domingo, 25 de julio de 2021

SERMÓN PARA EL DOMINGO 9º DESPUÉS DE PENTECOSTÉS - P. Trincado

Ruinas de Saint-Pierre, Martinica, ciudad arrasada por la erupción del volcán Mont Pelée en 1902


La destrucción de Jerusalén por el ejército romano, profetizada por Cristo en el Evangelio de hoy, fue un castigo divino por el deicidio. 

Cuando nos enteramos de los hechos aterradores que están sucediendo en el mundo, cada vez más graves y más frecuentes, no podemos dejar de pensar en que Dios castigará, quizá muy pronto, a la humanidad entera por su apostasía y abierta rebelión en contra de las leyes divinas.

Otras veces ha castigado Dios a los pueblos, como en el diluvio, en la torre de Babel, en Sodoma y Gomorra, en las plagas de Egipto, en la travesía de los hebreos por el desierto, castigos, estos últimos, a los que se refiere la Epístola de hoy. 

Dijo Jacinta, la vidente de Fátima: Si la gente se enmienda, Nuestro Señor todavía salvará al mundo; pero si no se enmienda, vendrá el castigo.

Entre los grandes castigos de Dios a grupos humanos enteros, se destaca el caso de los habitantes de la ciudad de Saint Pierre, capital de la isla de Martinica, en las Antillas. 

El Viernes Santo de 1902, muchos de sus cera de 30000 habitantes blasfemaron espantosamente: para burlarse de la santa religión católica, crucificaron a un cerdo y lo sepultaron con parodias de ceremonias litúrgicas.

A los 14 días, el 8 de mayo, se produjo una gran erupción volcánica que destruyó por completo la ciudad y a todos sus habitantes. 

Unas 50 personas y unos 200 animales domésticos, principalmente caballos, fueron las primeras víctimas del castigo, no por el efecto de la erupción del volcán, sino por las mordeduras de víboras que invadieron la ciudad, las que, huyendo instintivamente de la muerte que se avecinaba en las montañas, atacaron a las personas y animales que encontraron en su camino. 

De pronto, cerca de las 8 de la mañana de ese día 8 de mayo, el volcán exhaló una densa nube, oscureciendo el cielo en un radio de unos 80 km. Un flujo volcánico, compuesto por vapor, diversos gases y polvo, se desplazó a una velocidad de más de 600 km. por hora y a una temperatura de entre 400 y 1000 ºC; y en menos de un minuto cubrió enteramente Saint Pierre. 

Se estima que, en total, la erupción volcánica segó la vida de más de 30.000 personas que murieron quemadas o asfixiadas. Un testigo dijo: “vino hacia nosotros una gigantesca pared de fuego, y su sonido parecía el disparo de mil cañones. La ola de fuego nos cubrió como si fueran relámpagos estallando sobre nosotros. Era un huracán de fuego”. Otro testigo relató: “Sentí soplar un viento terrible, la tierra comenzó a sacudirse y el cielo se oscureció de repente. Traté de volverme y buscar refugio en mi casa. Con grandes dificultades trepé los tres o cuatro escalones que me separaban de mi habitación, y sentí que me quemaba los brazos, las piernas y el cuerpo. Me caí sobre la mesa. En ese momento, cuatro personas también buscaron resguardo en mi cuarto, gritando con desesperación y llorando de dolor, a pesar de que sus ropas no mostraban señales de haber estado en contacto con el fuego. Tras unos diez minutos (una) niña… de diez años de edad, cayó muerta; los otros se fueron. Me levanté y fui a otra pieza, donde encontré… al padre de la niña, todavía vestido y acostado sobre la cama, muerto. Estaba violeta e hinchado, pero sus ropas estaban intactas. Enloquecido y desesperado, me tiré sobre una cama, inerte y a la espera de la muerte. Me recuperé tal vez en una hora, cuando me di cuenta de que el techo se incendiaba. Teniendo todavía algunas fuerzas, con las piernas sangrando y cubiertas de quemaduras, corrí a Fonds-Saint-Denis, a seis kilómetros de St. Pierre”.

Algunos pocos años después del castigo de Martinica, se produjeron las apariciones de Fátima. Volvamos a Jacinta, a quien Nuestra Señora dijo:

Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne.

Han de venir unas modas que han de ofender mucho a Nuestro Señor.

Las personas que sirven a Dios no deben andar con la moda.

Los pecados del mundo son muy grandes.

Si los hombres supiesen lo que es la eternidad harían todo para cambiar de vida.

Los hombres se pierden porque no piensan en la muerte de Nuestro Señor ni hacen penitencia.

Nuestro Señor dijo que en el mundo habrá muchas guerras y discordias. Las guerras no son sino castigos por los pecados del mundo.

Nuestra Señora ya no puede retener el brazo castigador de su Hijo sobre el mundo.

Es preciso hacer penitencia. La mortificación y los sacrificios agradan mucho a Nuestro Señor.

Si la gente se enmienda, Nuestro Señor todavía salvará al mundo; mas si no se enmienda, vendrá el castigo.

Estimados fieles: no podemos evitar la apostasía general de los católicos y la satánica rebelión mundial en contra de Cristo Rey, de las que somos testigos; pero una cosa podemos: enmendarnos nosotros, rompiendo resueltamente con el demonio, con el pecado mortal. El pecador, conviértase, y “el que crea estar firme, cuide de no caer”, como dice la Epístola de hoy. Dios nos conceda eso por la intercesión de Nuestra Madre.