VOZ DE FÁTIMA, VOZ DE DIOS N° 64
30 de junio de 2018
“Vox túrturis audita est in terra nostra”
(Cant. II, 12)
Consagraciones III
En
su carta a los futuros obispos que Mons. Lefebvre iba a consagrar el 30 de
junio de 1988, él afirma la unión del sacrificio de la misa y de la doctrina de
Cristo Rey.
Aparece
así con evidencia la absoluta necesidad de la permanencia y continuación del
sacrificio adorable de Nuestro Señor para que “venga a nosotros su Reino”. La
corrupción de la Santa Misa ha provocado la corrupción del sacerdocio y la
decadencia universal de la fe en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Dios
ha suscitado la Fraternidad Sacerdotal San Pío X para
mantener y perpetuar su sacrificio glorioso y expiatorio en la Iglesia. Se ha
escogido verdaderos sacerdotes, instruidos y convencidos de estos misterios
divinos. Dios me ha otorgado la gracia de preparar a estos levitas y
conferirles la gracia sacerdotal, necesaria para la perseverancia del verdadero
sacrificio, según la definición del Concilio de Trento.
Esto
nos ha valido la persecución de la
Roma anticristo. Puesto que esta Roma, modernista y liberal, prosigue su obra
destructora del Reinado de Nuestro Señor, como lo prueban Asís y la
confirmación de las tesis liberales del Vaticano II sobre la libertad religiosa,
me veo obligado por la Divina Providencia a transmitir la gracia del
episcopado católico que yo he recibido, con el fin de que la Iglesia y el
sacerdocio católico sigan subsistiendo, para la gloria de Dios y la salvación
de las almas.
Por
eso, convencido de estar cumpliendo la santa voluntad de Nuestro Señor, les pido,
por medio de esta carta, que acepten recibir la gracia del episcopado católico,
como ya lo he conferido antes a otros sacerdotes en otras circunstancias.
Les
conferiré esta gracia confiando en que la Sede de Pedro no tardará en ser
ocupada por un sucesor de Pedro perfectamente católico, en cuyas manos podrán
depositar la gracia de su episcopado para que la confirme”.
No
estando la Santa Sede todavía ocupada por un fiel sucesor de San Pedro, no
podemos deponer esta gracia en manos del Soberano Pontífice. Por el contrario,
es un deber mantenernos separados de esta Iglesia conciliar mientras no reencuentre
la tradición del Magisterio de la Iglesia y de la fe católica, como lo hicieron
Mons. Marcel Lefebvre y Mons. Antonio de Castro Mayer.
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Tomás de Aquino OSB