"Esta encíclica constituye el manifiesto ideológico de Bergoglio, su profesión de fe masónica, así como su candidatura a la presidencia de la religión universal, sierva del Nuevo Orden Mundial. Aunque tanta afirmación de acatamiento al pensamiento dominante le valga el beneplácito de los enemigos de Dios, corrobora el inexorable abandono de la misión evangelizadora que se ha encomendado a la Iglesia." "Bergoglio falsifica la realidad. Miente con un descaro que no tiene rival."
Una lectura somera del texto de Fratelli tutti daría la impresión de que fue escrita por un masón en lugar de por el Vicario de Cristo. Todo lo que en ella se dice está inspirado por un vago deísmo y una filantropía que no tienen nada de católico. Nonne et ethnici hoc faciunt? “¿No hacen eso también los gentiles?” (Mt.5,47).
Salta a la vista y es totalmente bochornosa la falsificación histórica del encuentro de San Francisco en el Sultán: según el autor de la encíclica, el Poverello «no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas»; en realidad, las palabras de San Francisco recogidas por los cronistas son muy diferentes: «Si me prometes en nombre tuyo y de tu pueblo que os pasaréis a la religión de Cristo, salga yo ileso o no del fuego, yo mismo entraré entre las llamas. Si me quemo, vaya en pago de mis pecados; si, por el contrario, el poder de Dios hace que salga sano y salvo, reconocerás a Cristo, poder y sabiduría de Dios, como verdadero Dios y Señor y Salvador de todos».
Está del todo ausente la dimensión sobrenatural, como está igualmente ausente toda alusión a la necesidad de pertenecer al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Santa Iglesia, para alcanzar la eterna salvación. Se distorsiona gravemente asimismo el concepto de fraternidad; para el católico, ésta sólo es posible en Cristo si se tiene a Dios por Padre gracias al Bautismo (Jn.1,12), mientras que para Bergoglio bastaría con pertenecer a la humanidad.
El concepto católico de libertad de religión es sustituido por el concepto de libertad religiosa teorizado por el Concilio Vaticano II, llegando a cambalachear el derecho divino de la Iglesia de libertad de culto, de predicación y de gobierno por el reconocimiento del error a propagarse no sólo en general sino también por las naciones cristianas. Los derechos de la verdad no pueden malvenderse a cambio de otorgar derechos al error. La Iglesia tiene un derecho natural a la libertad, en tanto que las religiones falsas no lo tienen.
Desconcierta la manera en que la encíclica se rebaja aceptando relato oficial del covid, confirmando con ello el sometimiento al pensamiento único y a la élite mundialista. Tampoco sorprende la excesiva insistencia en la unidad y la fraternidad universal, además de que condena el legítimo derecho que tiene el Estado de tutelar la propia identidad no sólo cultural sino también y sobre todo en materia de Fe.
Esta encíclica constituye el manifiesto ideológico de Bergoglio, su profesión de fe masónica, así como su candidatura a la presidencia de la religión universal, sierva del Nuevo Orden Mundial. Aunque tanta afirmación de acatamiento al pensamiento dominante le valga el beneplácito de los enemigos de Dios, corrobora el inexorable abandono de la misión evangelizadora que se ha encomendado a la Iglesia. Ya le habíamos oído decir en otra ocasión que «el proselitismo es una solemne tontería».
Bergoglio falsifica la realidad. Miente con un descaro que no tiene rival. Por otra parte, el mayor experto en adulterar la verdad es precisamente la dictadura china, según la cual Nuestro Señor lapidó a la adúltera (el régimen comunista ha distribuido en las escuelas un libro que cuenta algunas episodios tomados de diversas religiones, adulterando totalmente el texto). Está claro que la proximidad del régimen comunista a la iglesia bergogliana no se limita al Acuerdo, sino que incluye también el mismo modus operandi.
+Carlo Maria Viganò