Declaración al respecto de Monseñor Lefebvre
El 5 de mayo de 1988 Monseñor Lefebvre firmó un protocolo de acuerdo con las autoridades romanas, sin embargo de inmediato se interrumpieron las conversaciones con las mismas, lo cual hizo nacer la confusión en algunos espíritus. He aquí la pequeña historia de una gran traición.
Difícilmente se comprende en efecto, esta interrupción sino se ubican los coloquios en su contexto histórico.
Aunque nosotros no hayamos querido, nunca romper las relaciones, con la Roma Conciliar, aún después de la primera visita del 11 de noviembre de 1974 que fuera seguida por medidas sectarias y nulas —la clausura de la Obra el 6 de mayo de 1975 y la suspensión en julio de 1976—, estas relaciones no podían tener lugar más que en un clima de desconfianza.
Louis Veuillot dice que no hay mayor sectario que un liberal; pues, comprometido con el error y la Revolución se siente condenado por aquellos que permanecen en la Verdad y así, si posee el poder, los persigue con encarnizamiento. Es nuestro caso y el de todos aquellos que se opusieron a los textos liberales y a las reformas liberales del Concilio.
Quieren absolutamente que tengamos un complejo de culpabilidad respecto a ellos, siendo ellos los culpables de duplicidad.
Es pues en un clima siempre tenso, aunque educado, que las relaciones tenían lugar con el Cardenal Seper y con el Cardenal Ratzinger entre los años '76 y '87, pero también con una cierta esperanza de que al acelerarse la autodemolición de la Iglesia acabarán mirándonos con benevolencia.
Hasta allí, para Roma, el objetivo de las relaciones era el hacernos aceptar el Concilio y las reformas y hacernos reconocer nuestro error. La lógica de los acontecimientos debía llevarme a pedir un sucesor o dos o tres para asegurar las ordenaciones y las confirmaciones. Ante la negativa persistente de Roma, el 29 de junio de 1987, anunciaba mi decisión de consagrar Obispos.
El 28 de julio el Cardenal Ratzinger abría nuevos horizontes que podrían hacer pensar legítimamente que por fin Roma nos miraba con una mirada más favorable. Ya no se trataba de firmar un documento doctrinal ni de pedir perdón sino que un Visitador era finalmente anunciado, la Sociedad, podría ser reconocida, la liturgia sería la de antes del Concilio, los seminaristas permanecerían con el mismo espíritu…
Aceptamos entonces entrar en este nuevo diálogo pero con la condición de que nuestra identidad fuera bien protegida contra las influencias liberales gracias a Obispos escogidos de entre la Tradición, y con una mayoría de miembros en la Comisión Romana para la Tradición. Ahora bien, luego de la visita del Cardenal Gagnon, de la cual aún no supimos nada, las decepciones se acumularon.
Las conversaciones que siguieron en abril y mayo nos decepcionaron mucho. Se nos entrega un texto doctrinal, agregando el Nuevo Derecho Canónico; Roma se reserva cinco miembros sobre los siete de la Comisión Romana, entre ellos el Presidente (que sería el Cardenal Ratzinger) y el vice-presidente.
La cuestión del Obispo es solucionada con dificultad, insistían para mostrarnos que no teníamos necesidad de él. El Cardenal nos hizo saber que deberíamos dejar celebrar entonces una misa nueva en San Nicolás de Chardonnet. Insiste sobre la única iglesia, la del Vaticano II.
A pesar de estas decepciones, firmo el protocolo el 5 de mayo. Pero la fecha de la consagración episcopal causa problemas. Luego un proyecto de carta de pedido de perdón al Papa es puesto entre mis manos.
Para llegar a hacer las consagraciones episcopales aunque más no fuera el 15 de agosto me veo obligado a escribir una carta amenazando hacerlo.
El clima ya no es en absoluto el de la colaboración fraterna y el del puro y simple reconocimiento de la Fraternidad. Para Roma el objetivo de las conversaciones es la reconciliación, como lo dice el Cardenal Gagnon en una entrevista concedida al diario italiano “L’Avvenire”, es decir el regreso de la oveja descarriada al redil. Es lo que yo expreso en la carta al Papa del 2 de junio: “el objetivo de las conversaciones no es el mismo para Vos que para nosotros”.
Cuando pensamos en la historia de las relaciones de Roma con los tradicionalistas desde 1965 hasta nuestros días nos vemos obligados a constatar que se trata de una persecución cruel y sin descanso para obligarnos a la sumisión al Concilio. El ejemplo más reciente es el del Seminario “Mater Ecclesiae” para los que abandonaron Ecône quienes en menos de dos años fueron puestos a tono con la Revolución Conciliar contrariamente a todas las promesas.
La Roma actual, conciliar y modernista no podrá tolerar jamás la existencia de un brazo vigoroso de la iglesia Católica que con su vitalidad la condena.
Será preciso pues, esperar sin duda algunos años para que Roma reencuentre su Tradición bimilenaria. Nosotros continuamos probando, con la Gracia de Dios, que esta Tradición es la única fuente de santificación y de salvación para las almas y la única posibilidad de renovación para la Iglesia.
+ Marcel Lefebvre, Econe, 19 de junio de 1988, Publicada en “Credidimus Caritati” nº 18 de julio de 1988.