Dice San Pablo en la Epístola de este
domingo: Os advertí frecuentemente y ahora os lo repito llorando: hay muchos
que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición,
su dios es el vientre, su gloria está en aquello que debería avergonzarlos, y
sólo aprecian las cosas de la tierra. Nosotros, en cambio, somos
ciudadanos del cielo, de donde esperamos ardientemente que venga como Salvador
el Señor Jesucristo.
Conviene examinarnos frecuentemente acerca de si vivimos como amigos o como enemigos de la cruz de Cristo. Porque la carne y el mundo nos arrastra a buscar siempre el bienestar y el placer, y a evitar y detestar todo sufrimiento. Si esta es nuestra actitud habitual, somos enemigos de la cruz de Cristo.
El mundo, hoy más que nunca y cada vez
más, odia la cruz de Cristo, es decir, el sufrimiento que unido al de Cristo
crucificado, adquiere un valor infinito y -cosa increíble- se hace redentor
porque Cristo nos ha querido redimir por medio del sufrimiento. El sufrimiento
cristiano es salvador.
Leeré, a continuación, ciertos pasajes de la “Carta Circular a los Amigos de la Cruz”,
de San Luis María Grignión de Monfort
Ahí tienen los dos bandos
con que a diario nos encontramos: el de Jesucristo y el del pecado. A la derecha el de
nuestro amable Salvador, el bando de los amigos de la Cruz.
Un puñado de personas; eso sí, las más
valientes. Porque hace falta el necesario valor para seguir a Cristo en la
pobreza, en los dolores, las humillaciones y demás cruces que es preciso llevar
para servir al Señor todos los días.
A la izquierda, el bando
del pecado o del demonio, los enemigos de la Cruz. Bando
mucho más numeroso, espléndido y vistoso, al menos en apariencia. Lo más
selecto del mundo corre hacia él. Las gentes se apretujan, aunque los caminos
son anchos y más espaciosos que nunca, porque las multitudes transitan por
ellos como torrentes. Sus senderos están sembrados de flores, llenos de juegos
y de placeres.
A la derecha, el 'pequeño
rebaño' que sigue a Jesucristo: habla de lágrimas, penitencia, oración y
desprecio de lo mundano. ¡Ánimo! –gritan– ¡Ánimo! Si Dios está por nosotros, en
nosotros, y avanza delante de nosotros, ¿quién puede estar en contra nuestra? (Rm 8,31). Un criado no es más que
su señor (Jn 13,16; 15,20). Una momentánea y ligera
tribulación produce un peso eterno de gloria (2Cor 4,17). El número de los elegidos es menor de lo que pensamos. Sólo los
valientes y esforzados arrebatan el cielo. ¡Luchemos, pues, con valentía!
¡Corramos a toda prisa para alcanzar la meta y ganar la corona! Estas son algunas de las ardorosas palabras con
que se animan unos a otros los Amigos de la Cruz.
En cambio, los amigos de
lo mundano, gritan sin descanso para animarse a perseverar en su malicia: ¡paz,
paz, paz! (Jr 6,14; 8,11). ¡Alegría, alegría! (Is 22,12; Mt 24,27-39). ¡Cantemos, bailemos,
divirtámonos! Dios es bondadoso y no nos creó para la condenación ni prohíbe
divertirnos! No nos vamos a condenar por esto.
Recordad que el buen
Jesús os está mirando, y dice a cada uno en particular: Mirad: casi todos me
abandonan en el camino real de la Cruz. Más aún –y esto lo digo con el corazón
traspasado de dolor– mis propios hijos vivificados por mi Espíritu, me han
abandonado y despreciado, convirtiéndose en enemigos de mi Cruz. ¿Acaso vosotros
también queréis dejarme, huyendo de mi
Cruz, como los mundanos que en esto son otros tantos anticristos?¿Queréis
esquivar los dolores de mi Cruz para correr detrás de los placeres? “Tengo muchos amigos que dicen amarme, pero que en el fondo me aborrecen
porque no aman mi Cruz. Tengo muchos amigos de mi mesa, pero muy pocos de mi
Cruz" (Imitación
de Cristo, II, c 2, n 1).
El que quiera venir en
pos de Mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga (Mt 16, 24).
Estimados fieles: amemos a Jesucristo
como Él lo merece y como Él quiere ser amado, es decir, llevando en su seguimiento toda clase de cruces, sin
rebelión, sin amargura, sin traición; con resignación, con paciencia y hasta
con alegría. Él nos da su gracia para que todo eso sea posible.
Los dos ladrones, los dos pecadores del Calvario sufrían exactamente lo
mismo, y sin embargo uno se salvó y el otro se condenó. No podemos evitar el
sufrimiento; lo que sí podemos, con la gracia de Dios, es sufrir bien. Debemos
aprender a sufrir. Cuando estemos crucificados debemos hacer como el buen
ladrón, que aceptó su cruz y la unió a Cristo, y por eso se salvó; y no como el
mal ladrón, que rechazó su cruz, y con ella, a Cristo -porque Cristo es
inseparable de la cruz- y por eso se condenó.
La cruz: el mundo la
llama locura, infamia, estupidez, indiscreción, imprudencia. Pero la verdad es que nada hay tan necesario, nada tan útil, tan
dulce ni tan glorioso, como sufrir algo por Jesucristo.