Conferencia pronunciada por Mons. Lefebvre el 27 de noviembre de 1988 en Sierre, Suiza, pocos meses después de las consagraciones.
Traducción realizada por Non Possumus de la transcripción de Fideliter, número especial sobre las Consagraciones Episcopales. El énfasis mediante negrita y subrayado ha sido añadido por nosotros.
Dos
corrientes han estado en combate dentro de la Iglesia durante dos siglos:
después de la Revolución Francesa, algunos quisieron acomodarse a los
principios de la Revolución y negociar con los enemigos de la Iglesia; otros
rechazaron este arreglo porque Nuestro Señor Jesucristo nos advirtió:
"Quien no está conmigo está contra mí". Por lo tanto, si se está a
favor del reino de Jesucristo, se está en contra de sus enemigos; no es
posible de otra manera. Para hacer un pacto, los primeros afirmaban que no
podíamos hablar de Nuestro Señor mientras continuábamos amándolo. Pero los
papas, hasta el Concilio Vaticano II, los reprobaron.
Nuestro
Señor es nuestro Rey, nuestro Dios. Por lo tanto, no sólo debe reinar en
privado sobre nuestras personas, sino también sobre nuestras familias, nuestros
pueblos y toda la tierra. De todas maneras, nos guste o no, un día será nuestro
Juez: cuando venga en las nubes a juzgar al mundo entero, todos los hombres
estarán de rodillas, budistas, musulmanes, todos. En efecto, no hay muchos
dioses, sino uno solo, como cantamos en el Gloria: Tu solus sanctus, Tu solus Altissimus Jesu Christe. Él descendió
del cielo para salvarnos, es Él quien reina en el cielo. Lo veremos cuando
muramos.
Con
la Revolución Francesa se declaró una verdadera división, que ya se había
iniciado con los protestantes. Así, toda una clase de intelectuales se
levantaron contra Nuestro Señor, en un verdadero complot diabólico contra su
reinado del que ya no se quería escuchar hablar.
Ellos
toleraban que lo honráramos en nuestras capillas y sacristías, pero, ante todo, no afuera. Ya no era necesario hablar de Nuestro Señor en los tribunales, en
las escuelas o en los hospitales; en una palabra, en ninguna parte. Por
ejemplo, decían: “Ustedes ofenden a los budistas con su Señor Jesucristo. Ya
que ellos no creen en él, déjenlos en paz. ¿Por qué poner a Jesucristo en todas
partes?” Pero Nuestro Señor tiene el derecho de reinar en todas partes, y en
los países católicos él es el amo. Y debemos tratar de hacerlo reinar tanto
como sea posible, para convertir a los que no lo conocen y todavía no lo aman, para
que ellos también se conviertan en sus súbditos, y para que en el cielo reconozcan a
su Maestro.
Los
primeros, para justificar que no se hablara más de Nuestro Señor en la
sociedad, se basaban en la libertad de creer o no creer en Nuestro Señor. Pero
eso no es verdad, no somos libres para creer lo que queramos. Nuestro Señor lo
dijo: "El que cree, se salvará; el que no cree, se condenará”. Por
supuesto que podemos abusar de esta libertad si luego desobedecemos y nos
alejamos de Dios. Así que moralmente no somos libres,
nosotros debemos honrar a Nuestro Señor y seguir Sus enseñanzas.
Estos
son los que llamamos los liberales porque están a favor de la libertad, dejando
a cada uno el derecho de pensar lo que quiera según su conciencia. Pero
los papas siempre han condenado este liberalismo afirmando con firmeza que uno
no tiene más libertad de conciencia que la libertad de hacer el bien o el mal. Por
supuesto que podemos desobedecer. Un niño puede
desobedecer a sus padres, pero ¿tiene derecho? Por supuesto que no. Es lo mismo
con la religión. Todos debemos obedecer a Nuestro Señor, y por lo tanto a la
única religión verdadera. Ciertamente hay gente que desobedece, pero debemos
tratar de convertirlos y conducirlos a obedecer a Nuestro Señor, el único Dios
verdadero, que nos juzgará a todos.
Ahora bien, esta corriente liberal fue desarrollándose por católicos como Lamennais que era
sacerdote, extendiéndose la división dentro de la misma Iglesia. Pero Papas
como Pío IX, León XIII, San Pío X, Pío XI y Pío XII siempre condenaron a estos
liberales como los peores enemigos de la Iglesia porque separan a las personas,
familias y Estados de Nuestro Señor Jesucristo.
Si
Nuestro Señor ya no está presente en las escuelas, en los hospitales, en la
justicia o en los gobiernos, si está ausente de la atmósfera pública, entonces
eso es apostasía y ateísmo. En efecto, nos habituamos a no pensar más en Nuestro
Señor, porque no lo vemos en ninguna parte, y poco a poco este olvido se
extiende y penetra hasta en las familias.
Por
ejemplo, ¿cuáles son los restaurantes u hoteles donde se puede encontrar la
Cruz de Nuestro Señor? Por mi parte viajo mucho, y sólo en Austria encontré un
hermoso crucifijo en algunos restaurantes, o una hermosa imagen de la Santísima
Virgen en la habitación del hotel. En otras partes se acabó, pero antes no
había casa sin crucifijo. Actualmente incluso los buenos católicos tienen miedo
de poner el crucifijo en casa por temor de la reacción de aquellos que no aman
la religión católica. A eso llegamos cuando eliminamos poco a poco a Nuestro
Señor.
San
Pío X, a principios de siglo, decía que ahora los enemigos de la Iglesia no
sólo están en el exterior, sino también en el interior. Con esto quiso señalar
a los católicos que ya no quieren el reinado público de Nuestro Señor.
Pero
eso no es todo. Como había incluso maestros modernistas en los seminarios, que
querían adaptarse al mundo moderno con su rechazo a Nuestro Señor y su
apostasía, San Pío X hizo que fueran retirados de los seminarios para que no
influyeran en los seminaristas que, convertidos en sacerdotes, difundirían a su
vez las malas doctrinas.
Y
San Pío X tenía razón, porque eso fue lo que pasó. Los obispos no quisieron
prestar atención y muy lentamente estas ideas modernas fueron introducidas en
el interior de los seminarios, luego en el clero y finalmente en todas partes.
En nombre de la libertad se dejó de hablar de Nuestro Señor, ¡y fue la apostasía!
En
1926, estuve en el seminario de Roma, hace más de sesenta años, bajo Pío XI,
que también combatió y condenó a los sacerdotes partidarios del secularismo. En
este año tuvo lugar en Roma una semana contra el liberalismo con motivo de la
cual aparecieron dos pequeños libros: Liberalismoy Catolicismo del Padre Roussel y Cristo
Rey de las Naciones del Padre Philippe.
He
aquí la introducción del primero: “Queremos que Jesucristo, Hijo de Dios y
Redentor de los hombres, reine no sólo sobre el individuo, sino sobre las
familias, grandes y pequeñas, sobre las naciones y sobre todo el orden social;
este es el gran principio que nos une especialmente esta semana”. Esto fue en
1926. "De este reinado social de Jesucristo Rey, reinado legítimo en sí
mismo, necesario para nosotros, no hay adversario más formidable por su
astucia, su tenacidad, su influencia, que el liberalismo moderno”.
El
enemigo está señalado: son estos liberales los que quieren la libertad de
pensamiento. Si cada uno tiene derecho a su pensamiento, nadie debe ofender a
su prójimo mostrando el suyo propio, así que no debemos decir nada más, y ya no
tenemos derecho a hablar de Nuestro Señor. Entonces, ¿cómo podemos
ser misioneros si ya no podemos hablar de Nuestro Señor? Esto es imposible; y
en una nación católica el 95% de la gente ya no podrá hablar de Nuestro Señor
porque el 5% son protestantes, judíos, budistas o musulmanes. Es
increíble y sin embargo es así. En las escuelas católicas, porque hay un judío,
dos o tres musulmanes o protestantes, se quitan los crucifijos, ya no se habla
de Nuestro Señor, ya no se reza antes de las clases, porque esto podría
incomodar a los no católicos. Por lo tanto, Nuestro Señor ya no tiene derecho a
existir porque dos o tres no están de acuerdo con Él.
Entonces,
¿cuáles son los orígenes de este liberalismo, sus principales manifestaciones,
su desarrollo lógico? ¿Cómo calificarlo y refutarlo? Estas
son las preguntas que el libro del P. Roussel aborda dando también la
respuesta, en su muy interesante libro que damos a todos nuestros seminaristas
para que estén conscientes de estos errores modernos. Este
liberalismo, el laicismo, la secularización y la falta de sumisión pública a
Nuestro Señor se han extendido a pesar de los papas, porque los obispos y
sacerdotes no los han escuchado suficientemente.
El
segundo librito publicado con ocasión de esta semana contra el liberalismo en
Roma es el "Catecismo de los derechos divinos en el orden social"bajo el título "Cristo Rey de las Naciones" del Padre Philippe,
Redentorista, cuyo prefacio es el siguiente: “La semana católica a principios
de 1926, organizada por la Liga Apostólica, nos confió un deseo, el de poseer
un catecismo que exponga el hecho y la naturaleza de la realeza de Jesucristo;
es para responder a este deseo que aparecen estas páginas que entregamos al
público. Bajo el pretexto de seguir sólo las luces de la
conciencia, se ha convertido en costumbre abandonar a la libre disposición de
la conciencia el cumplimiento de todos los deberes: se pisotean los derechos de
la verdad y especialmente los de la Verdad Suprema. Nuestro
catecismo exige un gran acto de fe, el acto de fe en Dios y en Jesucristo que
intervienen a través de la autoridad. La gente debe saber que en todas las
relaciones de persona a persona, de sociedad a sociedad, de país a país, en
todo lo que constituye la intimidad de una nación, ellos dependen de Dios y de
Jesucristo. En este punto, como el de la existencia misma de
Dios, todos deben inclinarse y decir "Credo" con toda su alma. Dios
bendijo nuestro trabajo, en menos de seis meses pudimos agotar nuestra primera
edición, gracias a la propaganda que nuestros lectores se impusieron”.
¡Todo esto sucedía en 1926!
Ya
desde entonces, los sacerdotes resistían, luchando contra la apostasía invasora
y defendiendo a Nuestro Señor contra la laicización y la secularización de
todas las instituciones. León XIII en su encíclica Humanum genus escribió que el propósito de los francmasones es
descristianizar todo, especialmente las instituciones, y que quieren quitar y
expulsar a Nuestro Señor de todas partes.
Así
que todo esto se desarrolló a pesar de los papas, y llegamos al Concilio
Vaticano II.
También
allí hubo división, en el seno de la misma Iglesia. Estos liberales que ya no
quieren que hablemos de Nuestro Señor en la sociedad, que por el contrario
quieren la libertad de todas las religiones y de todos los sistemas de
pensamiento, crearon una oposición entre los cardenales y esto desde la
preparación del Concilio.
La
Santa Sede había establecido comisiones a la cabeza de las cuales estaba la
"Comisión Central Preparatoria del Concilio", de la cual yo era
miembro. Se reunió de 1960 a 1962, tuvo setenta cardenales, una veintena de
arzobispos y obispos, y si me senté allí fue como presidente de la Asamblea de
Arzobispos y Obispos de África Occidental francesa. El Papa Juan XXIII presidió
con frecuencia nuestras reuniones.
Pero
era como un campo de batalla, hay que decirlo. ¿Quién iba a ganar? ¿Los
liberales o los verdaderos católicos que estaban con todos los papas en su
condenación del liberalismo? Por un lado, unos querían que la
Iglesia declarara públicamente su tesis sobre la libertad, la neutralidad de
las sociedades y la ausencia de Nuestro Señor Jesucristo en la vida pública.
Por
otro lado, hubo fuertes reacciones contrarias. ¿Nosotros, los católicos, no tenemos
derecho a nuestros Estados católicos por no escandalizar a las religiones
musulmanas, budistas o protestantes que se extienden, y esto bajo el pretexto
de hacerles daño, cuando ellos lo hacen bastante y en forma verdaderamente
pública?
En
los estados protestantes, por ejemplo, uno es un protestante públicamente. El
cantón de Vaud ha consagrado en su Constitución que el protestantismo es la
religión del Estado. Lo mismo sucede en Suecia, Noruega, Inglaterra, Holanda o
Dinamarca, y es público que la religión protestante es la única reconocida por
el Estado.
¿Entonces
no tenemos derecho a tener nuestros propios estados católicos? El estado de
Valais era 90% católico. Cuando los liberales ganaron en el Concilio, que ahora
dominan en Roma, pidieron a Mons. Adam (a quien yo conocía bien y que era un
buen amigo) a través del nuncio de Berna, que pusiera fin al estado católico de
Valais.
La
Constitución de Valais declaraba que la religión católica era la única religión
reconocida públicamente por el Estado; en definitiva, se afirmaba que Nuestro
Señor Jesucristo era el Rey del Valais. Y el Obispo Adam, tan favorable a la
Tradición que era, que había luchado durante el Concilio a favor del reinado
social de Nuestro Señor; escribió una carta a todos sus fieles, para que el
Estado de Valais cambiara su constitución y se volviera oficialmente neutral.
Me
informé y me respondieron que esto provenía del nuncio. Así que fui a Berna a
buscarlo y me confirmó que Mons. Adam había escrito a pedido suyo. ¿Y no le da
vergüenza pedir que nuestro Señor Jesucristo ya no reine en Valais?
"Pero
ahora ya no es posible, ya no es posible". Y a los protestantes, ¿les pedirán
que dejen de reconocer su protestantismo como religión oficial en el cantón de
Vaud o en Dinamarca? Y nosotros los católicos, ¿no tenemos
derecho a tener Estados en los que la religión católica sea la única reconocida
públicamente? "¡Ah, eso no es posible ahora!" ¿Y qué hacer con la magnífica
encíclica Quas primas, donde Pío XI nos recuerda que nuestro Señor Jesucristo
debe reinar en todos los Estados y sobre todas las Naciones? "¡Oh, el Papa no
la escribiría ahora!"
¡Ah,
eso, por ejemplo! Esta Encíclica fue escrita en 1925 por Pío XI para recordar a
todos los obispos la doctrina sobre el reinado social de Nuestro Señor
Jesucristo, y ahora los obispos están haciendo exactamente lo contrario.
Y
desafortunadamente esto es lo que sucedió: oficialmente el Estado de Valais ya
no es un Estado católico. La Iglesia sólo es reconocida allí del mismo modo que
cualquier asociación privada como las otras religiones, que tienen derecho a
organizarse en Valais.
¿Cómo
ha sucedido esto? Un día, el Cardenal Ottaviani y el Cardenal Bea nos
entregaron dos fascículos que valen su peso en oro. Estos dos fascículos
señalan ambos campos de la Iglesia, uno es la Revolución Francesa y el otro es
la Tradición Católica. Uno es el del cardenal Bea, liberal, y el otro el del
cardenal Ottaviani, prefecto de la Comisión.
En
su documento, el Cardenal Ottaviani habla de "tolerancia religiosa". Es
decir, si hay otras religiones en los estados católicos, se las tolera, pero no
se les dan las mismas libertades que a la Iglesia, así como se toleran los
pecados o los errores, porque no todo puede ser depurado. En una sociedad debe
haber cierta tolerancia, pero eso no significa que se apruebe el mal.
Cuando
llegó el momento de que el Cardenal Ottaviani presentara su documento a la
Comisión Central Preparatoria del Concilio, documento que se limitaba a
reiterar la doctrina enseñada siempre por la Iglesia católica, el Cardenal Bea
se levantó diciendo que estaba en contra. El cardenal Ruffini de
Sicilia intervino para detener este pequeño escándalo de dos cardenales que se
oponían así violentamente delante de todos los demás. Pidió que se remitiera el
asunto a la autoridad superior, es decir, al Papa que, ese día, no presidió la
sesión. Pero el Cardenal Bea dijo que no, quiso que se votara para saber quién
estaba con él y quién con el Cardenal Ottaviani.
Por
consiguiente, se procedió a la votación. Los setenta cardenales, los obispos y
los cuatro superiores de las órdenes religiosas que estaban allí, estaban
divididos aproximadamente por la mitad. Prácticamente todos los cardenales de
origen latino, italianos, españoles y sudamericanos estaban a favor del
cardenal Ottaviani. Por el contrario, los cardenales americanos, ingleses,
alemanes y franceses estuvieron a favor del cardenal Bea. Así nos encontramos
ante una Iglesia dividida en un tema fundamental de su doctrina: el Reinado de
Nuestro Señor Jesucristo.
Como
ésta era la última sesión, uno podría preguntarse qué sería de este Concilio si
la mitad de los setenta cardenales estaban a favor de la tolerancia religiosa
del Cardenal Ottaviani, y la otra mitad a favor de la libertad religiosa del
Cardenal Bea, que se remitía a la Revolución Francesa y a la declaración de los
derechos del hombre. Pues bien, en el Concilio también se
presentó esta lucha y debemos admitir que fueron los liberales los que ganaron.
¡Qué escándalo! Así surgió esta nueva religión, que desciende más de la
Revolución Francesa que de la Tradición Católica, ese famoso ecumenismo en el
que todas las religiones están en pie de igualdad. Ahora pueden entender la
situación actual, que se deriva de la victoria de los liberales en el Concilio.
Sin
embargo, hubo una oposición vehemente, pero como el Papa prácticamente tomó
partido por la libertad, fueron entonces los liberales los que ocuparon los
puestos en Roma y los que todavía los ocupan.
Yo
siempre me opuse a esto con Mons. Sigaud, Mons. de Castro Mayer y muchos otros
miembros del Concilio. Porque no podemos
permitir que nuestro Señor sea destronado.
La
Iglesia se basa en el principio de que Nuestro Señor debe reinar en la tierra como
Él reina en el Cielo. Que Su voluntad se haga tanto en la tierra como en el
cielo, sí, que la voluntad de Nuestro Señor se haga en todas partes y no sólo
en las familias. Pero ahora que el liberalismo reina en Roma, liberalismo que
nuestros autores de 1926 llamaron el peor enemigo de la Iglesia, estamos siendo
testigos de la demolición de la Iglesia.
Realmente
hay una ruptura. Pero nosotros estamos en comunión con todos los Papas hasta el
Concilio, mientras que el Cardenal Bea no da ninguna referencia en su
documento. Él no podía referirse a ningún Papa, ya que su
doctrina es nueva y siempre ha sido condenada por ellos. En
el folleto del cardenal Ottaviani hay más páginas de referencias que de textos,
referencias a los papas, a los concilios, a toda la doctrina de la Iglesia. La
tolerancia religiosa está absolutamente en continuidad con la Tradición.
La
fe de la Iglesia siempre ha sido predicar la verdad y tolerar el error porque
no puede hacer otra cosa, sino esforzarse en ser misionera, reducir el error y
restablecer la verdad. Pero ella nunca dijo que se tiene tanto
derecho a estar en el error como a estar en la verdad, que se tiene tanto
derecho a ser budista como a ser católico. Esto no es posible, o
la religión católica ya no es la única religión verdadera. Es una catástrofe fundamental
para la Iglesia, hemos vivido este combate en el Concilio y lo seguimos
viviendo ahora.
Porque
cuando la Iglesia Católica ya no es la única reconocida, se tienen, inevitablemente, graves consecuencias, como vemos por ejemplo en Valais. Las religiones se
sometieron al Estado, mientras que antes eran los Estados los que estaban
sometidos a la religión, y los gobiernos se convirtieron en dueños de las
religiones. Al afirmar que la religión católica era la única
reconocida públicamente, Nuestro Señor reinaba, y el Estado no podía hacer lo
que quisiera. Pero ahora con la neutralidad, las religiones son
como simples asociaciones privadas, dentro del Estado, quien puede suprimirlas
o intervenir como amo, como impide, por ejemplo, que ciertas sectas se
instalen, por el momento todavía, en Valais. Pero probablemente pronto se
concederá permiso para construir templos budistas o mezquitas.
Cuando
el estado era católico, rechazaba estos templos públicos de otras religiones. Toleraba
la práctica privada, pero evitaba el escándalo de estos templos que atraen a
los cristianos a estas falsas religiones. Protegía la fe de los ciudadanos.
Luego
viene necesariamente la inmoralidad, porque todas estas religiones tienen una
moral contraria a la de la Iglesia: la poligamia, el divorcio y otras prácticas
contrarias al matrimonio cristiano. El protestantismo, el budismo,... son
religiones inmorales, y su inmoralidad acaba penetrando también entre los
católicos. Por eso los estados católicos hicieron una ley para detenerlos.
Sin
embargo, en todos los estados que sólo reconocían a la Iglesia Católica: Colombia, Brasil, Chile, etc., Roma intervino para que se dejara libertad a
todas las religiones.
El
resultado fue la invasión de sectas procedentes de Norteamérica con muchos
dólares y dinero. Anteriormente, los estados para proteger la fe de sus
conciudadanos, impedían la entrada de todas estas sectas. Pero
una vez que el estado ya no tiene religión, y que la Iglesia exige que todas las
religiones sean admitidas, las puertas se abren. Y estamos asistiendo a una
increíble invasión: Moon, adventistas, testigos de Jehová, a tal punto que los
mismos obispos se reunieron en Sudamérica para constatar la gravedad de la
situación. Algunos hablan de cuarenta millones, y otros de
sesenta millones de católicos sudamericanos que se han ido a las sectas desde
1968, es decir, ¡desde el Concilio! Esta es la terrible
consecuencia de la posición del Cardenal Bea [que era de origen judío. Nota de NP]: la apostasía de millones y
millones de católicos. Y vemos lo mismo en todas partes, como en Francia, donde
vemos cada vez más católicos que se pasan al Islam, a las sectas o a las logias
masónicas.
Esta
es la apostasía general, es por eso que nosotros resistimos, pero las
autoridades romanas quieren que aceptemos esto. Cuando hablé con ellos en Roma,
querían que reconociera la libertad religiosa del Cardenal Bea. Pero dije que
no, que no puedo. Mi fe es la del cardenal Ottaviani, fiel a todos los papas, y
no esta doctrina nueva y siempre condenada.
A
esto nos oponemos y es por eso no podemos entendernos. No es tanto la cuestión
de la Misa, porque la Misa es precisamente una de las consecuencias del hecho
de que quisieron acercarse al protestantismo y así transformar el culto, los
sacramentos, el catecismo, etc...
La
verdadera oposición fundamental es el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Opportet Illum regnare, dice San Pablo,
Nuestro Señor ha venido para reinar. Ellos dicen que no, y nosotros decimos que
sí, con todos los papas. Nuestro Señor no vino a ser escondido
dentro de las casas sin salir. ¿Para qué entonces los misioneros, muchos de los
cuales fueron masacrados? Para predicar que nuestro Señor Jesucristo es el
único Dios verdadero, para decir a los paganos que se conviertan. Entonces los
paganos querían hacerlos desaparecer, pero ellos no dudaron en dar sus vidas
para continuar predicando a Nuestro Señor Jesucristo. Y ahora debemos hacer lo
contrario, decirles a los paganos "su religión es buena, consérvenla
mientras sean buenos budistas, buenos musulmanes o buenos paganos".
Por
eso no podemos entendernos con ellos, porque nosotros obedecemos a Nuestro
Señor que dijo a los apóstoles: "Id y enseñad el Evangelio hasta los
confines de la tierra".
Por
eso no debe sorprendernos que no podamos llegar a entendernos con Roma. Esto no
será posible hasta que Roma vuelva a la fe en el reinado de Nuestro Señor
Jesucristo, no será posible mientras Roma siga dando la impresión de que todas
las religiones son buenas.
Nosotros
chocamos en un punto de la fe católica, como chocaron el Cardenal Bea y el
Cardenal Ottaviani, y como chocan todos los papas con el liberalismo. Es la
misma cosa, la misma corriente, las mismas ideas y las mismas divisiones en el
interior de la Iglesia.
Pero
antes del Concilio, los Papas y Roma sostenían la Tradición contra el
liberalismo. Mientras que ahora los liberales han tomado el poder. Obviamente
están en contra de los tradicionalistas por lo que somos perseguidos.
Pero
nosotros estamos tranquilos porque estamos en comunión con todos los papas
desde Nuestro Señor y los apóstoles. Mantenemos su fe, y no vamos a pasar ahora
a la fe revolucionaria en la declaración de los derechos del hombre. No
queremos ser hijos de 1789, sino hijos de Nuestro Señor, hijos del Evangelio.
Los
representantes de la Iglesia Católica dicen que todos son libres y que podemos
reunir a todas las religiones para orar como en Asís. Esto es una abominación,
y el día que el Señor se enoje no será para reír. Porque
si nuestro Señor castigó a los judíos como lo hizo, fue porque se negaron a
creer en Él. Había anunciado que Jerusalén sería arrasada, y Jerusalén fue
arrasada hasta los cimientos, y el templo no ha sido reconstruido desde
entonces. Bien podría decir lo mismo ahora que todos sus pastores están en
contra de Él, que ya no quieren creer en Su reinado universal.
Debemos
permanecer apegados a la doctrina de la Iglesia. Permanezcan apegados a Nuestro
Señor que es todo para nosotros. Él es el Maestro, es Él quien nos juzgará como
juzgará a todos. Entonces debemos orar para que venga su reino, incluso si
debemos ser perseguidos.
Por
extraordinaria que parezca, esta es la situación actual. Yo no la inventé. ¿Por
qué me encuentro casi solo contra este liberalismo siendo que la gran mayoría
de los obispos, incluso en Roma, están a favor de él? Es un gran misterio. Al
ser, como antes, fieles a todo lo que han dicho los papas, nos encontramos casi
solos.
Si
estamos con Nuestro Señor, eso es lo principal aunque tengamos que estar solos. Si estamos
con toda la enseñanza de la Iglesia durante más de veinte siglos, no tenemos
miedo. No tenemos que preocuparnos, ¿verdad? ¡Por la gracia de Dios! El Buen
Dios, que conoce el futuro, restaurará un día las cosas, porque la Iglesia no
puede permanecer en esta situación indefinidamente.
Confiemos,
pues, en la Santísima Virgen y en Nuestro Señor y no nos desanimemos ni nos
preocupemos porque continuamos la Iglesia. Quedémonos en paz. Que Dios los bendiga!
+ Marcel Lefebvre