Este documento fue publicado
en DICI
como un extracto del texto completo publicado por "Courrier de Rome".
Mons. Tissier contestó a este texto del P. Gleize con el artículo “¿Existe una iglesia conciliar?”, publicado en “Sel de la Terre”, n° 85, Verano de 2013, documento que la Neo FSSPX prohibió en USA.
Mons. Tissier, concordando con los dominicos de Avrillé, niega, entre otras cosas, que lo que se conoce como “iglesia conciliar” tenga una naturaleza puramente espiritual, que es lo que pretenden el P. Gleize y la Neo FSSPX.
Mons. Tissier, concordando con los dominicos de Avrillé, niega, entre otras cosas, que lo que se conoce como “iglesia conciliar” tenga una naturaleza puramente espiritual, que es lo que pretenden el P. Gleize y la Neo FSSPX.
La negrita
es del original.
¿Podemos hablar de una Iglesia conciliar ? Hemos hablado y todavía hablamos. Con
entusiasmo o indignación. Los unos ven allí la ventaja de una descripción real,
los otros temen el inconveniente de una exageración no menos real. Y todos
creen poder aventurar justas razones sea para consagrar sea para reprobar el
uso de la expresión. Los argumentos opuestos militan en sentidos inversos.
Nosotros los expondremos aquí como lo establece el método probado (I) antes de
remontar a los principios: es ubicándose a la altura de su vista que nosotros
procuraremos enseguida ver las cosas en su verdadera perspectiva (II). Y de
distinguir finalmente la parte verdadera de la falsa en las razones que
frecuentemente no se oponen más que en apariencia (III).
PRINCIPIOS DE SOLUCIÓN
En la medida en que se produjo un
« cambio de orientación” desde el Vaticano II, hablamos de Iglesia
conciliar. Se quiere designar por ésta, no una cosa o una substancia distinta
de otra, sino un nuevo espíritu que
se introdujo en el interior de la Iglesia al momento del concilio Vaticano II y
que pone obstáculo al fin de la Iglesia, es decir, a la Tradición de su fe y su
moral. Y cuando se dice que esta contra-corriente se ejerce en la Iglesia,
significa que aquellos que se unen en la búsqueda de un fin contrario al de la
Iglesia, no han roto de manera manifiesta la relación que los une a los otros
miembros y a su jefe, en la inclinación de principio al verdadero bien común.
En el caso particular del papa, quien participa en esta contra-corriente, esto
significa que él no ha dejado de manera manifiesta de ser papa. Incluso si,
actuando como él lo hace, pone obstáculo al fin de la Iglesia e impide la Tradición,
su poder permanece inclinado a este fin y a esta Tradición.
Por lo tanto no hay dos Iglesias; hay solamente en el seno de la Iglesia una
tendencia antagónica que combate la Iglesia del interior, que procura
neutralizarla en su provecho, impidiendo la realización de su fin. La
comparación más clara sería la del pecado, que impide el cumplimiento de la
naturaleza multiplicando los obstáculos para la realización de su fin, pero sin
jamás destruir la naturaleza en su inclinación radical a este fin.
El Doctor angélico explica así en qué
sentido es verdad decir que el mal no puede destruir el bien de fondo en su
plenitud. El mal es ciertamente una carencia, es decir, la privación del bien.
Pero no hay que perder de vista que hay dos clases de privaciones. Una consiste
en un estado de privación total, que no deja nada sino que elimina todo; tales
son la ceguedad respecto a la vista, la completa oscuridad respecto a la luz,
la muerte respecto a la vida. Hay otra privación que es parcial y limitada, sin
eliminar todo: así el pecado priva al hombre de su fin y de su perfección, no
en el sentido de volverla definitivamente imposible, sino porque aleja al
hombre cada vez más acumulando los obstáculos. Esta privación deja algo que
subsiste, que es precisamente la aptitud y la inclinación fundamental del
hombre respecto de su fin. “De donde sigue”, concluye Santo Tomás, “que puede
haber una tercera posibilidad, como en medio, entre el bien y su desaparición
total”.
Para aplicar estos principios a la
eclesiología, diremos que una concepción estrechamente binaria (o por sí o no)
no daría una cuenta suficientemente exacta de la situación presente en la
Iglesia. En efecto, hay como un tercer término entre el bien de la Iglesia y el
mal total que representaría a su vez su desaparición y su reemplazo por una
secta u otra Iglesia totalmente diferente. Esta solución intermediaria es
precisamente la que se designa por la expresión Iglesia conciliar. Ella
equivale al pecado de la ideología liberal y modernista que se introdujo en los
espíritus en el interior de la Iglesia. Este pecado disminuye y corrompe el
bien de la Iglesia, en el sentido en que le impide obtener su fin, pero deja
intacta la inclinación innata de la Iglesia respecto a este fin.
Esta disminución del bien, explica
santo Tomás, no debe comprenderse de manera de sustracción, como para las
cantidades, sino por debilitamiento o declive progresivo de una tendencia. Esta
baja de capacidad se explica por el proceso inverso de su desarrollo. La
capacidad se desarrolla por las disposiciones que preparan de más en más al
sujeto a recibir su perfección, hasta el momento que la recibe.
En sentido inverso, la capacidad
disminuye por las disposiciones contrarias: entre más numerosas e intensas, más
impiden al sujeto de recibir su perfección. De tal suerte que, si estas
disposiciones adversas pueden ser multiplicadas indefinidamente, la aptitud
fundamental del sujeto para recibir su perfección puede ser indefinidamente disminuida o
debilitada. Sin embargo, ella jamás será
totalmente destruida, pues ella permanece en su raíz, que es la substancia
del sujeto. Por ejemplo, si colocamos un objeto transparente entre el sol y el
aire, éste verá disminuir indefinidamente su capacidad de recibir la luz, pero
no la pierden pues es translúcido por naturaleza. Asimismo podríamos añadir
indefinidamente pecado sobre pecado, debilitar cada vez más la aptitud del alma
a la gracia; pues los pecados son como obstáculos interpuestos entre nosotros y
Dios. Sin embargo, ellos no destruyen totalmente esta aptitud, pues está en la
naturaleza del alma.
La realidad de la Iglesia conciliar
es la de una concepción falseada de la Iglesia que se ha apoderado de los espíritus
de los hombres de la Iglesia. Esta concepción falseada engendra en su estado
crónico un contra-gobierno que paraliza el funcionamiento normal de la sociedad
católica, impidiendo que la Iglesia realice su fin. Ella interpone así los
obstáculos entre la Iglesia y su bien, pero sin jamás poder hacer desaparecer
la inclinación radical de la Iglesia a este bien.
Nosotros sabemos por la fe que en razón
de las promesas divinas que esta tendencia contraria jamás podrá sumergir
totalmente a la Iglesia, por más invasora que sea. ¿Por qué una contra-iglesia
en la Iglesia y no otra Iglesia? Porque el papa, incluso si se hace cómplice, o
el principal animador de esta subversión, sigue siendo, hasta probar
indubitablemente lo contrario, el representante en la tierra del único jefe
supremo de la Iglesia. Este jefe es Cristo y su representante, mientras que no
deje de reivindicarse como tal, no se puede constituir en jefe de otra Iglesia.
Sean cuales fueren los obstáculos puestos por el papa en el ejercicio normal del
papado a la realización del fin de la Iglesia, la inclinación radical a este
ejercicio y a este fin permanece en el papado, tal como Cristo lo quiso en
dependencia de su propio poder.
Hay allí un principio fundamental
recordado en estos términos por Cayetano en contra de los cismáticos de su
tiempo.: “Cristo no instituyó a San Pedro como su sucesor sino como su
vicario”. Es por eso que la institución del papado tuvo lugar al día siguiente
de la Resurrección y fue cumplida por Cristo inmortal y vivo. Un jefe supremo
siempre vivo no tiene sucesor. Tiene más bien un vicario. Y Él sigue siendo el
Jefe, sean cuales sean los yerros de su vicario. Solo este jefe supremo estaría
en la medida de deponer a su vicario y de excluirlo de su Cuerpo místico, y
nada en las fuentes de la revelación nos autoriza a pensar que Cristo hubiera
decidido a recurrir a esta medida de excepción para preservar su Iglesia de la
contaminación del modernismo. Debemos más bien pensar que su Divina Providencia
no autorizará esta corrupción al punto que la Iglesia desaparezca. El Evangelio
no dice que las puertas del infierno no asaltarán a la Iglesia, dice
exactamente que, cual sea la virulencia de este asalto, las fuerzas adversas no prevalecerán contra ella.
Dos teólogos contemporáneos que fueron
aterrados espectadores de la “revolución conciliar” y de la subversión que le
siguió a gran escala, están allí para confirmar esta exégesis (…) Aquí el Padre Gleize cita al padre Julio
Meinvielle, antes de referirse al Padre Roger-Thomas Calmel :
« Ningún papa podrá traicionar
hasta la herejía explícitamente enseñada con la plenitud de su autoridad (…)
pero la revelación no dice en ninguna parte que cuando él ejerce su autoridad
por debajo del nivel en que es infalible, un papa no vendrá a hacerle el juego
a Satanás y favorecer hasta un cierto punto la herejía” (…) “El sistema
modernista, más exactamente el aparato y los procedimientos modernistas,
ofrecen al papa una ocasión de pecar completamente nueva, una posibilidad de
virar con su misión como nunca se había propuesto (…).
Se sigue esta consecuencia
destructora: la Tradición apostólica en materia de doctrina, de moral y de
culto ha sido neutralizada, aunque no matada, sin que el papa, oficial y
abiertamente, haya tenido que renegar de toda la Tradición y proclamar la
apostasía. (…) El Papa jamás ha dicho, jamás tuvo la necesidad de decir: a todo
lo que se ha enseñado, a todo lo que se ha hecho hasta el Vaticano II, a toda
la doctrina y a todo el culto anterior al Vaticano II, le lanzo anatema. Sin
embargo, el resultado está bajo nuestros ojos… Para llegar hasta donde estamos,
ha sido suficiente que el papa, sin tomar las medidas que condenarían la
tradición anterior de la Iglesia, haya dejado hacer al modernismo” Dejar hacer
al modernismo, es decir no frenar sino alimentar la contra-corriente en el
interior de la Iglesia.
CONCLUSIÓN DE LOS PRINCIPIOS DE SOLUCIÓN
La expresión iglesia conciliar es por
lo tanto legítima, pero a condición de no salir de sus límites.
Como toda forma de lenguaje retórico, ella expresa la realidad en términos
breves y concretos, que son más cómodos a la inteligencia de quien habla o más
accesibles a la inteligencia de quien escucha. Se tiene a la vez la ventaja de
un atajo sintético y el inconveniente de una forma que, como todas las de su
género, no puede (y no quiere) decir todo. Tal expresión sigue siendo
circunstancial, en el sentido de que los supuestos pueden ser conocidos o
admitidos por todos en un determinado contexto, pero también ignorados o
desafiados en otro contexto. La prudencia ordena entonces la utilización de la
expresión, teniendo en cuenta el contexto. Una expresión resumida, como esa de
la iglesia conciliar, puede presentar la ventaja
cierta de resumir todas las implicaciones necesarias y así proporcionar al que
habla o a quien le escucha de retomar cada vez
a partir de cero toda la situación del problema.
Pero la misma expresión puede
presentar también el inconveniente de
desconcertar a un interlocutor que no está al tanto de la complejidad del
problema e incluso puede escandalizarlo sugiriéndole un enfoque completamente
falseado de los datos que entran en el juego. Pues un factor nuevo e inevitable
interviene desde la muerte de Monseñor Lefebvre: el de la duración. El tiempo
pasa. Hablar de la iglesia conciliar en el contexto de una subversión reciente
y evidente a los ojos de muchos, no presentaba riesgos. Algunas décadas
después, cuando todo el acervo
revolucionario está más o menos normalizado, en un estilo resueltamente
conservador que se presta fuertemente a la ilusión, podríamos ser mal
comprendidos y terminar por confundirse uno mismo. Sería suficiente (pero
indispensable) el redoblar la pedagogía y explicar el sentido de la expresión,
detallando todos los términos de la cuestión, antes de utilizar la expresión
resumida. La expresión iglesia conciliar, si es bien comprendida porque ser
bien explicada, tiene la ventaja de traducir en términos accesibles una doble
realidad: la de la crisis sin precedente que estraga la Iglesia y también la
garantía de las promesas de indefectibilidad.
UN ARGUMENTO CONTRA LA EXPRESIÓN « IGLESIA CONCILIAR » Y
RESPUESTA.
Monseñor Fellay afirmó recientemente
que la Iglesia actual, tal cual está representada por las autoridades romanas,
sigue siendo la verdadera Iglesia, una santa, católica y apostólica: “Cuando
decimos extra Ecclesiam nulla salus,
fuera de la Iglesia no hay salvación, es la Iglesia actual de la cual hablamos.
Es absolutamente cierto. Hay que sostenerlo. (…) El hecho de ir a Roma no
quiere decir que estemos de acuerdo con ellos. Pero es la Iglesia. Es la
verdadera Iglesia”. Y precisa: “Esta Iglesia que no es una idea, que es real,
que está ante nosotros, que llamamos Iglesia católica y romana, la Iglesia con
su papa, con sus obispos, que pueden estar debilitados”. No podríamos hablar
actualmente de la Iglesia oficial como de una Iglesia conciliar diferente de la
Iglesia católica.
Al argumento respondemos que Monseñor
Lefebvre ha afirmado muchas veces la realidad de lo que él designó como la
Iglesia conciliar y que no vemos cómo su sucesor podría tener la intención de
ponerse en contradicción con él.
Las declaraciones de Monseñor Fellay
significan, ni más ni menos, que los representantes de la jerarquía permanecen
en posesión de su poder, aunque estén imbuidos de ideas falsas que los
conduzcan a actuar a contra-corriente del bien de la Iglesia. En el sermón de
París al cual hacemos referencia, Monseñor Fellay afirma, hablando del Vaticano
II, que “este concilio, es una voluntad de hacer algo nuevo. No se trata de una
novedad superficial sino de una novedad profunda, en oposición, en
contradicción con lo que la Iglesia ha enseñado e incluso condenado”.
Comparando esta novedad que se introdujo en la Iglesia, a la cizaña sembrada
por el enemigo en el campo de Dios, el sucesor de Monseñor Lefebvre concluye:
“Este concilio quiso ponerse en armonía con el mundo. Hizo entrar el mundo en
la Iglesia y ahora tenemos el desastre”.
Y en su alocución en Flavigny,
Monseñor Fellay precisa su pensamiento en un sentido que es exactamente el de
Monseñor Lefebvre : Después de insistir sobre el hecho que la Iglesia
católica es la Iglesia de hoy, actual y concreta, el Superior General de la
FSSPX añade: “Sin embargo, hay también todo un organismo y este organismo por
un lado debemos confesarlo como santo y por el otro nos escandaliza tanto, que
tenemos necesidad de decir: No tenemos nada que hacer con esa gente. No podemos
ir juntos, no se puede. Estos hombres de Dios, que conducen a los cristianos,
los hijos de la Iglesia a la pérdida de la fe… no podemos ir juntos. Es
evidente que hay que rechazar los errores con horror”. La insistencia puesta
sobre la realidad concreta de la Iglesia actual requiere solamente precisar que
la Iglesia conserva, a pesar de todo, las promesas de la vida
eterna: “Rechazando lo malo, no hay que rechazar todo. Esta sigue siendo la
Iglesia una, santa, católica y apostólica. (…) Cuando rechazamos el mal que se
encuentra en la Iglesia, no hay que concluir que ya no es la Iglesia. Hay
grandes partes que ya no son la Iglesia, sí, pero no todo”. Esta declaración
expresa la misma idea a la cual la FSSPX siempre se ha adherido respecto a la
iglesia conciliar: doble idea de invasión de las ideas liberales y modernistas
al interior de la Iglesia, y la indefectibilidad de principio de esta misma
Iglesia.
Doble idea que encuentra otra expresión
en la metáfora de un cuerpo enfermo,
como lo subrayó Monseñor Fellay durante el último congreso del Courrier de
Rome: “La nuestra es la Iglesia católica. No tenemos otra. No hay otra. El buen
Dios permite que esté enferma. Es por eso que nosotros intentamos no contagiarnos
con esa enfermedad. Pero sin decir que nosotros estamos haciendo otra Iglesia.
(…) La enfermedad es la enfermedad, pero esta no es la Iglesia. Ella está en la
Iglesia, pero sigue siendo lo que es (…) Por supuesto que hay que luchar contra
la enfermedad. Pero esta Iglesia enferma es la Iglesia fundada por Nuestro
Señor. Es ella la que tiene las promesas de vida eterna. Es ella que tiene las
promesas que las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”. Entonces
podemos hablar de una iglesia conciliar, pero para constatar que hay en los
jefes de la Iglesia y en un gran número de fieles, una orientación o un
espíritu extranjero a la Iglesia, poniendo obstáculo a su bien.