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del blog en rojo.
Sin
duda han existido en todo tiempo o al menos en las épocas de crisis grave de la
sociedad, una especie de humanos que no tienen más que un principio: la vida
moral no es posible más que golpeando todo lo más posible; más que
constituyéndose en ghettos o bastiones cubiertos de defensas y, mientras sea
posible, autónomos, tanto en lo espiritual como en lo temporal; más que
haciendo abstracción de la naturaleza social del hombre, de su pertenencia normal
a la sociedad civil y espiritual, e incluso a su propia familia. ¿Por qué?
Porque todo el mundo civil y espiritual estaría tan corrompido que se haría
absolutamente infrecuentable y que ni siquiera se debería buscar convertirlos
directamente (más que con oraciones y sacrificios), bajo pena de poner su alma,
necesaria y gravemente, en peligro.
El
inicio es una grosera caricatura de esa auténtica actitud católica de cautela
ante la corrupción general, prudente toma de distancia respecto de la herejía y
de los herejes, que en no pocas ocasiones obliga a un apartamiento total, a fin
de ser fiel a Cristo.
Por
no tomar más que un ejemplo, en el pasado relativamente reciente, en los años
1980, ¿no fue este principio que (al menos implícitamente) hizo nacer lo que se
llama el “sedevacantismo? El cual, no contento de cortar completamente con Roma
(corrompida en su fe), tomó como deber cortar también con todo sacerdote
tradicionalista que no fuera “non una cum”, para llegar en seguida a cortar con
otros “sedevacantistas” por no sé qué futilidad, al punto que ahora, apenas
después de 30 años, mal podría decirse cuántos grupúsculos autónomos
constituyen esta nebulosa que vino a parecerse a las sectas protestantes (las puritanas
y rigoristas), ¡si no a formar verdadera parte de ellas de hecho!
Aparece
rápidamente el eterno fantasma sedevacantista de los liberales de la Neo FSSPX.
Para ellos lo peor es el sedevacantismo, opinión de una ínfima minoría, no el
liberalismo, que es el pecado en que ha caído el mundo entero, católicos
incluidos, y que está destruyendo a la Iglesia.
Dos
excesos: por un lado están los sedevacantistas ultrarigoristas (aunque es justo
distinguir muchas clases de sedevacantistas) y en el extremo opuesto están los liberales
acuerdistas. Pero las posturas sedevacantistas provienen normalmente del celo
de Dios, en cambio el liberalismo es una verdadera y propia traición a la fe, a
la Verdad, a Cristo. El sedevacantismo (la opinión de que la Sede está vacante en
determinado momento) nunca será condenado por la Iglesia. El liberalismo está
condenado solemnemente por ella para siempre. Si muchos sedevacantistas pueden
ser tildados de rigoristas, no pueden serlo de traidores. Son los liberales los
traidores.
Es
un mal similar que ha tocado al mundo de la Tradición agrupado en torno a la
FSSPX que está haciendo el caos… ¿desde cuándo? Desde hace años de manera muy
marginal o latente. Y con una velocidad de expansión impresionante,
especialmente desde la generalización relativamente reciente del internet
dentro de los hogares… ¿Cuál es este mal? El principio más alto enunciado no
reposa en una constatación objetiva, pacífica y equilibrada de la razón, sino
en el voluntarismo o más precisamente sobre el temor, que es una pasión (no
pacífica por naturaleza); y una pasión desencadenada, obsesiva, enfermiza,
respecto a todo lo que venga de este mundo corrupto. Tiene por efecto cegar la
inteligencia y hacerla incapaz de comprender otros razonamientos más que los
que salen de ella. Por lo tanto es tiempo perdido tratar de demostrarles pues
la inteligencia se ha convertido como en un prisma que deforma gravemente todo
lo que pasa por ella, haciéndola incapaz de comprender como debería. Es un mal
muy profundo y persistente (no sin analogía con el escrúpulo grave).
Bien:
los liberales acuerdistas son los sanos y nosotros, antiliberales, somos un
montón de enfermos con los cuales no se puede razonar.
Ahora
es el tiempo de reaccionar enérgicamente al menos al nivel individual y familiar.
Pues fuerza es de constatar que, en nuestros medios ciertamente más dispuestos
que otros, el mal es también muy contagioso, como el que hace desaparecer en
poco tiempo ciertas especies de árboles. “Por su frutos se conoce el árbol”.
Los recientes frutos del gobierno de Mons. Fellay con sus intentos acuerdistas:
división, confusión, inquietud, pérdida de confianza en la autoridad,
espionaje, delación, disminución de la confesión de la fe, etc. Es un verdadero veneno del cual debemos de
protegernos como de la peste; y es tanto más peligroso pues sale de la boca de
los que se dicen amigos… Si queremos ser preservados, el único remedio es
entonces el cordón, el corredor o el aislamiento sanitario, esperando que el
mal se aleje de la manera que la Providencia lo disponga. Sugiere hacer ghettos o bastiones defensivos, que es lo que empezó
criticando. Por lo tanto es urgente no ir a
ciertos sitios de internet (o deshacerse de internet si no podemos resistir…),
no responder a ciertos correos (electrónicos o no), ni siquiera leerlos, no
frecuentar a estos pobres enfermos (dejando su cuidado a los “médicos”
especialistas o a las personas inmunes), no presentarse en los lugares de misa
donde se le dará este género de discurso envenenado (que además es fastidioso)
etc.
Es
a la luz de este diagnóstico patológico que hay que comprender el pretendido
principio intangible, erigido en dogma de la fe (siendo que solo es
circunstancial, o prudencial, en función de las circunstancias precisas pero
por naturaleza variables) por estos enfermos: “no a la reintegración oficial en
la Iglesia sin haber primero resuelto todos los desacuerdos graves sobre la
doctrina”. Es evidente que éste procede del precedente, igualmente exagerado o
carente de realismo. Esta obsesión enfermiza es, por otra parte, tanto más
manifiesta pues esta reintegración parece muy lejos de realizarse desde la
llegada del nuevo papa.
Queda
claro entonces que este Sacerdote es uno de los que piensan que la actual
crisis de la Iglesia se solucionará por medios humanos y cediendo en los
principios, y que, por tanto, la FSSPX debe integrarse a la oficialidad,
sometiéndose al poder de los herejes destructores de la Iglesia. Es un liberal acuerdista
que promueve el suizidio de la FSSPX:
“La condición del capítulo del 2006, que
decía que no debemos buscar una solución práctica antes de la doctrinal, es en
teoría muy clara, pero en la práctica es impracticable. ¿Qué significa
“doctrinal resuelta”? Eso jamás estará [sucederá] porque en la Iglesia Militante siempre habrá problemas. Por eso hemos
tomado una perspectiva más concreta”… (Mons. Fellay, Conferencia en el Seminario
de La Reja, 8-10-12).
Otro
síntoma de su terrible mal es que ellos son todo menos hombres de principios
como ellos creen ser. Porque el primero de todos los principios es el de
no-contradicción, una cosa no puede al mismo tiempo ser y no ser. ¡Ellos dicen
lo que hay que hacer y hacen exactamente lo contrario!
Por
ejemplo, ellos (*)
dicen querer estar “en paz con todo el mundo” (Epístola a los Romanos) Se le olvidó citar la mitad del versículo, que dice: “si es posible, en lo que dependa de vosotros”
(Rom 12: 18) golpeando al prójimo de un extremo al
otro de su discurso, buscando esparcir lo más posible su veneno, su cizaña,
inquietando el descanso dominical de los fieles (privándolos de la sana
nutrición del evangelio del día) sin la más mínima necesidad o urgencia
objetiva. Sin necesidad ni urgencia: claro, porque
“nada ha cambiado en la FSSPX”.
Ellos
dicen ser los feroces defensores del principio de autoridad sembrando la
confusión en los espíritus de los fieles en cuanto a la gran estima que ellos
deben tener por los verdaderos doctores de la fe que son sus obispos; socavando
la autoridad en la Tradición o destruyendo la confianza hacia el sacerdocio en
general. Dijeron exactamente lo mismo contra Mons.
Lefebvre.
Ellos
dicen “nadie puede servir a dos señores” (opuestos y al mismo tiempo) y ellos
se niegan a tomar partido y maestro (supuestamente, si no, esto revela una
mentalidad pacifista o ecumenista, lo que prueba que ellos tienen desde hace
tiempo por señor a ellos mismos). La
Resistencia es el grupo que continúa la lucha por la fe. Son los “católicos
liberales” los que, como este nombre lo indica, incurren en una gravísima y muy
nociva contradicción.
En
conclusión, son ellos los que se han vuelto absolutamente infrecuentables, y
tal vez no se debería tratar de convertirlos directamente (más que con la
oración y sacrificios), bajo pena de poner necesaria y gravemente su alma en
peligro. Nuevamente sugiere la posibilidad de hacer
lo que condenó al inicio de su escrito.
Pierre-Marie
Gainche + , 5 de febrero de 2014
(*):
Se refiere al Padre Jean de Morgón.