Mexicanos, tengamos esperanza,
aunque por todos lados nos aflijan los males y nos inquieten los temores.
Mientras que se halle entre nosotros la Imagen Soberana de Guadalupe, bien
podrá suceder que la nave de la Religión sea combatida por vientos recios y por
olas tan altas como los montes; pero jamás lloraremos su naufragio: la
verdadera y legítima libertad podrá ser amenazada, atacada, disminuida, pero no
llegará a perderse absolutamente. Seremos en cualquier sentido angustiados;
pero en ninguno destruidos: humillados; pero no abatidos: lloverán sobre
nosotros los males; pero la Imagen de Guadalupe resplandecerá al fin a nuestros
ojos como el sol después de las más furiosas tempestades.
Tal es nuestra esperanza,
benignísima Virgen, fundada en tus prodigios, en tus promesas y en una
experiencia muy dilatada.
Ningunos acontecimientos
serán capaces de arrancarla de nuestros corazones, ningunos temores de
perturbarla, porque después de la fe divina en Jesucristo tu Hijo, nada nos es más
estimable que la fe en el milagro de tu Imagen de Guadalupe. Que estas dos
creencias, ¡oh María dulcísima! sean siempre las guías de nuestros pasos, y el
consuelo de nuestras aflicciones, que sean el principio de nuestra felicidad en
la vida presente, y que la vista clara de la hermosura de Dios y de la tuya las
corone a ambas en la eternidad. Así sea.
Del sermón predicado el 12 de diciembre de 1833, por el señor Cura don Luis Gonzaga Gutiérrez del Corral.