"El católico liberal es una persona de doble cara, en una continua contradicción. Quiere permanecer católico, pero está dominado por el deseo de agradar al mundo". Mons. Lefebvre.
Un paso adelante (hacia el precipicio, hacia Roma): Mons. Fellay acata pero con reservas (sí pero no, acata y no acata, quedando bien con Dios y con el diablo) el llamado de Francisco al "Año Santo de la Misericordia", con motivo de los 50 años del Vaticano II.
Medio paso atrás: el P. Bouchacourt ha publicado, en el sitio de la FSSPX de Francia, un texto (leer abajo) en el que critica diversos aspectos de la bula mediante la cual el Papa convoca a dicho "Año Santo".
Leemos este acertado comentario en el foro Christus Vincit:
Se puede interpretar este texto del P. Bouchacourt de dos maneras:
1. Enderezar (corregir) a Monseñor Fellay sin decirlo: esto equivale a reconocer implícitamente que hay dos líneas en la FSSPX (los que tienen prisa en hacer concubinato con Roma sea cual fuere el Papa, y aquellos que están un poco menos presionados porque no es oportuno).
2. Lo más probable: tranquilizar a los sacerdotes y a los fieles que no son favorables al acuerdo en Francia… y responder al contundente texto del P. Bruno sin llegar hasta prohibir a los fieles de asistir a los 50 años del concilio. El distrito de Francia resiste un poco al nuevo espíritu del 2012… Por tanto, hay que introducir poco a poco la praxis ecuménica: apariencia doctrinal pero avances prácticos…
En los dos casos es una ruin diplomacia que no engaña a nadie…
P. BOUCHACOURT: ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA BULA MISSERICORDIAE VULTUS, QUE ANUNCIA EL JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
El pasado 11 de abril, el papa Francisco publicó la Bula de convocatoria del Jubileo extraordinario de la Misericordia. El Soberano Pontífice llama a interesantes acciones pastorales a cumplir durante todo el jubileo, pero desarrolla algunas ideas que nos dejan en una gran perplejidad. Su planteamiento reposa sobre tres contradicciones que sólo pueden inquietarnos y a las cuales nos es imposible adherirnos por tres razones.
Primera razón: este planteamiento busca una continuidad de las reformas emprendidas desde el último Concilio. En efecto, en el número 4 de la Bula, el papa declara su intención de abrir la Puerta Santa "por el cincuenta aniversario de la conclusión del Concilio ecuménico Vaticano II", precisando que “la Iglesia siente la necesidad de conservar vivo este acontecimiento”. Ahora bien, un católico, deseoso de permanecer fiel a la fe de su bautismo y de ejercitar las obras de misericordia según el espíritu de la Iglesia, siente, por el contrario, la necesidad de conjurar las repercusiones de este acontecimiento, que en realidad fue “el desencadenamiento de las fuerzas del mal para la ruina de la Iglesia” (1). El papa Francisco llega hasta lanzar la sospecha sobre el pasado doctrinal y disciplinario de la Iglesia, pues se atrevió a escribir, en ese mismo número 4, que “las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo”… No se puede predicar la verdadera misericordia querida por Nuestro Señor y pretender continuar la obra destructora de un concilio que ha consagrado en la santa Iglesia el triunfo del modernismo y del liberalismo. El planteamiento del papa Francisco reposa aquí en una primera contradicción a la cual no podemos suscribirnos.
Segunda razón: la idea fundamental de la misericordia es tomada de la falsa y nociva enseñanza del papa Juan Pablo II. En el número 11 de la Bula, Francisco se refiere explícitamente al pasaje de la encíclica Redempor hominis, que recuerda la «dignidad incomparable del hombre», dignidad que en el espíritu de Juan Pablo II y de Francisco, así como del Vaticano II, es una dignidad ontológica, dignidad falsa en la que hace abstracción de la adhesión a la verdad o al error, al bien o al mal. Y la misericordia, motivada por el respeto de esta falsa dignidad, personalista y naturalista, debe tener por objeto principal darla a aquéllos que están privados de ella. Es lo que declara el papa dos veces en los números 15 y 16. ¿Qué es entonces la conversión, sino un regreso no a Dios sino al hombre y su dignidad? No se puede predicar la misericordia como una obra de conversión y preconizar la falsa dignidad del hombre. El planteamiento del Papa Francisco reposa aquí sobre una segunda contradicción a la cual no podemos suscribirnos.
Tercera razón: la principal obra de misericordia espiritual es la de instruir a los ignorantes dándoles el conocimiento de la verdad. Y de qué verdad se trata en primer lugar, sino de la verdad de la verdadera fe, única verdad religiosa de la fe católica, cuya profesión es indispensable para la salvación. Pero al tiempo que afirma en el número 15 la necesidad de las obras de misericordia espirituales, el papa Francisco renuncia a hacer valer la primacía y la exclusividad de la fe católica, ya que en el número 23, dice que el valor de esta misericordia "sobrepasa los confines de la Iglesia", porque "nos relaciona con el judaísmo y el Islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios". Y concluye: que “este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocerlas y comprendernos mejor”. No se puede, predicar al mismo tiempo las obras de misericordia espirituales y preconizar el indiferentismo religioso. El planteamiento del papa Francisco reposa sobre una tercera contradicción inaceptable.
Es de temer que, entrando en vigor el 8 de diciembre próximo al final del próximo Sínodo anunciado para el otoño, sirva de garante para las decisiones que habrán sido tomadas durante esa asamblea. Si, Dios no lo quiera, éste reniega de la moral y la disciplina de la Iglesia sobre algunos de sus puntos esenciales, al aceptar dar la comunión eucarística a los divorciados vueltos a casar, y adopta una visión más positiva respecto a las parejas homosexuales; está claro que los católicos tendrán una cuarta buena razón de cuestionar la actuación del Papa Francisco. Pues entonces, ésta aparecerá como la garantía de un escándalo público, al cual ningún católico podría dar su aprobación.
El espíritu envenenado del concilio no termina de soplar. Decididamente nada se le escapa, corrompe y esteriliza todo lo que impregna. Este Jubileo será por lo tanto, verdaderamente “extraordinario”…
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(1) Mons Lefebvre, «El Concilio o el triunfo del liberalismo» en Fideliter n° 59 (septiembre-octubre 1987), p. 33.