“Doblepensar significa el
poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias albergadas a la
vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados
sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo
tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en
el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser
consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero
también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad
y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está
arraigado en el corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido
es el engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que
caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree
sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego,
cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que
convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un
momento de saber que existe esa realidad que se niega…, todo esto es
indispensable. (…) Estas contradicciones no son accidentales, no resultan de
la hipocresía corriente. Son ejercicios de doblepensar. Porque sólo mediante la reconciliación de las contradicciones es posible
retener el mando indefinidamente” (George Orwell, 1984).
“Uno de vuestros grandes
(representantes) ha dicho una vez que hay una hora de la diversidad reconciliada. Pedimos hoy esta gracia, la gracia de
esta diversidad reconciliada en el Señor” (Francisco, discurso en su visita al templo
luterano de Roma, 15 de noviembre de 2015).
Entre las muchas causas que podrían
encontrarse para dar una respuesta al por qué los sacerdotes de la Fraternidad
no reaccionan ante la debacle de su congregación, a punto de rendirse sin
resistencias ante la Roma modernista, una de esas causas podría ser el
autoconvencimiento de que en la congregación todavía hay voces que critican a
Roma, que públicamente denuncian los escándalos de Francisco y que aún repudian
el concilio. La idea –veremos que falsa- de que se conserva la identidad
recibida de Mons. Lefebvre, mantiene en una pasiva actitud a la mayoría de los
clérigos, que prefieren no asomarse mucho a estos asuntos, dejando que de vez
en cuando se escuche alguna voz para decir lo que, por supuesto, “todos
piensan”. Pero esto no es otra cosa que una mirada parcial y ajena a la verdad
completa. La Fraternidad está desde hace años enferma, podríamos decir, de un doblepensar, que le ha sido inoculado lentamente por los liberales que la comandan.
Una vez aceptada la contradicción en su seno, ya no es posible reaccionar
porque no se alcanza a ver enteramente la verdad. Las contradicciones deben ser
resueltas, no reconciliadas. La Fraternidad está en vías de reconciliar la
Tradición católica con la nueva religión conciliar; la religión del Dios que se
hace hombre con la religión del hombre que se hace dios; Mons. Lefebvre con
Francisco. Diversas etapas fueron construyendo este camino: levantamiento de
las “excomuniones”; motu proprio de la misa; declaración doctrinal de abril de
2012; capítulo general de 2012; proyecto de una prelatura; aceptación del nuevo
código de Derecho canónico, etc. El doble mensaje y la ambigüedad se instalaron
desde entonces.
Vemos ahora, por ejemplo, que el
Superior de distrito de Sudamérica, P. Trejo, deplora y denuncia, en un artículo de la revista “Iesus Christus”,
el ecumenismo de Francisco y el Vaticano II, diciendo que “La conmemoración
de Lutero (es) un paso más del mismo proceso”, o también “Aunque el
“camino” andado por Benedicto era para muchos más conservador, es el mismo que
lleva Francisco. Es el Concilio. El verdadero problema no está en las personas
sino en los principios. “Yo acuso al Concilio”, en el decir de
Monseñor Lefebvre. Si hay Francisco, es porque hubo Concilio. De tal palo, tal
astilla. Distintas velocidades, distintos momentos pero el mismo proceso”
para terminar diciendo “Dios mío, si así funciona el
Concilio, ¡salgamos ya de este camino!”.
Mientras tanto, el superior general de
la congregación, afirma que “ya no queda ningún obstáculo
insalvable para un reconocimiento canónico de la Fraternidad” y “Creo que no es
necesario esperar que todo esté arreglado en la Iglesia, que todos los
problemas estén arreglados” (para aceptar el
arreglo canónico). De esta manera establece claramente que la doctrina es un problema menor y que las diferencias doctrinales no son obstáculo para someterse a las
autoridades modernistas romanas. Lo que permite que Mons. Fellay y los
comandos de la Neo-Fraternidad continúen rumbo al acuerdo suicida, permitiendo
que haya algunas voces que critiquen (moderadamente) el ecumenismo de Francisco
y el concilio…por supuesto que sin decir palabra contra el acuerdismo de los
superiores. Es así que Mons. Fellay aplica la misma política de “libertad de
crítica limitada” dentro de su congregación, como lo hace Francisco dentro de
la Iglesia oficial. Sabiendo bien que eso, antes que detener el proceso de
acuerdo, sirve muy bien para detener toda acción pública tendiente a ponerlo en
cuestión o resistirlo. Es el principio democrático que permite el disenso
controlado. Es la “diversidad reconciliada”. Por eso los que han decidido
“resistir” desde dentro de la Fraternidad, no han hecho nada efectivo para
impedir el avance del ralliement con Roma. Por el contrario, han sembrado en muchos la idea de que la
congregación no está tan mal como parece o que no podrá caer bajo el poder de
los modernistas.
La cita que presenta el Padre Trejo en
su editorial, es absolutamente concluyente respecto de las intenciones de
Francisco, y es suficiente para comprender hacia dónde va la iglesia conciliar
y hacia dónde va a llevar a la Fraternidad, bajo el nuevo nombre y estructura
de Prelatura San Pío X:
“Santo Padre, algunos piensan que en
los encuentros ecuménicos usted quiere liquidar la doctrina católica, que se
quiere protestantizar la Iglesia”, le dice al Papa, sin rodeos,
Stefania Falasca del periódico Avvenire. Francisco responde: “No
me quita el sueño. Sigo el camino de los que me han precedido, sigo el
Concilio”.
La periodista, cual portavoz de los
asustados conservadores, vuelve a arremeter: “Usted, en menos de cuatro
años, estuvo reunido con todos los primados y responsables de Iglesias
cristianas. ¿Por qué esa aceleración?” Responde Francisco: “Es el
camino del Concilio que sigue adelante, se intensifica. Es el camino, no soy
yo. Ese camino es el camino de la Iglesia. Yo he estado con los primados y responsables, es verdad. Pero también
mis predecesores tuvieron esos encuentros”.
Francisco es coherente e incluso
podemos decir fiel pues él “sigue el camino de los que lo han precedido”.
¿Puede decirse lo mismo de Mons. Fellay? Al contrario, él no sigue el camino del que lo ha precedido, Mons. Lefebvre, sino que sigue el
camino contrario. A la “operación supervivencia” Mons. Fellay opone la
“operación suicidio” y allí donde Mons. Lefebvre afirmó al final de su vida que
“todo sacerdote que quiera permanecer católico debe permanecer fuera de la
iglesia conciliar”, Mons. Fellay afirma que hay que buscar una “normalización”
para no volverse “cismáticos” (misma cosa que dijo el traidor Rifán).
Mientras el P. Trejo cita a un
Francisco inamovible del rumbo trazado por el concilio, Mons. Fellay dice en
otra entrevista que Roma, gracias a las discusiones con la Fraternidad, está
cediendo en la buena dirección. Y todas estas contradicciones son aceptadas en
las filas de la Fraternidad sin el menor cuestionamiento, sin reparos, sin
protestas.
Dice el P. Trejo “salgamos ya de este
camino” (del concilio), que es el que lleva Francisco, pero ¿se sale del camino
acordando con Roma? ¿O más bien acordar con Roma es entrar de lleno en ese
camino suicida?
¿Cómo se llegó a esto?
Creemos que por la adopción de una
política liberal que fue la misma aplicada en el concilio: subordinar la verdad
a la libertad, invirtiendo los términos de la verdadera proposición. Pues
Nuestro Señor dijo: “Si permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos; y conoceréis la verdad y LA VERDAD OS HARÁ LIBRES” (Jn. 8,
31-32).
La Fraternidad fue libre -de la
influencia modernista conciliar- mientras se mantuvo en la verdad. Para ello
debió, como enseña la sabiduría divina (cfr. Sal. 1; Sal. 25) apartarse, separarse,
segregarse de los herejes e impíos que pretendían llevarla por el mal camino.
Quien permanece en la palabra de Dios tiene la verdadera libertad. Enseña Santo
Tomas que la verdad de la enseñanza nos libera del camino falso: “Mi boca
meditará la verdad y mis labios detestarán la iniquidad” (Pr. 8,7). Pero no
contentándose o no conociendo y apreciando la gracia que Dios le había
dispensado, la Fraternidad quiso buscar la “libertad” dentro de la estructura
de la iglesia conciliar. Y pidió la “libertad” a aquellos que precisamente no
están en la verdad. Por lo tanto, ¿cómo quienes no están en la verdad pueden
otorgarle la libertad a quien ya posee la verdad? Mas, el abandono de la
preocupación por la doctrina como punto central de este combate contra Roma
modernista, es la señal precisamente de que se ha abandonado el camino de la
verdad. Y como la verdad es el bien más preciado que puede otorgarnos Dios (“Yo
para esto nací y para esto vine al mundo, a fin de dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad escucha mi voz”, Jn. 18,37), si se la
desprecia, si se la altera, si se la descuida, se la pierde.
Obispos y Sacerdotes muy lúcidos que
han visto y saben perfectamente lo que significa la iglesia conciliar –incluso
escribiendo magníficos libros al respecto- y lo que es la nueva religión de
allí surgida, sin embargo no ven o no pueden animarse a hablar de lo que sucede
dentro de su propia congregación. ¿Por qué? Porque es más fácil ver el mal en
la casa del vecino que en la propia casa, y comentar lo que vemos enfrente es
menos riesgoso que decir en voz alta el mal que ocurre en la habitación de al
lado, en la propia casa, entre los conocidos, en la propia familia. Al criticar
duramente a los conciliares, no se arriesga demasiado, pero denunciar
públicamente la traición o los errores de los propios, y sobre todo de los
superiores, puede costar muy caro. No todos están dispuestos a pagar ese precio
que la defensa de la verdad exige. ¿Pero es que acaso esos superiores los han
preparado a los sacerdotes para combatir por la verdad en todo terreno y toda
circunstancia, frente a quien fuere, o les han enseñado una actitud
“partidaria” ante la crisis de la Iglesia, viendo ésta como entre dos
tendencias que nunca podrían influenciarse mutuamente?
Escribió Ernest Hello: “Los siglos
se suceden los unos a los otros y no se parecen nunca. Cada siglo está
caracterizado por una amenaza especial, por una amenaza que es la suya. La amenaza de este momento, y creo que en ella están contenidas todas
las demás, es la indiferencia en relación a los principios. ¿No oís acaso todos
los días repetir: “¿Para qué sirven las abstracciones? Los principios han hecho
su ciclo. Tienen la palabra los hechos, los acontecimientos. Somos personas de
negocios. Estamos lejos de ser soñadores.” Ese lenguaje, que inspira
directamente el infierno, penetra en el corazón de los hombres” (“El siglo. Los
hombres y las ideas”, Editorial Difusión, 1943).
Personas de negocios han tomado el
control de la FSSPX. El maquiavelismo de los conciliares les ha contagiado el
uso de la dialéctica hegeliana y el doblepensar como herramientas de poder y
manipulación. A esta altura los sacerdotes de la Fraternidad tendrían que
haberse dado cuenta, pero un mecanismo de control suscitado desde hace años,
por el cual han admitido la contradicción en sus vidas, y el sentimentalismo
inoculado en sus filas, que les ha dispensado del combate puertas adentro, no
les permite quitarse la venda de los ojos. La verdad exige ser amada
enteramente. Por sí misma. Y ser llevada a la práctica para que su posesión sea
completa: “Las aves van a
juntarse con sus semejantes; así la verdad va a encontrar a lo que la ponen en
práctica”(Eclesiástico, XXVII, 10). Si los obispos y sacerdotes de la FSSPX
hubieran hecho suyas estas palabras de Mons. Ezequiel Moreno Díaz, verdadero
campeón del antiliberalismo, la Fraternidad no habría llegado a este punto, en
que se apresta a ponerse bajo el poder de sus enemigos:
“La verdad no puede tratar con la herejía, como un
soberano con otro soberano, y la verdad es la sola soberana y la herejía no es
sino una rebelde. La verdad no puede pactar con el error; la verdad contradice,
combate, excluye el error, y dejaría de creer en sí misma, si reconociera en el
error el derecho de ocupar un sitio al lado de ella”.(Mons. Ezequiel Moreno, carta pastoral, 30 de abril de 1904).
Ignacio Kilmot