Monseñor Williamson
Carta del 8 de diciembre de 2002, a los amigos y benefactores de la Fraternidad en los Estados Unidos
La "canonización" del 6 de octubre pasado de Monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del "Opus Dei", así como la "beatificación", en septiembre, del Papa Juan XXIII, iniciador del Vaticano II, vuelven a abrir una vieja y dolorosa llaga: ¿cómo es posible que la Iglesia Católica haga semejantes cosas? Y si no es la Iglesia Católica quien las realiza, ¿quién es?
Pues es claro ciertamente, y más allá de toda duda, que la Iglesia Católica anterior al Vaticano II -cuando era esencialmente fiel a la Tradición Católica- nunca hubiera beatificado al Papa que abrió el Concilio que devastó dicha Tradición, ni canonizado al fundador del "Opus Dei", organización que preparó el camino para ese Concilio.
Hay abundancia de citas, orgullosamente publicadas por el mismo "Opus Dei", para probar que Monseñor Escrivá compartía y promovía ideas fundamentales del Vaticano II. Aquí hay dos: el mismo Monseñor Escrivá dijo: "La nuestra es la primera organización que, con la autorización de la Santa Sede, admite a no católicos, cristianos y no cristianos. Yo siempre he defendido la libertad de conciencia" ("Conversaciones con Monseñor Escrivá", Ed. Rialp, pág. 296).
Y su sucesor a la cabeza del "Opus Dei" dijo acerca del libro de Monseñor Escrivá, "Camino", que "preparó a millones de personas a ponerse a tono con, y a aceptar en profundidad, algunas de las más revolucionarias técnicas que treinta años más tarde serían solemnemente promulgadas por la Iglesia en el Vaticano II" ("Estudios sobre «Camino»", Monseñor Álvaro del Portillo, Ed. Rialp, pág. 58).
Por tanto, para que el Papa Juan XXIII fuera realmente Beato y para que Monseñor Escrivá fuera verdaderamente Santo, el Segundo Concilio Vaticano debería haber sido un Concilio verdadero, o un Concilio fiel a la Tradición Católica. Lo cual es ridículo, como bien lo saben al menos los lectores regulares de esta Carta. Sin embargo, las canonizaciones católicas ¿no deben ser infalibles, acaso?
Ciertamente, antes del Vaticano II, los teólogos católicos estaban de acuerdo en que las canonizaciones (no las beatificaciones) de los Santos eran virtualmente infalibles, por dos razones. En primer lugar, el proponer que católicos modelo sean venerados e imitados como Santos por los fieles es tan capital a la práctica de la fe católica de éstos, que la Santa Madre Iglesia no podría equivocarse en la materia. Así, en segundo lugar, los Papas anteriores al Vaticano II tomaron tal cuidado en examinar los candidatos a canonizar, y a los candidatos triunfantes los canonizaron con tanta solemnidad, que su acto de canonización no podía estar ya más cerca del pronunciamiento del magisterio papal infalible y solemne.
Desde el Vaticano II, empero, los modelos elegidos para imitación, para emulación, estaban expuestos, como Juan XXIII y Mons. Escrivá, a ser elegidos, primeramente, por su alineamiento al Vaticano II, por ejemplo, en la destrucción de la Tradición Católica.
Segundamente, el antiguo y tan estricto proceso de examinación de candidatos se ha relajado tanto con los Papas del Vaticano II y se ha seguido tal desbordamiento de canonizaciones bajo Juan Pablo II, que todo el proceso de canonización ha perdido, juntamente con su solemnidad, toda semejanza de infalibilidad. Ciertamente, ¿cómo puede Juan Pablo II querer hacer algo infalible o, por tanto, realizarlo, cuando a menudo se rige por, o habla de, por ejemplo, la "tradición viviente", como si la Verdad pudiera cambiar?
De este modo, éste o aquel Santo "canonizado" por Juan Pablo II, de hecho, puede estar en el Cielo -aún Monseñor Escrivá, Dios sabrá- pero ciertamente no es su "canonización" por este Papa lo que nos asegura de tal suceso. De aquí que no nos debamos sentir obligados a venerar a ninguno de los "Santos" posteriores al Vaticano II.
Todo esto nos deja con nuestro problema inicial: La Iglesia Católica tiene la divina promesa de indefectibilidad, es decir, no puede fallar ("Yo estaré con vosotros hasta la consumación del siglo", San Mateo, XXVIII, 20). Entonces, ¿cómo pueden las canonizaciones, que a través de la infalibilidad debieran participar de esa indefectibilidad, fallar, al participar, en cambio, en el Vaticano II? ¿No estamos obligados a admitir que, o el Vaticano II no fue tan malo después de todo (como los sacerdotes de Campos lo están admitiendo ahora), o que los sedevacantistas tienen razón después de todo al afirmar que Juan Pablo II no es realmente Papa? ¡El sedevacantismo explicaría cualquier raudal de falibilidad en él!
La Fraternidad Sacerdotal San Pío X, siguiendo a Monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991), ni adopta la posición conciliar, ni la sedevacantista. La Fraternidad, aunque cree que el Segundo Concilio del Vaticano estuvo entre los mayores desastres de la historia de la Iglesia Católica, también considera que los Papas que promovieron aquel Concilio y sus ideas (Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II) fueron o son verdaderos Papas. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo pueden verdaderos Papas desempeñarse de tal modo como para destruir la verdadera Iglesia?
En primer lugar, Dios nos crea a los seres humanos y nos dota de una voluntad libre, porque no quiere robots en Su Cielo. Esto también se aplica para los eclesiásticos que ha elegido para confiarles Su Iglesia Católica. Ellos tienen, por consiguiente, un asombroso grado de libertad para edificar o destruir la Iglesia. Por ejemplo, cuando Nuestro Señor pregunta si encontrará Fe cuando vuelva a la tierra (San Lucas, XVIII, 8), sabemos con certeza que por culpa de los hombres (no sólo de los eclesiásticos), la Iglesia Católica será muy pequeña en Su Segunda Venida.
Sin embargo, Nuestro Señor también prometió que las puertas del Infierno nunca prevalecerían contra Su Iglesia (San Mateo, XVI, 18); así también sabemos con certeza que Dios nunca permitirá que la maldad de los hombres llegue al punto de destruir Su Iglesia completamente. En esta convicción de que la Iglesia nunca va a fallar completamente es donde se apoya su indefectibilidad, y como la primera función de la Iglesia es enseñar la doctrina de salvación de Jesucristo, entonces, a la indefectibilidad en el existir le sigue la infalibilidad en el enseñar. Para las almas de buena voluntad, la Iglesia Católica, la Verdad católica, siempre estarán allí.
Por ende, hasta el fin de los tiempos la Iglesia Católica nunca cesará -por pequeña que su escala fuera- de hacer oír entre los hombres la doctrina de salvación, el Depósito de la Fe. Desde toda la eternidad, esta doctrina procede de Dios Padre a Dios Hijo, fue fielmente confiada por el Dios Encarnado a Sus Apóstoles y desde entonces ha sido transmitida, como inmutable Tradición, a través de los sucesores de los Apóstoles. "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán", dice Nuestro Señor (San Lucas, XXI, 33). De hecho, la inmutabilidad es tan esencial a esta doctrina, que la conformidad con la Tradición es el criterio del magisterio ordinario infalible de la Iglesia. En otras palabras, si uno quiere saber qué no puede ser falso en la enseñanza cotidiana de los maestros de la Iglesia, el modo de proceder es comparar lo que están enseñando ahora con lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de todos los siglos. Si corresponde a la Tradición [si coincide con ella], la enseñanza es infalible, y si no, no es infalible. Más aún, el magisterio extraordinario infalible de la Iglesia es siervo de este magisterio ordinario [es decir, el magisterio ordinario puede llegar a ser infalible], siempre que provea de una garantía protegida divinamente de que tal o cual doctrina pertenece a la doctrina verdadera de la Iglesia, es decir, a la Tradición ordinaria.
Por tanto, la Tradición, o la conformidad con lo que la Iglesia siempre ha enseñado, es el criterio o medida fundamental de la enseñanza infalible de la Iglesia, ordinaria o extraordinaria. Por consiguiente, todo aquello fuera de la Tradición es falible, y todo aquello que contradiga a la Tradición es ciertamente falso, por ejemplo, la nueva enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa y el ecumenismo.
Empero, Juan XXIII fue beatificado y Monseñor Escrivá fue "canonizado", por su afinidad con estas novedades conciliares. Así, tales "canonizaciones" son sin duda, y hasta cierto punto, contrarias a la Tradición Católica y, en tal sentido -y sin que debamos analizar más- son automáticamente NO infalibles. "Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gálatas, I, 8).
Igualmente, si uno se pregunta cómo puede ser que sean los propios eclesiásticos de Dios los que hacen tanto daño a Su Iglesia, la respuesta es: 1) Dios les da gran libertad, aunque no para destruir completamente Su Iglesia, y 2) porque a partir de cualquier mal que ellos realicen, Dios suscitará mayores bienes. Por ejemplo, a partir de canonizaciones dudosas puede dar a los "Católicos Tradicionales" una aún mejor comprensión de la primacía de la Tradición.
Y a la pregunta de cómo las canonizaciones, consideradas como infalibles, pueden, en cambio, ser conciliares, la respuesta es que si Dios permite a un Papa el creer en el Vaticano II, también seguramente puede permitirle el obrar y, de este modo, "canonizar" de acuerdo al Vaticano II, aflojando y ablandando las antiguas y estrictas reglas de las verdaderas canonizaciones, que virtualmente garantizaban la conformidad del candidato con la Tradición. Hay católicos que tropiezan y se caen porque ciegamente siguen la autoridad de la Iglesia cuando esta autoridad se desvía; ése es su propio problema. Pero los católicos que adhieren a la Tradición, seguirán la orden de San Pablo y, con prudencia, "anatematizarán", reprobarán, cualquier claro desvío de ella.
Por tanto, podemos rechazar absolutamente el Concilio Vaticano II, juntamente con todos sus trabajos y con todas sus pompas, sin necesidad de convertirnos en sedevacantistas, siempre y cuando entendamos que la indefectibilidad de la Iglesia no significa que grandes porciones de la Iglesia no vayan a ser destruidas, sino que la Iglesia nunca será completamente destruida.
De modo semejante, la infalibilidad de la Iglesia no implica que los maestros de la Iglesia nunca enseñen falsedades -como por ejemplo, con dudosas "canonizaciones"- sino que, entre otras verdades, la verdad de la santidad cristiana nunca será totalmente falsificada o silenciada.
En conclusión, estas "canonizaciones" más o menos conciliares son, propiamente, falibles y, automáticamente, NO infalibles.
Obviamente, el Padre Pío era un Santo íntegramente tradicional, y no debemos dudar en el valor de su canonización. Sin embargo, sería aconsejable no aprovechar de su canonización por la Iglesia Nueva para venerarlo oficialmente o en público, en cuanto que esto podría impulsar a conceder a otras "canonizaciones" de la Iglesia Nueva, un crédito que no les es debido*.
Queridos lectores: Permítanme desearles a todos una muy Santa Navidad.
Con los mejores deseos y bendiciones, En Cristo,
† RICHARD WILLIAMSON
* Nota SYLLABUS: Esto es precisamente lo que ocurre por lo menos en la capilla de la ciudad de Bs. As. de la FSSPX. ¿Tal vez para que los fieles que se acercan desde la iglesia conciliar sientan que después de todo los “lefebvristas” no son tan extraños y diferentes de ellos, pues como la iglesia conciliar tienen también una imagen del P. Pío? Pero entonces el fiel neo-fraternitario podría con toda lógica pensar que puede también venerar a “San Josemaría” u otro “canonizado” liberal (de hecho hay opusdeístas que concurren a las misas de la FSSPX), es un riesgo cierto que se corre.