Simeón con el Niño Jesús, por Jusepe de Ribera
Dijo
el profeta Simeón a María, su madre: he aquí que este Niño ha sido puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción.
Nuestro
Señor Jesús vino para ruina o condenación de los que no creen en Él y para
elevación o salvación de los que sí creen. Por
eso, justo antes de su Ascensión, dice Nuestro Señor : Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que
crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará (Mc 16,
15).
Verdaderamente,
muchos -y cada vez más- son los que no creen y se condenan. En la tercera
misa de Navidad leíamos, en el inicio del Evangelio de San Juan, que Cristo es la Luz verdadera que resplandece en medio de las tinieblas, pero las tinieblas no la
recibieron... el mundo no lo conoció. Vino a los suyos, y los suyos no lo
recibieron. Cristo será contradicho y rechazado por muchos hasta el fin del
mundo, será signo de contradicción. ¿Por
qué hay tantos que no creen y se condenan? Dice también el Evangelio de San Juan: Vino la luz al mundo pero los hombres amaron
más la oscuridad que la luz, porque sus acciones eran malas. Pues todo el que
hace el mal odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean
vistas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que se vea que sus
acciones han sido hechas en Dios (3, 19-21). El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama (Lc 11, 23). Ningún
hombre queda indiferente ante Cristo y todos terminaremos eternamente unidos a Cristo en el Cielo o eternamente separados de Cristo en el Infierno. Estamos obligados a elegir: con Él o contra Él.
También
dice Nuestro Señor: no penséis que he venido a traer
paz sobre la tierra; no vine a traer paz, sino espada (o división). Porque vine
a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su
suegra. Y enemigos del hombre serán los de su casa (Mt 10, 34-36). La paz de Cristo, la que él nos da, no es la ausencia de guerras y la concordia entre los hombres, como quieren hacernos creer el demonio y sus ministros; sino que es la paz entre Dios y las almas, conquistada en la Cruz. Los
herejes modernistas que se han apoderado de la Iglesia, por el contrario, pretenden
que Cristo ha venido a traer la paz según el mundo y por eso buscan la unión de
todos los hombres, de los que tienen la fe y de los que no la tienen, de los
que aman a Cristo y de los que lo aborrecen, de los que son de Dios y de los
que son del diablo. Esta no es la paz de Cristo: es la paz de Satanás, que busca siempre separar lo que debe estar unido y unir lo que debe estar separado. Los liberales y herejes modernistas, pacifistas y ecumenistas; para unir criminal, adúltera e impíamente lo que Dios manda separar; diluyen
la verdad acerca de Cristo, falseando su doctrina. Y la FSSPX, por su parte,
desde el 2012, se esfuerza notoriamente por disminuir las exigencias absolutas y radicales de
Cristo a fin de unirse a los herejes modernistas.
¿Y
qué haremos nosotros en este escenario desolador? Imitar a la Sma. Virgen María, seguirla y estar cada vez
más unidos a Ella, a fin de estar cada vez más estrechamente unidos a Cristo. Y dijo el profeta Simeón a María: una espada traspasará tu
propia alma para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. Esa
espada fue el dolor de la Virgen en la pasión del Señor, y también es la dura tribulación que, hasta el
final de los tiempos, no cesará de traspasar el alma de la Iglesia, porque
aunque (espiritualmente) resucitan muchos
con Cristo una vez oída la palabra de Dios, son muchos también los que niegan y
persiguen la fe (San Beda, Cat. Áur.). Niega o apostata de la fe no sólo el
que la contradice con sus palabras, sino también el que la contradice con sus
acciones, con sus pecados. Nuestra Madre Santísima empezó a llevar a Cristo en su vientre cuando pronunció
esa palabra “hágase”, respuesta esperada
por Dios, desde toda la eternidad, para que pudieran tener lugar la Encarnación
y la Redención. En el instante de la Anunciación del ángel, el destino de la
humanidad dependía de la decisión de una desconocida niña de 14 años. Y
si ella pudo decir ese “hágase”, fue porque antes de llevar a Cristo en su
vientre ya llevaba a Dios Hijo en su corazón; corazón que siempre fue hacia la luz, que siempre estuvo enteramente abierto a la verdad y enteramente cerrado a todo
pecado y a todo mal, corazón que siempre se dejó incendiar por el fuego del
amor de Dios porque siempre estuvo lleno de humildad, de docilidad, de fidelidad, de obediencia, de caridad. Fue
ese inmenso amor de la Sma. Virgen a Dios, lo que le hizo aceptar, de antemano,
esa terrible espada, todos esos sufrimientos inmensos e inimaginables que eran
la parte de la Cruz que correspondía a la Madre en la obra redentora del Hijo.
Estimados
fieles: conservar la fe en los tiempos del abandono de la fe, del eclipse de la
Iglesia, de la apostasía general; implicará también para nosotros grandes
padecimientos. Supliquemos siempre a la Sma. Virgen que nos fortalezca, nos
proteja, nos guíe, y nos haga comprender y -sobre todo- nos haga vivir estas palabras de Cristo: entrad por la puerta estrecha, porque ancha
es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los
que entran por ella; pero estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a
la vida, y pocos son los que dan con ella (Mt 7, 13-14). El que quiera salvar su vida, la perderá; pero
el que pierda su vida por mi causa, la hallará (Mt
16, 25).
Ave María Purísima
Sin pecado concebida