Sergio Bergman
Bergoglio fue designado como nuevo Papa y asume la figura de
Sumo Pontífice como Francisco. Un punto de inflexión en la historia de la
Iglesia, de la Argentina y, confío, ¡también lo será del mundo!
Pero más allá de todas las consideraciones de su figura y su
obra, hay un aspecto de su persona en la que muchos nos nutrimos de su ser
en valores y de su hacer con la coherencia de sus acciones.
Rabí es maestro. Así fue denominado
Jesús. En este rol y función nos lo presenta el Evangelio.
Bergoglio es maestro. Fiel
a mi raíz judía y mi vocación rabínica, dentro de mi comunidad de origen y en
la comunidad de destino que es la sociedad argentina toda, encontré en quien
fue ungido Sumo Pontífice a un maestro que me escuchó, me orientó y aconsejó
sobre cómo desplegar mi vocación de servir, tanto al Creador como a sus
criaturas en el desafío del bien común.
Desde su prólogo en mi libro Argentina ciudadana,
hasta sus prédicas en las solemnes festividades en el Templo de la calle
Libertad, cada encuentro, cada instante de su presencia fue una referencia.
Siempre destaco su vocación de rabino. Como cardenal primado
enseñó a recuperar la raíz judía de la cristiandad y proyectó desde la
Iglesia la dimensión universal de escribir, en la prosa de los días, esa poesía
de quien para poder ver transformada la realidad debe seguir las enseñanzas de
este pastor de almas, mi maestro, rabino, amigo que me dio el ejemplo de creer
para poder ver.
En la admiración y gratitud por su enseñanza, elevo mi corazón
en oración para que el logro de esta nueva dimensión, ser un nuevo faro desde
el Atalaya, con su visión inspirada en el Padre de todos, nos guíe, como sus
hijos y hermanos que somos, a un mundo mejor.