Dijo Juan
Bautista: “Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del
señor”, como dijo el profeta Isaías.
La Iglesia nos
hace considerar estas palabras divinas en el Evangelio de este domingo, a fin
de que nuestras almas se preparen a recibir a Cristo en unos pocos días más, en
la Navidad.
“Enderezad el
camino del señor”. Nuestras almas son “el camino del
Señor” porque Dios quiere que el bien, del cual Él es autor, llegue a todos y a
todo a través de nuestras almas. Y aunque cada uno de nosotros es un camino que
pertenece a Dios, cada uno de nosotros es libre para elegir ser camino para el
bien o camino para el mal, camino para Dios o camino para el demonio.
“Enderezad”. Venimos a la
existencia con el alma retorcida. Nacemos inclinados al mal, al pecado. De ahí que
nuestras almas deban ser rectificadas, enderezadas, sanadas, restauradas. Las
almas han quedado retorcidas a causa del pecado original. Gravemente enfermos
y heridos, todos somos ese hombre de la parábola del buen samaritano, ese que fue
asaltado y quedó “medio muerto”. Así venimos a la vida: “medio muertos”. Pero
Cristo sólo quiere darnos su Vida. Amor Infinito, no se conforma con sanar la naturaleza
humana, sino que además nos hace partícipes de la naturaleza divina. No deja al
hombre asaltado tal como estaba antes del asalto, sino que lo eleva hasta el
Cielo, hasta Sí mismo.
Nuestras almas
son, pues, caminos retorcidos que es preciso rectificar y esa rectificación es
posible. “El corazón del hombre camina
derecho cuando va de acuerdo con la voluntad divina”, dice Santo Tomás de Aquino (Comentario al
Padrenuestro, l. c., 142). La rectitud del
alma está, entonces en esta sola cosa: querer hacer la voluntad de Dios, querer
agradar a Dios. Y eso y sólo eso es la santidad: vivir conforme a la voluntad
de Dios. Recto es el que busca la verdad, sean cuales fueren las consecuencias que
esa búsqueda le acarree. Sólo los rectos saben qué es el verdadero amor y sólo
ellos aman de verdad. Los que no son rectos viven engañándose y engañando.
“Los rectos o simples son los que no tienen doblez
en su corazón. Simple quiere decir "sin pliegue". Para ellos es la
alegría; para ellos la luz, aun en las tinieblas; para ellos los beneficios [de Dios]; para ellos la salvación y la gloria; de
ellos es el amor; de ellos, como de los niños, es la alabanza que a Dios agrada.”
(Mons.
Straubinger).
La rectitud nos hace acreedores de todos los bienes y la falta de rectitud nos puede
acarrear todos los males. En la espantosa confusión en que se halla inmerso en
mundo actual, la rectitud es también nuestra primera defensa, pues el recto de corazón
“tendrá un juicio seguro, es decir, una
certeza y convicción interior acerca de lo que es verdadero, de modo que no
puedan engañarlo las tremendas seducciones que rodean a todo hombre.” (Mons. Straubinger).
¿Alguno de
ustedes vienen a misa para agradar a los hombres, para ser aprobado por sus
padres o por sus esposas o maridos? En tal caso, es claro que Dios no es el supremo
fin de sus actos; su alma no es recta, su corazón sigue retorcido y, aunque
venga a misa y rece a veces, marcha al infierno. Alaba a Dios con la boca, pero
la alabanza que Dios más aprecia es el ofrecimiento de un corazón recto. Las
almas le son agradables según su mayor o menor rectitud. Debemos “examinar con mucho cuidado nuestra
intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses” dice S. Gregorio
Magno (Hom.
sobre Ezequiel 2).
Y San Pablo dice
en la Ep. a los Filipenses (2,13) que “Dios
es el que, por su benevolencia, obra en vosotros tanto el querer como el obrar”
Por eso -comenta Mons. Straubinger- “nadie
se desanime, puesto que aun la voluntad que nos falta puede sernos dada por la
bondad de nuestro divino Padre. Es lo que expresa la oración del Domingo XII
después de Pentecostés: "Dios misericordioso, de cuyo don viene el que tus
fieles puedan servirte digna y provechosamente". S. Bernardo circunscribe
la cooperación humana a la siguiente fórmula: Dios obra en nosotros el pensar,
el querer y el obrar. Lo primero sin nosotros. Lo segundo con nosotros. Lo
tercero por medio de nosotros.”
Agrega Mons.
Starubinger: “Las promesas del Señor son
para los hombres sin ficción. Dios no se cansa de insistir, en ambos Testamentos,
sobre, esta condición primaria e
indispensable que es la rectitud de corazón, o sea la sinceridad sin doblez
[sin mentira, sin hipocresía, sin fingimiento]. Es en realidad lo único que Él
pide, pues todo lo demás nos lo da el Espiritu Santo con su gracia y sus
dones. De ahí la asombrosa benevolencia de Jesús con los más grandes pecadores,
frente a su tremenda severidad con los fariseos, que pecaban contra la luz o
que oraban por fórmula. De ahí la sorprendente revelación de que el Padre descubre
a los niños lo que oculta a los sabios.”
¿Por qué, entre
los que por el Bautismo han recibido la gracia santificante (rectificante), existe tanta desigualdad
en cuanto a que unos pecan mortalmente, otros son tibios y otros son
fervorosos? Porque el desarrollo de la semilla depende de la tierra en la que ésta
cae, porque “la predicación del Evangelio
produce distintos efectos, según la rectitud
de los oyentes. Jesús promete la luz a todo aquel que busca la verdad para
conformar a ella su vida. El que con rectitud escucha la Palabra divina, no la puede
resistir. Al de ánimo doble, en cambio, su propia falta de rectitud cierra la
entrada al Espíritu Santo.” (Mons. Straubinger).
Y dijo Juan
Bautista: “Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del
señor”. Estimados fieles: pidamos a la Santísima Virgen, en cuya alma
todo fue siempre absolutamente recto, que nos alcance de Dios un corazón recto.