Todo parece indicar que estamos asistiendo a la lenta y penosa muerte de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, a manos de los astutos modernistas romanos, y los liberales objetivamente traidores de la Fraternidad, subjetivamente quizás ingenuos, Dios lo sabe. Toda una serie de entrevistas a Mons. Fellay y a Mons. Pozzo están preparando a la opinión pública para dar la bienvenida a la noticia de la erección de la Prelatura San Pío X. El diablo entonces habrá logrado su cometido, tras muy largos años de persistente labor, para acabar con el gran baluarte creado por Mons. Lefebvre para defensa de la Tradición y combate contra el Modernismo desatado en el concilio Vaticano II.
Mons. Fellay hace pesar su argumentación, en todas estas entrevistas y en sus discursos, en dos temas fundamentales. El primero, es que ahora Roma acepta discutir el antes indiscutible Vaticano II. Para Mons. Fellay, eso sería un signo de que en Roma están dispuestos a corregir los errores del Vaticano II. Pero discutir algo puede derivar en dos cosas: o en reprobar y condenar aquello que se discute, o en aprobarlo y aceptarlo. Discutir no es necesariamente condenar. Para Mons. Fellay discutir algo es ponerlo en duda. Pero no lo entienden así los modernistas de Roma. Pues ellos, en los hechos, sabiendo exactamente qué es y qué significa el concilio, son quienes tienen el poder de aplicar el concilio hasta sus últimas consecuencias, aunque haya un pequeño grupo que se anime a decir alguna cosa contra el mismo. Lo único que debió hacer la Fraternidad es decirle a Roma: rechazamos categóricamente el concilio. ¿Discutir algo que ya se ha demostrado, en abundantes y muy serios estudios teológicos –incluso por parte de la misma FSSPX-, que debe condenarse y que no tiene valor como Magisterio de la Iglesia? ¿Discutir y no rechazar decididamente aquello que Mons. Lefebvre llamó el peor mal en toda la historia de la Iglesia? El mismo Secretario de Ecclesia Dei, Mons. Pozzo, acaba de decir, sin lugar a discusiones: “Un buen católico no puede rechazar el concilio”. Por lo tanto el concilio en sí sigue siendo inamovible e incuestionable. La Fraternidad ha aceptado entrar en la “hermenéutica de la continuidad” ratzingeriana, para “interpretar católicamente” lo que está premeditadamente infestado de errores. Así comparte el maquiavelismo de los liberales romanos, para imponer el subjetivismo en lugar de la doctrina objetiva. Alguna vez, Mons. Fellay –siguiendo a Mons. Williamson- dijo que el Vaticano II era una sopa en la que alguien había metido y mezclado veneno, y por lo tanto había que echarla toda a la basura. Ya olvidado de aquellas palabras, dijo más tarde que el “95%” del Vaticano II era bueno, aceptable. Ahora dice estar dispuesto a discutirlo, que no es lo mismo que decir que hay que rechazarlo. Pero es que Mons. Fellay se ha puesto a discutir con el diablo, como Eva, y el diablo es tan astuto que ha sabido enredar a estos orgullosos liberales de la Fraternidad en sus seductoras tramoyas, con aquella promesa de “no moriréis”.
Pero la “campaña libertadora” de Mons. Fellay se centra sobre todo en un segundo punto, que él afirma es –cambiando de tono en sus entrevistas- “sine qua non”.
Ese segundo punto, es una condición que, como dijo en reciente entrevista televisiva, “para nosotros la condición necesaria es la condición de la supervivencia”. En esa misma entrevista Mons. Fellay dice, por ejemplo, que no aceptará la libertad religiosa, pero se contradice, porque está aceptando que Roma le aplique a la Fraternidad el principio de la “libertad religiosa”, tolerándola en su seno, en su conformación de la neo-religión mundialista. El error no puede aceptar una verdad que la contradiga. ¿Exageramos, acaso, hablando de Roma profesando y sirviendo a otra religión? Veamos lo que decía Mons. Tissier de Mallerais, en un sermón de ordenaciones sacerdotales, allá en el lejano 29 de junio de 2002:
Hablando de la religión modernista de Roma, y tras un excelente análisis de la misma, hablaba de “esta nueva religión, que consiste no solamente en un nuevo culto sino también en una nueva doctrina”. Decía luego: “Tanto en sus dogmas como en su culto la nueva religión ha vaciado nuestra religión católica de su substancia” (…) “Esta nueva religión no es otra cosa, mis queridos fieles, que una gnosis. Yo pienso que esta es la palabra que la caracteriza perfectamente porque es una religión sin pecado, sin justicia, sin misericordia, sin penitencia, sin conversión, sin virtud, sin sacrificio, sin esfuerzo, mas simplemente una autoconcientización. Es una religión puramente intelectualista, una pura gnosis.” Termina con estas durísimas palabras: “Entonces, mis queridos futuros diáconos y sacerdotes, estén seguros que yo no os ordeno ni diáconos, ni sacerdotes, para ser diáconos y sacerdotes de esta religión gnóstica. Y yo estoy persuadido que tal es también vuestra intención de recibir hoy el sacerdocio católico, de manos de la Iglesia Católica, y no de recibir un sacerdocio gnóstico de manos de yo no sé qué sistema gnóstico. Rechacemos con horror, queridos fieles, queridos ordenandos, esta religión naturalista, intelectualista, que no tiene nada que ver con la religión católica, y seamos al contrario bien firmemente, siempre muy firmemente persuadidos de la razón de nuestro combate, de la razón de nuestro sacerdocio”.
¿Dónde quedó aquel horror a la religión naturalista y gnóstica de la Roma modernista? ¿Quizás se pretenda rechazar esa falsa religión sin rechazar a quienes la profesan y difunden? Hoy Mons. Tissier aceptó participar del jubileo de la falsa misericordia de Francisco. Y estas palabras ya no son más pronunciadas, ese es el motivo por el cual Roma no ha tenido problemas en autorizar las ordenaciones sacerdotales de la Fraternidad. Porque ahora la Fraternidad no combate contra los gnósticos, masones, modernistas, sino que busca ser tolerado por ellos mismos a los que nunca debió dejar de combatir. La prueba más flagrante la da el mismo Mons. Fellay, que no deja de elogiar al más destructor de los modernistas, Francisco, para lograr “permanecer como somos”, en tanto Roma permanece también como es, es decir, apóstata modernista. El problema está planteado en estos términos: quien tiene un problema que solucionar es la FSSPX, y no la Roma modernista apóstata. Dice Mons. Fellay: “Creo que no es necesario esperar que todo esté arreglado en la Iglesia, que todos los problemas estén arreglados”. Pero Mons. Pozzo dice que es la Fraternidad quien debe llegar a la “comunión plena”. Si la Fraternidad no está en “comunión plena”, es porque tiene un problema que solucionar. Y solucionado ese problema que pretende Roma, será bien recibida. Es Roma quien tiene la sartén por el mango en todo este asunto, aunque Mons. Fellay pretenda hacer creer a los incautos que es él quien impone las condiciones a Roma.
Mons. Fellay espera garantías de Bergoglio. Es como si Eva le hubiese pedido al diablo que le firmase un papel donde esté escrito “No morirás” antes de aceptar el fruto prohibido. Pero a Eva no se le ocurrió pedir un sello para saborear el fruto mortífero. ¿Se dará cuenta Mons. Fellay de que está comprometiendo la salvación de su alma, arrastrando tras de sí a miles de fieles cuya fe pone en peligro? ¿Es que los sacerdotes de la Fraternidad están tan ciegos o acobardados que son incapaces de ver esto y reaccionar?
¿Es que son incapaces de hacer suyas estas palabras de la sabiduría divina?:
“Porque, teniendo tu bondad presente a mis ojos,
Anduve según tu verdad.
No he tomado asiento con hombres inicuos,
Ni busqué la compañía de los que fingen;
Aborrecí la sociedad de los malvados,
Y con los impíos no tuve comunicación”.
(Salmo 25, 3-5)