lunes, 29 de julio de 2013

SOBRE EL EDITORIAL DE LA ÚLTIMA “IESUS CHRISTUS”


ENCANTACIONES






El último editorial del P. Bouchacourt se titula “Sin la fe…”, pero pensamos que más le conviene el título de “Con hipocresía…”. Explicaremos por qué.

Como viene pasando con los últimos números de la revista Iesus Christus, órgano oficial publicitario e informativo del Distrito América del Sur de la FSSPX, la reciente edición número 142 se enmarca en la “retirada estratégica” de Mons. Fellay, a la espera de mejores tiempos para el acuerdo. La revista acusa al concilio que Mons. Fellay excusa.  Si no se entiende que la FSSPX lleva adelante, en todo el mundo, una maniobra de falso reposicionamiento, no se puede comprender bien este texto del P. Bouchacourt. El fin principal de esta estrategia es hacer recuperar la confianza en Mons. Fellay. Pero hay otra estrategia, clásica en este tipo de asuntos, que también estamos viendo actualmente en la FSSPX: la vieja “táctica del policía bueno y el policía malo”. Proviene de las técnicas de interrogatorios y consiste en fingir que dentro de un mismo bando hay unos elementos exaltados y duros opuestos a otros elementos moderados y benignos. El interrogado es golpeado por el “policía malo”. El “policía bueno” no lo golpea, se muestra comprensivo y hasta promete ayuda. De ese modo se gana la confianza del prisionero, que confiesa todo. En la FSSPX, Mons. Fellay cumple el papel del “policía bueno” mientras las demás autoridades generalmente cumplen el papel del “policía malo”. Los encargados de “elevar el tono” ante Roma son estos últimos, mientras Mons. Fellay se mantiene “incontaminado”, a un nivel muy superior al de esos dimes y diretes, observando compasiva y serenamente los reveses de los pobres mortales desde el Olimpo de los parajes idílicos y apacibles de Menzingen. Y si Roma le pregunta alguna vez sobre esas “efusiones” de sus hombres, Mons. Fellay responderá con una simpática sonrisa “llena de bondad, comprensión y misericordia”, como diciendo: “oh… sí, esos chicos… son muy buenos pero a veces muy impulsivos… ustedes saben… esos jóvenes, esos jóvenes…”. Todos felices y todo arreglado. En esa misma estrategia se incluye –como ya lo destacamos en su oportunidad- la declaración oficial por el 25 aniversario de las consagraciones episcopales, donde luego de “matonear” al concilio en algunos párrafos, llega de pronto el “policía bueno” en el párrafo 11 para abrir la puerta a un acuerdo a pesar de todo lo anterior, de manera que en Roma se queden tranquilos porque no hay ninguna ruptura.

Hay algunas cosas del editorial del P. Bouchacourt (completo aquí) que vale la pena destacar. Y lo haremos porque una vez más se demuestra la incoherencia y doblez del mensaje pretendidamente firme en la fe que se vierte, contrastante con el obrar en relación a Roma.

Precisamente de la fe empieza discurriendo el editorial. Dice bien el Padre Bouchacourt:

La fe también es un todo. No se pueden seleccionar las verdades que la constituyen, adhiriendo a aquellas que nos gustan y rechazando las que no nos convienen o disgustan.
Quien esto realiza pierde la fe católica, como dice Santo Tomás de Aquino, porque en lugar de adherir a Dios, adhiere a su propia voluntad. Con esto incurre en el error y si persevera pertinazmente en él, se coloca fuera de la Iglesia y pone en peligro, por el mismo hecho, su eterna salvación. Esta selección orgullosa es la que hicieron, por ejemplo, heresiarcas tales como Lutero y Calvino.

Si esto es así, nos preguntamos, ¿por qué se busca un “reconocimiento”, por qué se pide una “libertad de acción” y se mendiga un “poder de criticar” a quienes en Roma han rechazado la fe católica y la Tradición adoptando y difundiendo las falsas enseñanzas modernistas? ¿Por qué se desea un acuerdo respetando a la Roma modernista “tal como es” (en palabras de Mons. de Galarreta), sabiendo que lo que Roma profesa son herejías? Es cierto, una cosa es escribir acerca de la fe en la revista interna de una congregación y otra cosa es  actuar de acuerdo con ella frente a los enemigos más poderosos. Pero, si somos herederos de Monseñor Lefebvre, ¿no debemos actuar en conformidad con el valeroso ejemplo que nuestro Fundador nos ha legado, sabiendo que con la gracia de Dios nos será posible luchar aunque no tengamos que vencer ahora?


Entonces llega el Concilio Vaticano II. La Iglesia se pone a dudar. El modernismo denunciado por San Pío X levantó su cabeza de modo insolente. Los condenados de ayer —los Padres Congar, Rahner, Teilhard de Chardin, de Lubac— se convirtieron en maestros del pensamiento. La fidelidad a Dios pasó a segundo plano para privilegiar una reconciliación con el mundo.

Bueno, ¿pero acaso la FSSPX no sigue la política del GREC de reconciliación con Roma? ¿Por qué el Padre Bouchacourt no hace ninguna referencia al GREC, manteniendo a los fieles en la ignorancia?

Y note el lector, además, que se cuida de condenar directamente el Concilio, pues no le niega la calidad de “Magisterio”, ni dice que haya sido obra del demonio (cosa evidente), ni opina que debe ser desechado en su totalidad, ni -en definitiva- lo condena clara e inequívocamente. Es así como, con “anteojos rosas”, es posible interpretar sus palabras en el sentido de que el Vaticano II es más una ocasión que una causa de la crisis de la Iglesia. ¿Cómo podría condenar drástica e inequívocamente el Concilio, si su jefe ha dicho que es aceptable en un 95%?

Para conseguirlo era preciso abandonar las condenaciones y preparar un trato. Una ingenuidad mortífera guio esta nueva era. La humanidad habría llegado a un grado suficiente de madurez que le impediría dejarse engañar.

Un “trato”. Por razones obvias, se cuidó el Padre de usar la palabra sinónima “acuerdo”…

Y hablando de ingenuidad, ¿qué decir de las palabras de Monseñor Fellay?:

“…aquella capacidad de santidad, de santificación, reside todavía en esa Iglesia que vemos por el piso. Si tenemos la fe, es en esta Iglesia, si recibimos la gracia del bautismo hasta el último de los Sacramentos, es en esta Iglesia y por Ella. Esta Iglesia no es una idea, es real, está ante nosotros, se llama la Iglesia Católica romana, la Iglesia con su Papa, con sus obispos, que también pueden tener un estado de debilidad-iba a decir que son débiles”.
(11 de noviembre de 2012)

O de estas otras palabras del Superior general:

“Endosamos a las autoridades presentes todos los errores y todos los males que se encuentran en la Iglesia, olvidando que ellas intentan al menos en parte de liberarse de los más graves (…) En sí, la solución de una Prelatura personal propuesta no es una trampa. Resulta, por principio, que la situación presente en abril del 2012 es muy diferente de la de 1988. Pretender que nada ha cambiado es un error histórico. Los mismos males hacen sufrir a la Iglesia, las consecuencias son todavía más graves y manifiestas que entonces, pero al mismo tiempo se puede constatar un cambio de actitud en la Iglesia, ayudado por los actos y los gestos de Benedicto XVI hacia la Tradición”.
(Respuesta a la Carta de los tres obispos)

O incluso de estas otras, entre muchas más:

“Después de las discusiones, nos hemos dado cuenta que los errores que creíamos provenientes del Concilio de hecho son resultado de la interpretación común que se ha hecho de él”. “El Papa dice que (…) el Concilio debe ser colocado en la gran tradición de la Iglesia, que debe ser comprendido en acuerdo con ella. Estas son declaraciones con las cuales estamos completamente de acuerdo, entera, absolutamente”.
(Entrevista a “Catholic News Services”, 11 de mayo de 2012).

   

 Parece que las cosas se torcieron un poco en los últimos años. ¿O sólo es un defecto del diagramador? ¿Es la imagen de un declive o de un ascenso? ¿Por qué torcer la foto? ¿Es una confesión involuntaria de que las cosas no andan derechas?


Y continúa el P. Bouchacourt su editorial:

Un pacifismo letal se instaura pues en la Iglesia. Ya no es necesario intentar convertir al prójimo sino buscar comprenderlo. Se suprimieron todas las asperezas que podían impedir este compromiso tan deseado con aquellos que no comparten nuestra fe. La unidad del género humano se privilegió ex profeso a la integridad de la fe, a su defensa y a su transmisión.

Pero resulta que la misma Fraternidad ha incurrido en lo mismo, ya que se ha resignado a evitar (o no esperar) la conversión de Roma:

“Por supuesto que lo mejor sería que Roma renunciara a los errores conciliares, regresara a la Tradición y únicamente después, sobre esta base, la Fraternidad obtuviera automáticamente un estatus canónico regularizado en la Iglesia. Sin embargo, la realidad nos incita a no hacer depender un eventual acuerdo de una gran autocrítica de Roma, sino de una atribución de garantías reales que Roma, tal cual ella es, permitiera a la Fraternidad permanecer tal como es” (Mons. de Galarreta, 7 de abril de 2013).

Y unas líneas más adelante escribe el Superior de distrito y editorialista:

Además, las afirmaciones conciliares sobre la libertad religiosa, el ecumenismo y la colegialidad se oponen de manera notoria a la enseñanza tradicional de los Papas.

¡Ay!, pero el mismo Monseñor Fellay había dejado de usar este lenguaje tan audaz hace mucho tiempo, por ejemplo cuando decía públicamente:

“…Vimos en las discusiones que, muchas cosas que nosotros hubiéramos condenado como del Concilio son, de hecho, no del Concilio sino del entendimiento común del Concilio […] Mucha gente entiende mal el Concilio […] El concilio presenta una libertad religiosa muy, muy limitada” (Monseñor Fellay, entrevista con CNS el 11 de mayo de 2012).

A continuación, como suele hacer Mons. Fellay, el editorial nos muestra unas cifras estadísticas para mensurar la gravedad de la crisis de la Iglesia, con esta perogrullada  ¡La fe está en peligro como nunca antes! que, ubicada al inicio de un párrafo, sirve para introducir la parte final de la editorial, que es destacar una vez más (una vez más el orgullo institucional, como en cada sermón o cada editorial) la misión providencial de la Fraternidad y la fidelidad que la mantiene en el camino trazado por Mons. Lefebvre.

Desde luego, se trata de recordar en este número las consagraciones episcopales de Mons. Lefebvre y las razones que tuvo para hacerlas, pero una vez más el silencio sobre lo que ocurrió internamente durante el transcurso del 2012, el escamoteo de la crisis interna suena necesariamente artificial, más allá de que se haga mención al difícil combate que deben afrontar los fieles:        

Ustedes mismos, queridos fieles, debieron abandonar sus parroquias para recibir y guardar la fe de siempre. Ustedes, queridos padres de familia, hacen sacrificios edificantes para enviar a sus hijos a nuestras escuelas y así lograr que reciban una enseñanza católica. Ustedes forman parte de este combate. Esta fidelidad es difícil. Exige renuncias sociales, materiales, familiares, a veces en grado heroico. ¡Cuántas familias se dividieron, cuántas amistades cesaron para guardar la fe de nuestros padres, la de los mártires y la de los santos que nos precedieron!

Sobre todo porque eso mismo que allí se da cuenta como sucedido en el pasado, es exactamente lo que está ocurriendo ahora con un obispo, muchos sacerdotes y muchos fieles, y no por culpa de las autoridades de la iglesia conciliar, sino de las autoridades de la Nueva Fraternidad.

Sigue el P. Bouchacourt:

Cristo lo había predicho: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa”.

Por supuesto que menciona lo ocurrido en la Fraternidad, pero como algo que pasó en un lugar muy lejano, muy atrás en el tiempo, algo superado que desde la altura se ve muy pequeño: no hay tiempo para atender a ese temita, para escuchar a los heridos (¿y los muertos, quiénes serán?).

Se trata de la clásica “táctica del avestruz”. “Muchachos, todos tranquilos porque acá no ha pasado nada, y si algo ha pasado, fue mínimo y está superado con daños insignificantes. Demos vuelta de página y sigamos avanzando…” Sí, desde luego, hacia el precipicio bajo las órdenes de Mons. Fellay.




Continúa el Padre Bouchacourt:

No cabe duda que, como en todo combate, hay que lamentar heridos y muertos. Entre nosotros han sobrevenido divisiones y deserciones. No nos escandalicemos. Cristo mismo tuvo que vivirlas durante su pasión y otro tanto los Apóstoles y los primeros cristianos en los tiempos de persecución.

Lo que hace entre líneas el Padre Bouchacourt es comparar la situación de la Resistencia con el abandono de Cristo en la pasión por parte de los apóstoles. Pero, ¡qué claramente puede verse que a la vez que unos siguen en la pelea contra los enemigos de Cristo, y son despreciados, sancionados, silenciados y expulsados, mientras dan la cara, se ven obligados a vivir solos y en condiciones muy difíciles; los otros han elegido mantener las comodidades y la vida tranquila de los prioratos, temiendo resultar chocantes en su confesión de la fe y haciendo la vista gorda en las desviaciones de Monseñor Fellay y sus cómplices! ¡Qué fácil es hablar de combatir por la fe, cuando nadie nos persigue o nos rechaza!

Entre nosotros han sobrevenido divisiones y deserciones”. Faltó agregar una palabrita: “expulsiones”. ¿Mons. Williamson y varios Padres fueron y están siendo expulsados por rehuir el combate? ¿Por haberse desviado hacia el liberalismo? ¿Acaso no fueron expulsados por oponerse a la deriva liberal de la FSSPX? ¡Qué hipocresía!

Recemos por aquellos que han tomado un camino distinto del nuestro y prosigamos nuestra ruta suplicando a Dios que nos conceda la gracia de la fidelidad. Por el amor de Dios, no nos prestemos a polémicas estériles, que nos hacen perder el tiempo y nos apartan de lo esencial.

Siempre se agradecen las oraciones sinceras, pero sería también muy provechoso para quienes “han tomado un camino distinto” (¿se pone ecuménico aquí el P. Bouchacourt?) que los que creen que siguen el camino de siempre se presten a algún tipo de polémica “no estéril”. Hablamos de la polémica donde se está dispuesto sinceramente a conocer la verdad. Al respecto ya hemos dado algunas pautas e indicaciones en nuestro blog (por ejemplo acáacá y acá). Coincidimos en que no debe perderse el tiempo en polémicas estériles, lo cual no significa que se tema o se rehúya la investigación de la verdad, que sólo con nuestro esfuerzo nos es otorgada, Dios mediante (como dijo San Agustín: “En la disciplina humana, el esfuerzo de hacer el trabajo precede a la alegría de captar la verdad”). Pero ¿acaso hablará así el P. Bouchacourt, tras la fracasada polémica o diálogo doctrinal sostenido con los modernistas romanos, que resultaron absolutamente estériles (para la verdad)? Lo cierto es que la Fraternidad hoy en día prefiere no prestarse a ninguna clase de polémica, discusión o intercambio intelectual, porque parece que todo le resulta estéril… o en realidad muestra su incapacidad para rebatir los argumentos usados en su contra, por lo cual debe recurrir a esforzados y rebuscados sofismas, insólitas comparaciones, graves omisiones, editoriales propagandísticas y sermones barnizados de forzada piedad. Así que es mejor no discutir ni polemizar, por las dudas…



Tal vez este libro les vendría bien, para por lo menos en alguna materia poder ponerse a discutir con verdaderas posibilidades de convencer a algún interlocutor.


Ya cerca del final, se dice:

Esta fidelidad —convenzámonos— es una gracia de Dios. Se merece por la oración, la penitencia, una vida santa y una buena formación, no mediante encantaciones y declaraciones de matamoros.

A lo cual diremos que los cuatro medios allí mencionados no les son ajenos a quienes resisten el acuerdismo de la Nueva Fraternidad, a lo que debe agregarse algo que el Padre Bouchacourt pasa por alto olímpicamente, como ocurre hoy en la Fraternidad: el amor a la verdad y el odio al error. “Quienquiera que ama la verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amáis la verdad, podréis decir que la amáis e incluso hacerlo creer a los demás; pero estad seguros que, en ese caso, careceréis de horror a lo que es falso, y por ésta señal se reconocerá que no amáis la verdad” (Ernest Hello). ¿A qué se refiere con “encantaciones” y “declaraciones de matamoros”? ¿Qué clase de encantamiento o seducción (o ¡declaraciones de matamoros!) podrían encontrarse en la Resistencia? ¿Qué es todo eso sino una simplificación infantil de un problema muy vasto y que se saca de encima en dos líneas? Pero es al final cuando viene lo peor, porque se lo usa a Monseñor Lefebvre para intentar darle sustento a esa posición:

Tengamos en mente estos consejos que Monseñor Lefebvre daba a sus seminaristas: “Nuestro combate es sobrenatural, contra las potencias espirituales del demonio y de sus ángeles malvados; un combate de gigantes, no un combate de discusiones, de justas intelectuales. Al ingresar al seminario ustedes entran en la historia de la Iglesia y llevan adelante un combate que no está en el plano natural; de lo contrario, se sitúan fuera de la verdad. Nuestro combate se sitúa a nivel de la gracia divina. Prepárense filosóficamente, pero la gracia que convierte a las almas no la obtendrán más que por la oración, el sacrificio, la mortificación y la santidad vivida”.

Sería bueno que estas sabias palabras de Monseñor Lefebvre las tuvieran en cuenta los tres obispos de la FSSPX, pues a lo único que aspiran es a “regularizar” la situación de la FSSPX negociando con el enemigo a través de interminables discusiones y diálogos diplomáticos. El P. Bouchacourt no distingue como debe y reduce o asocia la busca del esclarecimiento y la difusión de la verdad –que los Papas tradicionales y el mismo Mons. Lefebvre promovieron calurosamente apoyando diversos medios de prensa- con transformarse en un discutidor profesional que deja de lado sus deberes. En el fondo lo que parece pretender es que los miembros de la Fraternidad eviten todo contacto con medios no oficiales para no contagiarse de un mal espíritu que sólo resultaría estéril y peligroso para su alma. En definitiva, una forma sutil de silenciamiento.

Un último párrafo:

Demos gracias a Dios por el acto heroico que Monseñor Lefebvre realizó hace veinticinco años. Gracias a él tenemos sacerdotes, prioratos y escuelas. Los frutos de la misa pueden seguir difundiéndose. Sin embargo, ¡no nos durmamos!

Bien. Si no quiere que los fieles y sacerdotes se duerman entonces debe permitir la libertad de discusión interna en la Fraternidad y el libre acceso a los medios de comunicación como Internet –con las debidas cautelas prudenciales- para mantenerse despierto. ¿Qué es estar despierto? Seguir usando la cabeza para vivir en la realidad. Porque el que duerme no piensa, sueña. Y muy bien esos sueños placenteros –esas “encantaciones”- pueden tornarse pesadillas que se materializan en la realidad cuando el soñador menos lo espera, por no haber querido estar despierto al aceptar un cómodo sueño, tranquilizante pero irreal.

Fray Llaneza