Restaurando
la Autoridad
Todo
hijo amado no se librará de la vara.
Amados por Dios, todos estamos para ser azotados.
Amados por Dios, todos estamos para ser azotados.
Mientras
que el pagano post-cristiano Jean-Jacques Rousseau (1712–1778) afirmaba que el
hombre es por naturaleza un animal antisocial, de modo que la sociedad humana
es esencialmente artificial, el pagano pre-cristiano Aristóteles (384–322), un
hombre mucho más sabio, sabía que la sociedad es natural porque el hombre es
por naturaleza un animal social – observe cómo se reúne con sus semejantes
desde el amanecer hasta el anochecer, en todas las formas de sociedades
humanas, en particular en las de la familia humana. Pero todo hombre tiene
libre albedrío, de modo que todos esos tipos de sociedades deben tener a
alguien en autoridad para coordinar esos libre albedríos que por sí mismos son
susceptibles de disociarse. Por lo tanto, toda sociedad necesita autoridad,
tan natural y tan necesaria para el hombre como lo es la sociedad. Vea cómo el
centurión romano reconoce a Nuestro Señor como un hombre en autoridad por su
propio ejercicio de autoridad en el ejército romano (Mt. VIII, 8–9).
Pero
siendo la autoridad tan natural para los hombres como su naturaleza social, y
su naturaleza social viniendo de Dios, entonces toda la autoridad entre los
hombres debe venir en última instancia de Dios (cf. Efesios III, 15), razón por
la cual en este ocaso del mundo en el que casi toda la humanidad le da la
espalda a Dios, los hombres también se rebelan contra todo tipo de autoridad, y
todas las clases de autoridad se vuelven cada vez más frágiles. Por ejemplo,
¿no es cada vez más común hoy en día que las esposas declaren su independencia
de sus maridos y que los hijos dirijan a sus padres? Esto no es natural en
ningún sentido verdadero de la palabra, pero hoy en día es cada vez más común,
porque la revuelta contra la autoridad está en el torrente sanguíneo de todos
nosotros. Entonces, ¿cómo puede ser restaurada la autoridad? Tenemos un ejemplo
divino en el libro de Números (Cap. 16) en el Antiguo Testamento.
Moisés
y su hermano Aarón eran los líderes político y religioso respectivamente del
pueblo de Israel para sacarlos de Egipto a la Tierra Prometida. Ambos habían
sido nombrados por Dios, como bien sabía el pueblo, pero los israelitas eran un
pueblo orgulloso y de dura cerviz, y llegó el momento en el desierto cuando
Coré, primo hermano de Aarón y celoso de sus privilegios, levantó a otros 250
levitas y a dos rubenitas principales, Datán y Abirón, para que se rebelaran, y
el pueblo se levantó en un tumulto detrás de ellos en contra de la autoridad de
Moisés y Aarón. Estos dos inmediatamente apelaron al Señor, quien les dijo que
reunieran a la gente al día siguiente frente al Tabernáculo. Entonces Moisés le
dijo al pueblo que se alejara de las tiendas de Datán y Abirón que estaban allí
con todas sus familias extendidas, con lo cual la tierra se abrió y se tragó a
los revolucionarios directamente al Infierno. Otro fuego de Dios devoró
entonces a Coré y a sus 250 levitas exigiendo privilegios y prestigio dados por
Dios sólo a la familia de Aarón.
De
esta manera, Dios mismo demostró a quién había dado autoridad sobre los
israelitas. La autoridad era muy importante para los israelitas en el desierto
porque a pesar del milagroso cruce del Mar Rojo (Éxodo XIV), seguían ansiando
las cebollas de Egipto, y Datán se quejaba de las penurias del desierto (Núm.
XVI, 13–14). Pero Moisés no era un tirano, sino el más gentil de los hombres
(Núm. XII, 3), y Aarón no había hecho daño al pueblo (Núm. XVI, 11). Sin
embargo, si Dios no hubiera recurrido a un castigo extremo de los rebeldes, uno
podría preguntarse si Moisés y Aarón habrían sido capaces de guiar a los
israelitas a la Tierra Prometida. ¿Habría podido algo menos que eso restaurar
su autoridad? Como fue, ¡es fácil imaginar que después del doble castigo
milagroso ningún israelita tenía prisa por desobedecer a Moisés o a Aarón!
En
2019, el materialismo desenfrenado en todo el mundo está haciendo que cada vez
menos seres humanos crean en Dios, por no decir que Lo tomen en serio. La
ciencia y la tecnología parecen garantizar la buena vida para todos nosotros,
así que ¿quién necesita a Dios? Y sin Él, todas las bases de la autoridad han
desaparecido, y la autoridad en todas las formas de la sociedad humana se está
desvaneciendo en el aire, pero especialmente en la Iglesia Católica. Además, el
neo-modernismo mantiene a sus víctimas en tal control que son virtualmente
inconvertibles, estando persuadidos de que siguen siendo católicos. ¿Cómo puede
sobrevivir la Iglesia? Si la autoridad católica ha de ser restaurada antes del
fin del mundo, ¿no será necesario otro milagroso y mortal fuego del Cielo, como
con Datán, Coré y Abirón? De Dios nadie se burla (Gál. VI, 7).
Kyrie
eleison.