VOZ
DE FÁTIMA, VOZ DE DIOS N° 56
“Vox
túrturis audita est in terra nostra”
(Cant.
II, 12)
3 de abril de
2018
Estamos, en este
artículo, continuando las consideraciones que hicimos en nuestro número
anterior sobre la Santa Iglesia.
La Iglesia Católica se
define con más propiedad como el Cuerpo Místico de Cristo. Y en ese cuerpo,
Nuestro Señor Jesucristo es la cabeza y todos los que pertenecen a ese mismo
cuerpo (incluso el Papa) son sus miembros.
De esa Cabeza divina
desciende la gracia santificante a sus miembros. Y esa gracia es para todos los
hombres (aunque no todos la reciban), desde Adán hasta el último hombre que
exista. Por lo tanto, incluso los hombres del Antiguo Testamento que tuvieron
la dicha de recibirla, la recibieron por Nuestro Señor Jesucristo, y
pertenecían a la Iglesia Católica. Si acaso alguien se
salva con un bautismo de deseo perteneciendo externamente a una
falsa religión, en verdad pertenece a la Iglesia Católica, incluso sin saberlo.
Veamos una primera
distinción, que se puede hacer en la Iglesia, en cuanto a sus partes: una parte
es la Cabeza, y la otra los miembros. Pero la Iglesia es una
realidad compleja, acerca de la cual necesitamos hacer varias distinciones para
poder comprenderla. En efecto, bajo otro aspecto, el del lugar donde se
encuentran sus miembros, podemos distinguir a la Iglesia triunfante (compuesta
por aquellos que están en el cielo), la Iglesia purgante (compuesta por
aquellos que están en el Purgatorio) y la Iglesia militante compuesta por
aquellos que están en la Tierra). En el aspecto de la
guarda y de la transmisión de la Revelación, se hace la distinción entre la
Iglesia docente (la que enseña: el Papa y los Obispos) y la Iglesia discente
(la que es enseñada: los demás miembros). Y en otro aspecto: la Iglesia, que es
comparada a un hombre, tiene un cuerpo y un alma. Y en ese cuerpo podemos
distinguir a sus miembros vivos y a sus miembros muertos. Los vivos son los que
están recibiendo de la Cabeza la vida sobrenatural de la gracia santificante.
Los
muertos son los que no están recibiendo esa vida. Son como los miembros
gangrenados de una persona: esos miembros pertenecen al cuerpo aparentemente,
materialmente, pero no formalmente, pues la sangre no los riega más; en ellos
ya no está la vida del cuerpo.
En una próxima vez, si
Dios quiere, continuaremos nuestras consideraciones sobre este tema.
Arsenius