martes, 8 de abril de 2014

CRITICA DE LA RESPUESTA DEL CONSEJO GENERAL A LA CARTA DE LOS TRES OBISPOS- PADRE PIVERT.

VEA LA RESPUESTA DEL CONSEJO GENERAL A LOS TRES OBISPOS ACÁ.
La Iglesia visible
Lo que domina en esta respuesta, es la identificación de la “iglesia visible cuya sede está en Roma” con la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo.
El problema se señala en primer lugar en un gran silencio. Monseñor Lefebvre ponía siempre la fe en primer lugar y juzgaba todo con relación a ella. Fue ella quien le permitió distinguir y definir la Iglesia, la iglesia conciliar, nuestro lugar en la Iglesia y nuestras relaciones con el Papa. Lo hemos comprendido suficientemente con las citas del capítulo precedente.
El Consejo General no retiene en ningún momento a la fe como criterio, sino únicamente la visibilidad y el papado. Esto es olvidar que la visibilidad que caracteriza la Iglesia es la de la Fe y no una visibilidad material. Igualmente, el consejo identifica casi a la iglesia visible con el papa, ya que la posición de los tres obispos que denuncian los errores romanos es asimilada al sedevacantismo.
Ya el Padre Calmel recordaba, contra los modernistas, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Jesucristo, y no el cuerpo místico del papa.
El mismo error se presenta ahora entre nosotros y se manifiesta por afirmaciones como esta:
 “El principio de unidad es nuestro Superior General” ¡No! El Superior General es un principio de unidad pero no EL principio: él no es ni el primero ni el único. La fe, la fidelidad al legado, la caridad, son los principios que preceden al Superior General, al servicio de los cuales él debe obrar.
Igualmente, al afirmar respecto al Superior General: “Esta dialéctica entre verdad/fe y autoridad es contrario al espíritu sacerdotal”, el Consejo general tiende a identificar el gobierno y las decisiones del Superior General con la norma de la fe.
Por otra parte, el Consejo General se acomoda diciendo que siempre habrá herejías en la Iglesia. “Opportet hoereses esse, conviene que haya herejías”, escribe. Pero San Pablo proclama otra cosa completamente: “Pues es necesario que haya incluso herejías a fin de que aquellos de ustedes que tienen una virtud comprobada sean reconocidos”. Y Fillion, comentador bien conocido explica: Este es el motivo providencial de las herejías. Ellas provocan una crisis que permite a los cristianos sólidos y perfectos manifestar su vigor en la fe y en la caridad, de manera que se gane la aprobación divina. El “incluso” de “Conviene que incluso haya herejías” es muy acentuado, precisa Fillion.
Por lo tanto, para nosotros, las herejías nos empujan a reaccionar, primero por fidelidad, después para salvar las almas predicando la fe, sobre todo en donde la herejía los ha inquietado o arrastrado.
Para el Consejo General, al contrario, las herejías no pueden impedirnos buscar un acuerdo, incluso con los modernistas. Y esto aunque el modernismo es la suma de todas las herejías. San Pio X lo afirmó en el texto que mencionamos: Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema, ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas. (Encíclica Pascendi sobre el modernismo).
Al contrario de San Pio X, el Consejo General atenúa la gravedad de los errores del concilio del cual no hay que hacer “súper-herejías”. Por dos veces, un profesor de teología en Ecône nos ha afirmado estar de acuerdo con Monseñor Fellay en esto. Él trabaja en este sentido, es decir, a desinflar las “súper-herejías”.
Él nos afirmó notablemente que la enseñanza del Vaticano II sobre la libertad religiosa no era contraria a la enseñanza tradicional de la Iglesia, ¡pues “los justos límites” salvarían todo! Nosotros le hicimos la observación que la libertad religiosa hacía desaparecer la realeza de Cristo Rey. Nosotros sabemos bien que somos el único testigo de estas afirmaciones y que un testimonio único no es aceptable. Pero esperamos que la verdad será conocida por otros testimonios.
Empujando la lógica hasta el límite, el Consejo General llama al espíritu sobrenatural y a la gracia para sostener su posición. Sí, si Dios quisiera una Iglesia esencialmente visible y estructurada, bendeciría a aquellos que trabajan en este sentido y maldeciría a aquellos que, estableciendo la fe como criterio esencial, declaran que los conciliares no son católicos. Pero lo contrario es lo verdadero.
La fe y la gracia son desviados así de su objeto, puestas al servicio de lo que les es lo más opuesto.
Fe y resultados concretos.
La razón de este debilitamiento o de esta desaparición de la fe es que el Consejo General se estableció principalmente en la práctica, en la acción, en lo concreto. Esto puede resumirse así: “La cuestión crucial entre todas, es la posibilidad de sobrevivir en las condiciones de un reconocimiento de la Fraternidad por Roma…” Para nosotros, la cuestión crucial es la fe con su corolario, el reinado de Cristo Rey por la Cruz. La unión con Roma no puede ser considerada más que al servicio de la fe y de este reinado.
El modelo que nos presenta el Consejo General, son los Gedeón, los David en el combate, no los profetas recordando severamente las verdades, ni San Pablo en la predicación del Evangelio, ni San Juan en el Apocalipsis. Para nosotros, el combate sí, pero definido respecto a la fe. Nosotros no tenemos nada en contra el hecho de tomar a Gedeón y David como modelos, al contrario, pero a condición de definir su acción respecto a la fe en Jesucristo.
No solamente el Consejo General se sostiene en las consideraciones concretas y prácticas, no a los principios, sino que considera principalmente los movimientos, no las verdades. Así, él toma los gestos de estos últimos años como indicando una línea, un cambio de actitud, un nuevo movimiento, una pérdida de velocidad de la jerarquía. Afirma que hará falta tiempo, que no podemos exigir todo de una sola vez.
Al contrario, si el Consejo General tomara la fe por criterio, constataría que ella es una, indivisible, que no hay nada de más ni de menos en las verdades a creer. Admitiría que, incluso si el apostolado se desarrolla en el tiempo y supone negociaciones progresivas, siempre está penetrado de la fe y es ella lo que busca el apóstol hacer descubrir en las acciones que realiza. Esto supone que la fe penetra no solamente el corazón y el espíritu del apóstol, sino también que sus obras estén penetradas, que sean obras de fe. Contemplar y entregar a los otros el fruto de su contemplación, tal es el apostolado.
El bien común de la Fraternidad San Pio X
Nos queda un último punto que señalar, es que el Consejo General declaró: “Por el bien común de la Fraternidad, nosotros preferiríamos de lejos la solución actual de status quo intermediario, pero manifiestamente, Roma ya no lo tolera”.
Esta afirmación pone la voluntad del papa encima de todo, como si ella fuera el bien en sí misma y por naturaleza. Un voluntad de jefe no se impone más que si ella es sabia. Nosotros desarrollamos esta consideración en el libro que acabamos de editar ¿Qué derecho para la Tradición católica, las actas de los procesos Salenave y Pinaud. El bien no es bien si no es verdadero, la ley no es norma si no es sabia. El adagio lo dice muy bien: El derecho está por encima de la ley. Una orden no se impone si no pone orden.
Haciendo prevalecer sin ninguna otra consideración la simple voluntad del papa, que además es un papa modernista, el Consejo General comete el error del positivismo jurídico que desemboca directamente en el nominalismo: si no se puede conocer la naturaleza profunda de las cosas, si las palabras no expresan ninguna sabiduría, las normas son una pura gestión de relaciones entre individuos.
En segundo lugar, si la voluntad del Papa es buena, entonces esta se tornará necesariamente en provecho y en bien de la Fraternidad San Pio X. Cuando el Papa León XIII exigió que los misioneros de Notre Dame del Sagrado Corazón enviaran treinta misioneros a Papúa, a pesar de las dificultades, lejos de tornarse en detrimento, se tornó en la satisfacción y en la gloria de los misioneros papúes.  ¡Qué bien lo hicieron, qué alegría sacaron! Hay que leer 21 años con los papúes, reeditado por nosotros.
Si fuera por el bien de la Iglesia, ¡qué dificultades estaríamos dispuestos a soportar, nosotros que tanto soportamos a ejemplo de Monseñor Lefebvre!
Al contrario, si la voluntad del Papa es mala, entonces obedecerlo no podría más que tornarse en detrimento de la Fraternidad San Pio X. Una congregación más en el gran conglomeración modernista, esto no es lo que deseamos.
En tercer lugar, nuestros superiores están dispuestos a sacrificar el bien común de la Fraternidad San Pio X para seguir la voluntad del Papa que ellos hicieron suya. Es una confesión de la destrucción de la Fraternidad San Pio X, pues destruir el bien común es destruir la sociedad, incluso si sus estructuras siguen en su lugar. Nosotros tenemos confianza en nuestros superiores para guiarnos en el legado de Monseñor Lefebvre hacia el bien de la fe, hacia el reinado de Cristo Rey, y ellos nos llevan hacia los herederos del Vaticano II, ellos, que reemplazaron el reinado de Cristo por el del ecumenismo, es decir, el de los ídolos. Ellos traicionaron nuestra confianza.
Para llegar a eso, no dudaron en mantener secreta durante un año la declaración doctrinal del 25 de abril de 2012 que fue revelada hasta marzo de 2013 en el boletín interno Cor Unum n° 104. Ellos esconden sus designios a sus cofrades obispos. Ellos condenaron un libro que daba la enseñanza de Monseñor Lefebvre. Ellos echaron a un obispo y sacerdotes, condenaron a un sacerdote a suspensión a divinis, etc.
En cuarto lugar, como el bien común de la Fraternidad San Pio X y de la Tradición no es otro que el legado de Monseñor Lefebvre y, a través de él, de toda la Iglesia desde hace 2000 años, destruir este bien común es destruir el de la Iglesia.
En quinto lugar, constatamos que el Consejo General trabaja los espíritus para hacerlos evolucionar y hacerlos adherirse a pesar de ellos a lo que es contrario al bien común de su sociedad. Es la subversión. ¿De dónde viene ella? Este trabajo de subversión aparece claramente con los siguientes documentos.
El Consejo General es culpable de cinco faltas contra el bien común de la Fraternidad San Pio X y de la Iglesia.