martes, 18 de febrero de 2014

HABLA EL P. PINAUD - PARTE 3

Esto no es aconsejado por el Padre de Cacqueray y para su perfecta información, debo advertirles que un comunicado firmado por su propia mano ha sido enviado el 11 de febrero a todas las casas del distrito para anunciar que llamó por teléfono al autor de este libro, el Padre Pivert, para prohibir su publicación. Constando que el viento se llevó su prohibición, “está de más decir –sigue diciendo- que este libro no puede ser vendido y difundido en las mesas de prensa de los prioratos y que no se debe aconsejar la lectura…”
« Si piensan que es por este género de iniciativa intempestiva que se ayudará a la Fraternidad en las circunstancias difíciles que atraviesa, se engañan. Los invito a la oración y a la penitencia”.
Si no hubiera habido proceso, las cosas podrían ser diferentes. Pero cuando se hace un proceso, hay que asumir las consecuencias.
Padre de Cacqueray, permítame plantearle la siguiente pregunta : ¿Qué representa para usted la reputación de uno de sus cofrades que durante mucho tiempo fue su subalterno?

Y permítame también recordarle el consejo que usted me dio el 11 de junio pasado: “Tenga cuidado, ellos son capaces de destruir definitivamente su reputación”… ¿de qué hablaba usted?

El Padre Beauvais no quiso permanecer pasivo cuando se anunció mi condenación, lo contactó para comunicarle su voluntad de hacer algo… ¿es necesario recordarle lo que usted le dijo… en todo caso, ¡usted parece haber vuelto de Menzingen, una enésima vez!
En cuanto a la invitación a la oración y a la penitencia, es una fórmula que aunque siempre es bienvenida, no es el remedio apropiado para reparar las mentiras y las injusticias.
¿Recuerda usted este texto del padre Calmel ?: “Estos falsos espirituales, que han traicionado las obligaciones del honor y de la justicia, han matado en su corazón la posibilidad de una verdadera contemplación; ellos están hundidos en una oración de mentira. (…) la caridad por el prójimo no se puede sostener fuera del sentido del honor. Así, no defender a los inferiores que están a su cargo, abandonarlos, dejarlos presa de las calumnias, pisoteados, exiliados, cuando se es el jefe legítimo, abandonarlos y abandonarlos con palabras piadosas, en una palabra, conducirse como un cobarde, es evidentemente faltar al honor y a la justicia, pero al mismo tiempo es una falta grave a la caridad. El jefe que tiene la costumbre de actuar así se evita tal vez las dificultades y los enemigos, pero comete iniquidad. Pueden ustedes decirme que es un hombre de oración, yo les respondo que es sobre todo un hipócrita piadoso. Él desconoce una de las primeras obligaciones de la vida activa, que es amar lo suficiente para practicar la justicia, incluso a su propia costa”. (P. Calmel, Itinéraires n°76, La contemplation des saints).

Regreso al Padre Gleize. Su opinión ayuda a la Fraternidad, nos diría tal vez el padre de Cacqueray- en todo caso, este profesor de Ecône no vacila en darla.
Les transmito ahora la opinión privada de otro cofrade que, después de leer el mismo expediente, le dirigió la siguiente carta a los miembros del consejo y a los obispos el 17 de noviembre de 2013: se trata de un cofrade con 6/7 años de sacerdocio, tal vez es importante precisar que yo no lo conozco.
Esta carta fue enviada a los tres obispos, a los dos asistentes, al Padre de Cacqueray, a los tres miembros del tribunal y al condenado.
Monseñor,

En su calidad de obispo de la Tradición con la carga temible de ser un faro y un guía seguro para los fieles desorientados en este tiempo de crisis, le escribo a fin de darle a conocer mis protestas y expresarle mi dolor ante la situación actual.

Yo protesto con todas mis fuerzas contra la sentencia que acaba de pronunciarse en contra del Padre Pinaud. La noticia corre en este momento y se extiende como incendio: el Padre Pinaud, al término de ocho meses de procedimiento (¡ocho meses!) ha sido suspendido del ejercicio de todo poder del orden y de jurisdicción, y esto sin límite de tiempo. “El que calla otorga”, se dice, y yo no quiero avalar con mi silencio tal condenación.

En una primera lectura, lo risible disputa con lo grotesco en esta sentencia.

Que recuerden que Monseñor Lefebvre fue declarado suspendido a divinis -injustamente, no lo dudamos- por un acto que, sin embargo, tenía peso en el plano canónico pues se trataba de ordenaciones sacerdotales contra la advertencia expresa de las autoridades romanas. Nosotros vemos aquí que la misma sentencia fue dictada por haber corregido algunas faltas de ortografía y por haber aprobado en privado la redacción de un documento juzgado subversivo.

Pero sobretodo la lectura del precepto penal manifiesta que el fondo del problema jamás fue abordado. El caso del Padre Pinaud ha sido enganchado al del Padre Rioult como un vagón a una locomotora, y ha sido juzgado analizando los actos planteados sin que jamás fueran tomadas en cuenta las razones de los actos en cuestión. Fe así como en su tiempo, los oficiales romanos juzgaron a Monseñor Lefebvre, examinando el acto pero omitiendo escrupulosamente las circunstancias que lo condujeron a actuar. ¿Cómo es posible que se le haya infringido a un cofrade la sentencia más grave para un sacerdote –pues hasta su misa le fue retirada- sin querer considerar las razones de su acción? ¿Desde cuándo se juzga un acto sin examinar las circunstancias que le rodean, y en particular las razones que lo motivaron? 

Al final, sin embargo, en el considerando número seis, la cuestión de fondo es evocada, pero simplemente como signo de pertinacia: “No solamente, leemos, el Padre Pinaud aprobó una carta que fomenta la división, sino que además persiste en las razones que lo condujeron a actuar”, razones que son simplemente mencionadas pero no examinadas.

Quieren escrutar con lupa los artículos del código, y evitan el fondo del problema, como algunos cuelan al mosquito dejando pasar el camello. ¿Cómo nuestra Sociedad pudo legitimar tal proceder? Yo protesto contra este juicio que es una ofensa a la justicia y le suplico a Su Excelencia actuar para anular esta sentencia.

Pero más allá de la protesta que es mi deber formular, quiero remontarme a la causa y dar testimonio de mi dolor al ver a nuestra Fraternidad desgarrada de esta manera. En una reunión de priores en Francia, que se llevó a cabo en San Nicolás de Chardonnet el viernes 8 de noviembre pasado, el Padre Nély nos dijo que había que restaurar la unidad. Efectivamente hay trabajo que hacer sobre este punto, y es una verdadera resurrección de la que habría que hablar, pues se trata desgraciadamente de la unidad doctrinal y del lazo de caridad, y tanto en un caso como en el otro podemos constatar su desaparición.

Cómo podríamos tener unidad doctrinal cuando vemos subsistir en la cúpula una división entre dos principios contradictorios: abril de 2012 y los otros textos de este período por una parte; abril 2013 y las otras declaraciones semejantes por la otra. Esta fractura se propaga hasta la base y deja a nuestra fraternidad dividida en dos campos: los oponentes resueltos de la declaración del 2012, y sus aprobadores silenciosos o entusiastas. Esta declaración no está muerta pues no fue retirada más que por motivos extrínsecos, porque nos dividió. Solo el texto fue retirado, no el pensamiento que la subyace y que todavía vive, pensamiento que ha sido expresado en otros textos que no han sido retirados. Es este pensamiento que nos divide y continuará dividiéndonos hasta que no volvamos atrás. Es además la causa profunda de la actitud del Padre Rioult, del proceso del Padre Pinaud, de la salida de muchos cofrades celosos aunque tal vez excesivos algunas veces. ¿Cuántos de entre nosotros se perderán y de cuántos sacerdotes deberá usted dar cuentas a Dios?

Esta declaración de abril de 2012 sin duda se quiso inteligente, pero se volvió de hecho realmente ambigua, al punto que se tuvo que prescribir un par de anteojos particulares para comprender bien el pensamiento. Estas ambigüedades que no fueron retractadas sino sólo dejadas de lado, continúan dividiéndonos mucho más que todos los sitios de internet juntos. Como prueba, ha habido siempre sitios que formulan críticas más o menos fantasiosas, desde Virgo María a Le Forum catholique… Estos sitios no inquietaron más que a algunos fieles atormentados y jamás lograron dividirnos profundamente. Es por lo tanto manifiesto que la causa de nuestros males no se debe buscar en internet que no es más que un catalizador.

En cuanto al lazo de la caridad, constato que ya no existe. Hemos entrado en una lógica de guerra, y de guerra civil. Muchas heridas sangran todavía, y el proceso del Padre Pinaud, lejos de traer la calma, puede ser ocasión de nuevas heridas. Fraternidad sin caridad fraternal ni unidad doctrinal… pronto seremos como un cuerpo sin alma, un conjunto de sacerdotes unidos por la mesa común pero ya no por el corazón. Tal unidad no puede durar mucho, como lo mostró desgraciadamente el Institudo del Buen Pastor.

Excelencia, frente a tantos males, su episcopado le da los medios de actuar. La sentencia inicua del Padre Pinaud no es más que una consecuencia de un mal más profundo que terminará por arruinar el combate de la fe si usted no pone remedio. Sacerdotes y fieles tienen los ojos fijos en la Iglesia docente. ¿Vamos a continuar  desgarrándonos más tiempo?

De protesta, esta carta se hace súplica para implorar de Se Excelencia traernos la paz, la tranquilidad y el orden. No es por sanciones que la paz regresará, sino reparando las divisiones, curando las heridas que estas han causado, restaurando una línea doctrinal coherente y clara en torno a la cual se unirán los sacerdotes y los fieles. No se trata solamente de la Fraternidad, es el combate de la fe, es de la defensa de la Tradición por la cual aquél a quien debemos nuestro sacerdocio, Monseñor Lefebvre, dio más que su vida.
Excelencia, perdone la forma un poco viva de esta carta. Ya no es tiempo de declaraciones acarameladas cuando veo cofrades tratados como el Padre Pinaud, cuando veo la Fraternidad tan dividida, cuando veo el combate de la fe tan frágil.

Le suplico acepte, Excelencia, …

Continúa...