El día viernes 12, Monseñor Fellay llegó al Priorato de Mendoza acompañado por el P. Bouchacourt.
El día sábado 13, Monseñor citó a su oficina al P. Trincado. Éste hizo entrega de una carta al Superior General, luego de haber sintetizado lo escrito en ella. Acto seguido, se integró el P. Bouchacourt a la conversación. El P. Trincado fue interrogado acerca de una carta que se dice escrita por sacerdotes de México y América del Sur, que en estos días circuló por internet. El Padre respondió que no tenía relación alguna con ella. Se le preguntó también sobre un email enviado al P. Chazal, también difundido por internet, a lo que respondió que efectivamente envió ese correo electrónico, pero que no autorizó la publicación del mismo. Agregó que ratificaba todo lo dicho en él.
A las 15.10 el P. Trincado fue citado nuevamente y, en presencia de Monseñor Fellay y del Prior, el P. Bouchacourt le entregó una monición en procedimiento de expulsión, fundada principalmente en la publicación del correo electrónico enviado al P. Chazal. El Padre reiteró que ese email se publicó sin su permiso y agregó que no se retractaría de nada de lo dicho en esa comunicación.
Esta es la carta que el P. Trincado entregó a Monseñor Fellay:
Mendoza,
12 de octubre de 2012
Su
Excelencia Reverendísima
Monseñor
Bernard Fellay
Presente.
Excelencia:
Por medio de la
presente, expreso a S.E.R., con el debido respeto, mi profunda preocupación por
el estado actual de nuestra congregación, así como por el futuro de la misma.
Desde mediados
del presente año, la FSSPX se encuentra en un estado caracterizado, en lo
interno, por una profunda división y una crisis grave de confianza en la
autoridad, y, en lo externo, por un notorio debilitamiento de nuestras de
fuerzas en la defensa de la fe y un creciente desprestigio. Se respiran, en
efecto, otros aires en la congregación, muy distintos a los de siempre, pues
vemos que entre nosotros se ha instalado la confusión, la discordia, el miedo, la
sospecha y la delación.
Este quiebre
interno alcanza a toda la congregación, desde nuestros Obispos hasta los laicos,
siendo el más general y profundo que haya existido en los 42 años de vida de la
FSSPX. La fractura se debe al modo en que S.E. conduce las actuales conversaciones
con la Roma liberal. El secreto que ha recaído sobre dichas conversaciones, ha significado
una serie de peligros obviamente previsibles, pero S.E.R. no ha dispuso los medios
eficaces para contrarrestarlos. En estas circunstancias, algunos miembros de la
congregación, cansados por la larga lucha o cediendo a las tendencias liberales
dominantes, aprueban la idea un acuerdo con la Roma modernista, mientras otros
la reprueban porque piensan que no es razonable suponer que la Iglesia va a salir
de la terrible crisis por la que atraviesa desde el fatídico Vaticano II, sometiendo
la Tradición al poder de los liberales. Cabe preguntarse: ¿cuál sería la
utilidad de una regularización en el contexto actual? ¿Estamos en falta a los
ojos de Dios, al permanecer por cuatro décadas al margen de la estructura
oficial, dominada sin contrapeso alguno por los modernistas? ¿Es realista
pensar que nosotros podríamos llegar a ser ese contrapeso? ¿Es razonable
pretender someterse a unas autoridades liberales cuyo obstinado objetivo es
llevarnos al Concilio Vaticano II? ¿Acaso tal cosa no es claramente suicida? ¿O
es que el Papa actual ha dejado de ser un verdadero liberal? Ciertos nombramientos
recientemente hechos por el Santo Padre, como el del Card. Müller, ¿no prueban
que es irracional ponerse en manos de la Roma actual?
No es relevante
que la iniciativa de ese acuerdo haya provenido del Vaticano o de nuestros
superiores, pues la sola aceptación de la posibilidad de una paz
-necesariamente falsa e injusta- con los que no cesan de destruir la Iglesia,
constituye una manifiesta y peligrosísima ilusión. Se pretende que el protocolo
de 1988 sería un precedente en pro de este acuerdo, pero sucede más bien lo
contario, pues si de seguir ejemplos se trata, se debe imitar a los hombres
santos en sus aciertos, no en sus yerros, y sabemos que Mons. Lefebvre pronta y
expresamente retractó su errada y pasajera intención de regularizar la
congregación sometiéndola al poder de la Jerarquía modernista (cfr. carta al
Santo Padre de 2-6-88). Debemos atenernos a su última y definitiva voluntad, no
a una voluntad temporal que fue explícita, inequívoca y definitivamente
revocada.
En el marco de las
negociaciones con Roma, S.E. ha recurrido frecuentemente al empleo de expresiones
ambiguas. La ambigüedad ha adquirido, con eso, derechos de ciudadanía en la
FSSPX. Este nuevo modo de hablar ante los modernistas y ante el mundo está causando,
entre otros males, grave escándalo a muchos tradicionalistas. No hay duda en
cuanto a que, en las actuales circunstancias de progresiva extinción de la fe,
defender la Verdad con palabras claras y precisas ante los destructores de la religión
católica y ante todos los hombres, es un gravísimo deber. La primera caridad es
la verdad. El demonio se valió de la ambigüedad para esa gran victoria suya
llamada Vaticano II, ¿y ahora nosotros combatiremos la ambigüedad con más
ambigüedad? Su Excelencia, no obstante, ha optado por diluir con palabras
equívocas varias verdades, entre ellas, precisamente, la condena categórica e
inequívoca que por 42 años hemos hecho del concilio, causa principal del actual
desastroso estado de apostasía general y de la consiguiente condenación de
muchísimas almas. Las ambigüedades de S.E. han generado, como también era perfectamente
previsible, una gran cantidad de rumores, sin que Su Excelencia dispusiera lo
pertinente para disiparlos oportunamente.
Existe desde
ahora en la FSSPX, y no sólo al nivel de las palabras, un “nuevo estilo” cuyas
notas características son la ambigüedad, la diplomacia, el secretismo, la
vacilación y la pusilanimidad. Este grave cambio está debilitando nuestro combate
contra los errores que envenenan la Iglesia y contra los lobos con piel de
oveja que los difunden, y a la vez, nos está desprestigiando con fundamento: ya
no somos la congregación de los Sacerdotes de aquel “sí sí, no no” que manda Cristo;
la de los que llaman las cosas por su nombre, pase lo que pase y venga lo que
venga. El modo de conducción, S.E.R., que además de lo dicho, es autoritario para
con los súbditos y excesivamente blando y condescendiente para con los enemigos,
está repercutiendo desastrosamente en todos los niveles de la vida de la FSSPX.
Los soldados, para bien o para mal, siguen a su General; por eso la antigua
actitud de directa, varonil y resuelta beligerancia ante los enemigos de
Cristo, que se admiraba en nuestros Sacerdotes, ha dado paso al cálculo
diplomático, al temor, al desánimo y hasta a la cobardía. Así es como la
declaración del Capítulo de julio, en momentos en que toda la Iglesia nos
miraba atentamente, no estuvo exenta de cierta ambigüedad y de cierta debilidad.
Las seis condiciones para una regularización, recientemente dadas a conocer,
son claramente insuficientes e igualmente demostrativas de cierta debilidad
ante la Roma modernista.
En este infeliz
escenario, la confianza entre los miembros de la congregación está particularmente
herida. ¿Cómo confiar en un Superior que desecha los consejos y advertencias de
todos los otros Obispos y de nuestro Fundador? En mayo hemos podido leer un
intercambio epistolar entre los cuatro Obispos, en el que S.E.R. intenta
imponer su propio parecer a éstos últimos, en orden a lograr el acuerdo con
Roma. Mediante carta fechada el 7 de abril, los otros tres Obispos advertían al
Consejo General: “Monseñor, Padres,
pongan atención, ustedes conducen a la Fraternidad a un punto sin retorno, a
una profunda división sin marcha atrás y, si ustedes llegan a un tal acuerdo, a
poderosas fuerzas destructivas que Ella no soportará. Si hasta el presente los
obispos de la Fraternidad la han protegido, es precisamente porque Monseñor
Lefebvre rechazó un acuerdo práctico. Puesto que la situación no ha cambiado
substancialmente; puesto que la condición emitida por el Capítulo del 2006 no
se ha realizado (cambio de rumbo por parte de Roma que permita un acuerdo práctico),
escuchen de nuevo a su Fundador.” Pese a estas palabras, Su Excelencia
siguió adelante en el intento por lograr el acuerdo con Roma.
Varios meses
antes, Mons. de Galarreta había advertido también a Su Excelencia, de modo
igualmente claro, sobre las consecuencias previsibles que tendría el hecho de
proseguir con ese intento: “Avanzar hacia
un acuerdo práctico sería renegar de nuestra palabra y de nuestros compromisos
con nuestros sacerdotes, nuestros fieles, Roma y frente a todo el mundo. Tal procedimiento
manifestaría una grave debilidad diplomática por parte de la Fraternidad, y a
decir verdad, más que diplomática. Sería una falta de coherencia, de rectitud y
de firmeza, lo que tendría como efectos la pérdida de credibilidad y de la
autoridad moral que gozamos”. Pero S.E. no escuchó a Mons. de Galarreta.
Ningún caso hizo
Su Excelencia de los avisos de sus pares, sino que siguió dirigiendo nuestra
nave hacia las rocas del acuerdo. Si finalmente éste no se firmó, se debió únicamente
a que el Papa, sorpresivamente, elevó las exigencias por sobre lo que S.E. estaba
dispuesto a aceptar (cfr. conferencia de Mons. Tissier de Mallerais de 16-9-12) Hoy sufrimos las previsibles, graves y
quizá irreparables consecuencias de tal empecinada e incompresible actitud.
Excelencia: si resulta altamente sorprendente que haya optado por
desechar el parecer y las advertencias unánimes de sus pares, mucho peor y mucho
más preocupante es el hecho de que S.E.R. haya dicho que la voluntad de los
modernistas romanos prima sobre el bien de la FSSPX: “Por el bien común de la Fraternidad, preferiríamos de lejos la
solución actual de status quo intermedio, pero manifiestamente Roma no lo
tolera más” (respuesta a los 3 Obispos, 14-4-12). Léase: los liberales y
modernistas de Roma no lo toleran más.
Por tanto, teniendo en cuenta lo antes expuesto, y considerando
-primero- que la FSSPX se encuentra en una gravísima crisis provocada por un
muy deficiente ejercicio de la autoridad, al no haber tomado ésta las medidas
conducentes a evitar los males fácilmente previsibles que hoy lamentamos; y
-segundo- que esta situación, de persistir, nos irá destruyendo paulatinamente sin
necesidad de algún acuerdo con Roma; como miembro de esta congregación, respetuosamente
ruego a Su Excelencia que por el bien de la Iglesia, por el bien de la FSSPX y
por su propio bien, dimita cuanto antes del cargo de Superior General. Sólo el
reemplazo de las actuales autoridades por otras previsoras, verdaderamente diligentes
en cuanto al deber esencial de velar por nuestra la unidad, y que conserven el espíritu
que siempre caracterizó a nuestra congregación, hará posible que la FSSPX
vuelva al recto y santo camino por el que la condujo Monseñor Lefebvre.
Saluda atentamente a S.E.R, en Cristo,
P. René Miguel Trincado Cvjetkovic.