martes, 18 de febrero de 2014

HABLA EL P. PINAUD- PARTE 5

Me planteó algunas preguntas para comprender mi situación, me preguntó si me había entrevistado con los superiores, especialmente Monseñor Fellay. Yo le dije que no había tenido el menor contacto con ningún superior… Me pidió leer el famoso decreto penal del 7 de marzo y que le intrigaba mucho.
Después de leerle las primeras palabras: invocando el santo nombre de Dios escuché una inmensa explosión de risa: “Es teatro, me dijo, una gran comedia orquestada para impresionarlo. Este decreto penal es ridículo y además es nulo… usted sabe, este procedimiento administrativo del código de 1983, es un medio fácil que se le da al Superior General para castigarlo sin tener que hacerlo él mismo”.

Nuestra conversación duró dos horas, lamenté que el Padre Anglés no pudiera ser mi abogado… él me aconsejó de tener mucho cuidado –decididamente- « Ellos son capaces de todo, me dijo, haga copias de sus documentos y guárdelos bajo llave ».

Esto no era muy tranquilizador, pero yo ya había tenido una experiencia en la materia… no es agradable constatar –y esto no es más que un ejemplo- que se utiliza nuestro nombre para engañar a nuestros amigos… la usurpación de identidad es una mentira,  pero mi acusador, el profesor de moral del seminario de Ecône, llama a esto una restricción mental.

Yo no les aconsejo elegirlo por confesor, a él y a otros.

El Padre Gleize se queja de “Que destruyen la confianza hacia Ecône y el cuerpo profesoral: notablemente el Padre Quilton que pronunció la acusación…”  Lean el acta de acusación, ustedes estarán maravillados por el talento de su redactor. Porque era un acta de acusación, él creyó poder escribir cualquier cosa. Un verdadero talento de novelista.

Así como nunca pude conocer cuáles fueron los criterios de elección de mis jueces, estos últimos rechazaron, sin motivo, que yo fuera asistido por el Padre Pivert. Yo no lo conocía, lo escogí como abogado por consejo de un buen cofrade que me aseguró su gran competencia. No lamento haberlo escogido a él.
Si ustedes leen el libro de las Actas del proceso, comprenderán que el Padre Pivert no fue recusado por falta de competencia… ¡pero tal vez lo fue porque es demasiado competente!!
Quiero aprovechar esta conferencia para expresarle públicamente, esta tarde, mi profunda gratitud por su asistencia jurídica sin falla a lo largo de toda esta aventura judicial. Confieso que aprendí más de derecho canónico durante estos meses que durante todos mis estudios en el seminario.
De los tres nombres propuestos para reemplazar a mi abogado elegido, el Padre Pivert, no quedaban más que dos –los Padres Puga y Laroche- pues el Padre Anglés no podía ser mi abogado.
Entonces contacté al Padre Puga, pero después de una vacilación, declinó la misión: “Yo no quiero avalar “el delito sospecha”, el cual es el único motivo que impide al Padre Pivert ser su abogado. Él es mucho más competente que yo, esto es pura arbitrariedad y no es aceptable”.
Esta negativa me pareció honorable, pero lo lamenté pues aprecié mucho la finesa de su defensa en el caso del Padre Salenave. Ustedes también pueden leerla, está publicada en el capítulo Proceso Salenave.
Quedaba el Padre Laroche que fue mi profesor de derecho canónico. Confieso que no me atreví a contactarlo temiendo que recordara a su antiguo alumno y además su alumno recuerda igualmente que en tres años de curso, este profesor no pudo decirnos cuál código debíamos seguir, si el de 1917 o 1983.
Por lo tanto me defendí solo, pero no completamente pues el Padre Pivert siempre respondió a todas mis preguntas y muchos otros cofrades, jóvenes y no tan jóvenes, no dudaron en leer, releer mis intervenciones y comentarme sus observaciones, consejos, advertencias, algunas veces muy juiciosos; pero también debo agradecer a los laicos por sus preciosos consejos, tanto sobre la forma como sobre el fondo.

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