Sean avergonzados
los soberbios, porque injustamente obraron la iniquidad contra mí; pero yo me
ejercitaré en vuestros mandamientos y en vuestras enseñanzas para no quedar
confundida. (Comunión de la misa de Santa Filomena, I de las Vírgenes y Mártires)
Santa
Filomena era completamente desconocida hasta el 24 de mayo de 1802 cuando,
a raíz de una excavación en las catacumbas de Santa Priscila, sobre la Via
Salaria Nuova de Roma, un obrero tropezó ante una lápida sepulcral.
La primera reacción hizo que
se suspendieran los trabajos de excavación y se diera aviso a las autoridades
locales: en este caso, por tratarse de un territorio sacro, fue el mismo Pío
VII quien encomendó el reconocimiento y la apertura de la tumba, realizándose
al día siguiente del hallazgo. Todo se hizo de acuerdo a los decretos de la
Santa Sede establecidos por Clemente IX, más tarde confirmados por Pío IX: una
comisión especial, compuesta por cardenales y prelados consultores, fue la
responsable de decidir y juzgar la identidad de las reliquias. La apertura de
la tumba se realizó a 50 metros bajo tierra, en presencia del obispo Giacinto
Ponzetti, prelado examinador, de muchos sacerdotes y laicos.
La piedra fúnebre del Loculus consistía en tres baldosas de
terracota que llevaban una inscripción en letras rojas y otros signos
reveladores que llamaron la atención de los testigos. La inscripción,
escalonada y extendida sobre las tres baldosas, decía:
lumena + Pax tecum + Fi
Bastaba, para obtener su
sentido, con reponer la primera tableta seguida de las otros dos, de donde se
obtuvo lo siguiente:
Pax tecum Filumena (la paz esté contigo, Filomena)
El término “Filumena” es en
realidad una mala transcripción latina del nombre
griego Philomena, por el cual la santa se nombrará a sí misma más
tarde, en sus revelaciones privadas.
Antes de la apertura de la
tumba, el prelado dio órdenes de verificar si no se hallaba allí algún frasco
que contuviese restos de sangre (cosa que los primeros cristianos solían hacer
al enterrar allí a los mártires, colocándolo en el exterior de la tumba e
incrustándolo en el revestimiento del yeso externo). Un obrero entonces,
provisto de una herramienta afilada, pinchó el yeso cobertor en una de las
extremidades del lóculo y se
las arregló para llegar hasta un
recipiente que contenía partículas de sangre seca. Allí se dio el
primer milagro testimoniado en el proceso verbal que se repetirá varias veces:
las partículas de sangre coaguladas que surgían de la ruptura del frasco, al
desparramarse, se convirtieron en pequeñas partículas brillantes que
reproducían en su totalidad el color del arco iris.
Luego de venerar el prodigio,
al abrir la tumba, se halló también allí un pequeño cráneo fracturado y algunos
huesos de proporciones delicadas, lo que hacían suponer que se trataba de una
niña de doce o trece años de edad.
Se estaba por tanto en
presencia de una virgen-mártir (a
raíz de la inscripción). La tumba se cerró, se sigiló con tres sellos y se sacó
el sarcófago a la luz del día. Afuera, una multitud esperaba; ya en presencia
de muchos curiosos, se reabrió la caja y recomenzó el proceso verbal
redactándose el documento que fue leído en voz alta y firmado por los testigos
del caso. Luego de ser sellados nuevamente por el obispo, los restos fueron
depositados en un relicario y colocados en cinco envoltorios diversos: el
frasco con la sangre, la cabeza de la santa y tres paquetes con fragmentos de
huesos unidos con las cenizas de la carne. Esta caja fue llevada a la custodia
general, esperando las órdenes del Papa.
Tres años más tarde, el cura
de un pueblito de Italia, en el norte de Campania, cerca de Nola (Mugnano del
Cardinale), obtuvo el permiso para que se le otorgasen las reliquias. La
traslación, que se realizó en presencia de muchos testigos, tuvo lugar desde el
1º de Julio al 10 de Agosto de 1805, ocasión en la que se dieron varios milagros: una mujer
sanó de una enfermedad incurable desde hacía doce años, un abogado fue curado
de una ciática que padecía desde hacía seis meses y una noble dama, cuya mano
estaba afectada por una gangrena, se vio liberada de la misma. Incluso hubo un
prodigio celestial: aunque el cielo estaba cubierto de nubes, la luna apareció
rodeada de un círculo luminoso que proyectó, en medio de la oscuridad, una luz
inusual sobre el relicario y la procesión.
Al llegar finalmente a la
iglesia parroquial de Mugnano, el destino final de la procesión, la santa fue
recibida con gran regocijo al comprobarse un nuevo milagro: un niño de dos años
a quien la viruela había cegado, recobró la vista luego de que su madre frotase
los ojos con el aceite de una lámpara que velaba las santas reliquias.
El poder que se le otorgó a
Santa Filomena a raíz de los milagros realizados, fue tan prodigioso que se la
llamó “la taumaturga del siglo XIX”, por lo que la
Iglesia se vio obligada a admitir su existencia en el cielo (cosa
que no ha sucedido con otros santos que, por ejemplo, no han tenido la variedad
y profusión de prodigios).
Muchos eran los sucesos
extraordinarios, pero nada se conocía acerca de su vida.
¿Quién era esta santa? El
sacerdote de Mugnano, Don Francesco di Lucia, exhortó a los fieles devotos de
la nueva intercesora que rogasen para que ella misma aclarase cómo había sido
su vida, cosa que se dignó hacer por medio de ciertas revelaciones privadas
recogidas a partir del testimonio de tres personas distintas, todas ellas
irreprochables y dignas de fe (ninguna se conocía entre sí). Luego de algunas
apariciones se recabaron los testimonios. El libro que recibió las narraciones
obtuvo el imprimatur del
Santo Oficio el 21 de diciembre de 1833; entre ellas, la más importante y
detallada fue la de la Madre María Luisa de Jesús, fundadora y superiora del
Convento de Nuestra Señora de los Dolores, en Nápoles, cuya causa de
beatificación fue abierta luego de su muerte, en 1875. Fue a esta santa mujer a
quien la mártir Filomena se le apareció en 1832 para revelarle todos los
detalles de su vida y su martirio, según los testimonios.
Princesa de una ciudad
griega, había sido prometida por su padre al emperador Diocleciano con el fin
de mantener la paz con el Imperio. Por su parte, cristiana como era Filomena,
había hecho voto de virginidad a Cristo, por lo cual se vio obligada rehusar el
matrimonio por encargo, cosa que enfureció al emperador enormemente. Luego de
intentar persuadirla para que renegase de su Fe y de su voto, terminó por hacerla sufrir toda suerte de
torturas y luego por decapitarla.
Pero faltaba ahora reconocer
algún milagro de modo oficial para poder ser venerada como santa. En 1835,
Pauline-Marie Jaricot era una mujer conocida por sus obras de propagación de la
Fe y del Rosario viviente. Afectada desde hacía años por una enfermedad
incurable, decidió en contra de todo pronóstico, viajar hasta Mugnano desde su
Lyon natal, a raíz de las historias milagrosas que llegaban. Durante un alto en
su viaje, en Roma, recibió la visita del papa Gregorio XVI quien la encontró
consumida por la fiebre; el Santo Padre quería agradecerle el enorme apostolado
mariano que esta joven francesa hacía a lo largo de Europa. Juzgándola casi en
el trance de la muerte, el Papa le pidió un deseo: que rezara por él y por la
Iglesia ni bien llegase al cielo.
- “Sí Santo Padre –respondió la moribunda– lo haré. Pero le
pregunto: si al regreso de Mugnano yo pudiese llegar a pie hasta el Vaticano,
¿Su Santidad se dignaría autorizar el culto de Santa Filomena?”.
- “Sin duda –dijo el Papa– ya que se trataría de un milagro de
primer orden”.
Pauline-Marie continuó su
camino en dirección a Nápoles y llegó hasta el santuario de Mugnano
transportada en camilla. Al llegar donde Santa Filomena, contra toda
expectativa, se levantó de su camilla y se sintió completamente curada de modo
milagroso. Ante la mirada atónita de todos, quiso quedarse allí varios días en
acción de gracias al emprender el regreso hacia Roma, dejó su camilla como exvoto (aún visible hoy en día). Al
llegar a la ciudad eterna, fue recibida por el Papa que accedió a sus
peticiones, no sin antes mandar que se vigilase durante un año el origen de la
repentina curación, a fin de que el milagro pudiese corroborado.
Ya vuelta a Lyon,
Pauline-Marie Jaricot hizo erigir en la colina de Fourvière, una capilla
dedicada a Santa Filomena, enriquecida con una reliquia otorgada por el mismo
Papa; con el tiempo, ésta se transformaría en un importante centro de
peregrinación popular.
El paso del tiempo hizo que,
el 7 de noviembre 1849 el beato Pío
IX fuese en peregrinación a Mugnano para proclamar allí a la santa como patrona
secundaria de Nápoles; dos años más tarde concedió al clero de
Mugnano un oficio litúrgico propio en su honor, favor que, en 1857, fue
extendido a muchos otros lugares de la cristiandad. La causa de la canonización era el martirio.
Fue gracias al santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, que, en Francia, el culto a Santa
Filomena se extendió rápidamente. El santo cura había conocido a la virgen y
mártir por la misma Pauline-Marie quien, regalándole una reliquia, le había
dicho:
- “Tenga mucha confianza en esta santa: de ella obtendrá todo lo
que le pida”.
Eran tantos los milagros y
curaciones que el Cura de Ars decía realizar por intercesión de la santa que
exclamaba como en un reproche gracioso:
- “¡Ocupaos un poco menos de los cuerpos y un poco más de las
almas!”, y también, “¡si tan sólo pudiera ir a hacer milagros a otros
lugares!”.
¡Si hasta él mismo se vio
sanado de un mal físico por su intercesión! Fueron estos prodigios los que no
cesaron durante todo el siglo XX; el mismo San Pío X le ofreció un anillo de
oro y otros presentes de piedras preciosas a pesar de la furia de los
modernistas que se oponían a la devoción a los santos.
- “¿Cómo? ¿no veis acaso? ¡El argumento más grande a favor de la
santidad de Santa Filomena es el mismo Cura de Ars”! –decía el Papa Sarto.
Todo esto sucedió hasta
mediados del siglo pasado cuando, en
1961, durante la revisión del martirologio romano (libro donde se
inscriben los santos y beatos), el papa Juan
XXIII firmó el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos en el que se
suprimía del calendario la fiesta de Santa Filomena (y de varios santos más),
previamente fijada para el 11 de agosto. Tanto el oficio propio como la Misa
fueron borrados. ¿Qué había pasado? Pues simplemente se dudaba de la existencia
histórica de la santa aunque, oficialmente, nunca se dio una respuesta
contundente para tal acto.
En el pueblito de Ars, el
santuario observó la consigna y, desde ese momento, no se organizaron más
celebraciones públicas en su honor. En Lyon, la capilla construida por
Pauline-Marie Jaricot que contenía sus reliquias y su imagen, fue desmantelada.
ALGUNOS DE LOS OTROS SANTOS DESCANONIZADOS POR LOS HEREJES MODERNISTAS:
San Simón de Trento — popular
niño mártir asesinado ritualmente por judíos el 24 de marzo de 1475. En 1965 el
arzobispo Alessandro Gotardi, de la diócesis de Trento, declaró la inocencia de
los asesinos. Como resultado del decreto del arzobispo, la Congregación de
Ritos del Vaticano prohibió la veneración de sus reliquias así como la
celebración de Misas en nombre de Simón. Este ejemplo de descanonización de un
santo preconciliar es particularmente problemática porque a nadie se le ocurre
insinuar que dicho santo no haya existido ni negar los milagros que se le
atribuyen —fue puramente una movida política—. Dado que es políticamente
incorrecto venerar a un niño que fue asesinado ritualmente por judíos (a pesar
de un juicio que se realizó 110 años después de la muerte de San Simón y que
sostuvo el veredicto del primer juicio, y a pesar de que incluso algunos
académicos judíos admiten que ese primer veredicto fue válido, cf. http://www.traditioninaction.org/History/A_010_BloodyPassovers.htm), tuvo que ser quitado. Sin embargo, el apacentar
a los no católicos difícilmente es una razón apropiada para cuestionar la
indefectibilidad de la Iglesia (ver abajo). Incidentalmente, San Simón de
Trento no es un santo anterior a la creación de la Congregación para las Causas
de los Santos, puesto que el mismo Papa que confirmó esta canonización fue el
que instituyó dicha Congregación en 1588 (en el mismo año en que San Simón fue
canonizado).
San Guillermo de Norwich— otro niño
católico (éste, ingles) que fue asesinado ritualmente por judíos (†1144), cuyo
culto también fue suprimido, aunque al menos en este caso (a diferencia de San
Simón) no parece haber habido un cultus popular.
Santa Ursula — uno de los santos descanonizados por los heresiarcas vaticanosegundistas más famoso y milagroso. Ella fue parte de un grupo de once mil vírgenes masacradas por los hunos cerca de Colonia alrededor del año 383. A pesar del hecho de que su cultus siempre fue muy activo, incluyendo numerosas iglesias y calles que tomaron su nombre, su culto fue suprimido en 1969 (Wikipedia lo niega, pero numerosos otros sitios novordistas confirman la supresión).
Santa Catalina de Alejandría — gran mártir de la Iglesia primitiva, uno de los santos más venerados de la Edad Media, una de los Catorce Santos Auxiliadores — removida del calendario litúrgico en 1969 por haber dudas acerca de su “historicidad”. Estoy esperando la descanonización de Santa Juana de Arco, ¡siendo que La Pucelledebe haber estado alucinando cuando hablaba con Santa Catalina!
Ahora
bien. Creo que esto es una muy grave materia porque los jerarcas del Vaticano
II implícitamente la Iglesia preconciliar erró al mandar a la Iglesia universal
la veneración de estos individuos. Como establece Santo Tomás de Aquino: “Dado
que el honor que damos a los santos es de alguna medida una profesión de fe, es
decir, un creer en la gloria de los santos [qua sanctórum gloriam credimus],
debemos creer píamente que en esta materia el juicio de la Iglesia no está
sometido a error.” Como tal, incluso las canonizaciones anteriores a la
Congregación para la Causa de los Santos son parte del Magisterio ordinario
infalible.
Sin
embargo, los modernistas dicen que la Iglesia sí erró en este
punto cuando suprimen estos cultos. Los argumentos sobre la ambigüedad
histórica son realmente irrelevantes puesto que a través de la tradición y la
confirmación de los milagros, santos como Úrsula y Catalina de Alejandría
terminaron siendo agregados al calendario. San Simón de Trento fue agregado por
decreto del Papa Sixto V, disparando la infalibilidad del Papado y del
Magisterio Extraordinario de la Iglesia. Objetivamente, esto es una herejía y
una de las más netas (aunque menos “celebrada”) de la Iglesia postconciliar.
Uno no puede
menos que notar el significado cultural de la remoción de santos que tuvieron
un papel tan significativo en la historia cultural de naciones y localidades.
¿Hacemos de Enrique V un mentiroso al suprimir el santo que invocaba? ¿Y qué
pasa con la basílica de Colonia bautizada con el nombre de Santa Úrsula?