VOZ
DE FÁTIMA, VOZ DE DIOS N° 55
“Vox
túrturis audita est in terra nostra”
(Cant.
II, 12)
17 de Marzo de
2018
En este número de "La Voz de Fátima" pretendo comenzar una serie de artículos en los que haré consideraciones sobre la Santa Iglesia, que, si Dios quiere, tendrá su continuación en números futuros indeterminados, conforme disponga la Divina Providencia.
¡Feliz culpa de Adán,
que nos mereció un tal y tan grande Salvador!
Dios sólo permite el
mal para sacar un bien mayor. Él permitió el pecado de Adán, para sacar el bien
infinitamente mayor de la Encarnación y de la Redención. Y, como consecuencia
de la Encarnación y de la Redención, constituyó la Santa Iglesia.
La Santa Iglesia es el
medio, instituido por Dios, a través del cual los hombres deben participar de
la vida divina, primeramente en la oscuridad de la fe y después en la visión,
en el goce y en la posesión de Dios. Esta es la finalidad
para la cual fueron creados todos los hombres, finalidad plena de amor (¡y qué
amor, amor increíble, infinito!) por cada uno de nosotros. Y no tenemos el
derecho de no querer ese don inestimable. Seremos justamente castigados si lo
rechazamos.
Podríamos pensar que
nuestro bien es lo que queremos para nosotros. Pero nuestro Padre, nuestro buen
Padre, nuestro mejor Amigo, Aquél que se hizo nuestro hermano y hasta querer
ser nuestro hijo, Él sabe que, muchísimas veces, lo que queremos es pésimo para
nosotros. Como alguien que tiene un hijo o un hermano o una
madre que no quieren absolutamente verlo borracho porque saben que eso es un
mal para él. Pero él cree que eso es bueno: ¡cómo le gusta beber hasta la
embriaguez!... "¿Por qué estas personas, que me
deben querer bien, me están impidiendo hacer lo que me gusta tanto?" Porque
saben que esto no es bueno. Así Dios para con nosotros.
Conclusión, todo hombre
debe pertenecer a la Santa Iglesia para salvarse. Y sólo se puede pertenecer a
la Santa Iglesia por causa de Nuestro Señor Jesucristo. Fue porque Él murió por
nosotros que cada uno puede recibir la participación de Su vida divina, por la
gracia santificante.
Arsenius