(A MONS. LEFEBVRE LE DIJERON MIL VECES -E INVOCANDO SIMILARES "PROFUNDAS RAZONES DE ORDEN ESPIRITUAL"- QUE DEBÍA OBEDECER AL PAPA).
Queridos
Feligreses,
La
parroquia se ha visto profundamente afectada por la partida de dos de nuestras
Hermanas Oblatas de la Fraternidad de San Pío X. Las Hermanas se han marchado
porque no están de acuerdo con el gobierno interno de la Fraternidad que creen que
está llevando a sus miembros a comprometerse en asuntos de fe y de moral. En un
corto periodo de tiempo se han establecido con el P. King, un ex sacerdote de
la Fraternidad, que se marchó por razones similares.
En
estos tiempos difíciles, tenemos una gran necesidad de principios y claridad
mental para navegar sabiamente a través del laberinto de opiniones sobre la
mejor manera de defender las verdades de la fe. Nunca antes la Iglesia había
experimentado una situación como la de hoy. Las opiniones sobre la mejor manera
de sobrellevar la crisis serán invariablemente diferentes porque no existe un
esquema que especifique cómo reaccionar.
Debemos,
por lo tanto, no sólo recurrir a la virtud teologal de la fe, por la cual
asentimos a las verdades de la Revelación, sino también a la virtud infusa de
la prudencia, fortificada por el don del Espíritu Santo que llamamos consejo. Las
verdades de la fe están claramente enunciadas en el catecismo. Se desarrollan
aún más y se expresan de manera más coherente en los pronunciamientos y
declaraciones de los concilios de la Iglesia y en los escritos de los Padres de
la Iglesia. Estos definen y clarifican para nosotros el contenido de la
Revelación Divina, tal como se contiene en la Escritura y en la Tradición.
No
puede haber variación de opinión cuando se trata del dogma divino. Por muy
claros que puedan parecer nuestros deberes de asentir y creer, Dios no nos ha
revelado claramente cómo debemos actuar, pase lo que pase. La Revelación
incluye mandamientos morales que detallan las normas de comportamiento, pero
éstos no siempre cubren las decisiones diarias que debemos tomar para vivir en
conformidad con nuestros votos bautismales.
Por
lo tanto, Dios nos ha dado la virtud infusa de la prudencia. La prudencia,
fortalecida por el don del consejo, nos permite discernir el camino correcto o
el mejor en cualquier línea de acción para que no entre en conflicto con
nuestro gran deber de amar y servir a Dios en todas las cosas de acuerdo con nuestro
estado de vida.
Como
se explica claramente en el siguiente artículo, los hombres e incluso los
ángeles pueden estar en desacuerdo con respecto a los medios para alcanzar un
fin. La prudencia no es una virtud infalible (a diferencia de la fe). Permite
la variación de opiniones e incluso el error. Uno puede elegir prudentemente un
curso de acción y equivocarse.
La
autoridad es, por lo tanto, necesaria para guiar nuestra deliberación y, cuando
sea necesario, para decidirnos y guiarnos, no sea que nos volvamos solitarios
en nuestra búsqueda de Dios. Como Salomón nos advierte: "Es mejor que dos
estén juntos que uno solo, porque tienen la ventaja de su sociedad: Ay del que
está solo, porque cuando cae, no tiene quien lo levante". (Ecl. 4)
Sin
autoridad, el cuerpo de creyentes caerá invariablemente en un desacuerdo, a
veces por principio, pero más frecuentemente en la práctica. La historia de la
Iglesia se compone de tales contiendas. Por lo tanto, la autoridad es de suma
importancia en la práctica de la religión.
La
crisis actual de la Iglesia no es sólo de fe, sino también de autoridad. El mal
uso de la autoridad papal y episcopal ha traído una tremenda confusión a las
almas. Sin embargo, su uso indebido no es una excusa para descartarla como
vacía, innecesaria o inexistente. El sometimiento prudente a la autoridad sigue
siendo necesario para que cada uno no siga su propio camino, y no haya nadie
que lo levante cuando caiga.
Nótese
que la sujeción a la autoridad debe ser siempre prudente. Como ya se ha dicho,
la prudencia no se refiere a los principios, sino a la práctica. Permite la
discusión, la variación de opiniones e incluso el desacuerdo, pero, al final
del día, en una comunidad, alguien debe tener la última palabra. Los superiores
son los que deciden las cuestiones de prudencia. Como dice Santo Tomás de
Aquino: "La prudencia está en el superior como idea arquitectónica, y en los súbditos como arte mecánica o de ejecutores de un plan". (II-II q.47 art.12)
Para
los sacerdotes y religiosos de la FSSPX, nuestra situación en el seno de la
Madre Iglesia requiere mucha vigilancia y mucha prudencia por parte de nuestros
superiores. Sólo ellos poseen el mandato de Dios de decidir la mejor manera de
mantener el cuerpo de miembros fiel a las reglas y estatutos que hemos suscrito
libremente y de los que son guardianes. Ellos son los únicos facultados para
decidir y coaccionar en asuntos prudenciales, especialmente los que tienen que
ver con las relaciones con las autoridades eclesiásticas.
La
prudencia y el principio son, por lo tanto, los pivotes del buen gobierno. El
principio por sí solo es insuficiente para guiar a una comunidad. Un hombre de
principios no siempre es sabio. Es la prudencia lo que hace un buen líder.
Escribo
estas palabras no para condenar a los que abandonan nuestras filas sacerdotales
y religiosas, sino para disipar la confusión que causan tales abandonos. A
medida que evoluciona la situación en la Iglesia, con nuevos escándalos que
causan dolor, por un lado, y por otro, con un renovado interés o curiosidad por
la Tradición que da alegría, se necesita mucha prudencia para discernir la
mejor manera de mantener la FSSPX constante y fiel a sus reglas y estatutos, al
mismo tiempo que se pone a disposición de un mayor número de personas su
apostolado.
Que
la Pasión sea un tiempo de penitencia y de humilde reflexión. La misión de
nuestro Señor era de obediencia. Nuestro sello bautismal nos invita a abrazar
la misma vocación. No puede haber catolicismo que no se viva sometido a la
autoridad, por más indigna que sea. Nuestro Señor se sometió incluso a Pilato.
Como enseña el gran escritor Edward Leen: la obediencia es aquella en la que
aceptamos y profesamos nuestra condición de criaturas de Dios, formadas y
hechas para ser súbditas y dependientes, y para clamar con los ángeles: ¡Serviam!
Con
todos los deseos y oraciones para una Pasión y Pascua bendecida.
P. John Brucciani