MONSEÑOR FELLAY respondiendo a esta pregunta:
¿Este libro (El Judío, del Padre Meinvielle) expresa el punto de vista de la Fraternidad hoy en día?
“No, que yo sepa”.
¿Aprueba usted estas opiniones (del Padre Meinvielle)?
“Así no, no”.
(Fuente de esta cita)
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Las consideraciones precedentes han sido
escritas para explicar el judío. La
raza judía es una raza salvadora en el Cristo. Todas las ponderaciones que se
hagan del judío resultarán cortas frente a la grandeza de esta raza que nos
trajo a Cristo y a María.
Pero Cristo y María son
tan grandes, que su grandeza sobrepuja el valor de todas las razas porque
sobrepujan la humana. Cristo y María alcanzan lo divino. Cristo como Unigénito
del Padre, Esplendor de la Divina Substancia. La Virgen María, como Madre de Dios.
De aquí que el judío, sostén genealógico de grandezas que sobrepujan su propio
valor, debía abismarse en su propia pequeñez por las grandezas que sostiene.
Pero, en cambio, parte
de Israel fue mordida por el orgullo. Insensatamente creyose más grande que
todos los otros pueblos y razas... y sobre todo más grande que Cristo y que
María.
Creyose superior a
todos y levantó alrededor de sí un cerco para no contaminarse con la
inferioridad de los otros; y trabajó con astucia para dominarlos. Y lo ha ido
consiguiendo. Con la prensa y con el dinero los judíos tienen hoy el control de
los pueblos cristianos.
Dentro del régimen de
grandeza carnal que su astucia ha levantado con el trabajo de las fuerzas
descristianizadas, los judíos son amos, y no hay poder, al parecer, que pueda
resistir su poderío oculto.
¿Tendrán, entonces, los
pueblos cristianos que verse condenados a una esclavitud oprobiosa y sin
redención debajo de la prepotencia judaica? De ninguna manera. Hay que sacudir
con energía viril esta dominación mortífera. ¿Cómo? Antes de indicarlo voy a
pedir a los lectores que pesen las palabras que han de leer, porque han sido
escritas dentro de la precisión lógica más estricta. Y han sido escritas
también dentro de los principios cristianos más puros.
Sabido es que el
cristianismo se resume en el gran Mandamiento: Amarás al Señor tu Dios de todo corazón... y al prójimo como a ti
mismo.
Amar significa buscar
el bien de aquellos a quienes amamos. El hombre debe, entonces, buscar primero
el bien de Dios y después el bien del hombre. El bien de Dios es que
su nombre sea bendecido y glorificado en los hechos por el cumplimiento de su
ley. El bien del hombre es que le sean reconocidos todos los derechos que
conspiran al logro de su bienestar eterno y temporal.
Si es así, faltaría al
mandamiento del Amor aquel padre que no reprimiera a su hijo que viola 1os
derechos de Dios o los derechos de su Madre. No cumpliría con la caridad el
padre que no castiga, si es necesario, al hijo que no respeta a su madre o que
maltrata a sus hermanos. No cumple con la caridad el gobernante que no cuida
los intereses de la patria o que no previene y castiga los atropellos de los
malos ciudadanos.
Caridad no es sentimentalismo que consiente todos los
errores y atropellos de los demás. Caridad es procurar eficazmente el bien real
(eterno y temporal) de los demás y odiar en todo momento el mal.
Esto supuesto, ¿cómo
hay que prevenir los propósitos judaicos de dominar a los pueblos cristianos?
De dos maneras
simultáneas.
Primero: Afirmando y consolidando la vida cristiana
en los pueblos. Como he repetido frecuentemente en el curso de este libro,
la dominación judaica marcha a la par de la descristianización de los pueblos.
Es una ley teológica comprobada por la historia. Luego, la cristianización verdadera
de los pueblos, con un catolicismo interior y profundo de fe y caridad,
señalará el declinar de la dominación judaica. Por Esto la mejor manera de
combatir la dominación judaica es restaurar sólidamente en a vida pública y
privada el sentido cristiano.
Segundo: Reprimiendo directamente las acechanzas
judaicas.
Y aquí observemos que
los judíos, como hijos del diablo,
que les llamaba Jesucristo, tienen métodos también diabólicos para dominar a
los pueblos cristianos. Estos métodos se reducen a la mentira.
Vosotros
sois hijos del diablo, les decía Jesucristo, y queréis cumplir los deseos de vuestro
Padre. Él fue homicida desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque
no hay verdad en él; cuando habla mentira, de suyo habla porque que es mentiroso
y padre de la mentira. (Juan, 8, 44).
San Pablo, hablando de
Satanás, nos dice que se transforma en
ángel de luz, (II Carta a los Corintios, 11, 14).
La mentira es la gran
arma del diablo y de los judíos sus hijos. Por esto el diablo está figurado en
la serpiente, y los judíos también adoptan la figura de la serpiente como
símbolo cabalístico.
De aquí que el método
propio del judaísmo en su lucha contra los pueblos cristianos sean las
insidias.
Mata a los pueblos
cristianos bajo la apariencia de que los salva.
Los esclaviza con el
pretexto de la libertad.
Los odia con el
pretexto de la fraternidad.
Los domina con el
pretexto de la igualdad.
Los tiraniza con el
pretexto de la democracia.
Los roba con el
pretexto del crédito.
Los envenena con el
pretexto de la ilustración.
Y por otra parte,
mintiendo siempre con maravillosa habilidad, inculpa a los verdaderos
salvadores de ser los enemigos de los pueblos. Y así Cristo, 1a Iglesia, e1
sacerdocio, los gobernantes cristianos, son presentados a los pueblos como
viles embaucadores.
La lucha trágica de la
guerra civil española es la mejor demostración de ello. El judaísmo, con su
cuartel en Moscú, había corrompido a las masas españolas y había sobornado a
unos viles y cobardes gobernantes. Quería terminar su obra sumiendo a la nación
hispana en una ruinosa esclavitud más vil que la de la Rusia soviética. Pero
surgen los héroes de la España del Cid y de los Reyes Católicos, resueltos a
libertar al pueblo español de esta afrentosa tiranía, y entonces el judaísmo
universal difunde por todos los ámbitos del orbe que un puñado de facciosos
conspira contra el poder constituido y contra el pueblo español.
¿Qué táctica hay que
adoptar contra esta lucha satánica fundada en la mentira?
Hay que adoptar la
táctica franca y resuelta de los paladines de la Verdad: la táctica de la
espada.
Digamos, ante todo, que
es un profundo error mostrarnos a la espada incompatible con el cristianismo.
En la simbólica
cristiana el Arcángel San Miguel es presentado empuñando la espada porque peleaba con el dragón. (Apocalipsis, 12, 7).
El Génesis nos dice que después del pecado de nuestros primeros
Padres, Dios colocó delante del Paraíso
de delicias un querubín con espada de fuego. (Gén. 3. 24).
Cristo Nuestro Señor
dice a sus discípulos la víspera de la pasión: Pues ahora, el que tiene bolsillo, llévele, y también alforja; y el que
no tiene espada, venda su túnica, y cómprela... Ellos salieron con decir:
Señor, he aquí dos espadas. Pero Jesús les respondió: Basta.
En la Bula dogmática Unam Sanctam. el gran Pontífice de los
derechos de la Iglesia, Bonifacio VIII, ha visto en estas dos espadas los dos
poderes, el espiritual y el temporal, que deben estar al servicio de la
Iglesia. Que en el poder de la Iglesia, dice,
haya dos espadas; es a saber, la espiritual y la temporal, lo sabemos por las
palabras del Evangelio. Una y otra en poder de la Iglesia es, a saber, la
espada espiritual y la material. Pero ésta debe ser usada en bien de la
Iglesia, aquélla por la Iglesia misma. Aquélla del sacerdote, ésta en mano de
los reyes y de los soldados, pero al mandato del sacerdote. Es necesario,
entonces, que una espada esté debajo de la otra espada y que el poder temporal
se someta al poder espiritual.
Una y otra espada deben
flamear en defensa de la Verdad y para restaurar la justicia en contra de las
acechanzas solapadas de la iniquidad. Y es propio de todo varón, vir, empuñar
la espada, cuando fuere menester, para salir a la defensa de los Derechos
conculcados de Dios y de la Iglesia.
Las Sagradas Escrituras
hacen el elogio (Libro primero de los
Macabeos, cap. IV) de Judas Macabeo, quien revistióse cual gigante la coraza, ciñóse sus armas para combatir y
protegía con su espada todo el campamento.
Y en los esplendores de
la Edad Cristiana los varones de la Cristiandad, exhortados por los Sumos
Pontífices y dirigidos por denodados jefes, peleaban resueltamente contra los
enemigos del cristianismo. La época de las Cruzadas
llena las páginas más gloriosas de la Iglesia. Y la figura de Santa Juana de
Arco no es una decoración en las iglesias católicas, sino que es un símbolo y
ejemplo que invita a todo cristiano a pelear con denuedo para que la iniquidad
no esclavice a los hijos, de la Luz.
Estas dos espadas son
las únicas que pueden vencer la táctica hipócrita del judío. De aquí el horror
del judío y de un mundo judaizado delante de la cruz y de la espada.
La espada es la única
arma eficaz, con eficacia a corto plazo, que puede vencer las acechanzas
judías. Porque la espada, lo militar, está dentro de lo heroico del hombre, del
vir, del varón. Está conectado por vínculos metafísicos con los valores
espirituales del hombre. Es algo esencialmente opuesto a lo carnal. Si los
judíos antes de Cristo fueron héroes capaces de esgrimir la espada como los
hermanos Macabeos, después de Cristo, cuando se carnalizaron, se hicieron
cobardes como todos los cristianos idiotizados por el liberalismo y por las
lacras democráticas.
Hay dos modos
radicalmente opuestos de combatir: el uno carnal, el otro espiritual; el uno
del diablo, e1 otro de Dios; el uno del judío, el otro del cristiano; e1 uno
acecha, el otro arremete con hombría.
El diablo venció a Eva
con palabras seductoras, pero la Virgen vence al diablo aplastando su cabeza.
El diablo tienta a Cristo con promesas fascinadoras, pero Cristo rechaza al
diablo con denuedo de león. Los judíos traman contra Cristo conspiraciones en
secreto, pero Cristo en la luz denuncia y desbarata sus pérfidas maquinaciones.
Y en el cenit de la grandeza medioeval, mientras los judíos conspiraban en los
ghettos, los caballeros y héroes peleaban en la luz contra los enemigos de la
Cruz. La Edad Media es mística y guerrera como toda grandeza espiritual. La
espada está al servicio de la Cruz.
La caridad cristiana,
que nos manda procurar eficazmente, el
bien de Dios, el bien de la
Iglesia, el bien de los pueblos
cristianos, nos manda por lo mismo empuñar la espada para defender eficazmente
estos bienes cuando no haya otro modo de asegurarlos.
Si no ha llegado
todavía, quizá no esté lejos el momento en que, si no queremos ver proscrito el
nombre de Dios, incendiados los templos, vilipendiados los sacerdotes, violadas
las vírgenes por la chusma desatada, sea necesario ceñirse los lomos y empuñar
la espada.
Si por sentimentalismo
o por cobardía nos resistimos a pelear con denuedo, tendremos que vivir
esclavos de una minoría rabiosa de judíos que después de habemos vilipendiado
en lo más sagrado nos sujetará a la tiranía del deshonor.
La caridad misma lo
exige. Porque no pueden decir que aman verdaderamente a Dios, a la Iglesia, a
su Patria, a sus hijos e hijas, aquellos que rehúsan adoptar aquel medio único
que asegure el respeto inviolable de Dios, de la Iglesia, de la Patria, de los
hijos e hijas.
Medio único, doloroso
pero indispensable, como lo es e1 uso del bisturí para cortar la gangrena que
inficiona.
Si el uso de la espada
implica una villanía cuando se usa para exterminar al inocente, en cambio
cuando se emplea para restaurar los derechos de la Verdad y de la Justicia
importa los honores del heroísmo.
Al escribir estas
páginas he sentido e1 dolor de pensar que muchos verdaderos israelitas puedan creer que con ellas se quiere reprimir
al judío por el hecho de llevar sangre judía. ¡Sin embargo, no es posible
imaginarlo!
No solamente no es
contra la sangre judía como tal, sino que es en defensa de la verdadera sangre
judía. Porque la grandeza de Israel es Cristo y María. La grandeza de Israel es
la sangre judía que corre en las venas de Cristo y de María. Y en defensa de
esta sangre, es decir, de los principios cristianos, se han escrito estas
páginas proscribiendo lo infecto de la sangre farisaica.
Quieran los verdaderos
israelitas comprender que sólo podrán conseguir la verdadera grandeza de su
sangre, que es la grandeza universal del mundo, cuando también ellos empuñen la
espada para limpiar de su seno el fermento farisaico que pervierte, y se
adhieran a Aquel que vino a salvar a todo hombre.
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LIBRO COMPLETO EN
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"EL JUDÍO EN EL MISTERIO DE LA HISTORIA" - PRÓLOGO A LA 1° EDICIÓN POR EL PADRE JULIO MEINVIELLE
LIBRO "EL JUDÍO EN EL MISTERIO DE LA HISTORIA", DEL P. MEINVIELLE: LAS SIETE CONCLUSIONES TEOLÓGICAS