Hoy ha nacido el autor del mundo. Hoy el Verbo de Dios apareció
revestido de carne y el que no era visible para los ojos humanos empezó a
dejarse tocar por nuestras manos (San León Magno). Hoy los pastores oyeron las
voces del ejército celestial, que cantaba: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra
paz a los hombres de buena voluntad (Luc 2, 4).
Paz a los hombres. ¿Cuál paz cantaban los ángeles? La paz que fue obra de Jesucristo, porque Él
nos reconcilió con Dios, perdonando nuestros pecados (San Cirilo). Pero "no he venido a traer paz a la
tierra", dice N. Señor (Lc 12, 51). La paz que anunciaban los ángeles
no es para todos, sino sólo para "los
hombres de buena voluntad", para los que reciben bien el nacimiento del
Señor, para los justos; para estos hombres piden los ángeles la paz (San Beda,
San Agustín). Los otros buscan la paz puramente exterior, que sirve muchas
veces para el mal y no aprovecha de nada a los que la tienen (San Juan Crisóstomo). Los que no son de Cristo porque pertenecen
al diablo se conceden la paz a fin de
gozar del mundo sin molestias (San Agustín). Los ángeles cantan a la verdadera paz, la paz de Cristo, que, como
dice San Agustín, es serenidad de la mente, tranquilidad del ánimo,
sencillez de corazón, vínculo de amor y consorcio de caridad, sin que pueda
llegar a la heredad del Señor quien no quisiere observar el testamento de la
paz, ni puede estar conforme con Cristo el que no lo esté con el cristiano.
Santa intolerancia católica: o con Cristo o con el demonio.
Y ya que estamos hablando de la paz, conviene hacer algunas aclaraciones,
citando la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, acerca del iluso, cobarde,
injusto e impío pacifismo de los liberales. Los modernistas han hecho de la paz
puramente exterior, tantas veces opuesta a la voluntad de Dios, un nuevo fin
para la Iglesia. ¿Cuántas veces no hemos escuchado eso de que la Iglesia está
al servicio de la paz y que nada hay peor que las guerras? Y la FSSPX se está desviando
hacia ese mismo pacifismo liberal, como lo prueba el intento de hacer un traidor
acuerdo de paz con los demoledores de la Iglesia, con los destructores de la
paz de Cristo.
Sin caridad no hay verdadera paz. Santo Tomás enseña que la paz implica una doble unión: la que resulta del orden de los deseos
en uno mismo, y la que se resulta de la concordia de los deseos propios con los
ajenos. Tanto una como otra unión es causada por la caridad. Produce la primera
porque Dios es amado con todo el corazón, de tal modo que todo lo referimos a Él,
y así todos nuestros deseos convergen en el mismo fin. Produce también la
segunda en cuanto amamos al prójimo como a nosotros mismos; por eso quiere
cumplir el hombre la voluntad del prójimo como la suya (II-II c29 a3).
Es bueno destruir la paz fundada
en la mala concordia. Promover la discordia que rompe la concordia causada
por la caridad es pecado… Pero provocar la discordia que destruya la mala
concordia, es decir, la que se apoya en mala voluntad, es loable. En ese
sentido fue laudable la disensión introducida por San Pablo entre quienes
estaban concordes en el mal (Hc
23 6-7), ya que el Señor dice de Sí en Mt
10, 34: No he venido a traer paz, sino la espada (II-II c37 a1).
La resistencia legítima no es
sedición. No se puede llamar sediciosos a quienes defienden el
bien común resistiendo (al poder
injusto), como tampoco se llama
pendenciero a quien se defiende (a sí mismo de un atacante). El régimen tiránico no es justo… de ahí que
la perturbación de ese régimen no tiene carácter de sedición... El sedicioso es
más bien el tirano (II-II c42 a2).
Los que combaten con justicia
son pacificadores. También los que hacen la guerra justa quieren
la paz. Por eso no están en contra de la (verdadera) paz,
sino contra la paz mala, la que el Señor no vino a traer a la tierra (Mt 10, 34)… se infiere la guerra para conseguir la paz.
Sé, pues, pacífico combatiendo, para que con la victoria aportes la utilidad de
la paz a los que combates (II-II c40 a1).
Hasta acá las citas de Santo Tomás.
Aspiremos a vivir en la paz de Cristo, anunciada hoy por los ángeles, que
es la que engendra los hijos de Dios, que es causada por amor, fomenta el verdadero
amor y produce la unidad en el bien. Por eso el Apóstol dice: Justificados, pues, por la fe, mantengamos
la paz con Dios (Rom 5, 1). En estas breves palabras se resumen todos los
mandamientos, porque donde está la verdadera paz no puede faltar ninguna
virtud. ¿Y qué es estar en paz con Dios, sino querer lo que él manda y no
querer lo que prohíbe? Sabemos que, conforme al testimonio del Apóstol San
Juan, el mundo entero está bajo el poder
del Maligno (1 Jn 5, 19), y que los demonios trabajan con innumerables
tentaciones para que el hombre dispuesto a escalar el cielo se espante con las
adversidades o se ablande con la prosperidad; pero es más poderoso el que está
en nosotros que el que lucha contra nosotros y no puede ganar ninguna batalla a
los que tienen paz con Dios, los que dicen siempre de todo corazón al Padre: hágase tu voluntad (San León Magno).
Si nosotros resistimos combatiendo contra el mal, nos atraeremos la
enemistad del que es autor del pecado, pero nos aseguramos una paz inalterable
con Dios, porque si lo que Él quiere lo queremos nosotros, y si lo que Él reprueba
nosotros lo reprobamos, él librará por nosotros todas las batallas. Él, que da
el querer, da también el poder, y por eso diremos llenos de esperanza: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién
temeré? El Señor es el defensor de mi vida, ¿de quién tendré miedo? (Sal
26, 1) (San León Magno).
Estimados fieles: la Navidad, el día del nacimiento del Señor, es a la
vez el día del nacimiento de la verdadera paz, pues como dice San Pablo, El es nuestra paz (Ef 2, 14). Todos nos
acercarnos al Padre por medio de Cristo, quien el día anterior a su pasión enseñaba
a sus discípulos esta doctrina: Mi paz os
dejo, mi paz os doy (Jn 14, 27), pero a fin de que no se oscureciera bajo
el nombre general de paz la paz que nos había de dar, dijo: no os la doy como la del mundo (San León
Magno). Exactamente lo contrario obra el demonio a través de los malos pastores
que sirven -conscientes o no- a los planes de aquél, oscureciendo la Verdad por medio de
palabras ambiguas, confusas, equívocas. No os doy Yo la paz como la del mundo, porque
la paz de los mundanos proviene del infierno y a él arrastra. Es paz de
cadáveres, lograda mediante la remoción del gran obstáculo para la consecución
de la paz según el ideal liberal, masónico y modernista: Cristo.