martes, 23 de julio de 2013

ACERCA DEL NUEVO RITUAL Y LA DUDOSA VALIDEZ DE LAS ORDENACIONES EN LA IGLESIA CONCILIAR.- PADRE PATRICK GIROUARD.

FUENTE: SACRIFICIUM




23 de junio de 2013.

Hoy es el Quinto Domingo después de Pentecostés. Es muy interesante, como les he dicho muchas veces, cuando se lee el Evangelio, hay que poner atención en cada palabra, porque indicará algo que quizá no se ha reconocido o no se ha entendido en la primera lectura si no se tuvo cuidado en analizar cada palabra. Y hoy voy a hablar un poco sobre la Epístola de San Pedro.

Lo interesante es que San Pedro dice que hemos sido llamados a una bendición. Hemos sido llamados a la herencia de una bendición. En Latín, se dice “benediction”, que viene de “benedicere”, que significa “bene” –bien, bueno, y “dicere”, decir, hablar. Entonces “benedicere” significa hablar bien a alguien. En otras palabras, desearle el bien, hablarle el bien. Esa es la traducción exacta de “benedicere”, y de esa palabra, el verbo “benedicere”, desear el bien,  hablar el bien a alguien viene la palabra bendición.

Y tenemos que analizar cada palabra: Primero, hemos sido llamados a una herencia de bendición. Si analizamos estas tres expresiones, estas tres palabras, entendemos por la palabra herencia, que se supone que debemos heredar una bendición, ser herederos de una bendición de Dios. Pero hemos sido llamados a ella. Ahora, ¡esto es una diferencia! Es decir: no tenemos derecho a esa bendición. No somos, hablando propiamente, hijos de Dios en ese sentido. Lo somos, porque somos creaturas, pero para tener esa herencia de la bendición de Dios, hemos sido llamados para ello. Dios nos llama, no tenemos derecho pero hemos sido llamados para ello, por lo tanto somos hijos de Dios por adopción.

 Nos ha llamado para ser Sus hijos, para que lo seamos, para que estemos dispuestos a convertirnos en Sus hijos adoptivos. Es un llamado. No tenemos derecho a ello. Hablando propiamente, solamente el Verbo de Dios, Nuestro Señor –porque Él está unido con la Unión Hipostática- es el Hijo. Solo a Él, a Nuestro Señor, se le ha dado tal herencia. Pero nosotros hemos sido llamados a ella. Por misericordia, por la bondad de Dios, Él quiere que recibamos, que heredemos Su bendición.

Ahora ¿Qué entendemos por bendición de Dios? Entendemos la mayor bienaventuranza, el mayor bien, porque todo lo que Dios dice, sucede. Esta es la diferencia entre nosotros y Dios. Decimos muchas cosas, hablamos mucho, pero a veces no nos damos cuenta de lo que hemos prometido. Pero cuando Dios dice: “hágase la luz”, la luz es creada de la nada. Cuando dice: “Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”, el pan ya no es pan, el vino ya no es vino, cambiaron su substancia por la palabra de Dios puesta en la boca de Su Sacerdote. Lo que Dios dice, sucede, entonces cuando Dios dice el bien, cuando Dios dice buenas cosas a nosotros, suceden. Esto es lo que entendemos por bendición de Dios, Dios dice buenas cosas para nosotros, y estas sucederán.

Ya aquí en la tierra, nos damos cuenta de esta bendición de Dios porque, por este llamado a la bendición eterna, estamos siendo bendecidos por Dios. En nuestras vidas, cuando aceptamos este llamado, experimentamos esta bendición, experimentamos el cambio para el bien. Experimentamos que Dios realice lo que nos dice. El hace bien por nosotros por Su Palabra, y esta es una preparación para la bendición final, la mayor bendición. La que estará por toda la eternidad, nuestra bienaventuranza en el cielo. Dios, como dice San Pablo, tiene preparadas cosas que no podemos imaginar para aquellos a quienes ama. Tratemos de imaginar, no podemos pero intentémoslo, si Él es tan bueno con nosotros ahora, ¿Qué hará en el cielo por sus amigos? Eso será un eterno, un maravilloso proceso de Dios hablando cosas buenas para nosotros, realizando cosas buenas para nosotros. Como dijo Nuestro Señor: en el Juicio final, llamará a sus amigos: “Venid, benditos de mi Padre, venid y gozad por toda la eternidad”

Es por eso que nosotros somos hijos de la bendición. Es por eso que San Pedro dice: A cambio debemos hacer lo mismo hacia nuestros hermanos. Nosotros también debemos bendecir a la gente, no maldecirlos, no enojarse, no decir cosas malas en su contra, sino tratemos de imitar a Dios en Su paciencia, tratemos de imitar a Dios en Su bondad hacia la gente. Y en efecto, Dios quiere que no solamente bendigamos, no solamente que bendigamos a los otros, sino hacer el bien. Esto viene de benefacere: bene-bien, facere-hacer. En Dios, es la misma cosa. Decir el bien, decir buenas cosas a la gente y hacer buenas cosas, en Dios es la misma cosa. En cuanto a nosotros, debemos “benedicere” y “benefacere”. Debemos desear el bien y hacer el bien.  Nuestro Señor, en el último Juicio, vendrá y dirá: “Venid, benditos de mi Padre, a recibir la bendición”. Si preguntamos ¿por qué? El no dirá “Porque fuisteis un doctor en teología”, o “porque hicisteis milagros” o cualquier cosa. Él les dirá: “Porque estuve enfermo y me visitasteis, estuve en prisión y me visitasteis, estaba sufriendo y me consolasteis, tuve hambre y me disteis de comer”. En otras palabras, no solamente es desear el bien a nuestros hermanos, sino hacerles el bien.

Y si nosotros queremos hacer el bien a todo el mundo, entonces queremos salvar tantas almas como sea posible, este es el más grande bien que nosotros podemos desearles, esta es la mayor bendición que podamos desearles, su salvación –que salven sus almas. Una de las primeras acciones que podemos hacer para ayudarlas, es de darles los medios de salvación. Tratar de instruirlos, de hacerlos descubrir nuestra fe, darles medallas, darles un pequeño folleto, un pequeño libro sobre religión. No tengan miedo de mostrar su Fe. Y algunas veces no toma mucho ayudar a alguien, porque quien hará verdaderamente la transformación no seremos nosotros, por nuestras palabras o nuestras acciones. Será Dios quien lo haga, pero Él quiere que nosotros participemos, Él quiere que tengamos una participación en su bondad, en su llamado a la bendición.

Él quiere que haya la mayor cantidad de gente posible recibiendo y aceptando este llamado. Y entonces la mayor caridad, a veces, es que con mucha paciencia y bondad en nuestros corazones, decirle a alguien que él o ella no hace lo que está bien. Decir la verdad, no actuar como si fuera normal, no actuar como si lo que hace esta persona es aceptable. Es como con un niño al cual no se le hacen reprimendas, jamás podrá mejorar. Y es lo mismo con nuestro vecino, a veces una pequeña conversación, deben de ser prudentes con las circunstancias, pero puede llegar un momento que es el mejor para hablar. Además hay que rezar siempre por esas personas, evidentemente.

 Y desgraciadamente, con el concilio Vaticano II, esto cambió. Ellos comenzaron a dar un amor falso, una apariencia de amor a sus hermanos, tratando de aceptarlos como ellos son. Este no es el verdadero amor, ¡es inducirlos al error! Y ellos serán responsables. Ellos serán responsables en el último Juicio. Ellos deberán responder a esto: « ¿Por qué dejasteis de predicar la verdad? ¿Por qué dejaste de reprobar a los malvados?” El papel de la Iglesia es realizar los dos. Predicar la luz y luchar contra la oscuridad.
Tenemos un ejemplo de ese cambio en el nuevo ritual de la Iglesia conciliar. Por supuesto, es el de la iglesia conciliar, no de la Iglesia católica. El padre Gabriel Amorth habló de este nuevo ritual del cual ha estudiado cada página, cada una de las 1200 páginas de este nuevo ritual que llegó en 1995 aproximadamente. Y dijo que en las diferentes oraciones y bendiciones, cada mención de un combate contra el diablo, cada oración para que Dios repela a los demonios, ha sido suprimida. ¡Todas estas bendiciones! Y así ya no se puede encontrar una bendición para las casas, ya no se puede encontrar una bendición para los colegios. Han quitado lo que necesitábamos, han suprimido el ejercicio de este poder al sacerdote, ¡porque el sacerdote tiene el poder! Es una lástima, pero si se suprimen de su libro las bendiciones, todas estas oraciones poderosas en contra del diablo, ¡el sacerdote no puede ejercer su poder! No suprimen el poder en sí mismo, sino que el sacerdote no puede ejercerlo porque ya no hay ninguna oración en contra del diablo. Pero nosotros deberíamos de bendecir, nosotros hemos sido llamados a una herencia de bendición. Nosotros tenemos que hacer como lo hace Dios, debemos desear el bien y hacer el bien a nuestro prójimo, pero la nueva iglesia lo ha suprimido.

 Además, muchas veces también tememos que la nueva iglesia haya no solamente suprimido las oraciones del ritual, sino también el poder mismo del sacerdocio. Les daré un ejemplo… Cuando estuve en Winnipeg, Monseñor Weisgerber, en su sitio web, enuncia su misión (como lo hemos hecho nosotros en este sitio web. Es una misión muy diferente, ¡créanlo!). Entonces él dice que está absolutamente convencido, que no cabe ninguna duda, que no hay diferencia alguna entre el clero y los laicos. Es a lo que él llama su visión pastoral, y yo cito: “No hay ninguna diferencia alguna entre el clero y los laicos”. Y él explica por qué él hace esta estimación y dice: Porque todos hemos sido bautizados con el mismo bautismo y que todos tenemos el mismo sacerdocio en virtud de nuestro bautismo. Y dice que la única diferencia que hay entre el clero y los laicos, es que el clero ha recibido un cierto poder de autoridad sobre los fieles, de suerte que el obispo dice: “Yo los voy a ordenar y recibirán una autoridad sobre esta parroquia”. Pero no hay poder sacramental, ¡no hay diferencia sacramental entre el clero y los laicos!

Ahora, el grave problema con eso, es que ahora está claro que lo que él cree, es una herejía, por lo que este hombre es probablemente un hereje, el grave problema es cuando él celebra una ordenación (de vez en cuando lo hace, en el curso de sus 10 últimos años, no sé, probablemente alrededor de 5 ordenaciones). Yo no sé si le han pedido consagrar otro obispo, es posible, él es un arzobispo pero debo verificar ese dato. En todo caso, el que haya consagrado obispos o que haya ordenado sacerdotes, existe una duda positiva grave en cuanto a la validez de estas consagraciones y de estas ordenaciones. Porque si él mismo no cree que por el sacerdocio, por su ordenación, ha recibido el carácter sacerdotal; si él no cree que ha recibido el poder de perdonar los pecados, si no cree que recibió el poder de consagrar el cuerpo y sangre de Nuestro Señor; si no cree que tiene el poder de bendecir a la gente y a las cosas, podemos temer que cuando efectúa estas ceremonias, puede rehusarse a dar tales poderes.

En efecto, podemos creer, podemos temer que él diría: “Antes, (en el tiempo de su crecimiento, pues ahora tiene alrededor de 70 años), se tenía la costumbre de decir que como sacerdote se reciben estos poderes, pero éstos son como de la magia, cosas de la Edad Media, es como en sentido figurado, una especie de superstición. Yo no voy a dar eso, ¡eso no existe”. Este es el gran, gran problema. Es por eso que nosotros tenemos verdaderamente una duda positiva sobre la validez de estas ordenaciones. En razón de la posibilidad, pues él no daría estos poderes puesto que no cree en ellos.

 Ahora, ¿cuántos de estos obispos en el mundo comparten esta misma incredulidad? ¿Por qué no creen? Porque es lo que recibieron en sus estudios, en el seminario, por supuesto. Esto es lo que aprendieron en los nuevos seminarios. Este obispo no es el único que cree lo que le enseñaron. Y aunque él dijo estas cosas en el 2005, hace 8 años, no ha sido sancionado por Roma. Pues esta es la nueva iglesia a la que Monseñor Fellay y los que lo siguen, quieren que nos unamos. Que nos mezclemos con herejes, que nos mezclemos con personas que efectúan ordenaciones que son dudosas.

¿Cuántas personas hoy en día en la Iglesia creen que recibieron los sacramentos pero no los reciben porque su sacerdote no fue ordenado válidamente, o su obispo? Es difícil de saberlo, sin duda muchas. Esta es la obra maestra de Satanás: Tener una iglesia que parece tener un sacerdocio pero que no lo tiene, ¡y no hay ningún medio de saberlo con certitud! Y ahora ellos quieren que regresemos a esa iglesia. Y quieren que nos unamos y nos mezclemos con ellos. Y ya no dicen esto que yo les digo, ya no lo dicen en nuestros días. La Fraternidad no debería buscar ser reconocida por la iglesia conciliar. Debemos levantarnos y decirles: “Mire lo que dijo este arzobispo. Es un hereje. ¿Qué hace usted a este respecto? Usted debe re-consagrar, usted debe re-ordenar a vuestros sacerdotes ».

Porque para los fieles sería un pecado grave recibir un sacramento dudoso. Sería un pecado grave contra el Primer Mandamiento ir a la iglesia teniendo una duda: “¿Está válidamente ordenado este sacerdote? ¿Está verdaderamente consagrada esta Santa Hostia?” Ir y recibir la comunión allí sería un pecado mortal. Si usted tiene esta duda, si usted se dice: “Podría no ser válido, pero igual la voy a recibir”, es un pecado grave contra el Primer Mandamiento. Un pecado grave contra el honor y el culto debido a Dios. Porque usted acepta recibir y dar adoración a algo que podría no ser Dios. Esto lo dice la teología moral.

Entonces, lo que la Fraternidad debería decirle a la nueva Roma es: “¡Mirad lo que habéis hecho a vuestro pueblo! En lugar de hacerle el bien, en lugar de bendecirlo, de desearle el bien, habéis retirado las bendiciones, retirado la protección de las medallas, los sacramentos válidos, vosotros, por este hecho, estás en el camino del infierno”. Esto es lo que la Fraternidad debería decir.
 Debemos orar por la Fraternidad, a fin de que sus dirigentes, en el momento de su muerte, no sean acusados por Dios de haber participado, por su silencio, en los pecados de la iglesia conciliar.