VEA LA RESPUESTA DEL CONSEJO GENERAL A LOS TRES OBISPOS ACÁ.
La Iglesia visible
Lo
que domina en esta respuesta, es la identificación de la “iglesia visible cuya
sede está en Roma” con la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo.
El
problema se señala en primer lugar en un gran silencio. Monseñor Lefebvre ponía
siempre la fe en primer lugar y juzgaba todo con relación a ella. Fue ella
quien le permitió distinguir y definir la Iglesia, la iglesia conciliar,
nuestro lugar en la Iglesia y nuestras relaciones con el Papa. Lo hemos
comprendido suficientemente con las citas del capítulo precedente.
El
Consejo General no retiene en ningún momento a la fe como criterio, sino
únicamente la visibilidad y el papado. Esto es olvidar que la visibilidad que
caracteriza la Iglesia es la de la Fe y no una visibilidad material.
Igualmente, el consejo identifica casi a la iglesia visible con el papa, ya que
la posición de los tres obispos que denuncian los errores romanos es asimilada
al sedevacantismo.
Ya
el Padre Calmel recordaba, contra los modernistas, que la Iglesia es el Cuerpo
Místico de Jesucristo, y no el cuerpo místico del papa.
El
mismo error se presenta ahora entre nosotros y se manifiesta por afirmaciones
como esta:
“El principio de unidad es nuestro Superior
General” ¡No! El Superior General es un principio de unidad pero no EL
principio: él no es ni el primero ni el único. La fe, la fidelidad al legado,
la caridad, son los principios que preceden al Superior General, al servicio de
los cuales él debe obrar.
Igualmente,
al afirmar respecto al Superior General: “Esta dialéctica entre verdad/fe y
autoridad es contrario al espíritu sacerdotal”, el Consejo general tiende a
identificar el gobierno y las decisiones del Superior General con la norma de
la fe.
Por
otra parte, el Consejo General se acomoda diciendo que siempre habrá herejías
en la Iglesia. “Opportet hoereses esse, conviene que haya herejías”, escribe. Pero San Pablo proclama otra cosa
completamente: “Pues es necesario que haya incluso herejías a fin de
que aquellos de ustedes que tienen una virtud comprobada sean
reconocidos”. Y Fillion, comentador bien conocido explica: Este es el motivo
providencial de las herejías. Ellas provocan una crisis que permite a los
cristianos sólidos y perfectos manifestar su vigor en la fe y en la caridad, de
manera que se gane la aprobación divina. El “incluso” de “Conviene que incluso haya herejías” es muy acentuado, precisa Fillion.
Por
lo tanto, para nosotros, las herejías nos empujan a reaccionar, primero por
fidelidad, después para salvar las almas predicando la fe, sobre todo en donde
la herejía los ha inquietado o arrastrado.
Para
el Consejo General, al contrario, las herejías no pueden impedirnos buscar un
acuerdo, incluso con los modernistas. Y esto aunque el modernismo es la suma de
todas las herejías. San Pio X lo afirmó en el texto que mencionamos: Y ahora, abarcando con una sola mirada la
totalidad del sistema, ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es
un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera
propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron
contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los
modernistas. (Encíclica Pascendi sobre el modernismo).
Al
contrario de San Pio X, el Consejo General atenúa la gravedad de los errores
del concilio del cual no hay que hacer “súper-herejías”. Por dos veces, un
profesor de teología en Ecône nos ha afirmado estar de acuerdo con Monseñor
Fellay en esto. Él trabaja en este sentido, es decir, a desinflar las
“súper-herejías”.
Él
nos afirmó notablemente que la enseñanza del Vaticano II sobre la libertad
religiosa no era contraria a la enseñanza tradicional de la Iglesia, ¡pues “los
justos límites” salvarían todo! Nosotros le hicimos la observación que la
libertad religiosa hacía desaparecer la realeza de Cristo Rey. Nosotros sabemos
bien que somos el único testigo de estas afirmaciones y que un testimonio único
no es aceptable. Pero esperamos que la verdad será conocida por otros
testimonios.
Empujando
la lógica hasta el límite, el Consejo General llama al espíritu sobrenatural y
a la gracia para sostener su posición. Sí, si Dios quisiera una Iglesia
esencialmente visible y estructurada, bendeciría a aquellos que trabajan en
este sentido y maldeciría a aquellos que, estableciendo la fe como criterio
esencial, declaran que los conciliares no son católicos. Pero lo contrario es
lo verdadero.
La
fe y la gracia son desviados así de su objeto, puestas al servicio de lo que
les es lo más opuesto.
Fe y resultados concretos.
La
razón de este debilitamiento o de esta desaparición de la fe es que el Consejo
General se estableció principalmente en la práctica, en la acción, en lo
concreto. Esto puede resumirse así: “La cuestión crucial entre todas, es la
posibilidad de sobrevivir en las condiciones de un reconocimiento de la
Fraternidad por Roma…” Para nosotros, la cuestión crucial es la fe con su
corolario, el reinado de Cristo Rey por la Cruz. La unión con Roma no puede ser
considerada más que al servicio de la fe y de este reinado.
El
modelo que nos presenta el Consejo General, son los Gedeón, los David en el
combate, no los profetas recordando severamente las verdades, ni San Pablo en
la predicación del Evangelio, ni San Juan en el Apocalipsis. Para nosotros, el
combate sí, pero definido respecto a la fe. Nosotros no tenemos nada en contra
el hecho de tomar a Gedeón y David como modelos, al contrario, pero a condición
de definir su acción respecto a la fe en Jesucristo.
No
solamente el Consejo General se sostiene en las consideraciones concretas y
prácticas, no a los principios, sino que considera principalmente los
movimientos, no las verdades. Así, él toma los gestos de estos últimos años
como indicando una línea, un cambio de actitud, un nuevo movimiento, una
pérdida de velocidad de la jerarquía. Afirma que hará falta tiempo, que no
podemos exigir todo de una sola vez.
Al
contrario, si el Consejo General tomara la fe por criterio, constataría que
ella es una, indivisible, que no hay nada de más ni de menos en las verdades a
creer. Admitiría que, incluso si el apostolado se desarrolla en el tiempo y
supone negociaciones progresivas, siempre está penetrado de la fe y es ella lo
que busca el apóstol hacer descubrir en las acciones que realiza. Esto supone
que la fe penetra no solamente el corazón y el espíritu del apóstol, sino
también que sus obras estén penetradas, que sean obras de fe. Contemplar y entregar
a los otros el fruto de su contemplación, tal es el apostolado.
El bien común de la Fraternidad San
Pio X
Nos
queda un último punto que señalar, es que el Consejo General declaró: “Por el
bien común de la Fraternidad, nosotros preferiríamos de lejos la solución
actual de status quo intermediario, pero manifiestamente, Roma ya no lo
tolera”.
Esta
afirmación pone la voluntad del papa encima de todo, como si ella fuera el bien
en sí misma y por naturaleza. Un voluntad de jefe no se impone más que si ella
es sabia. Nosotros desarrollamos esta consideración en el libro que acabamos de
editar ¿Qué derecho para la Tradición
católica, las actas de los procesos Salenave y Pinaud. El bien no es bien
si no es verdadero, la ley no es norma si no es sabia. El adagio lo dice muy
bien: El derecho está por encima de la
ley. Una orden no se impone si no pone orden.
Haciendo
prevalecer sin ninguna otra consideración la simple voluntad del papa, que
además es un papa modernista, el Consejo General comete el error del
positivismo jurídico que desemboca directamente en el nominalismo: si no se
puede conocer la naturaleza profunda de las cosas, si las palabras no expresan
ninguna sabiduría, las normas son una pura gestión de relaciones entre
individuos.
En
segundo lugar, si la voluntad del Papa es buena, entonces esta se tornará
necesariamente en provecho y en bien de la Fraternidad San Pio X. Cuando el
Papa León XIII exigió que los misioneros de Notre Dame del Sagrado Corazón
enviaran treinta misioneros a Papúa, a pesar de las dificultades, lejos de
tornarse en detrimento, se tornó en la satisfacción y en la gloria de los
misioneros papúes. ¡Qué bien lo
hicieron, qué alegría sacaron! Hay que leer 21
años con los papúes, reeditado por nosotros.
Si
fuera por el bien de la Iglesia, ¡qué dificultades estaríamos dispuestos a
soportar, nosotros que tanto soportamos a ejemplo de Monseñor Lefebvre!
Al
contrario, si la voluntad del Papa es mala, entonces obedecerlo no podría más
que tornarse en detrimento de la Fraternidad San Pio X. Una congregación más en
el gran conglomeración modernista, esto no es lo que deseamos.
En
tercer lugar, nuestros superiores están dispuestos a sacrificar el bien común
de la Fraternidad San Pio X para seguir la voluntad del Papa que ellos hicieron
suya. Es una confesión de la destrucción de la Fraternidad San Pio X, pues
destruir el bien común es destruir la sociedad, incluso si sus estructuras
siguen en su lugar. Nosotros tenemos confianza en nuestros superiores para
guiarnos en el legado de Monseñor Lefebvre hacia el bien de la fe, hacia el
reinado de Cristo Rey, y ellos nos llevan hacia los herederos del Vaticano II,
ellos, que reemplazaron el reinado de Cristo por el del ecumenismo, es decir,
el de los ídolos. Ellos traicionaron nuestra confianza.
Para
llegar a eso, no dudaron en mantener secreta durante un año la declaración
doctrinal del 25 de abril de 2012 que fue revelada hasta marzo de 2013 en el
boletín interno Cor Unum n° 104.
Ellos esconden sus designios a sus cofrades obispos. Ellos condenaron un libro
que daba la enseñanza de Monseñor Lefebvre. Ellos echaron a un obispo y
sacerdotes, condenaron a un sacerdote a suspensión a divinis, etc.
En
cuarto lugar, como el bien común de la Fraternidad San Pio X y de la Tradición
no es otro que el legado de Monseñor Lefebvre y, a través de él, de toda la
Iglesia desde hace 2000 años, destruir este bien común es destruir el de la
Iglesia.
En
quinto lugar, constatamos que el Consejo General trabaja los espíritus para
hacerlos evolucionar y hacerlos adherirse a pesar de ellos a lo que es
contrario al bien común de su sociedad. Es la subversión. ¿De dónde viene ella?
Este trabajo de subversión aparece claramente con los siguientes documentos.
El
Consejo General es culpable de cinco faltas contra el bien común de la
Fraternidad San Pio X y de la Iglesia.