viernes, 12 de abril de 2019

INTERESANTE ENTREVISTA AL PROFESOR DE MATTEI



Fuente: Adelante la Fe (extracto)

Profesor: No pasa un día sin que el presente pontificado sea causa de nuevas perplejidades y dudas en muchísimos fieles. La declaración de Abu Dabi ha suscitado enorme desconcierto. No parece que haya una forma de salir de esta situación. ¿Cómo interpreta usted este momento?
La declaración del pasado 4 de febrero firmada conjuntamente por el papa Francisco y el Gran Imán de Al Azhar, afirma: «El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos». Esta afirmación contradice las enseñanzas de la Iglesia Católica, según las cuales la única religión verdadera es la católica. De hecho, sólo en el Nombre de Jesucristo y mediante la fe en Él pueden los hombres alcanzar la salvación eterna (Hch.4,12).
Cuando, con motivo de la visita ad limina de los obispos de Kazajistán el pasado 1º de marzo monseñor Athanasius Schneider expuso al papa Francisco su perplejidad por la declaración de Abu Dabi, el Sumo Pontífice le respondió que «la diversidad de religiones no es más que la voluntad permisiva de Dios». La respuesta induce a error, porque parece dar a entender que la pluralidad de religiones es un mal permitido si bien no querido por Dios, pero eso no se puede decir de la diversidad de sexos y razas, que son por el contrario voluntad positiva, y no permisiva, de Dios. Cuando monseñor Schneider le planteó esta objeción, Francisco reconoció que lo que había dicho se podía entender mal. A pesar de ello, el Papa no ha corregido ni rectificado en ningún momento su afirmación. Es más, el Consejo para el Diálogo Interreligioso, a pedido del Santo Padre, indicó a los obispos que contribuyesen a la máxima difusión posible de la declaración de Abu Dabi, a fin de que «llegase a ser objeto de investigación y reflexión en todos los colegios, universidades e instituciones educativas y de formación».
La interpretación que se generaliza con ello es lógicamente que la pluralidad religiosa es un bien, no un mal tolerado por Dios. A mí me parece que estas contradicciones deliberadas sintetizan el pontificado de Bergoglio.
Usted que es historiador de la Iglesia, ¿cómo calificaría los últimos seis años?
Como los años de la hipocresía y la mentira. Jorge Mario Bergoglio fue elegido porque parecía un obispo humilde y profundamente espiritual (así lo celebró Andrea Tornielli en La Stampa) «que reformaría y purificaría la Iglesia». Y no ha hecho ni lo uno ni lo otro. El Papa no ha apartado de la Curia ni destituido de sus diócesis a los prelados más corruptos, y cuando lo ha hecho, como en el caso de McCarrick, lo ha hecho presionado por la opinión pública. En realidad Francisco ha demostrado ser un papa político, el pontífice más político de los últimos cien años. Políticamente, procede del peronismo izquierdista, el cual, por principio, detesta toda desigualdad y se opone a la cultura y la sociedad occidental. Extrapolado al ámbito eclesiástico, el peronismo se alía con la teología de la liberación y conduce a una tentativa de democratización sinodal de la Iglesia que desnaturaliza su esencia.
Da la impresión de que la cumbre sobre los abusos sexuales haya caído en el olvido. Abundaron los lugares comunes, muy apreciados por los medios informativos de masas, y no aportó nada. ¿Cómo calificaría a grandes rasgos la manera en que está afrontando la Santa Sede esta crisis?
Yo diría que lo está haciendo de un modo claramente contradictorio. La normativa contra los abusos promulgadas por el papa Francisco obvia el problema de fondo, que es la relación entre los tribunales de la Iglesia y los civiles, es decir, entre la Iglesia y el mundo. La Iglesia tiene el derecho y el deber de investigar y juzgar a los acusados de delitos que no sólo vulneran las leyes del Estado, sino también las eclesiásticas, establecidas por el Derecho Canónico. En este caso, es necesario incoar un proceso penal regular sin infringir los derechos fundamentales de los acusados y sin dejarse condicionar por los resultados de los procesos civiles.
Hoy en día, por el contrario, en el caso del cardenal Pell el Vaticano ha dicho que incoará un proceso canónico, pero que primero hay que esperar los resultados del  proceso de apelación civil. Y en el caso del cardenal Barbarin, condenado en Francia a seis meses de cárcel con libertad condiciona, también pendiente de un proceso de apelación, no se ha anunciado ningún proceso canónico. En cuanto al cardenal Luis Francisco Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, llamado a comparecer ante los magistrados de Lyón en el proceso de Barbarin, la Santa Sede ha invocado la inmunidad diplomática, pero no lo ha hecho en el caso del cardenal Pell. Esta política de dos pesos y dos medidas es propia del clima de ambigüedad y doblez en que vivimos.
Durante este pontificado se han introducido nuevas normas para la vida monástica, y en particular para las órdenes de clausura. Algunas comunidades están muy preocupadas porque consideran que las nuevas normas ponen en peligro la vida contemplativa. ¿Comparte esta preocupación?
Sí. Se diría que hay un plan para acabar con la vida contemplativa. Me han gustado mucho los artículos que ha dedicado a este tema en su blog. La constitución sobre la vida contemplativa femenina Vultum Dei quaerere del 29 de junio de 2016 y la instrucción Cor orans del 1º de abril de 2018 suprimen toda forma de autonomía jurídica para crear federaciones y nuevos organismos burocráticos que presentan como estructuras de comunión. Con la obligación de pertenecer a estas estructuras, los monasterios pierden de facto su autonomía para diluirse en una masa anónima de conventos que terminará por disolver la vida monástica tradicional. La normalización modernista de los pocos monasterios que todavía se resisten a la revolución será una consecuencia inevitable. La supresión jurídica de la vida contemplativa hacia la que nos dirigimos no supone, sin embargo, el fin del espíritu contemplativo, que cada vez se vuelve más fuerte en reacción a la secularización de la Iglesia. Conozco monasterios que han conseguido independencia jurídica de la Congregación para los Religiosos y conservan la vida monástica, y nos sostienen con sus oraciones en la presente crisis. Estoy convencido de que, como se decía antes, el mundo se sostiene con la oración desde los claustros.
El sexto aniversario del inicio del pontificado de Bergoglio ha pasado sin que se hiciera mucho aspaviento. Da la impresión de que incluso los que lo apoyaban empiezan a distanciarse. ¿Está fundada esa sensación?
Sabemos que existen fuerzas que aspiran a destruir la Iglesia. Una de ellas es la Masonería. Ahora bien, la lucha abierta contra la Iglesia nunca ha tenido éxito porque, como decía Tertuliano, la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Por dicha razón, al menos desde hace dos siglos, las fuerzas anticristianas han trazado un plan para derrotar a la Iglesia desde dentro.
Sabemos que en los pasados años sesenta la Unión Soviética y otros regímenes comunistas del este europeo infiltraron muchos hombres en los seminarios y universidades católicos. Entre ellos, hubo quienes llegaron a obispos y cardenales. Pero para llevar a cabo la autodemolición de la Iglesia no es necesaria esa complicidad activa y consciente. También es posible ser inconscientemente instrumento de otros que maniobren desde afuera. En este caso, los manipuladores escogen a los hombres más adecuados por su debilidad doctrinal o moral y les influencian, condicionan, y a veces hasta chantajean. El clero no es infalible ni impecable, y el Demonio los somete constantemente a las mismas tentaciones que rechazó Nuestro Señor (Mat. 4,1-11).
La elección de Jorge Mario Bergoglio fue manejada por un lobby clerical tras el cual se percibe la presencia de otros lobbies o poderes fácticos. Tengo la impresión de que las fuerzas eclesiales o extraeclesiales que promovieron la elección del papa Bergoglio no están satisfechas con los resultados de su pontificado. Desde el punto de vista de ellas, ha habido  mucho ruido y pocas nueces. Los promotores de Francisco están dispuestos a abandonarlo si no se produce un giro radical. Parece que la última posibilidad que les queda para revolucionar la Iglesia será el Sínodo de la Amazonía que se celebrará en octubre. Yo diría que han dado indicaciones de ello.
¿A qué indicaciones se refiere?
A lo que pasó en la cumbre sobre la pedofilia, que resultó un neto fracaso. Los grandes órganos de prensa internacionales, desde Il corriera della sera hasta El país, no han disimulado su decepción. A mí me parece que el anuncio de la Conferencia Episcopal Alemana por boca de su presidente el cardenal Marx de convocar un sínodo local del que surjan decisiones vinculantes sobre la moral sexual, el celibato y la reducción del poder del clero debe entenderse como un ultimátum. Es la primera vez que los obispos alemanes se expresan con tanta franqueza. Parece que dijeran que si el Papa no cruza el Rubicón lo cruzarán ellos. Tanto en un caso como en otro nos veremos ante un cisma declarado.
¿Qué consecuencias podría tener semejante separación?
Aunque en sí, un cisma declarado es un mal, la Divina Providencia puede sacar de él un bien. Ese bien podría ser el despertar de muchos que duermen y que se caiga en la cuenta de que la crisis no surgió con el pontificado de Francisco, sino que viene de lejos y tiene profundas raíces doctrinales. Debemos tener el valor para pasar revista a cuanto ha sucedido en los últimos cincuenta años a la luz de la máxima evangélica según la cual el árbol se conoce por los frutos (Mat. 7,16-20). La unidad de la Iglesia es un bien que se debe conservar, pero no es un bien absoluto. No se puede unir lo que es contradictorio ni amar al mismo tiempo lo verdadero y lo falso, el bien y el mal.