Vivir según la Verdad
CARTA PASTORAL, DÁKAR, 26 DE MARZO DE 1961
(Fragmentos)
Monseñor Marcel Lefebvre
EL ERROR
Aquel que se forja su propia verdad, vive en la ilusión, en un mundo imaginario; crea en su espíritu una película de pensamientos que no tiene más que las apariencias de la realidad. Vivir en lo irreal y, sobre todo, esforzarse en poner en práctica concepciones creadas en su totalidad por un espíritu imaginativo es, ¡desgraciadamente!, la fuente de todos los males de la humanidad. La corrupción de los pensamientos es mucho peor que la de las costumbres... el escándalo de las costumbres es más limitado que el escándalo de los errores. Ellos se difunden más rápidamente y corrompen pueblos enteros.
DEBER DE DENUNCIAR LOS ERRORES
Por eso el deber más urgente de sus pastores -que deben enseñarles la verdad- es diagnosticarles las enfermedades del espíritu, que son los errores. La Iglesia no deja de enseñar la verdad y de señalar, por eso mismo, el error. Pero, ¡desgraciadamente!, hay que reconocer que muchos espíritus, aun entre los fieles, o no se preocupan de instruirse de las verdades o cierran los oídos a las advertencias. Y, ¿cómo no deplorar -como lo hacía ya San Pablo- que algunos de aquellos que han recibido la misión de predicar la verdad no tienen ya el ánimo de proclamarla, o la presentan de manera tan equívoca que no se sabe ya dónde se encuentra el límite entre la verdad y el error?
Quisiéramos señalarles, queridos fieles, en las breves consideraciones que siguen, el peligro de algunas tendencias, a fin de que las eviten cuidadosamente; y, si las reconocieran como suyas, tengan la virtud y el coraje de renunciar a ellas buscando la verdadera luz donde se da con toda su pureza.
LENGUAJE EQUÍVOCO
Antes de denunciar algunas orientaciones de pensamiento, queremos advertirles sobre la manera de expresar estas orientaciones por aquellos que las profesan.
Se puede decir que existe hoy una cierta literatura religiosa -o que pretende ocuparse de religión- que tiene el talento de emplear palabras equívocas o forjar neologismos, de tal manera que no se sabe ya a ciencia cierta lo que quieren decir. Los que escriben o hablan de esta manera esperan mantener la aprobación de la Iglesia, al mismo tiempo que dar satisfacción a aquellos que están fuera de la Iglesia o que la persiguen.
Así, en los términos libertad, humanismo, civilización, socialismo, paternalismo, colectivismo -y podrían agregarse muchos otros- se llega a afirmar lo contrario de lo que significan esas palabras. Se evita definirlas, dar precisiones necesarias, e incluso se las define de manera nueva y personal, de tal modo que uno se encuentra lejos de la definición usual, mediante lo cual se satisface a aquellos que dan a estas palabras su verdadero sentido y se disculpa el darles otro sentido.
Esta concepción del lenguaje es la señal de la corrupción de los pensamientos y, quizás en algunos, de una real cobardía. Es además la señal de los espíritus débiles, que temen la luz y la claridad.
¡Cuán numerosos son aquéllos que emplean un lenguaje al cual nos han acostumbrado los comunistas y que, sin embargo, se resisten a abrazar su doctrina!
PELIGRO DE LA ACTITUD AMBIGUA
Esta manera de expresarse y de pensar proviene quizás de un buen sentimiento: aquél de llegar a todo precio a un entendimiento con aquéllos que están alejados de la Iglesia.
En lugar de buscar las causas profundas de este alejamiento y de otorgar a los medios queridos por Nuestro Señor su plena eficacia, estos espíritus, bien intencionados pero ignorantes de la verdadera doctrina de la Iglesia, se esfuerzan en reducir las distancias –tanto doctrinales como morales y sociales entre la Iglesia y los que la desconocen o la combaten.
A fin de aproximarse aún más a estos alejados, se considera un deber afirmar y amplificar con ellos todo lo que en la Iglesia les parece reprensible. En eso no dudarán en hacer coro a los enemigos de la Iglesia.
Haciendo así, se ilusionan totalmente sobre el resultado de su acción: no hacen más que consolidar en su error a los que son ignorantes u opuestos a la Iglesia, y no dan a las almas la verdadera luz, Nuestro Señor Jesucristo y su obra de predilección, la Iglesia.
Ahora bien: aquellos que no ven, aspiran íntimamente a la luz y quedan ellos mismos sorprendidos de ver abundar en su sentido a aquellos que normalmente tendrían que oponerse a sus concepciones.
(…)
Así como Dios ha puesto riquezas insospechadas en la naturaleza, también ha puesto riquezas de inteligencia, de arte, de espíritu de empresa, de inventiva, de caridad y de generosidad en los espíritus y los corazones de los hombres, de las personas; riquezas insondables que, para desarrollarse y alcanzar toda su eficacia, deben permanecer en el marco natural querido por Dios. Si el Estado tiene algún derecho sobre el empleo de estas riquezas con vistas al bien común, al querer apropiárselas y estatizarlas las extingue, ¡tal como ocurriría si quisiese desplazar un manantial de su lugar de origen, o trasplantar un árbol frutal de su buena tierra para ponerlo en su casa y aprovechar sus frutos! Dios, en su sabiduría, ha asignado a cada uno su papel, sus competencias y sus responsabilidades. Al querer reemplazar a Dios, el hombre destruye todo.
(…)
Este lenguaje es claro y límpido y nos ubica en el verdadero pensamiento de la Iglesia, lejos de los compromisos, de las confusiones y de los equívocos.
Seamos y permanezcamos siempre fieles discípulos de Nuestro Señor Jesucristo, firmemente cristianos, católicos, apegados a su Iglesia que es nuestra Madre, siempre profundamente respetuosos de las personas pero ardientemente deseosos de verlos compartir nuestra felicidad, listos para soportar todo y sufrir todo por la salvación de las almas, salvación que está en Nuestro Señor.
Ojalá estas páginas les hagan entender mejor, queridísimos diocesanos, que el verdadero y más seguro medio de ser caritativos y hacer algún bien alrededor suyo, es que se muestren totalmente cristianos, que Jesucristo se manifieste en ustedes y por ustedes, en sus palabras, en sus acciones, en toda su vida.