Si la trompeta
da un toque ambiguo, nadie se preparará para la batalla.
1 Cor 14, 8
El Evangelio de
este domingo, como el anterior y el siguiente, habla de ese gran santo que fue
Juan Bautista. Dice: Y éste fue el testimonio de Juan cuando los judíos enviaron desde
Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: "¿Tú quién eres?" Y
confesó y no negó. Confesó: "Yo no soy el Cristo".
Confesó y no negó: confesó la verdad y no la negó.
San Juan Bautista es un modelo perfecto de santo amor a la verdad para todos los cristianos y, porque tenía la misión de anunciar a Cristo, en particular para
los ministros de Dios, para los que deben hablar en nombre de Dios. Sus
palabras siempre fueron frontales, claras y directas, nunca se valió de rodeos,
nunca usó expresiones complicadas o alambicadas. Alma recta hasta el extremo de
la más elevada santidad, las palabras del Bautista no eran ambiguas ni hacía
cálculos acerca del efecto de sus dichos: sencillamente decía la verdad pura y
desnuda. Y por eso, precisamente por eso, lo mataron: por haber hablado siempre
como debe hablar un profeta de Cristo, un hombre de Dios; siempre con ese “sí
sí, no no” que manda N. Señor Jesucristo. De haber procedido de manera cobarde,
diplomática o política; de haber callado, de haber mentido o de haber usado un
lenguaje complicado o ambiguo, nunca habría sido degollado. Pero San Juan
Bautista no era esta clase de hombre y supo llevar su cruz para gloria de Dios.
Qué diferencia,
estimados fieles, entre la fortaleza, la veracidad y la franqueza heroicas de San
Juan bautista y la actitud del clero modernista y, también e infortunadamente, de
las actuales autoridades de la FSSPX, cuyas palabras faltas de verdad han
llegado a ser algo habitual. En los últimos días hemos sido testigos del triste
espectáculo de dos nuevos escándalos en esto orden de cosas: en uno, públicamente
un Superior de Distrito niega de manera directa un punto de la doctrina
católica sobre el deicidio; en el otro, el Superior General reniega de una verdad
“políticamente incorrecta” acerca de Francisco, que había dicho dos meses
antes. Hizo una retractación parcial disfrazada de clarificación. San Juan
Bautista, cuyo corazón era un incendio de amor a la verdad y de correlativo odio
al error, confesó y no negó la
verdad. Éstos despreciaron la verdad… Pero la verdad es Cristo, y -dice San
Pablo- no os engañéis: de Dios nadie se burla (Gal 6, 7).
¿Quién eres -preguntaban a
San Juan Bautista- para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices
de ti mismo? El dijo: "Yo soy la voz del que clama en el desierto:
enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta".
Dice Santo Tomás
de Aquino, citando a Orígenes (Catena Áurea), que el efecto de esta voz que
clama en el desierto debe ser que las almas separadas de Dios vuelvan al camino
recto que conduce a Dios, no siguiendo más la malicia de los pasos retorcidos
de la serpiente, sino que (obrando)… sin mezcla alguna de mentira. Por esto dice:
enderezad el camino del Señor.
San Juan
bautista era la voz que iba delante de Cristo, el recto Camino, la Verdad y la
Vida; anunciándolo y guiando a los hombres hacia Él como las trompetas guiaban
a los soldados en los combates antiguos. Cada toque de la trompeta indicaba a
los combatientes qué movimiento o maniobra hacer en el campo de batalla,
comenzando por el toque de alarma (al arma, tomar el arma) que era la orden
inicial. Por eso dice San Pablo (en 1 Cor): si
la trompeta da un toque confuso, ambiguo, nadie se preparará para la batalla.
Los Obispos y
Sacerdotes son las trompetas de Dios que, mediante palabras claras, directas y plenas
de sabiduría divina, guían a los hombres para que éstos militen bajo la bandera
de Cristo, lleven esforzadamente el estandarte de la Cruz y combatan valerosamente
por N. Señor. Pero si los Obispos y Sacerdotes cambian la claridad de Cristo en
las palabras por la oscuridad de un lenguaje deliberadamente ambiguo o falso,
se hacen a sí mismos trompetas inútiles que dan toques confusos o engañosos, y
que de nada sirven en las batallas, como no sea para desorientar, confundir y
paralizar a los que deben pelear por Cristo, causando la derrota.
Esas trompetas
deliberadamente ambiguas, esos Obispos y Sacerdotes que hablan como lo que son:
almas irresolutas, cobardes e inconstantes, cañas dobladas por cualquier
viento; se vuelven traidores. Son sembradores de cizaña. Son malos pastores,
mercenarios. Son sal desvirtuada: Vosotros
sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya
no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros
sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de un
monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín (recipiente), sino sobre el candelero, para que alumbre
a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres
-¡por vuestras palabras llenas de franqueza, de amor a la verdad y de fe!- para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5 13 - 16).
Son malos
padres: ¿Qué padre hay entre vosotros
que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da la culebra de las
palabras poco rectas; o, si le pide un
huevo, le da el escorpión de las expresiones confusas o ambiguas que
envenenan?¿o si le pide pan le da la
piedra de la mentira? (Mt 7, 9; Lc 11 -12, 11).
Son autores de
escándalos, porque con ese lenguaje indigno de los ministros de la Verdad, causan
perplejidad entre las pobres ovejas e inducen al error a las almas de los débiles
e indefensos. Dios tenga misericordia de estos hombres traidores porque dice
Nuestro Señor: al que escandalice a uno
de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una
piedra de molino de las que mueven los asnos, y lo hundan en lo profundo del
mar ¡Ay del mundo por los escándalos! Es forzoso, ciertamente, que vengan
escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el escándalo viene! (Mt 18 6
- 7).
Que por intercesión
de San Juan Bautista y de María Santísima, Dios nos conceda perseverar en la
Resistencia contra todo error y en el verdadero amor a la Verdad.