"en la Carta escrita por el Papa Francisco con respecto a la “devastación” de la Iglesia norteamericana provocada por la práctica de la homosexualidad en el Clero, ni una palabra se dice sobre la homosexualidad."
La homosexualidad devasta la Iglesia, pero de ella no se habla más
Fuente: Corrispondenza
Romana vía Adelante la Fe (Extracto. Traducción retocada)
Salió a luz la “Carta del Papa al pueblo de Dios” que confirma un dato ahora inequívoco: de la homosexualidad,
la Iglesia de hoy no quiere hablar más. El tema está formalmente excluido de
las prédicas. De hecho, también en la Carta escrita por el Papa Francisco con
respecto a la “devastación” de la Iglesia norteamericana provocada por
la práctica de la homosexualidad en el Clero, ni una palabra se dice sobre la
homosexualidad. Sólo se habla de “abusos”, como si las relaciones homosexuales
habituales de un Cardenal con sacerdotes y laicos pudieran pasar en silencio
dada la mayoría de edad y el consenso de los protagonistas. Como si no fuera
que la homosexualidad es lo que provoca y expande los abusos y no los abusos
los que suscitan la homosexualidad. Como si sólo los abusos y no también la
homosexualidad, fueran una forma de lacerar la conciencia que el Papa Francisco
denuncia en su Carta, ejemplificándola con un no preciso “clericalismo” y sin
atribuirla a la homosexualidad.
El escándalo que sacudió al Cardenal
McCarrick, que objetivamente tocó muy de cerca al Cardenal Farrell y que
recientemente explotó con el informe sobre Pensilvania, se refiere a la
práctica de la homosexualidad en la Iglesia y no a otra cosa. Práctica de la
homosexualidad que ha golpeado ampliamente a la Iglesia norteamericana y ha
llegado muy a lo alto de la jerarquía eclesiástica y vaticana. Pero frente a la
devastadora situación que, repitámoslo, tiene por objeto a la homosexualidad y
no a otra cosa, se dice todo pero no que la homosexualidad es un desorden, un
mal intrínseco, una inadmisible violencia, una práctica gravemente inmoral, un
pecado, la negación del plan de la Creación. A la inaudita gravedad de la
situación se suma la gravedad aún más inaudita del silencio, que, de hecho,
cubre la gravedad de la situación, la esconde, desviando la atención hacia
otras cosas importantes pero no centrales. ¿Sin llamar mal al mal cómo se puede
combatirlo? ¿Y evitando de llamar mal al mal no se es ya cómplice aunque sin
hacer nada?
Si miramos a nuestro alrededor
debemos constatar que todos, en la Iglesia, hace tiempo cesaron de valorar moralmente a la homosexualidad
y además evitan hablar al respecto. El tema ha desaparecido de las homilías, de
los discursos, de la prensa católica. La expresión se conserva únicamente en
algunas iniciativas pastorales orientadas a incluir a las parejas homosexuales
en el tejido eclesial con modalidades de expresión que sólo son de acogida y no
de valoración, valoración negativa de la homosexualidad expresada desde siempre
por las Sagradas Escrituras y por el Magisterio de la Iglesia.
Todos callan sobre la
homosexualidad, pero
después se permite que el P. James Martin hable sobre el tema en el Congreso de
la Familia de Dublin, no solo como un problema pastoral sino como una
oportunidad para la vida de la gracia.
Es a esta altura que el simple
fiel de la Iglesia Católica elabora dos ideas suyas que resumen la situación.
Lo primero que le parece evidente es que existe una fuerte presencia homosexual
en la Iglesia y la segunda es que esa fuerte presencia actúa para cambiar la
doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad. Es para disipar esta hipótesis
que se siente la necesidad urgente de que el Papa, los Cardenales y los Obispos
llamen a la homosexualidad por su nombre, sin conservarla en el silencio a
regañadientes.
Pero, se dirá, en el Catecismo y
en miles de otros documentos del Magisterio -además de en San Pablo- la
cuestión está clara y para siempre. Es verdad, pero conocemos el clima
teológico de hoy: no hablar más de homosexualidad, o bien hablar sin condenar y
dentro de un abierto y dialogante contexto pastoral, con la intención de
construir puentes y no muros, de concentrarse en aquello que nos une y no en
aquello que nos divide, en la imposibilidad de juzgar porque solo Dios juzga y
otros eslóganes análogos … significa dejar las puertas abiertas, haciendo
posible la aceptación de hecho sobre la cual después los teólogos construirán
la aceptación de derecho, para la que tanto se está trabajando desde hace
tiempo. No se habla más de homosexualidad en la Iglesia porque ahora se la
entiende como una situación “imperfecta” que debe ser acogida y purificada.
Pero entonces el silencio esconde una nueva doctrina. (Stefano
Fontana – lanuovabq.it/)
Nota de
C.R.: El sacerdote jesuita James Martin, que sostiene la tesis de que los
católicos homosexuales no están obligados a practicar la castidad, fue invitado
por el Vaticano y la Archidiócesis de Dublin a dar una charla en el IX
Encuentro Mundial de las Familias. En su cuenta de Twiter, el P. Martin informó
el 14 de junio ppdo. sobre la invitación recibida en estos términos: “Estimados
amigos: Estoy encantado de aceptar la invitación, del Vaticano y la
Archidiócesis de Dublín, para hablar en el Encuentro Mundial de las Familias #
WMOF2018 en agosto, antes de la visita de @Pontifex, sobre cómo debe la Iglesia
acoger a familias con miembros LGBT. (Cfr. http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=32472).