—Vamos a ver, Mr. MacIan —dijo arrellanándose en el sillón—, ¿entra usted siempre en casa de sus amigos metiéndose por un
cristal? (Risas.)
—No es amigo mío —dijo Evan, con la estolidez de un chico lerdo.
—¿No es su amigo? —dijo el juez, chispeante—. ¿Es su cuñado? (Risas estruendosas y prolongadas)
—Es mi enemigo —dijo sencillamente Evan—. Es enemigo de Dios.
¿Recuerda el lector el hilo que conduce las
peripecias de “La esfera y la cruz”, la novela de Chesterton? Dos hombres
dispuestos a batirse, uno por Dios y el otro contra Dios, intentando sostener
un duelo una y otra vez, en un combate de ideas, de cosmovisiones y, en
definitiva, de la verdad contra el error. Pero, ¿qué es lo que desencadena la
batalla que todo el mundo “razonable” pretende evitar? El intransigente
católico Evan MacIan rompe la vidriera de un periódico “porque ha blasfemado de
Nuestra Señora”. No lo hace por sus ideas, o por su doctrina o por la libertad
o lo que fuere: lo hace porque han atacado a una persona. Y esa persona es la
Madre de Dios. Y eso no se puede permitir. Los enemigos de Dios son sus
enemigos. Punto. No hay más discusión.
Chesterton, dotado “de una cortesía medieval
cada vez más rara”, como bien señaló Gustavo Corçao, trazaba, en coloridas
peripecias y aventuras, la actitud propia del caballero cristiano. Pasaron
ciento diez años desde entonces, y Nuestra Señora –la apacible montaña medieval
junto al Sena- ha ardido en llamas. La cruz de Notre-Dame ha caído, pero el
astuto y cobarde demonio ha ocultado su mano tras anónimos provocadores de
“accidentes”. Conmoción mundial, en el comienzo de la Semana Santa. “Las calles
estaban llenas de gente y vacías de aventuras”, en la novela chestertoniana. Las
calles de Paris estaban llenas de espectadores, como el mundo entero, mientras
las aventuras quedaban reservadas para los sacrificados bomberos, sostenidos
por las oraciones de miles de franceses de a pie. Notre-Dame es un símbolo,
pero es más que eso: es la Casa de Dios. Sin eso nada importa. El fuego es una
realidad que pone en imagen la culminación de una larga serie de actos
vandálicos contra la Iglesia en Francia, la tierra del Sagrado Corazón, pero
también de la infame Revolución. Y lo que arde es más que un edificio, es la
doctrina del Salvador y Rey del mundo, cuya Arca de salvación está siendo
quemada.
Sin embargo, y con todo lo que viene
sucediendo, hace tiempo que se ha acabado el tiempo de los desafíos y de
“romper vidrieras”. Ya en tiempos de Chesterton, parecía anacrónico y
estrafalario ese desafiarse para vindicar las causas sagradas. “No: no vamos a
batirnos por una bagatela. No es por una superstición o por un símbolo. Cuando
usted escribió aquellas palabras acerca de Nuestra Señora, era usted en aquel
acto un malvado cometiendo una vileza. Si le odio a usted es porque usted ha
odiado la bondad. Y si le quiero a usted...es porque usted es bueno.” Turnbull
es bueno en tanto es criatura de Dios, se entiende. Pero no pueden permitírsele
sus ataques a la Fe. MacIan es claro.
Vaticano II mediante, MacIan sería hoy
condenado por la mismísima Iglesia de la que él se siente hijo, como burlado
era entonces por las autoridades judiciales:
“—¡Pero
si no lo siento nada! —dijo Evan—. Estoy muy contento.
—Verdaderamente,
creo que está usted loco —dijo el juez, indignado, porque como hombre de
buen natural, había hecho lo posible por componer el litigio—. ¿Cree
usted tener algún derecho para romper las vidrieras del prójimo porque sus
opiniones no son iguales a las de usted? Este hombre no hacía más que expresar
su creencia sincera.
—También
yo —dijo el montañés.
—¿Y
quién es usted? —estalló Vane—. ¿Sus opiniones son necesariamente las
mejores? ¿Está usted necesariamente en posesión de la verdad?
—Sí —dijo
MacIan.
El
juez soltó una risa despreciativa.”
Aquellos dos simpáticos personajes, como luego
lo serían un Don Camilo y un Don Peppone en abierta y frontal contienda, ya no
existen. El mal avanzó y se degradó inhumanamente, satánicamente, el bien
retrocedió pusilánimemente. Hoy se usan las diplomáticas y “discretas pero no
secretas” conversaciones, sin perder nunca la sonrisa. Decía Turnbull, el
ateísta: “Este hombre y yo somos los únicos que en el mundo moderno piensan que
Dios tiene importancia esencial. Yo creo que Dios no existe; de ahí le viene su
importancia para mí. Pero este hombre (MacIan) cree que Dios existe, y pensando
así, muy atinadamente opina que Dios es más importante que ninguna otra cosa.
Por tanto, deseamos hacer una gran demostración y afirmación, una cosa que
prenda fuego al mundo, como las primeras persecuciones de los cristianos.”
Turnbull ya no existe. Turnbull es hoy un
disfrazado modernista, un oculto masón o un cabalista. Turnbull rehúye el
combate frontal. Y, ¿dónde está hoy MacIan? Hoy deberíamos encontrarlo fuera
del pensamiento dominante de la iglesia conciliar, enrolado en las filas
militantes y políticamente incorrectas de la Tradición, llámese “lefebvrismo” o
como quiera llamársele. Deberíamos, dije…
El combate esencial está hoy dentro y no fuera
de la Iglesia (el fuego de la catedral fue iniciado por alguien desde dentro,
como la crisis de la Iglesia comenzó a arder con fuerza a partir del concilio Vaticano
II). Hay una conjuración anticristiana, una contra-Iglesia. Pero si no pueden
romperse una tras otras las vidrieras que exhiben los ataques y blasfemias:
televisión, internet y celular mediante, amparados en la “libertad de prensa” y
la “libertad religiosa”, sí hay quienes tienen deberes, responsabilidades y
gracias de estado para combatir dentro de la Iglesia, nos referimos a los
clérigos y religiosos, amén de los laicos prominentes, particularmente los
formados dentro de la Tradición, que carecen hoy del ímpetu para romper
“vidrieras”, y “batirse en duelo” contra los autores de las blasfemias,
herejías y ataques a Nuestro Señor y Nuestra Señora. San Pablo había señalado
al católico militante como un púgil, que pegaba donde debía: “así lucho, no
como quien hiere al aire” (I Cor. 9,26).
Hoy, ¿qué vemos? Golpes al aire, voces en
sordina, disimulos, búsquedas de acuerdos, apologética de celular. Globos de
colores (sí, esferas) en vez de cruces en las manifestaciones contra las hordas
del Anticristo. Y silencios, profundos silencios, silencios abismales. Todo
menos ser frontal y ponerse en evidencia, lo que equivaldría a “hacer el
ridículo” y “desacreditarse”. Como ocurrió con MacIan. Como ocurriría con el
mismo Cristo:
“…si Cristo volviera a la tierra ¿lo matarían
de nuevo? –Sí, lo matarían si pudieran, pero no de la misma manera.
Se
me figura que primeramente lo cubrirían de ridículo. Dirían: “¿Dónde se ha
visto que el Fundador del Cristianismo venga de nuevo a predicarnos el
Cristianismo, a nosotros que somos todos cristianos? En realidad anda
falsificando el Cristianismo, esa religión tan suave, tan amable, tan benigna,
tan consoladora, tan científica, tal como la expone Teilhard de Chardin” (P. Castellani, Domingo de Resurrección,
Domingueras prédicas).
Hoy se diría: “Tal como la expone el papa
Francisco”.
Pero es que ya no hay enemigos personales.
¿Cómo pueden entonces esperarse aventuras? Más bien hay que esperar que se
busquen capillas llenas de gente, en requerimiento de los proveedores
profesionales de sacramentos, sacramentales y afines. ¿Para qué? Para ser, con
todas las letras y papeles “en regla”, católicos correctos, mecánicos,
burgueses y mediocres. Ilusiones…
“Estos tiempos son
muy buenos, porque son eficacísimos para hacernos renegar de lo que Jesucristo
llamó ‘el mundo’” decía el Padre Castellani en “Su Majestad Dulcinea”. Extendiendo el concepto, y
teniendo en el horizonte a Francisco y la logia sodomita y sodomizante en Roma,
puede decirse que este tiempo es eficacísimo para renegar de la “Iglesia de la
Publicidad” (como la llamaba el P. Meinvielle) o la “Iglesia conciliar” (como
la llamó elogiosamente el Cardenal Benelli), allí donde los que mandan son
“anticristos” (como decía Mons. Lefebvre). Sin embargo, la Neo-FSSPX no hace
más que querer y buscar ser parte de esa estructura infestada, que ocupa hoy
los puestos de autoridad desanclados de la verdad.
Hay pensamientos que han sido descartados como
antiguallas, válidos para los tiempos pretéritos, como éste del primer Papa: “A medida que participéis de los
padecimientos de Cristo, alegraos, para que también en el descubrimiento de su
gloria os regocijéis alborozados. Si por el nombre de Cristo os baldonan,
dichosos vosotros: porque en vosotros reposa lo que hay de gloria y virtud en
Dios, y su Espíritu” (San Pedro, Primera carta 4, 13-16).
Con un tono sombrío, fruto del dolor
largamente padecido, Castellani avisaba que
“Miren,
ya se acabó el tiempo
De
la prensa buena o mala
Hay
que encerrarse en la sala
De
la interior derechura
Y
hacerse un alma bien dura
Como
corazón de tala...
Dios
quiere que en este tiempo
Se
haga el bien de solo a solo
Que
la palabra sin dolo
Se
encienda de lumbre a lumbre
Todo
lo que es muchedumbre
Hoy
es veneno y vitrolo”.
La idea de que todo es muchedumbre, pone luz
sobre un problema capital en la religión, pues a medida que el cristiano deja
de ser individuo para volverse parte de la “multitud” que no piensa ni obra
sino según el pensar y el obrar de la “congregación”, por eso mismo pierde el
sentido de Cristo. La palabra ya no va “de lumbre en lumbre”. En este sentido
podemos decir que el “resistente” debe seguir siendo cirio, el cual da una luz quizá
débil, pero cálida y veraz, a la vez que el sebo sufre y se consume, en pos de
esa luz y ese calor. En cambio, la Neo-FSSPX quiere ser “lámpara de bajo
consumo”, que ilumine mucho, que dure mucho, y que no se gaste, con la frialdad
impersonal de la luminaria fabricada en serie, fácilmente controlable por la
mano de la burocracia en la palanca de las conexiones eléctricas. El cirio,
decía Eugenio d’Ors, es “frágil en el
frío y maleable en el calor; humilde, pero erecto; a todos sus hermanos
parecido, aunque entre todos solitario; humilde en la estampa, pero sabedor de
sus posibilidades de luz, trasúntanse en el cirio la miseria y la grandeza de
la condición humana: el destino de lo que fue, en su origen según la natura,
secreción de insecto y contiene, en su figurativa entidad según el espíritu,
vocación de idea. El cirio es, en fin, entre las materialidades del culto,
aquella que nos ofrece seguridades mejores de no terminar en basura”. Agreguemos
que el cirio puede incendiar todo el mundo. La lámpara no.
Y bien, por diversas circunstancias, queridas
o no, buscadas o no, lo cierto es que hace mucho hemos tenido que dejar la
Neo-FSSPX y hemos debido pasarnos esta Pascua exánimes sin las ceremonias
sagradas. Hay muchos fieles en todo el mundo en la misma condición. Quien
escribe, dolido, no se arrepiente. Por el contrario, sumido en esa carencia y
necesidad, agradece. ¿Por qué? Porque “He escogido padecer con Cristo” (San
Fileas, Mártir, 4 de febrero). Esa es la razón para estar en la Resistencia. Y
eso y no otra cosa es lo que viene a ofrecer. No puede dar más ni menos. He
allí el honor. Carecer muchas veces de lo necesario, ser tenido por loco o
estrafalario como MacIan. ¿Qué importa? Por Cristo y María, todo sea. No
tenemos la usina de las duraderas e industriales lámparas, pero tenemos la
llama que pasa de mano en mano, de hermano a hermano.
Estoy en la Resistencia, porque Jesucristo
vino a traer fuego a la tierra, y Él quiere que arda (Luc. 12,49). Porque Dios es
un Dios de fuego (Deut. 4,24), y la mediocridad no se condice con esa religión
de ardientes llamas. Porque busco la santidad, que no existe sin la fidelidad,
sin la verdad, sin la prudencia y sin la caridad. Porque, como dice Fr.
Aloysius Roche, “el verdadero amor no calcula (…) El cardenal Newman afirmaba:
“No estimo en gran cosa el amor que nunca es extravagante” Bajo el influjo de
un afecto verdadero el ser humano se agiganta, sostenido como lo está por su
unión con otro espíritu, no vacila ante ningún obstáculo y no huye sacrificio
alguno”. Y digo que estoy en la
Resistencia y no con la Resistencia,
porque uno sólo puede estar con
Cristo, sin tener que hacer de los medios fines.
Vivimos en medio de un incendio universal. El
fuego que destruye es imagen del fuego que nos falta. Si no hay fuego dentro
del corazón, el fuego viene de afuera y todo lo arrasa. Pero, ¡ay!, la próspera
y muy crecida Neo-FSSPX, mientras las autoridades conciliares agregan
combustible al fuego, ellas señalan la chispa de antaño, mencionan a los
incendiarios de hace medio siglo, y proponen dialogar acerca de la debida
autorización acordada a los matafuegos que ella sería la encargada de proveer.
Mientras el techo de la Catedral se viene abajo, la Neo-FSSPX está demasiado
ocupada en invertir en el lujo de sus capillas, brinda magníficos coros,
organiza viajes y peregrinaciones bien provistas, imparte conferencias para
convencer a los ya convencidos, celebra banquetes y bailes, sostiene
expediciones deportivas, publicita ostentosamente sus multitudes de feligreses
confortados, manifiesta su imparable activismo, difunde pomposas estadísticas, se
auto promociona mediante continua propaganda, y no se da cuenta de que ha caído
en una gran trampa, que C. S. Lewis descubría así, en su genial “Cartas del
diablo a su sobrino” (Carta de Escrutopo):
“Si,
por el contrario, su edad madura resulta próspera, nuestra posición es aún más sólida.
La prosperidad une a un hombre al Mundo. Siente que está “encontrando su lugar
en él”, cuando en realidad el mundo está encontrando su lugar en él. Su
creciente prestigio, su cada vez más amplio círculo de conocidos, la creciente
presión de un trabajo absorbente y agradable, construyen en su interior una
sensación de estar realmente a gusto en la Tierra, que es precisamente lo que
nos conviene.”
La Neo-FSSPX está en su edad “madura”, y se
siente cada vez más a gusto en sus relaciones con la Roma modernista, pues está
encontrando su lugar en ella. Los tiempos heroicos parecen haber terminado. La
astucia le ha quitado lugar al testimonio. Las cicatrices del combate
(“excomuniones”) han sido borradas. Lo importante para ella es, como afirmó
recientemente su Superior general, “conservar el tesoro que tenemos”. Conservadorismo,
a un precio muy alto.
La Resistencia no puede confundirse. A
diferencia de la Neo-FSSPX, tiene que ser consciente de que es la tribulación
la que, como enseñaba San Luis María Grignion de Montfort, enciende el amor a
la Cruz, como la leña al fuego. Como afirma un sacerdote de la SAJM:
“Dice
el Kempis: ‘todo se cifra en la cruz’. Por eso esta crisis es la peor de todas:
no por la fuerza del liberalismo y el modernismo, sino por la pérdida del
sentido de la cruz entre los católicos”.
Por eso también debe recordar que
“Este mundo es una escena de conflicto entre
el bien y el mal. El mal no sólo evita el bien sino que lo persigue. El bien no
puede conquistar sino sufriendo. Los hombres buenos parecen fracasar, su causa
triunfa, pero su propio derrumbe es el precio pagado para el éxito de la misma”
(John Henry Newman, “Resistir la censura del
mundo”, 1840).
Ignacio Kilmot
Domingo de Pascua de Resurrección, 2019