermoso
concierto procede la tranquilidad de la mente, el sosiego del corazón, y que el reino de Dios
permanezca en nosotros, y, por consiguiente, la paz completa.» (…)
III
- LAS MODERNAS LIBERTADES SON CONTRARIAS A LA PAZ
Hemos
dicho que la paz es la tranquilidad del orden, y que el orden consiste en la
sujeción de todo nuestro ser a la voluntad divina, fuente y origen del orden.
Ahora bien: las modernas libertades, no sólo no nos
sujetan a la voluntad divina, origen del orden, sino que tienden a emanciparnos
de ella, y, por consiguiente, a colocarnos en el desorden, y a quitarnos la
paz.
Que
las libertades modernas tienden a emanciparnos del querer divino, y a que
obremos fuera del orden establecido por Dios, es una verdad que
proclaman a voz en grito los mismos defensores y propagadores de esas
libertades.
En
efecto, no cesan de repetir que «no debe haber otra autoridad que la
propia razón, y que hay que abolir la fe, porque la humilla, y acabar con la
Iglesia, porque la oprime. El progreso rechaza las trabas de las religiones
positivas, aclama la razón emancipada, y hace desaparecer los dogmas revelados.
Mientras los pueblos se hallaron en la infancia, fue necesario dominarlos con
los terrores del infierno, y engañarlos con las alegrías del cielo; pero hoy
los pueblos son adultos, y sacuden el yugo de las creencias que los habían
oprimido, y se levantan arrogantes proclamando independencia y aspirando a
gozar de la luz de la razón y del calor de la libertad.»
(…)
eso escriben los periodistas liberales de las capitales y de los pueblos; eso
enseñan los amigos del progreso, de la civilización y de las modernas
libertades. Si pues es claro y evidente que esas libertades nos apartan
de Dios, es también claro y evidente que nos apartan del orden, y, por
consiguiente, de la paz. Puede decirse que llevan en sí mismas la negación
de la paz, porque es propio y esencial en ellas apartar del orden establecido
por Dios, y, por tanto, apartar de la paz.
Las
libertades modernas son rebelión contra el orden, y
por eso ha dicho nuestro Santo Padre León XIII, (…) lo
siguiente:
«Hay
ya muelles imitadores de Lucifer, cuyo es aquel nefando grito no
serviré, que con nombre de libertad defienden una licencia
absurda. Tales son los hombres de ese sistema tan extendido y poderoso que,
tomando nombre de la libertad, se llaman a sí mismos liberales»
(…)
«Lanzad una mirada sobre lo que pasa en las naciones donde el liberalismo se
ostenta victorioso y se han llevado a la práctica las doctrinas liberales
(…) Ved esa multitud de victimas sacrificadas en las continuas guerras
que se suscitan. Mirad esas huellas sangrientas, esas lágrimas amargas, esa
cruel persecución a todo lo que es bueno, justo y santo, ese trastorno
espantoso que asusta a toda la gente de orden»
¿Quién
ha enseñado a cometer esos monstruosos delitos que harían temblar a los mismos
salvajes? (…) ¿Quién, repito, ha abortado semejantes monstruos, que por
todas partes introducen el desorden y quitan la paz, sino esas libertades, esa
doctrina abominable del liberalismo que ha destruido toda la moral; que sofoca
todos los nobles sentimientos; que ultraja la dignidad humana; que rechaza las
autoridades más respetables, que no reconoce otra ley que la de las pasiones? ¿No
son los dogmas del liberalismo? (…)
(…)
Las columnas del mundo social se estremecen, y ese mundo bambolea como un
ebrio. Las ruinas de los poderes públicos se confunden con las de los
altares. Las instituciones, las leyes, las costumbres, todo se halla
como sumergido en el volcán devorador de la anarquía. ¡Oh Dios Santo!
Si Vos, que habéis fijado límites al furor del Océano, no ponéis un dique al
torrente devastador de las execrables doctrinas del liberalismo, ¿adónde
llegaremos y qué será de las sociedades?
Es
indudable que a este desorden actual seguirá la destrucción entera del género
humano, el desorden final que haga venir al Hijo del Hombre en grande majestad
para poner orden, colocando a cada uno en el lugar que le corresponda, pero de
tal modo, que sólo resulte paz para los que siempre vivieron según el orden por
él establecido.
(…)
Es preciso convenir en que las modernas libertades son contrarias a la
paz, porque
«quitados
todos los frenos del deber y de la conciencia, sólo queda la fuerza, que nunca
es bastante a contener por sí sola los apetitos de las muchedumbres. De lo cual
es suficiente testimonio la casi diaria lucha contra los socialistas y otras
turbas sediciosas, que tan profundamente maquinan por conmover hasta en sus
cimientos las naciones.» (Encíclica Libertas).
IV
- NO ES POSIBLE LA PAZ ENTRE EL CATOLICISMO Y EL LIBERALISMO
Hay
en el liberalismo un espíritu mil veces maldecido y condenado por la Iglesia
católica, Maestra de la verdad, porque ese
espíritu es puro y neto el espíritu de Lucifer, y con él no puede estar en
paz el espíritu del Catolicismo.
En
efecto, ‘el espíritu del liberalismo y el del Catolicismo son irreconciliables.
¿Qué acuerdo cabe entre Dios y Belial? (…) y dijo también el gran Pontífice Pío
IX en ocasión solemne: «En estos tiempos de confusión y desorden, no es
raro ver a cristianos, a católicos que tienen siempre en la boca las palabras
de término medio, de conciliación y transacción. Pues
bien, yo no titubeo en declararlo: estos hombres están en un error,
y no los tengo por los enemigos menos peligrosos de la Iglesia. (…)
Más
solemne es aún la condenación que sobre el particular hizo el mismo Pío IX en
el Syllábus, (…) La última proposición condenada dice
lo siguiente:
El
Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el
liberalismo y la civilización moderna.
Condenada
esa proposición como errónea, resulta verdadera, la contraria, o sea, que el
Romano Pontífice ni puede ni debe reconciliarse ni transigir con el progreso,
con el liberalismo y con la civilización moderna (…)
Acaso
dirán algunos: ¿cómo es, pues, que ha resultado la paz de tratados que acaban
de celebrarse entre católicos y liberales?
Se
dice que se han dado el abrazo de la paz, que estamos en paz, y, en
efecto, se canta la paz, y se festeja la paz con regocijos extraordinarios»
¿Cómo debe entenderse todo eso?
Esa
pregunta quedará contestada distinguiendo, con Santo Tomás (2.a 2.ae? q. 29,
a.1), entre paz y concordia, y diciendo que si bien donde hay paz hay
concordia, no siempre donde hay concordia hay paz. Y concordar
pueden, y concuerdan a veces hasta los mismos malvados para realizar sus planes
infernales, como se comprueba con la misma Sagrada Escritura, que dice:
Se
mancomunaron los príncipes contra el Señor y contra su Cristo.
(Ps. II, 2.)
¿Se
puede, acaso, decir que esos malvados tienen paz? No, porque donde hay
impiedad no hay orden, y donde no hay orden no hay paz. No hay paz
para los impíos dice el Señor. (Is., XLVIII, 22.)
Con
esta doctrina, ya se comprende que lo que ha habido entre católicos y
liberales ha sido convenio, pactos, tratados, lo que se quiera llamar; pero de
eso no ha resultado, no ha podido resultar la paz entre liberalismo y
catolicismo.
El
liberalismo, en el convenio, pacto, tratado, o lo que sea, no
ha podido dar paz, porque el liberalismo es pecado, y el pecado es desorden
en su esencia, y no puede dar paz, porque nadie da lo que no tiene. (…)
El
jefe liberal, en el Manifiesto que dio en Poen, después del tratado o pacto, da
a entender que ha convencido, que ha dejado en toda su
brillantes el honor del Partido liberal, que la intransigencia
ha cedido el campo a la tolerancia, y, en una palabra, en todo el
Manifiesto da a conocer que ha conseguido algo a favor del partido liberal, y
que está satisfecho. SI eso es verdad; si algo ha conseguido favor del partido
teniendo en cuenta los principios que hemos sentado sobre la paz, la lógica nos
lleva a sacar una consecuencia muy triste, pero por triste que sea, hay que
sacarla. La consecuencia es que tenemos ahora menos paz que antes de la
guerra, y durante ella.
Es
cierto que ya no hay, por ahora, cañonazos; tifos de fusil, heridas,
derramamiento de sangre, muertes, etc.; pero hay menos paz que antes, y tanto
menos, cuanto mayor sea la ventaja que ha sacado el partido liberal: porque lo
liemos dicho y lo repetimos, el liberalismo envuelve en sí mismo el
desorden, es la negación de la paz, y, por consiguiente, cuanto más avance,
cuantas más ventajas obtenga, menos paz habrá.
Si
existe la lógica, es una verdad lo que decimos, y si han obtenido ventajas los
liberales, hay que exclamar con el profeta Jeremías: Curaban la quiebra
de la hija de mi pueblo con ignominia, diciendo: Paz, paz;
y no había paz, (Cap., VI, 14)
V
- EL GRAN PELIGRO
Queda
probado que no cabe la paz entre el liberalismo y catolicismo, que cuanto
más liberalismo haya, más desorden tiene que haber, y, por consiguiente, menos
paz.
Esta
doctrina no la comprenden o no la quieren comprender muchos de nuestros
hombres, que se llaman católicos, que pasan por ilustrados, y figuran en la
sociedad, y por lo mismo se empeñan, no sólo en que anden
juntos y del brazo el catolicismo y el liberalismo, sino en que así unidos
gobiernen la nación.
(…)
Lo último que hemos llegado a leer, sobre el asunto que tratamos, en uno de los
poquísimos impresos que hemos recibido en estos meses pasados, es lo siguiente:
«Los
conservadores guardianes de creencias salvadoras que retemplan el alma en las
horas de la prueba, se confundirán con los verdaderos liberales, y su unión
será fuente de prosperidad para todos, y resultado de una política grande y
noble. Dejemos las creencias aparte. Si los liberales no creen, tendrán para
ello tanto derecho como los conservadores para creer. No critiquemos ni á los
que creen ni a los que no creen.»
El
mismo autor de esas cosas tan contrarias a la doctrina
católica, dice en otro artículo o comunicado:
Hay
que «lanzar al infierno o a los diablos ese principio fatal de nuestra
política, que consiste en creer que los conservadores son malos porque no son
liberales, o en que éstos son malvados, porque no son conservadores.»
No
nos detenemos a combatir el gran error de que los liberales tienen derecho para
no creer, ni a probar que los liberales son malos, no por no ser conservadores,
sino precisamente por ser liberales, una vez que el liberalismo es
pecado, y pecado mayor que el robo, el asesinato y otros, por ser
contra la fe, que es el fundamento de todo
el orden sobrenatural. (…)
Resulta
de todo que existe muy marcada esa tendencia hacia la unión del liberalismo y
catolicismo, y el deseo de que anden juntos, y juntos gobiernen, que es el gran
peligro que enunciamos, porque el liberalismo es desorden por esencia, y
no puede dar paz.
Por
esta misma razón, el liberalismo no tiene, no puede tener derecho a ser
elegido ni a gobernar, como ya hemos dicho en Circular que hemos dado hace unos
días con motivo de las elecciones.
Antiguamente
la táctica de Lucifer era desunir a los católicos,
envidiando que fueran una sola alma para servir a Dios, y tuvieran todos ellos
un solo corazón para amarle; pero hoy ha mudado de táctica,
y trata de unir a los que deben estar separados,
porque conoce perfectamente que cada paso que avance el liberalismo en el campo
católico, es nueva conquista para él.
No:
a esas uniones de Lucifer, a esas mezclas infernales, a esos horrendos
contubernios, no deben, no pueden concurrir los que aman la integridad de la
doctrina católica y la quieren ver brillar en toda su
pureza.
Conozcamos
que el mundo, enemigo de la verdad, extiende cada día más sus dominios, y
que hay una corriente avasalladora que arrastra a los individuos a sacudir el
yugo de Jesucristo, Señor nuestro. Pudiéramos decir que hoy el peligro es mayor
que nunca, y parece que es más difícil guardar fidelidad á
Jesucristo, nuestro Rey, que en los tiempos en que los perseguidores de la
Iglesia hacían correr á torrentes la sangre de los cristianos.
Entonces
estaba perfectamente deslindado el campo de los que seguían a Jesucristo, del
de los secuaces de ‘Satanás; y aunque era necesario valor heroico para
declararse cristianos, no había el gran peligro de andar mezclados con los
enemigos.
Hoy,
por el contrario, hay enemigos que se quieren meter con nosotros; andar con
nosotros; gobernar con nosotros, y aun oír Misa con nosotros, cuando conviene a
sus miras, y esa amalgama repugnante, anticatólica, y contraría al
orden y a la paz, la aclaman, la buscan y la quieren muchos de los
que pasan por católicos, y éste es el gran peligro para la nación,
para la Iglesia y para las almas.
VI - CONCLUSIÓN
Todos
estamos en el deber de hacer frente al peligro que acabamos de
denunciar.
Incumbe
ese deber en primer lugar, a las autoridades. Éstas deben hacer que reine la
paz de Jesucristo mediante la observancia de la Ley de Dios, y procurando que
las leyes, decretos, mandatos, órdenes y disposiciones que
den, se funden siempre en la Ley divina, en el querer de Dios. Miren siempre a
la Iglesia católica, como obra de Jesucristo, maestra de la virtud, custodia de
la verdad, guía de los que gobiernan y expresión viva de la
doctrina de su Divino Fundador, que es doctrina de orden.
Enseñar
esa doctrina, fomentarla, llevarla á la vida práctica es fomentar el
orden y procurar la paz. Pero es
preciso mantener ese orden y para mantenerlo es también necesario
remover ó reprimir, si es preciso, los agentes que lo
pueden perturbar, como la mala enseñanza, la mala prensa,
las malas lecturas (que tantas se introducen, por
desgracia), los amancebamientos y escándalos públicos,
la propaganda del error, y, en una palabra, todo lo que sea contra la ley o
voluntad de- Dios, porque todo eso es desorden y negación de paz.
Siguen
a las autoridades los padres de familia, cuya misión no consiste sólo
en alimentar, vestir y dar una carrera más o menos brillante a sus hijos,
sino en infundir en sus corazones el santo temor de Dios y hacer que estén en
paz con El por la observancia de sus santos Mandamientos, de la que
necesariamente nacerá también la paz con sus semejantes.
Esa
educación ordena el Apóstol, diciendo:
Educad
a vuestros hijos, instruyéndolos y corrigiéndolos según la doctrina del Señor
(Efesios XVI, 4)
En
los actuales tiempos la vigilancia de los padres sobre sus hijos debe ser
especial, porque son muchos los enemigos que tratan de
perderlos, atacando sus creencias y corrompiendo sus costumbres. La
impiedad podrá hacer poco, aunque se esfuerce, sí los padres de familia, con su
ejemplo, con sus enseñanzas, con sus consejos y vigilancia, apartan a sus hijos
de los peligros, en especial de malos profesores y amigos, y de malas lecturas«
Sacerdotes
del Altísimo y amados cooperadores: vosotros, como centinelas de la casa de Israel, sois los especialmente llamados a
vigilar por la pureza de la fe, a defenderla en toda su integridad, y combatir
con decisión y valor todo eso que trata de borrarla, o de achicarla, o
empañada, y que se llama civilización, ciencia, progreso, liberalismo moderno,
y de donde, como ya queda dicho, vienen los desórdenes aterradores que se
observan, en especial donde más dominan esas ideas.
No
entréis jamás en pactos con el liberalismo; rechazad con indignación toda
propuesta en ese sentido, y detened y apagad en los fieles toda tendencia a eso
mismo que observéis en ellos, repitiéndoles siempre que la Iglesia ha dicho que
ni puede ni debe transigir y reconciliarse con la civilización, el liberalismo
y progreso modernos. Buscad siempre la paz para los pueblos, pero la paz que
trajo Jesucristo, y que se da sólo a los que guardan su santa Ley y viven según
sus enseñanzas.
Los
particulares pueden y deben también oponerse a reconciliaciones y transigencias
imposibles y condenadas por la Iglesia, con sus escritos, sí
tienen dotes para escribir, con sus conversaciones netamente católicas, con sus
buenos ejemplos, confesando con valor, a Jesucristo delante de los hombres,
despreciando con entereza las burlas de la impiedad, contrarrestando la
influencia de las modernas libertades, que son desorden, y promoviendo las
obras buenas, que son orden, de donde viene la paz«
Los
verdaderos católicos deben negar muy alto y en absoluto que
el error y el vicio tengan derecho alguno de ponerse al lado
de la verdad, y deben rechazar toda componenda en ese sentido
La
responsabilidad alcanzará tremenda y pavorosa a los que busquen esas
componendas, pero también a los apáticos, a los cobardes,
a
los que se ocultan,
a
los que se cruzan de brazos,
a
los que tienen más cuenta con su amor propio, interés de bando o comodidad
personal, que a los supremos derechos de Dios y la salvación de la
patria, que sólo puede gozar de verdadera paz sirviendo a Jesucristo y
practicando en todo sus doctrinas.
Sabemos
que hay peligro, que se trabaja por perseguir, mutilar por lo menos nuestra fe,
y no hay que ser de los que cierran los ojos para no ver ese peligro, o
se tapan los oídos; para no oír que existe, y repiten eso de estamos en
paz, para justificar su pereza, su quietismo, su silencio, y llevar
una vida tranquila.
Estamos
en tiempos de combate, y ni se ganan batallas, ni se remedian los males, ni se
salvan los pueblos estando sin moverse y sin hacer nada.
Hay
que trabajar, pues, pero nuestros trabajos tienen que ser fecundados por Dios
nuestro Señor, y hay que pedirle con fervor que los fecunde.
Nos
estamos como asfixiando en la atmósfera del liberalismo que nos rodea por todas
partes, y pare ce que ha llegado la hora de estar de continuo con los brazos
levantados al cielo, repitiendo como los Apóstoles en el peligro de zozobrar en
la tormenta: Sálvanos, Señor, que perecemos„ (Mat., VIH, 25.)
Pidamos
al Señor uniendo nuestras oraciones a las de Nuestro Señor Jesucristo, a quien
San Pablo nos representa orando en el cielo por nosotros, y orando sin cesar.
(Hebr., VII, 25.) A esa oración añade la oblación perpetua que hace de su
cuerpo y sangre en los altares, (…) y pidiéndole en especial y con fervor que
guarde el precioso don de su fe en esta República, y reine en ella, pero de un
modo absoluto y completo.
Interesemos
a nuestro favor a la Santísima Virgen, nuestra buena Madre, suplicándole
humildemente haga fuerza al Sagrado Corazón de su Divino Hijo para que derrame
sobre todos nosotros los incendios de su divino amor, a fin de que, unidos
todos en caridad, tengamos paz en Él y con Él, y como pacíficos seamos hijos de
Dios y bienaventurados.
Esto
os desea a todos vuestro Obispo, que os bendice en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo. Amén"
—————————————————————
Ahora
bien, ¿alguien cree que en la “adaptación a los tiempos” los miembros de la
Iglesia podamos hoy mantener una posición francamente contraria a
la sostenida por su Infalible Magisterio y por tan grandes santos?…Ciertamente
no, porque el enemigo es exactamente el mismo ayer y hoy. Idénticas
sus estrategias y sus consignas. Despertemos, pues, y a proseguir a tiempo y a
destiempo.